VIERNES DE DOLORES – PERMANECER CON LA MADRE
Viernes 31 de marzo de 2023
ESPADA DE DOS FILOS II, n. 38
EVANGELIO DE LA MISA DE NUESTRA SEÑORA DE LOS DOLORES
¿Y cuál hombre no llorara si a la Madre contemplara de Cristo en tanto dolor?
Del santo Evangelio según san Juan: 19, 25-27
En aquel tiempo, estaban junto a la cruz de Jesús, su madre, la hermana de su madre, María la de Cleofás, y María Magdalena.
Al ver a su madre y junto a ella al discípulo que tanto quería, Jesús dijo a su madre: “Mujer, ahí está tu hijo”. Luego dijo al discípulo: “Ahí está tu madre”. Y desde entonces el discípulo se la llevó a vivir con él.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: los sacerdotes debemos seguir el ejemplo del discípulo amado, quien fue el único de los Apóstoles que permaneció contigo al pie de la cruz.
Era uno de tus discípulos predilectos, y tuvo la valentía de dar la cara por su Señor en el momento de la contradicción, del dolor, del sufrimiento.
Pero, sobre todo, pienso en lo que principalmente te motivó a pedirle a Juan que se llevara a tu Madre a vivir con él. Pienso que, así como tu Madre te sostuvo en la cruz, estando junto a ti, te diste cuenta de que eso mismo íbamos a necesitar tus amigos, tus sacerdotes, para el ejercicio de nuestro ministerio.
Necesitamos la fe, la fortaleza, la humildad, la entrega y, sobre todo, el amor de la Madre para cumplir con nuestro deber, para poder identificarnos plenamente contigo, tomando nuestra cruz de cada día. Necesitamos la compañía de María.
Jesús, tu Madre nos recibió como hijos cuando tenía el corazón traspasado de dolor. ¿Cómo esperas que tus sacerdotes reparemos por tanto dolor?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdotes míos: yo quiero rescatar lo bueno, la esencia del sacerdocio, la pureza de los corazones, la fe, la esperanza y la caridad, a través del amor a la cruz y a su vocación, en la fidelidad a la misión de sus ministerios, para la salvación de las almas.
Yo quiero encender sus corazones en el celo apostólico, para que, el cumplimiento de su misión culmine en actos de amor, para reparar el desamor causado a mi Sagrado Corazón y al Inmaculado Corazón de María, mi Madre, que, al estar íntima e indisolublemente unidos, comparten en plenitud el dolor, el sufrimiento, la alegría y el amor».
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Madre nuestra, Virgen Dolorosa: hoy contemplo esa espada de dolor que atraviesa tu alma, y quiero compartir tu dolor. ¿Cómo puedo aliviar el dolor de tu Inmaculado Corazón?
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijo mío, sacerdote: acompáñame al pie de la cruz, y comparte el dolor de mi Inmaculado Corazón, al ver a mi Hijo crucificado.
Me causa un profundo dolor, como una daga que se clava en el pecho y atraviesa hasta la espalda, y el profundo sufrimiento de una madre junto a un hijo que está muriendo en medio de un tormento. Mientras su cuerpo permanece inmóvil, mi mirada se concentra en la suya, y en la luz de sus ojos, que me hacen saber que está ahí, está vivo, sintiendo, sufriendo, amando, entregando su cuerpo en las manos de los hombres, y abandonando su espíritu en las manos de Dios.
Acompáñame, compadece mi dolor, siente mi sufrimiento y mi angustia, vive con paciencia mi entrega, y entrégate conmigo, permaneciendo al pie de la cruz del Hijo de Dios, atormentado en la debilidad de su humanidad, soportando con la fortaleza de su divinidad.
Contempla en esta cruz a la Divina Trinidad, que transforma la cruz en un mar de misericordia.
Cruz por la que el Padre se entrega a los hombres por el Espíritu, a través del sufrimiento y la entrega del Hijo.
Cruz por la que el Hijo se abandona en la confianza, y en la esperanza de cumplir, en obediencia al Padre, la misión encomendada.
Cruz transformante que une a los hombres a Dios por filiación divina.
Cruz redentora que crucifica el pecado.
Cruz de perdón que contiene la sangre del Cordero de Dios, que se derrama en ella para quitar los pecados del mundo.
