VII, n. 4 APRENDER A AMAR – LLEVAR EL MENSAJE DE SALVACIÓN
EVANGELIO DE LA FIESTA DE SANTA MARÍA MAGDALENA
Mujer ¿por qué estás llorando? ¿A quién buscas?
+ Del santo Evangelio según san Juan: 20, 1-2. 11-18
El primer día después del sábado, estando todavía oscuro, fue María Magdalena al sepulcro y vio removida la piedra que lo cerraba. Echó a correr, llegó a la casa donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo habrán puesto”.
María se había quedado llorando junto al sepulcro de Jesús. Sin dejar de llorar, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados en el lugar donde había estado el cuerpo de Jesús, uno en la cabecera y el otro junto a los pies. Los ángeles le preguntaron: “¿Por qué estás llorando, mujer?”. Ella les contestó: “Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo habrán puesto”.
Dicho esto, miró hacia atrás y vio a Jesús de pie, pero no sabía que era Jesús. Entonces él le dijo: “Mujer, ¿por qué estás llorando? ¿A quién buscas?”. Ella, creyendo que era el jardinero, le respondió: “Señor, si tú te lo llevaste, dime dónde lo has puesto”. Jesús le dijo: “¡María!”. Ella se volvió y exclamó: “¡Rabbuní!”, que en hebreo significa ‘maestro’. Jesús le dijo: “Déjame ya, porque todavía no he subido al Padre. Ve a decir a mis hermanos: ‘Subo a mi Padre y su Padre, a mi Dios y su Dios’ “.
María Magdalena se fue a ver a los discípulos para decirles que había visto al Señor y para darles su mensaje.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: siempre me han llamado la atención esas palabras del Evangelio referidas a la Magdalena: “sin dejar de llorar”. Parecería que no hacen falta, pero el evangelista las consigna porque esas lágrimas son para ti un tesoro, son lágrimas de amor por ti, y expresan muy claramente el dolor por la ausencia de la persona amada.
Es significativo que te haya reconocido cuando la llamaste por su nombre, “¡María!”, el mismo nombre de tu Madre. Y es que la Magdalena estuvo también junto a Santa María al pie de la cruz, identificándose en todo con Ella, con corazón de madre, con corazón de apóstol.
Señor, imagino a esta santa mujer cuando, después de verte resucitado, corrió de prisa a anunciar a los discípulos que te había visto. Su corazón se llenó de una alegría desbordante, que seguiría transmitiendo a lo largo de toda su vida, convertida en apóstol de apóstoles.
María Magdalena tuvo el valor que no tuvieron la mayor parte de tus discípulos de estar al pie de tu cruz. La fiesta de hoy hace presente el papel tan importante de la mujer en la Iglesia, y a mí me motiva a pedir perdón por mis cobardías, y también la gracia de mi conversión, para poder estar siempre, con la ayuda de mi Madre, en donde tú quieres.
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdotes míos: arrepiéntanse y crean en el Evangelio, porque del polvo fueron hechos y al polvo volverán. Conviértanse, porque días han de venir en que ya no habrá tiempo. Hoy es tiempo.
El que come mi Carne y bebe mi Sangre no morirá, y vivirá para siempre. Yo los envío a caminar en el mundo hasta el cansancio, para subir a mi cruz y unir sus pies a los míos, compartiendo el mismo clavo, el mismo dolor, el mismo sacrificio, para morir y resucitar conmigo, para vivir en el gozo de mi encuentro y en la plenitud de mi gloria.
Yo los he llamado a ustedes primero, a los que se han quedado al pie de la cruz, acompañando a mi Madre, y a los que se han ido y la han dejado sola en medio de su dolor, y a mí me han abandonado, en medio de sufrimiento y de agonía.
Es Ella quien los llama, para que vuelvan a mí.
Es Ella quien los convoca, para reunirse en torno a mí.
Es Ella quien les da de beber de mi Sangre, porque ya no tienen vino.
Atiendan su llamado, que es para todos.
Ella llama a todos:
– a los que se quedan al pie de mi cruz, pero no suben conmigo;
– a los que se han ido, para que regresen;
– a los que se suben a mi cruz, para que permanezcan y mueran al mundo conmigo;
– a los que tienen miedo;
– a los que están cansados;
– a los que pierden la esperanza;
– y a los que les falta fe.
