91. EL COMPROMISO DE JESÚS – PEDIR EN NOMBRE DE JESUCRISTO
EVANGELIO DEL MARTES DE LA SEMANA VII DE PASCUA
Padre, glorifica a tu Hijo.
+ Del santo Evangelio según san Juan: 17, 1-11
En aquel tiempo, Jesús levantó los ojos al cielo y dijo: “Padre, ha llegado la hora. Glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo también te glorifique, y por el poder que le diste sobre toda la humanidad, dé la vida eterna a cuantos le has confiado. La vida eterna consiste en que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien tú has enviado.
Yo te he glorificado sobre la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste. Ahora, Padre, glorifícame en ti con la gloria que tenía, antes de que el mundo existiera.
He manifestado tu nombre a los hombres que tú tomaste del mundo y me diste. Eran tuyos y tú me los diste. Ellos han cumplido tu palabra y ahora conocen que todo lo que me has dado viene de ti, porque yo les he comunicado las palabras que tú me diste; ellos las han recibido y ahora reconocen que yo salí de ti y creen que tú me has enviado.
Te pido por ellos; no te pido por el mundo, sino por éstos, que tú me diste, porque son tuyos. Todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío. Yo he sido glorificado en ellos.
Ya no estaré más en el mundo, pues voy a ti; pero ellos se quedan en el mundo”.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: en tu oración sacerdotal volcaste todo tu amor por tus discípulos, pidiéndole al Padre por ellos, para que se mantuvieran unidos y fuertes ante las adversidades. Sabías que te iban a necesitar y querías darles confianza.
Les habías hablado también de la importancia de pedir al Padre en tu nombre. Ahora tú eres el que pide, y les enseñas a pedir con confianza, como quien está seguro de que un padre no puede negar nada a su hijo.
Señor, somos muy limitados, necesitamos tu ayuda y tu protección. Ya nos conoces. Por eso necesitamos que nos repitas varias veces que no nos vas a dejar solos, que nos vas a estar ayudando, que nos enviarás al Espíritu Santo para que nos conceda sus dones, y que nos dejarás también a tu Madre, como madre nuestra.
Me sirve mucho contemplarte ahora, en estos últimos días de la Pascua, con tu cuerpo resucitado y glorioso, sentado a la derecha del Padre. Eres Rey de reyes y Señor de señores. Has vencido al mundo. Has adquirido el derecho de juzgar a todos los hombres. Has derrotado al demonio.
¿Cómo no vamos a tener fe en que nos vas a ayudar a nosotros a que se cumpla en esta tierra la misión de tu Iglesia, tu Esposa santa?
Jesús, ¿cómo podemos aprovechar mejor la continua asistencia del Espíritu Santo que nos has dejado?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdote mío, amigo mío: quiero hacerte mío.
Antes de que nacieras yo ya te conocía, y te llamé por tu nombre.
Yo te busqué y te encontré, perdoné tus pecados, sané tu alma y te hice todo mío.
Yo no te dejaré.
Aunque los vientos sean fuertes y la tempestad arrecie, yo no te dejaré.
Aunque el sol dejara de iluminar, aunque la luna dejara de brillar, yo no te dejaré.
Aunque las estrellas se apagaran, y cayeran del cielo, una a una, yo no te dejaré.
Aunque surjan dificultades, yo no te dejaré.
Aunque camines por cañadas oscuras, yo no te dejaré.
Aunque parezca que todos se han ido, yo no te dejaré.
Aunque la duda y la inquietud te asalten, yo no te dejaré.
Aunque los vientos cesen y el mar vuelva a la calma, yo no te dejaré.
Aunque los cielos pasen y la tierra pase, estas son mis palabras: yo no te dejaré.
Permanece con mi Madre. Así estarás completamente seguro de que yo no te dejaré, porque mi Madre siempre está conmigo.
Amigo mío: a través de ti yo me hago presente, y yo nunca te dejaré.
Yo ruego al Padre por ti, porque eres suyo. Y todo lo mío es suyo, y todo lo suyo es mío.
Yo te he dado su Palabra y el mundo te aborrece, porque tú no eres del mundo, como yo no soy del mundo.
Yo no pido al Padre que te saque del mundo, sino que te guarde del mal, y que te santifique en la verdad, pues su Palabra es la verdad. Así como Él me envió, yo te envié.
Yo ruego al Padre no solo por ti, sino por todos los que creerán en mí por ti, por tu palabra, que es la mía, para que sean uno, para que, así como el Padre está en mí y yo en Él, también tú y ellos sean en nosotros, y el mundo crea que el Padre me ha enviado.
Yo les he dado la gloria que me dio el Padre, para que sean uno conmigo.
Yo te digo: yo estoy en ustedes y ustedes en mí, somos perfectamente uno.
Yo he visto tu fe, y he escuchado sus súplicas para que atienda las miserias de mi pueblo, y he recibido de tus manos tus ofrendas, para que llegue a ellos mi misericordia.
Yo te digo a ti, amigo mío, y a todos mis pastores: yo no los dejaré. Yo soy Rey. Yo he subido al cielo y mi legión de ángeles me acompañan.