Cruz de salvación que es elevada para que el mundo crea que al que han crucificado es verdaderamente el Hijo de Dios, que habló siempre con la verdad, y que sus palabras son verdaderas, porque Él es la verdad, y en esta cruz está la prueba.
Cruz en la que pierde la vida el que es Hombre y Dios, para recuperarla de nuevo y hacer nuevas todas las cosas.
Cruz de amor en la que se manifiesta el amor trinitario de Dios, a través de su misericordia.
Cruz de compasión, por la que el Hijo sufre su propio sufrimiento, y el de la Madre, el de las mujeres y el de su amigo, que siempre lo acompañó.
Cruz de fortaleza que une con los lazos espirituales del amor.
Cruz de generosidad, en la que el Hijo entrega a la Madre para hacerla madre de todos los hombres, a través de un solo hombre que permaneció al pie de su cruz.
Cruz en la que hace hijos a todos los hombres, entregándolos a la Madre a través de un solo hombre, su amigo y discípulo amado.
Yo acompaño a mi Hijo con una entrega fiel al Padre, a través de la cruz del Hijo, amando al Hijo y a la misión del Hijo, fortaleciendo al Hijo en el cumplimiento de la voluntad de Dios, por la que Él mismo se entrega al mundo, humanizando su divinidad, para hacer física y tangible su entrega, para sufrir como hombre, amando como Dios, entregando su cuerpo y derramando su sangre, para la salvación del mundo.
Permanece tú conmigo, al pie de la cruz, para que, por esta misma cruz sientas y vivas mi sufrimiento; para que, a través de ese sufrimiento, sea purificado tu corazón; para que, a través de ti llegue mi dolor y mi sufrimiento a todos mis hijos, para su purificación, porque son los lazos espirituales la unión por la que la madre sufre y compadece al hijo, y el hijo sufre y compadece a la madre.
Lazos de amor que unen y purifican al unir los corazones. Unión por la que el amor rompe las cadenas del egoísmo, para transformarse en una entrega fiel, que solo busca el bien para el otro, compadeciendo el sufrimiento de Cristo, para santificarse en el que es el único y tres veces Santo.
Recibe mi amor y la fortaleza de Dios.
Recibe el amor de Cristo y la fortaleza de su cruz.
Siente mi dolor y contempla mi esperanza, puesta en el amor de Dios, que es Padre.
Siente el dolor de mi Hijo y contempla su esperanza, puesta en el amor del Padre, a través del amor de una Madre, que nunca abandona.
Mis amados sacerdotes: transmitan la fe, la esperanza y el amor, con la fuerza del Espíritu Santo, reunidos en torno a mí, para que yo los sostenga en la cruz, mientras el Espíritu de Dios es derramado en dones y gracias para ustedes, a través de su cruz, y por ustedes al mundo entero.
Amen la cruz, adoren la cruz, permanezcan firmes al pie de la cruz, orando y transformando su fe en obras, contando con mi compañía de Madre al pie de su cruz, sosteniéndolos en la perseverancia para cumplir su misión, en la fe, en la esperanza y en el amor.
Sientan el dolor y el sufrimiento de mi corazón, en el que llevo clavadas siete espadas, una de ellas al centro, que lo atraviesa desde el pecho hasta la espalda.
Mi corazón es doliente y sufriente por las heridas causadas al Sagrado Corazón de mi Hijo.
El dolor más grande es en el centro. Es el pecado, la infamia, el abuso, la indiferencia, la tibieza, el rechazo, la burla, la humillación, la desolación, la inmundicia, el abandono, la desvirtualización, la mundanidad, los sacrilegios y todas las barbaridades que cometen mis hijos sacerdotes.
Yo quiero que sus corazones sean encendidos en el fuego del amor de Cristo, amando la cruz.
Yo entregué mi vida a Dios a través de la cruz de Cristo, para quedarme a acompañarlo al pie de la cruz de cada uno de mis hijos.
Yo llamo a cada uno a hacer lo mismo. ¿Harían esto por mí y por mi Hijo Jesucristo?
Es en la cruz en donde se recibe la compañía de María.
Es en la cruz en donde se acepta a la Madre.
Es en la cruz en donde se recibe la gracia más grande: el perdón, la redención, el amor divino y su misericordia.
La cruz es la expresión máxima del amor de Dios por los hombres. Entrega total en la que Dios adquiere la paternidad para todos los hombres, a través de la muerte del Hijo, por el Espíritu Santo, por quienes adquiere la Madre la maternidad universal, para llevar a todos sus hijos al Padre.