Este es un llamado de misericordia, que por gratuidad y amor entrega a sus hijos más amados: a los que viendo no ven y oyendo no oyen, mis elegidos, mis enviados, mis amigos.
Amigo mío: yo te amo, eres mío. Tú me amas porque yo te amé primero.
Yo te busqué y te encontré, sané tu alma perdonando tus pecados, porque has amado mucho. Transformé tu corazón y te entregué a mi Madre.
Tú me has conocido, me has amado y has creído en mí.
Tú me has amado, y has sufrido y has llorado, porque tienes los mismos sentimientos que yo.
Tú también has mojado mis pies con tus lágrimas, y alivias las heridas de mi corazón con tus besos.
Lo que sabes lo has aprendido de mí. Yo soy tu Maestro. Yo te he hecho mi discípulo y te he llamado para ser apóstol, por voluntad de Dios, para entregarme tu vida sirviendo a mi Iglesia.
Quiero darte mi misericordia, para llevarte a Dios.
Quiero que aprendas a creer en mí.
Quiero que me conozcas bien, para que me ames; porque, para amar, primero hay que conocer.
Quiero que aprendas que, por amor, he sido crucificado y muerto en la cruz.
Quiero que aprendas a permanecer con fidelidad al pie de la cruz.
Quiero que aprendas a reconocerme resucitado y vivo, cuando me tienes entregado entre tus manos en el altar.
Quiero que aprendas a recibirme como los santos.
Quiero que aprendas a reparar con actos de amor mi Sagrado Corazón.
Quiero que aprendas a recibirme y a dejarte amar.
Quiero que aprendas a amar.
Quiero que aprendas a orar.
Quiero que aprendas a escucharme, porque yo te llamo por tu nombre.
Yo soy la Palabra viva, y soy el mismo ayer, hoy y siempre.
Quiero que aprendas a vivir en la verdad.
Quiero que aprendas que yo soy la Verdad, y mi Palabra es viva y eficaz, y más cortante que una espada de dos filos.
Quiero que sepas que yo te amo, y por mi amor eres libre.
Quiero que aprendas a decidir quién quieres ser hoy:
¿El que me sigue como discípulo por amor, o por conveniencia?
¿El que lleva mi Palabra y mi misericordia a los demás, para anunciar el Reino de los cielos para que me conozcan y crean en mí, o el que no me sigue?
¿El que me besa y me ama, o el que me besa y me traiciona?
¿El que cree en mí, o el que me juzga injustamente?
¿El que carga la cruz conmigo, o el espectador que solo ve pasar a Dios por su vida?
¿El que camina conmigo a pesar del sufrimiento, o el indiferente?
¿El que llora por mí, o el que me crucifica?
¿El amigo fiel que permanece conmigo al pie de mi cruz, o el que me abandona?
¿El que me vela y embalsama con sus lágrimas, o el que me deja solo en el sepulcro?
¿El que me escucha y me reconoce resucitado y vivo en la Eucaristía, o el que no cree en mí?
Amigo mío: no tengas miedo, que yo te he rescatado, te he llamado por tu nombre. Tú eres mío.
¡Escúchame! Porque el que me escucha me reconoce. Yo lo conozco y él me sigue. Yo le doy la vida eterna y no perecerá jamás, y nadie lo arrebatará de mi mano.
Yo soy el Buen Pastor y conozco a mis ovejas, y ellas me conocen a mí.
Yo soy el Buen Pastor, que da la vida por sus ovejas.
Las santas mujeres que siempre acompañaron a mi Madre permanecieron junto a mí, con fidelidad, al pie de la cruz, imitando a mi Madre, entregando su vida por mis discípulos, con obras de misericordia, acompañándolos y orando por ellos, para que me reconocieran cuando yo los llamara por su nombre, para reunirlos y disponerlos a recibir al Espíritu Santo.
Hoy también hay santas mujeres en la Iglesia.
Mujeres con corazón de madre que oran por ustedes, para que permanezcan reunidos con mi Madre, y sea así, para ustedes, un nuevo Pentecostés.
Santas mujeres que, como María Magdalena, dan testimonio de que han visto al Señor.
Acepten ustedes su ayuda, para que juntos anuncien la buena nueva.
Para que abran sus ojos y me vean.
Para que conviertan su corazón y me crean.
Para que permanezcan en mí como yo permanezco en ustedes.
