22/09/2024

Jn 16, 20-23

87. REUNIRSE CON MARÍA – LA ALEGRÍA DE LA ORDENACIÓN

EVANGELIO DEL VIERNES DE LA SEMANA VI DE PASCUA

Nadie podrá quitarles su alegría.

+ Del santo Evangelio según san Juan: 16, 20-23

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Les aseguro que ustedes llorarán y se entristecerán, mientras el mundo se alegrará. Ustedes estarán tristes, pero su tristeza se transformará en alegría.

Cuando una mujer va a dar a luz, se angustia, porque le ha llegado la hora; pero una vez que ha dado a luz, ya no se acuerda de su angustia, por la alegría de haber traído un hombre al mundo. Así también ahora ustedes están tristes, pero yo los volveré a ver, se alegrará su corazón y nadie podrá quitarles su alegría. Aquel día no me preguntarán nada”.

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: nos estamos preparando para la venida del Espíritu Santo el día de Pentecostés, pero antes debemos acompañarte en tu Ascensión a los cielos.

Habías estado conviviendo con tus discípulos cuarenta días después de tu Resurrección, y llega el momento de la última despedida. Seguramente ellos recordaron aquellas palabras tuyas sobre la tristeza que se convertirá en alegría.

Pero ahora era un poco diferente. Ya no se trataba de tu muerte y Resurrección, sino de tu Ascensión y Pentecostés. Había que recordar entonces aquellas otras palabras: “nadie podrá quitarles su alegría”.

Y yo recuerdo ahora el día de mi Ordenación sacerdotal. Cuántas “angustias” hubo a lo largo de mi preparación en el Seminario, cuando veía con ilusión la posibilidad de ordenarme sacerdote, pero reconocía mis limitaciones. Me parecía demasiado grande el sacerdocio, y demasiado pequeñas mis cualidades. Pero eres tú el que elige y da la gracia, y el Espíritu Santo el que derrama sus dones al que Él quiere.

Y llegó el día de mi Ordenación, y la “tristeza” se convirtió en una alegría que nadie me podía quitar. Estaba configurado contigo, y ¡para siempre!

Señor, ¿cómo puedo mantener siempre la alegría del primer amor, la alegría del día de mi Ordenación?

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdotes míos: con el fuego de mi Corazón se encienden sus corazones, para que permanezcan ustedes en la disposición a la acción del Espíritu Santo, para que los dones que han recibido sean fortalecidos y den fruto, para que hagan grandes obras.

Yo les doy mi perseverancia en esta disposición, y también la compañía de mi Madre. Acepten estos regalos que les doy, como instrumentos para la realización de sus obras, que son las mías.

Dirijan sus corazones hacia el amor de mi Madre, porque son todos míos, pero es mi deseo que sean todos de Ella, para que, con el amor de mi Madre, se santifiquen por sus obras y den testimonio de mí. El Espíritu Santo les dirá lo que deben decir en todo momento.

A donde quiera que yo los envíe irán, y lo que yo les mande dirán. No se callen, no tengan miedo de predicar la verdad, y de llevar, con la verdad, la luz y la fe puesta por obra, en la alegría de servir a mi Iglesia».

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Madre mía: tu amor materno fue fundamental para que los Apóstoles perseveraran en la espera del Espíritu Santo –después de que subió tu Hijo al cielo–, acompañándolos en la oración. Yo quiero estar siempre bajo tu manto. Dame tu auxilio, tu protección, tu compañía y especialmente tu alegría, para ser muy fiel a Jesús.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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«Hijos míos sacerdotes: ustedes son la expresión de la alegría que desborda mi corazón, al contemplar y participar en la gloria de Dios Padre, Dios Hijo, y Dios Espíritu Santo.

Ustedes son fruto de la alegría del cielo, en la seguridad de la victoria de mi Hijo sobre el mundo, y del triunfo de mi Inmaculado Corazón.

Mi Hijo ha vencido al mundo, y Él sube al cielo y va a la gloria del Padre, para que el Espíritu Santo sea enviado a reinar sobre el mundo, para tomar posesión de lo que con su victoria ha ganado: las almas de los hombres para la vida eterna, para que todo el que crea en Él sea unido en un solo cuerpo y un mismo espíritu, para participar de su gloria en la vida eterna.

Mi Hijo sube al cielo y mi corazón rebosa de alegría, porque se ha cumplido todo lo que los profetas anunciaron, y lo que está escrito en el Evangelio, que será cumplido hasta la última letra.