Es en la cruz en donde la espada de dolor atraviesa el alma de la Madre que se dona, que se entrega con el Hijo, por voluntad propia, en las manos del Padre, asumiendo en la corredención el dolor de todos los pecados de los hombres que ofenden tanto a Dios.
Es en la cruz en donde todo es consumado para ser renovado. El hombre viejo destruido con su pecado para que el Padre sea glorificado cuando, por su Hijo, todo sea renovado.
Es en la cruz en donde el Hijo de Dios fue por sus amigos abandonado. Pero por uno que se quedó, todos en mi corazón fueron engendrados. Yo soy la Madre de Dios. Tengo mi corazón traspasado de dolor. Compadezcan conmigo para que tengan mis mismos sentimientos, que son los sentimientos de Cristo. Y en medio del dolor reciben la fuerza para acompañarme a buscar a los que se han ido.
La espada que atraviesa mi alma es la Palabra de Dios despreciada, desechada del mundo, incumplida, no valorada, mortificada, crucificada por la incredulidad de aquellos a los que mi Hijo Jesucristo vino a salvar.
El dolor más profundo en el centro de mi corazón es la incredulidad y el pecado de sus amigos, sus hermanos, sus sacerdotes, que un día fueron con Él configurados, y no han querido mantener la configuración con su Señor crucificado. Les falta valor, les falta fe, les falta amor. ¿Cómo van a recibirme si no se acercan a la cruz?
Que sea la espada de dos filos lo que los acerque a mí para que yo los lleve al encuentro con Jesús.
Que los méritos de mi perseverancia, en medio de mis dolores, consigan la compañía de María para cada sacerdote.
Y que la meditación de mis dolores en cada momento de la vida de Cristo junto a mí, sean méritos reparadores del Sagrado Corazón de Jesús».
¡Muéstrate Madre, María!
VI, 35. ORACIÓN, CONSAGRACIÓN, SACRIFICIO – EN MANOS DE LA MADRE
FIESTA DE LA VIRGEN DE FÁTIMA
¿Y cuál hombre no llorara si a la Madre contemplara de Cristo en tanto dolor?
Del santo Evangelio según san Juan: 19, 25-27
En aquel tiempo, estaban junto a la cruz de Jesús, su madre, la hermana de su madre, María la de Cleofás, y María Magdalena.
Al ver a su madre y junto a ella al discípulo que tanto queda, Jesús dijo a su madre: “Mujer, ahí está tu hijo”. Luego dijo al discípulo: “Ahí está tu madre”. Y desde entonces el discípulo se la llevó a vivir con él.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Madre nuestra: los relatos de tus apariciones en Fátima nos hablan de la importancia de la oración del Rosario, de la penitencia, de la conversión, de pedir por la paz y por el Santo Padre.
Ya son más de 100 años de tus apariciones a los niños en Cova da Iria, y nos damos cuenta de que tu mensaje no pierde actualidad. Sigue habiendo mucha necesidad de rezar para pedir la paz y la conversión de los corazones.
Y sigues siendo tú la que no deja de velar por nosotros, cobijándonos bajo tu protección, para que cumplamos los mandatos de Jesús y nos vayamos al Cielo.
A nosotros nos ayuda mucho consagrarnos a Jesús a través de tu Corazón Inmaculado, porque eres el camino seguro para llegar a la felicidad eterna, contando con tus cuidados de Madre.
Pero nos duele ver que ya son más de 100 años de muchos horrores en el mundo entero, en donde se ha ofendido gravemente al Sagrado Corazón de Jesús. Y somos también nosotros, los sacerdotes, los que algunas veces no hemos cumplido bien con tus mandatos, y hemos sido también causa de algunos de esos horrores.
Virgen de Fátima: acepta mi consagración al Sagrado Corazón de Jesús, a través de tu Inmaculado Corazón, para que me hagas tuyo, haciéndote mía; y ayúdame a convertirme de una vez por todas, para ser un verdadero sacerdote.
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«Hijos míos, sacerdotes: a tres pastorcitos yo me aparecí un día como hoy, llenando de gozo mi corazón al contemplar su inocencia, su asombro, su disposición a servir a la Señora venida del cielo, sin importarles el sufrimiento que les prometí. Ellos dijeron sí, y perseveraron hasta el final, cumpliendo su palabra, permitiendo, a través de su entrega de vida, las gracias derramadas de mis manos, que hasta el día de hoy han conseguido, para muchos, la conversión. Y hoy estoy aquí pidiéndoles lo mismo.
