22/09/2024

Jn 19, 25-34

97. IMITAR LA FIDELIDAD DE MARÍA – EN MANOS DE LA MADRE

EVANGELIO DE LA MEMORIA DE SANTA MARÍA MADRE DE LA IGLESIA

Ahí está tu Hijo – Ahí está tu madre.

+ Del santo Evangelio según san Juan: 19, 25-34

En aquel tiempo, junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María la de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a su madre y junto a ella al discípulo que tanto quería, Jesús dijo a su madre: “Mujer, ahí está tu hijo”. Luego dijo al discípulo: “Ahí está tu madre”. Y desde entonces el discípulo se la llevó a vivir con él.

Después de esto, sabiendo Jesús que todo había llegado a su término, para que se cumpliera la Escritura dijo: “Tengo sed”. Había allí un jarro lleno de vinagre. Los soldados sujetaron una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo y se la acercaron a la boca. Jesús probó el vinagre y dijo: “Todo está cumplido”, e inclinando la cabeza, entregó el espíritu.

Entonces, los judíos, como era el día de la preparación de la Pascua, para que los cuerpos de los ajusticiados no se quedaran en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día muy solemne, los judíos pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y los quitaran de la cruz. Fueron los soldados, le quebraron las piernas a uno y luego al otro de los que habían sido crucificados con Jesús. Pero al llegar a Él, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le traspaso el costado con una lanza e inmediatamente salió sangre y agua.

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: tu Madre santísima, estando al pie de la cruz, aceptó tu testamento de amor, acogiendo a todos los hombres, personificados en Juan, como hijos suyos, convirtiéndose así en amorosa Madre de la Iglesia, engendrada por ti en la cruz.

Por otra parte, en tu discípulo amado nos elegiste a todos como herederos de tu amor hacia tu Madre, confiándonosla para que la recibiéramos con afecto filial.

Santa María inició su misión materna en el cenáculo, orando con los Apóstoles en espera de la venida del Espíritu Santo.

Es por eso que en el Concilio Vaticano II el Papa Pablo VI declaró a la Virgen “Madre de la Iglesia”, es decir, Madre de todo el pueblo de Dios, tanto de los fieles como de los pastores que la llaman Madre amorosa.

El Papa Francisco, considerando que la promoción de esta devoción puede incrementar el sentido materno de la Iglesia en todas las almas, así como la genuina piedad mariana, estableció que la memoria que celebramos hoy fuera inscrita en el Calendario Romano.

Jesús: me alegro hoy contigo por esta fiesta de nuestra Madre, y renuevo mi propósito de fidelidad a tu Santa Iglesia, imitando a Santa María.

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdote mío: quiero tu fidelidad a través de la fidelidad a tu sacerdocio y a tu paternidad.

Fidelidad según tu vocación, para que seas ejemplo de la fidelidad al amor.

Fidelidad a la voluntad de Dios en la obediencia y en el servicio a la Santa Iglesia.

Imita la fidelidad y la misericordia de mi Madre.

Fiel a su vocación de hija del Padre.

Fiel a la obediencia a su divina voluntad, a pesar de las circunstancias, a pesar de los sufrimientos, a pesar de las consecuencias, en la esperanza de la bondad y la misericordia del Padre, que es bueno, fiel y misericordioso.

Fiel en la tribulación del mundo y en la paz de su corazón.

Fiel en la aceptación y en la confianza.

Fiel aceptando su vocación de Madre, aceptando la vida en la encarnación de su Hijo, desde la anunciación del ángel.

Fiel en la vida, pasión y muerte de su Hijo.

Fiel aceptando la maternidad de tantos hijos que su Hijo le encomendó.

Fiel en la espera de la resurrección.

Fiel en la despedida en la ascensión del Hijo.

Fiel reuniendo a sus hijos, esperando la venida del Espíritu Santo.

Fiel compañera de cada hijo, para que cumplan con su misión, y que ninguno se pierda.

Fiel en la corredención del Hijo, para la salvación de todos sus hijos.

Fiel en su vocación de esposa, terrena y divina.

Esposa fiel de José, que es ejemplo de fidelidad y de amor terreno.

Esposa fiel del Espíritu Santo, por quien los uno al Padre por filiación al amor divino.

Es Ella el ejemplo de la fidelidad y de la misericordia.

De fidelidad en el servicio a su familia y a Dios.

Ella es Madre de la Iglesia.

Amigo mío, que sea Ella tu modelo, tu maestra, tu ejemplo, para que la imites, para que tú seas ejemplo.

Quiero que tú permanezcas en la fidelidad a tu vocación, como lo hice yo. Vocación al amor.

Fidelidad a la obediencia a la Santa Iglesia.

Fidelidad a la castidad y a la pobreza.

Fidelidad al servicio al prójimo, derramando mi misericordia para la salvación de las almas.

Fidelidad a la misión que te he encomendado.

Fidelidad a tu entrega al servicio de la Santa Iglesia.

Fidelidad a la humildad, a tu ministerio y al Magisterio de la Santa Iglesia.

Fidelidad al Pastor Supremo.

Fidelidad a mi amistad.

Fidelidad al rebaño que te he encomendado.

Fidelidad de hijo.

Fidelidad de padre.

Fidelidad de hermano.

Fidelidad de esposo de la Santa Iglesia.

Fidelidad a mi Palabra.

Fidelidad en el creer, en el hacer y en el obrar.

Fidelidad en la fe, en la esperanza y en la caridad.

Quiero que seas ejemplo, y que transmitas esta fidelidad a través de mi misericordia, para que otros hagan lo mismo.

Pastores míos: regresen a la fidelidad, porque les es dada la libertad, pero Dios es bueno, fiel y misericordioso, paciente y lento a la ira.