Pastores míos: estén atentos y dispuestos. Mis ángeles serán enviados no para matar, sino para herir de muerte a los corazones que quieran recibir la espada del fuego de mi amor. Heridas de muerte para que mueran al pecado, para que mueran al mundo, para que mueran a la ignorancia y me conozcan.
En esta herida será consumido, con el fuego ardiente del amor, que es mi Espíritu Santo, todo lo que habita en sus corazones que no sea yo, que no sea mío. Y en ese morir yo los resucitaré conmigo para la vida eterna.
Yo soy la resurrección y la vida. Y el que quiera ser parte conmigo, que renuncie al mundo, que tome su cruz y que me siga. Quieran venir y vengan. Encuentren en la Palabra la sabiduría que ha bajado del cielo, y lleven la Palabra a todos los rincones del mundo, para que conozcan al Padre, para que quieran recibir su misericordia, y pidan, y reciban, y se entreguen, y sepan que vale más un hermano que un pedazo de tierra.
Reconcíliense entonces con su hermano, y luego vengan, y pidan, y reciban el amor del Padre y el amor del Hijo, unidos en el Espíritu. Que el que mucho da mucho recibe, y el que recibe es para darse, para entregarse.
Les serán entregadas las espadas de mis ángeles a cada uno, para que conquisten, para que hieran con mi amor, para que los corazones sean encendidos y el fuego los purifique.
Yo los envío a ustedes como mi Padre me ha enviado, y yo los elevaré y los sentaré donde el Padre me ha sentado, y mi Padre los coronará de gloria.
Amigo mío: recibe tú todo el amor que quiero entregar a mi pueblo por medio de mi Espíritu Santo, pero que no saben recibir, y entrégales mis Palabras, para que con mi luz se fortalezcan, adquieran sabiduría y ciencia, para que me conozcan y conozcan a mi Padre, para que encuentren entendimiento y consejo, para que sean transformados en la piedad y crezcan en el temor de Dios.
Que todos estos dones den fruto, y que sean los frutos alabanza al Padre, que les da la paz, la alegría, la benevolencia, la fe, la esperanza y el amor. Y que el fruto sea la fidelidad en mi amor y el gozo de mi presencia.
Que sea mi Espíritu consolador y dador, que sea proveedor y Señor, que dé no muerte sino vida, y los mantenga firmes y fuertes hasta que yo vuelva».
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Madre nuestra: la oración sacerdotal de Jesús comprometía mucho a los discípulos que estaban con Él en esa última cena. Y es que el Señor le pedía al Padre por ellos, reconociendo que habían creído en su Palabra, pero iban a necesitar la gracia para poder perseverar fielmente en su misión, que era muy grande. Ellos, los que se quedaban en el mundo.
Por eso les prometió la asistencia del Espíritu Santo, sobre todo para tener la fortaleza y el valor para confesar su nombre ante los hombres.
Enséñanos, Madre nuestra, a tus hijos sacerdotes, a aprovechar bien los dones del Paráclito, para mantener firme nuestro querer, para cumplir siempre la voluntad de Dios.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijos míos, sacerdotes: ayúdenme a cumplir mis deseos, consiguiendo las almas de todos mis hijos para la gloria de Dios, resistiendo en la tribulación, manteniendo la calma, insistiendo en realizar, contra todo pronóstico, y toda razón, las obras de Dios, que hacen mucho bien. Yo los protejo.
¡Les pido que quieran querer! Porque la salvación de las almas es por medio del perdón de los pecados. Pero deben querer, y deben pedir perdón, y deben querer no pecar más, y deben querer pedir los dones del Espíritu Santo, porque no podrán solos, porque mi Hijo se ha ido a donde pertenece, de donde ha venido, pero no los deja solos. Él envía al Espíritu Santo, así como el Padre lo ha enviado a Él. Y el Espíritu es del Padre y es del Hijo, y juntos son una misma esencia que se entrega y permanece.
Pidan la Fortaleza, para enfrentar la adversidad en el cumplimiento de la misión que mi Hijo les ha encomendado, y vayan al mundo a dar a conocer el Reino de los cielos.
Pidan el Consejo, para que conozcan a mi Hijo, y por Él al Padre, para que lo amen, para que vuelvan a Él. Y en este conocer, entréguense al amor, y déjense amar por Él, porque nadie va al Padre si no es por el Hijo.
Pidan la Sabiduría, para amar a Dios por sobre todas las cosas, y para que quieran solo las cosas del cielo.
Pidan la Piedad, para servir a Dios por medio de los demás, encontrando a mi Hijo en cada uno.
Pidan Temor de Dios, para querer hacer su voluntad y temer separarse de Él, temer ofenderlo, temer no verlo; pero no por miedo, sino por amor.
Pidan la Ciencia de mi Hijo, para discernir entre el mal y el bien, y que con su fortaleza hagan siempre el bien.
Pidan Entendimiento, para que quieran querer solo lo sagrado, solo lo eterno.
Pidan, reciban y entreguen. Pero sepan que el que recibe debe dar fruto.
Aprendan de mí, que doy fruto bendito de mi vientre, y amen con amor divino, para que el fruto de su entrega sea divino».
¡Muéstrate Madre, María!