Muchos de ustedes no se están santificando, no están dando fruto. El mundo los distrae y los seduce. Se están apartando de la fuente de la vida y se están secando, porque se portan mal, porque no cumplen los mandamientos de Dios, porque viven en la comodidad de la resignación y la doble vida.
Yo soy Madre del amor y quiero que permanezcan en el amor, cumpliendo los mandamientos. Ustedes se esfuerzan, pero se cansan, porque algunos practican doctrinas falsas. Otros trabajan solo con sus propias fuerzas. Otros han endurecido el corazón, y un corazón duro es inerte, no da fruto, y se acobarda, y se pierde.
Permanezcan al pie de la cruz conmigo, para que se consagren al Sagrado Corazón de Jesús, a través de mi Inmaculado Corazón. Para que sean como el discípulo amado: la Madre acogiendo al hijo, y el hijo recibiendo a la Madre, para llevársela a vivir con él; reconociéndose hijo y reconociéndola Madre; amándolo como hijo y amándola como Madre, para que la Madre lo lleve a Él.
Este es el camino más fácil y más seguro de vivir y permanecer en el amor, y un tesoro de mi corazón: la Consagración total a Jesús a través de mi Inmaculado Corazón.
Permanezcan al pie de la cruz, y desde el Sagrado Corazón de Jesús, enseñen esta consagración al mundo entero, para que siendo todos míos sean todos de Él, para que siendo de Él vivan en Él, para que viviendo en Él vivan y permanezcan en el amor, todo el tiempo.
Consagración por la que, al recibirme como Madre, reciben mi especial protección de Madre; y con mi compañía, la disposición de recibir al Espíritu Santo, para que cumplan su misión con valentía.
La Consagración es una declaración de amor, abandonándose en el Sagrado Corazón de Jesús, que los purifica y los une con el mío, cumpliendo la voluntad de Dios, acogiendo y uniendo a la Madre con los hijos al pie de la cruz, compartiendo un solo corazón y una sola alma.
Consagración. Conversión. Sacrificio. Recen el Rosario.
Yo llamo su atención para que me vean, para que se mantengan en el camino, para que se mantengan en la verdad, para que cuando estén cansados, Él los haga descansar y los fortalezca, para cumplir la misión que a cada uno le ha sido dada.
Manténganse en la alegría del encuentro para que sean ejemplo, y conquisten, y enamoren, porque por ustedes será la paz en el mundo.
Entréguense totalmente a la misión que les ha sido encomendada. Yo los tomo completamente para que sean todos míos, para que sean todos de Jesús.
Esta entrega es la consagración que yo pido como una muestra de amor: que se reconozcan hijos y me reconozcan Madre.
Yo soy Madre y quiero mostrarme Madre, para apacentar a las ovejas, que es guiarlas en el camino seguro, dirigirlas con sabiduría, hablarles con claridad, enseñarles la verdad, dar testimonio de fe, darles esperanza, tratarlas con caridad, darles seguridad, fortalecer su confianza, formarlas, sumergirlas en la misericordia.
Acompáñenme a apacentar a las ovejas de mi rebaño.
Es muy fácil lo que yo les pido para que reciban las gracias que necesitan para poder cumplir la voluntad de Dios: busquen el Reino de Dios y su justicia, a través de la oración, consagración y sacrificio. En esto está la disposición del corazón y la docilidad para que actúe el Espíritu Santo, y todo lo demás se les dará por añadidura.
Oración desde el corazón, con pureza de intención, no con palabrerías, sino con amor, con fe, con esperanza, con confianza.
Consagración al pie de la cruz, abandonándose en el Sagrado Corazón de Jesús, a través de mi Inmaculado Corazón. La base de la consagración a Jesús, a través de mi Inmaculado Corazón, es recibir a la Madre en su casa.
Sacrificio, unido al sacrificio de Cristo, que es el único sacrificio agradable al Padre, mortificando la carne, resistiendo a las tentaciones, venciendo el pecado, obedeciendo y cumpliendo los mandamientos, demostrando amar a Dios por sobre todas las cosas.
Entonces se derramará el Espíritu Santo en sus corazones, en un eterno Pentecostés, para ayudarles a poner su fe por obras, obrando con misericordia, compartiendo el amor, en unión fraterna, amándose unos a otros, como Cristo los ha amado.