Para que permanezcan en mi presencia todo el tiempo, porque ese es el Reino de los cielos».
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Madre mía: tú no fuiste al sepulcro porque sabías que tu Hijo había resucitado, pero sí estuviste al pie de la cruz, sosteniendo a Jesús y al discípulo amado. Y luego mantuviste unidos en oración a todos los discípulos y a las santas mujeres, esperando la venida del Espíritu Santo.
En esta hora de la Iglesia eres especialmente modelo para todas las mujeres con corazón de madre, dándoles ejemplo, no solo para permanecer firmes al pie de la cruz, sino para sostenernos a nosotros, tus hijos predilectos, en nuestro ministerio.
Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios, para que, como las santas mujeres, haya ahora también muchas mujeres que sigan tu modelo, para el bien de tu Iglesia; y para que nosotros, tus sacerdotes, estemos dispuestos a recibir ese auxilio.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijos míos, sacerdotes: la luz que brilla en mi vientre es la Palabra de Dios, que es Palabra viva y eficaz, como la espada de dos filos.
Reciban esta buena nueva, la misma Palabra, para una nueva reevangelización, a través de mi auxilio y misericordia, por la que las mujeres con corazón de madre son esperanza.
Yo ruego que ustedes, mis hijos sacerdotes, estén dispuestos a recibir mi auxilio a través de las mujeres que me acompañan, la compañía de María, porque han demostrado mucho amor al Cristo muerto, resucitado y vivo.
Y les doy este tesoro de mi corazón: mi celo apostólico. Para que este celo por la casa del Padre los devore.
Celo apostólico para cumplir su misión y entregarse totalmente a la construcción de la obra de Dios.
Celo apostólico para poner al pie de la cruz a muchas mujeres con corazón de madre, que sean complemento espiritual para ustedes, mis hijos sacerdotes, porque han sido creadas de la costilla del hombre a imagen y semejanza de Dios.
Celo apostólico para que las mujeres con corazón de madre sean santas, y conmigo pisen la cabeza de la serpiente.
Celo apostólico para pedir constantemente los dones del Espíritu Santo y las gracias para la santidad de cada uno de ustedes, mis hijos sacerdotes.
Celo apostólico para conseguir verdaderos apóstoles de Cristo».
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Santa María Magdalena:
Tú que viste a Jesús golpeado con los látigos que abrieron su carne mientras brotaba su preciosa sangre…
Tú que lo viste humillado, ensangrentado, coronado de espinas, entre burlas y gritos de desprecio…
Tú que lo viste cargando una pesada cruz, entre una multitud que solo lo veía, sin hacer nada por él…
Tú que lo viste crucificado en una cruz, y viste la lanza de un soldado lavada con la preciosa sangre de tu Señor, y su corazón expuesto, del que brotaba sangre y agua…
Tú que te quedaste al pie de esa cruz, acompañando a una mujer que consolaba a un hombre, mientras una espada le atravesaba el alma. Eran su Madre y su discípulo, el más pequeño, el más amado…
Tú que lloraste y sufriste, mojando sus pies con tus lágrimas mientras lo adorabas…
Tú que lo viste muerto, sin vida, y luego, envuelto en un lienzo, ser colocado en un sepulcro, que fue cerrado con una enorme y pesada piedra…
Tú que te quedaste velando y adorando su precioso cuerpo inerte junto al sepulcro, en donde todo era muerte…
Tú que sentiste ante el sepulcro el más desgarrador de los sufrimientos, que nadie hubiera imaginado jamás, el dolor de un mundo vacío, sin Cristo, sin Dios…
Tú que viste al tercer día la piedra removida y el sepulcro vacío, donde ya no estaba el cuerpo de Jesús…
Tú que lloraste en silencio, y que tus lágrimas no te dejaron ver su cuerpo glorioso; pero luego lo escuchaste cuando te llamó por tu nombre…
Tú que viste a Jesús, resucitado y vivo, y lo reconociste al oír su voz…
Enséñame a mí a ver en el Sagrario ese sepulcro abierto que guarda la vida, a amar a Cristo, a servir a Cristo, a sufrir por Cristo, a llorar por Cristo, a adorar a Cristo, a acompañar a Cristo, a escuchar a Cristo, y a reconocer en mis manos, su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, en la Eucaristía.
¡Muéstrate Madre, María!