Quiero que regresen a mi amistad, por medio de la reconciliación, y a la fidelidad de los sacramentos, de su ministerio, de sus virtudes, de sus promesas, de sus juramentos, del servicio apegado a las reglas de sus Órdenes y al Magisterio; de su obediencia y fidelidad a la Santa Iglesia y a la roca sobre la que ha sido fundada.

Quiero que sepan que la fidelidad se fortalece en el amor.

Quiero que hagan oración, para que reciban ese amor.

Quiero que descubran la grandeza de la Eucaristía y el poder que, en sus manos, yo les he dado.

Quiero que se mantengan en la fidelidad a la pureza de sus corazones, para que con esa pureza me reciban y me entreguen en sus manos.

Quiero que sean fieles a la creación y a sus cuidados, a las tradiciones de sus pueblos y de la Iglesia, a sus familias, a sus entornos, a las celebraciones y a los rituales de la religión católica y a su doctrina, expresando esta fidelidad a través de la adoración a mi Cuerpo y a mi Sangre en la Eucaristía.

Pastores míos: yo soy quien les ha dicho todo esto».

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Madre mía, Madre de la Iglesia: tú eres mi madre porque eres la madre de Cristo, y el sacerdote es Cristo. Pero también eres mi madre porque todos los bautizados formamos parte del cuerpo de Cristo.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: muestra que eres mi madre, y ayúdame a cumplir con mi misión. Déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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«Hijos míos, sacerdotes: yo he sido llamada para ser Madre, y engendrar al Hijo de Dios, y para formarlo y entregarlo al mundo, para que crean en Él y en que Él es el Hijo de Dios, que ha sido enviado al mundo para salvar a los hombres.

Mi misión continúa como Madre de la Iglesia y de todos los hombres, para engendrar y formar a Cristo en sus corazones, intercediendo con mis oraciones, para que reciban los dones y las gracias del Espíritu Santo, para que sean unidos en Cristo y den buen fruto, y ese fruto permanezca.

Yo soy Madre, para cuidar y proteger a los pilares de mi Iglesia. Porque mi Hijo fue engendrado en mi corazón y en mi vientre, y los lazos espirituales son más fuertes que los lazos de la carne. Así la Iglesia, que es el cuerpo de mi Hijo, es engendrada en mi corazón espiritualmente con todos sus miembros, y los hace verdaderos hijos.

Yo soy Madre espiritual para darles de comer, para darles de beber, para vestirlos, para acogerlos y ayudarlos en sus necesidades, para cuidarlos y sanarlos, para protegerlos, ayudarlos, y acompañarlos, y liberarlos cuando están presos con las cadenas del mundo, y para auxiliarlos en la vida y en la muerte.

Yo soy apóstol para guiarlos y acompañarlos en su caminar humano y en su caminar divino, para que vivan en unidad, cuerpo y espíritu, para que sean perfectos como el Padre del cielo es perfecto, para enseñarlos y aconsejarlos, para corregirlos y perdonarlos, para consolarlos, para sufrir con paciencia sus defectos, para orar por ustedes.

Yo les pido que amen al Papa con todo su corazón, con toda su alma, con todas sus fuerzas, y promuevan ese amor entre los miembros de mi Iglesia, porque él ha sido llamado por el Espíritu Santo, que es mi esposo y siempre está conmigo, para ser cabeza, fiel representante de mi Hijo, y la roca sobre la que se construye la Iglesia, y el mal no prevalecerá sobre ella.

Yo les pido que amen y respeten al Papa como al Verbo encarnado, el Cordero de Dios inmolado y muerto en la cruz para el perdón de los pecados, resucitado y vivo, a quien él representa.

Permanezcan conmigo, y el Espíritu Santo estará siempre con ustedes, para que perseveren en la fe, luchando por llegar a la meta de la santidad para la vida eterna.

Den testimonio de su fe, de la misericordia de Dios y de su amor, con la Verdad que a ustedes les ha sido revelada por el Padre, que está en el cielo, para que la proclamen como apóstoles, para que brille la luz de Cristo para el mundo.

Su misión es clara: extender el Reino de Dios en la tierra, consiguiendo hombres santos para llevarlos al cielo, en donde serán premiados con la corona de gloria, que espera a los que han luchado en medio del mundo, y han alcanzado la meta, perseverando en la fe.

Reciban la misericordia, para que se dispongan a recibir el amor y la Palabra de Jesús, y sean dóciles, para que el Espíritu Santo actúe en sus corazones.

Ustedes deben predicar el Evangelio, que es llevar a los hombres la verdad, para formarlos espiritualmente y guiarlos a la conversión de sus corazones.

Conozcan a Jesús, como hombre y como Dios, en medio del mundo, para que lo amen y lo sigan, y sean como Él: Cristo, para que sepan cuál es el premio que los espera en el cielo, para que anhelen por sobre todas las cosas la vida eterna.

El Espíritu Santo se encargará de recordarles todas las cosas.

Esta es una misión compartida, por lo que juntos serviremos a la Iglesia, adorando la Sagrada Eucaristía, dando testimonio de fe, de amor y de misericordia y predicando el Evangelio a través de la Palabra que les ha sido revelada.

Todo lo deben hacer como partícipes de la misión de mi Hijo, para el triunfo de mi Inmaculado Corazón. Pero no se alegren por esto, sino porque sus nombres están escritos en el cielo. Yo les doy este tesoro: mi alegría, para que sirvan a la Iglesia con alegría, y con esta alegría cumplan su misión, que es muy grande, porque para servir a la Iglesia no hay misión pequeña. Las cosas grandes se hacen con cosas pequeñas».

¡Muéstrate Madre, María!