La disposición del corazón se demuestra permaneciendo al pie de la cruz de Cristo.
Es ahí en donde Él le dará un corazón de carne a cada hijo que acepte mi amor, le dará mi corazón.
Es el Espíritu Santo quien le entrega la Madre al hijo. Es el hijo quien acepta por propia voluntad el ofrecimiento de la Madre, para ser mi compañía.
Permanezcan conmigo al pie de la cruz de la alegría de servir a Cristo, y en la certeza de saber que no son ustedes quienes lo han elegido, es Él quien los ha elegido a ustedes, para que vayan y den fruto, y ese fruto permanezca.
No se alegren por hacer grandes obras, sino porque sus nombres estén escritos en el cielo, y porque Dios ha ocultado estas cosas a los sabios e inteligentes y las ha revelado a los pequeños e ingenuos.
Acompáñenme y yo los ayudaré a permanecer en la docilidad a la acción del Espíritu Santo en sus corazones, para que sean lámpara que, a la luz de la fe, ilumine la oscuridad y disipe las tinieblas».
¡Muéstrate Madre, María!
VII, 24. SIETE ESPADAS DE DOLOR – PERMANECER CON LA MADRE
EVANGELIO DE LA FIESTA DE NUESTRA SEÑORA DE LOS DOLORES
¿Y cuál hombre no llorara si a la Madre contemplara de Cristo en tanto dolor?
+ Del santo Evangelio según san Juan: 19, 25-27
En aquel tiempo, estaban junto a la cruz de Jesús, su madre, la hermana de su madre, María la de Cleofás, y María Magdalena.
Al ver a su madre y junto a ella al discípulo que tanto quería, Jesús dijo a su madre: “Mujer, ahí está tu hijo”. Luego dijo al discípulo: “Ahí está tu madre”. Y desde entonces el discípulo se la llevó a vivir con él.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: te veo en medio de una dolorosa y terrible agonía, hablando con dificultad, haciendo un gran esfuerzo, casi sin poder respirar, pero amando hasta el extremo; hablando también, no con palabras de tu boca, sino en silencio, desde tu corazón.
Estás agonizando en la cruz. Y tu Madre está contigo, al pie de la cruz, pero también crucificada contigo, en el dolor, en el sufrimiento, de pie, acompañando, soportando con paciencia, amando todo lo que tú amas, sufriendo todo lo que tú sufres, esperando todo lo que tú esperas, entregando su vida en esa espera.
El discípulo está con Ella, haciéndose hijo, haciéndola madre, revelando ahí el misterio de la salvación.
Señor, enséñame a acompañar a tu Madre al pie de la cruz.
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdotes míos: vengan, unan su cruz a la mía.
Por los siete dolores de mi Madre, siete gracias yo les doy para ustedes, mis amigos, para que, recogiendo mi sangre y agua derramadas hasta la última gota, las lleven a todas las almas como fuente de vida, y alimento y bebida de salvación. Siete espadas de dolor transformadas en una cruz de amor, a través de siete sacramentos.
Acompañen a mi Madre. “Mujer, ahí tienes a tu hijo. Hijo, ahí tienes a tu madre”.
Tengo sed. Todos se han ido, me han abandonado: los que me aman, los que me siguen, los que me han entregado su vida, pero no se han dado cuenta.
El Espíritu que intercede por ustedes, con gemidos inefables, escruta los corazones. Viene en ayuda de sus flaquezas, porque ustedes no saben pedir como conviene, y Dios interviene para el bien de los que lo aman. Pero yo conozco sus corazones, pues de antemano Dios los conoció y los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, y los llamó para justificarlos y glorificarlos.
Discípulo mío: no está el discípulo por encima del maestro. No está el siervo por encima de su amo. Sígueme, y haz lo que yo te digo.
Yo no te he llamado siervo, te he llamado amigo. Pero, para ser mi amigo, debes ser como tu Maestro.
Renuncia a todo lo que te aparta de mí.
Acepta la voluntad del Padre, que es quien te atrae hacia mí.
Recibe la protección de mi Madre, que es quien te guía para llegar a mí.
Recibe al Espíritu Santo, que es quien te da los medios.
Recibe mi amor, para que puedas amarme como te amo yo.
Analiza tu conciencia, y dime por quién sufres. ¿Es por ti, o es por mí?
Si me amaras, sufrirías por mí.