Es tiempo del triunfo de mi Inmaculado Corazón, por el que todos mis hijos serán reunidos en un solo pueblo y con un solo Pastor. Yo soy Madre de la Iglesia, que es cuerpo de Cristo, pueblo santo de Dios. Y a los que dirigen a la Iglesia yo los amo con predilección, y los reúno y los protejo, y los dirijo en la construcción del Reino de los cielos en la tierra, para que, cuando mi Hijo vuelva, los encuentre reunidos, esperándolo con las lámparas encendidas.

En mi alegría yo les doy mi auxilio, haciendo llegar hasta ustedes la misericordia que mi Hijo derramó en la cruz, para que permanezcan en unión fraterna, cumpliendo el mandamiento que les ha dado Cristo, y sean, como Él, buenos, virtuosos y santos.

Es tiempo del reinado del Espíritu Santo. Es tiempo de un continuo Pentecostés, para que, por la misericordia de Dios, reciban las gracias que los fortalecerán para llevar la luz de Cristo al mundo entero, a través de su amor y su misericordia.

Es tiempo de reunir a los amigos de mi Hijo en torno a mí, para que reciban mi protección, mi compañía y mi alegría.

Permanezcan unidos al Sagrado Corazón de Jesús y al mío, para que siempre estén dispuestos a recibir, y a entregar las gracias que yo les quiero dar, exponiendo mi corazón para compartirles mis tesoros.

Hoy comparto el tesoro que reina en mi corazón: la alegría. Y los hago partícipes de este tesoro, que es la expresión del amor, y el arma más poderosa para la batalla final, porque la tristeza, la angustia que causa la tribulación y el miedo en el mundo, los lleva a la perdición, pero la alegría es la luz que disipa las tinieblas e ilumina el alma, como fruto de la acción del Espíritu Santo en un corazón contrito, humillado y dispuesto.

Reúnanse conmigo, para que digan sí, como yo dije sí, para que en ese sí confíen, como yo confié, para que en ese sí esperen, como yo esperé, para que en ese sí reciban el amor, como yo lo recibí, y que ese sí sea un eterno Pentecostés, que los fortalezca por la gracia en la fe, para llevar a cabo la obra salvadora de Cristo para todos los hombres, administrando los sacramentos, imponiendo las manos, ungiendo y bendiciendo, para que el Espíritu Santo se derrame en todos los corazones.

El ángel anunció que el Espíritu Santo vendría sobre mí, y yo creí. A los Apóstoles les fue anunciado lo mismo para ellos, por el mismo Cristo resucitado, para que creyeran, para que se dispusieran, para darles esperanza, para que dijeran sí.

Y los reunió conmigo, y permanecimos en disposición, en espera, perseverando en el sí, en la fe, en la unión fraterna y en la oración.

Y los cubrió el Paráclito, y los envió a llevar la esperanza, la verdad y la luz al mundo, a través de la predicación, para que el mundo creyera, se convirtiera y, unidos en Cristo, tuvieran vida eterna.

Quiero esto para todos los sucesores de los Apóstoles, los que dirigen la Iglesia, los que guían al pueblo de Dios.

Reúnanse conmigo para ayudarlos, para darles mi auxilio, para que mi sí sea su sí.

Reúnanse conmigo con la Consagración al Sagrado Corazón de Jesús, a través de mi Inmaculado Corazón, para que sean todos míos, y yo los lleve a ser de Jesús.

Reúnanse conmigo con la oración vocal, rezando el Rosario, meditando la vida de Jesús que vivió entre los hombres, para que crean en Él y quieran ser como Él; para que, por la acción del Espíritu Santo, hagan las mismas obras que hizo Él y aún mayores, unidos a Él, porque Él va al Padre, y todo lo que pidan en su nombre se los concederá, para que el Padre sea glorificado en el Hijo; y con la oración en silencio, que favorece la disposición del corazón a recibir la gracia y a recibir el amor.

Reúnanse conmigo con sacrificio, renunciando a los placeres falsos que les ofrece el mundo, exponiendo sus corazones para que encuentren la riqueza y el verdadero placer, que es la alegría de servir a Cristo, que es la alegría de los santos y los mártires, pero que no es de este mundo, que es la unión a la Santísima Trinidad en la unión por el Espíritu Santo con Cristo, a través de una vida de piedad, de amor fraterno y de misericordia.

Reúnanse conmigo en el abrazo del Espíritu Santo en un eterno Pentecostés».

¡Muéstrate Madre, María!