Si me amaras, evitarías el pecado que me lastima.
Si me amaras, te alejarías de la tentación.
Si me amaras, amarías lo que yo amo, y sufrirías por quien yo sufro.
Si me amaras, apacentarías a mis ovejas.
Si me amaras, aliviarías mi dolor, trayéndome almas.
Si me amaras, te alegrarías conmigo, por cada alma que se convierte.
Si me amaras, llorarías por cada pecado escuchado en el confesionario.
Si me amaras, cargarías tu cruz hasta el pie de mi cruz, para subirte y unirte conmigo, para entregarte para morir al mundo y a los pecados del mundo, para vivir en la plenitud de mi presencia y en la perfección de la virtud.
Si me amaras, amarías a mi Madre como la amo yo, y vivirías en el gozo de la fe, en la esperanza y en la caridad, amando a Dios por sobre todas las cosas.
Si me amaras como te amo yo, sufriría tu alma si se apartara de mí, te entregarías a mí, para que sea yo quien viva en ti.
Al menos mantente de pie junto a mi Madre, junto a mi cruz, y no me abandones; y yo te daré el amor para que me ames, para que me sigas, para que te entregues, para que por ese amor me pertenezcas.
Amigo mío: yo te he llamado para sentarte a la derecha del Padre conmigo, para coronarte de gloria eternamente, porque te amo».
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Madre mía: tú permaneces de pie junto a la cruz de Jesús, firme, fuerte, entera, porque en ti está la fortaleza, la piedad, la sabiduría, el entendimiento, el consejo, la ciencia; pero, sobre todo, el temor de Dios.
Tus lágrimas se derraman sin cesar, y son preciosas. Tu manto negro enmarca tu rostro hermoso y doloroso, con tu mirada puesta hacia arriba, fija en los ojos de tu Hijo, que está frente a ti, crucificado en una cruz, con el cuerpo inmolado y el rostro desfigurado, pero que tiene su mirada concentrada y fija en los ojos de Juan, la creatura que tanto ama, y que permanece a su lado junto a ti, a pesar de que todos lo habían abandonado.
Tú sostienes su entrega en la perseverancia; compadeces su dolor con tu alma traspasada, cumpliéndose así, una vez más, la profecía del anciano Simeón; compartes su fe, su esperanza y su amor; y, teniendo sus mismos sentimientos, compartes también su sed y sus deseos. Te muestras Madre.
Yo quiero acompañarte, aceptándolo todo, entregando mi vida sin buscar mi propio interés, sino el de los demás, y decir sí, para ser la esperanza de aquel que, siendo de condición divina, no codició ser igual a Dios, sino que, rebajándose, se hizo esclavo y, asumiendo la naturaleza humana, se hizo obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz, para la salvación de todos los hombres y de todas las generaciones: sus amigos y sus enemigos, los que lo habían amado, los que lo habían acompañado, los que lo habían traicionado, los que lo habían despreciado, los que lo habían condenado injustamente, los que lo habían crucificado, los que lo habían abandonado.
Y quiero pedirte que también te muestres Madre conmigo, y que me ayudes a no abandonar mi cruz.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijos míos, sacerdotes: la lucha es en cada cruz, y el demonio ronda como león rugiente, buscando a quién devorar.
Acompáñenme al pie de la cruz y compadezcan mis dolores:
- Yo quiero reunir a mis hijos sacerdotes, a los que han abandonado la cruz, y llevarles la misericordia y el amor de Dios, a través de la Palabra, para que renueven su entrega, para que digan sí y renuncien a ellos mismos, y tomen su cruz para seguir a Jesús, renunciando al pecado, y renovando la gracia en cada sí.
Compartiendo mi dolor cuando en medio de mi alegría en el Templo presenté y ofrecí a mi Hijo a Dios, reconociendo en Él al Hijo de Dios, el Salvador, el Verbo hecho carne, y fruto bendito de mi vientre, y que el profeta Simeón me anunció que fue puesto para caída y elevación de muchos, y como signo de contradicción, y que a mí una espada atravesaría mi alma, a fin de que quedaran al descubierto las intenciones de muchos corazones.
¿Dirán que sí?
- Quiero que renueven entonces con su sí la gracia del Bautismo, reconociendo la filiación divina, renunciando a la tentación y al pecado de la soberbia y el egoísmo, abandonándose en la divina voluntad del Padre, y confiando en su bondad y misericordia.
Compartiendo mi dolor cuando huimos a Egipto para proteger al tesoro sagrado de Dios, renunciando a todo, en medio de la persecución, de la incomprensión, del destierro.
¿Dirán que sí?
- Quiero que renueven entonces con su sí la gracia de la Confirmación, reafirmando su fidelidad y obediencia, renunciando a la tentación y al pecado de las concupiscencias, la avaricia, la lujuria y la ambición, confiando y abandonándose en la providencia de Dios.
Compartiendo mi dolor cuando perdí a mi Hijo, y lo busqué sin descanso, con insistencia y perseverancia, a pesar de la fatiga y cansancio, y desandar el camino andado, soportando todo con amor; y regresar en medio de la angustia de la soledad, manteniendo la fe y la esperanza en el encuentro con el amado.
¿Dirán que sí?
-Quiero que renueven entonces con su sí la gracia en cada Eucaristía, manteniendo la pureza de su corazón, consagrando con verdadera fe, para que sea un verdadero encuentro con el amor, renunciando a todo apego al pecado, incluso al venial, para que su Comunión sea verdadera comida y bebida de salvación, y no su condenación.
Compartiendo mi dolor cuando fui al encuentro de mi Hijo en el camino al Calvario, y vi su rostro irreconocible y desfigurado, siendo abucheado y despreciado por una muchedumbre, condenado injustamente a muerte, cargando con la cruz, en la que llevaba el peso de las cruces de todos los hombres, para ayudarlo a soportar el peso con mi amor, compadeciendo, compartiendo su pasión, alentando su entrega, acompañándolo en su camino.
¿Dirán que sí?
- Quiero que renueven entonces con su sí la gracia en cada Confesión, con un corazón contrito y humillado, y confiesen con verdadero arrepentimiento sus pecados, abrazando la cruz, agradeciendo la misericordia de Dios por la entrega de Jesús, en conciencia y con verdadera resolución de enmienda, y propósito de no volver a pecar, pidiendo al Espíritu Santo su gracia para cumplir el compromiso.
Compartiendo mi dolor cuando compartí el sufrimiento y el dolor de cada miembro del cuerpo de mi Hijo en su crucifixión, y el dolor que desgarraba mi alma, mientras una espada lo atravesaba, acompañándolo en su agonía, ayudándole a soportar y a perseverar, por amor a los hombres, el terrible tormento del cuerpo y del alma, hasta expirar entregando el espíritu.
¿Dirán que sí?
- Quiero que renueven entonces con su sí la gracia de la Unción de los enfermos, para sus corazones enfermos, que necesitan conversión, mortificando sus cuerpos para fortalecer su voluntad, y resistir a las tentaciones mientras mueren al mundo.
Compartiendo mi dolor cuando lo vi pendiendo de la cruz, totalmente entregado, su cuerpo sin vida, muerto, y ser testigo de la gracia derramada en sangre y agua, hasta la última gota, por su costado abierto, recibiendo su cuerpo inerte en mis brazos de Madre, al que se le podían contar todos los huesos, cuerpo desierto, sin sangre, sin alma, y el rostro vacío, sin luz en sus ojos, sin vida, sin nada.
¿Dirán que sí?
- Quiero que renueven entonces con su sí, la gracia de su Ordenación sacerdotal, renovando sus promesas, su renuncia al mundo y sus placeres, su entrega total, su disposición y aceptación a ser configurados con el Cristo, que siendo Dios y hombre, muere en manos de los hombres, por amor a Dios y a los hombres, para destruir la muerte, asumiendo las culpas de los pecados del mundo para redimir, para salvar a los hombres.
Compartiendo mi dolor cuando lo vi ser colocado y abandonado en la soledad del sepulcro, el cuerpo destrozado, el rostro desfigurado, el corazón abierto, manteniendo la fe y la esperanza, perdonando todo, creyendo todo, esperando todo, soportando todo, por amor.
¿Dirán que sí?
- Quiero que renueven entonces la gracia en los Matrimonios para la unidad de las familias, en un solo pueblo de Dios, manifestando el amor de Dios con el ejemplo, viviendo en virtud y santidad, permaneciendo en vela, orando, a la espera gozosa del Rey de reyes y Señor de señores.
Hijos míos, sean piadosos y misericordiosos, compadézcanse de mí, ayúdenme y acompáñenme: digan sí».
¡Muéstrate Madre, María!