94. TRAER A LAS OVEJAS – AMAR A JESÚS
EVANGELIO DEL VIERNES DE LA SEMANA VII DE PASCUA
Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas.
+ Del santo Evangelio según san Juan: 21, 15-19
En aquel tiempo, le preguntó Jesús a Simón Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?”. Él le contestó: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis corderos”.
Por segunda vez le preguntó: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?”. Él le respondió: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Pastorea mis ovejas”.
Por tercera vez le preguntó: “Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?”. Pedro se entristeció de que Jesús le hubiera preguntado por tercera vez si lo quería, y le contestó: “Señor, tú lo sabes todo; tú bien sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis ovejas.
Yo te aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías la ropa e ibas a donde querías; pero cuando seas viejo, extenderás los brazos y otro te ceñirá y te llevará a donde no quieras”. Esto se lo dijo para indicarle con qué género de muerte habría de glorificar a Dios. Después le dijo: “Sígueme”.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: la escena me llena de emoción. Abres tu corazón y quieres que Pedro abra el suyo. Muestras tus sentimientos, y quieres que Pedro muestre los suyos.
Te interesaba que la Roca sobre la que edificarías tu Iglesia fuera un hombre que sabe amar. Y se lo preguntas tres veces. No porque tuvieras duda (porque tú lo sabes todo), sino porque querías escucharlo de sus labios, porque eso compromete.
Y porque eres hombre verdadero, y tienes un corazón de hombre, y te agrada escuchar las muestras de amor de los hombres. Tú eres el Amor, y dejaste a tus discípulos el mandamiento del amor. Y les pediste que amaran con obras, dando la vida por los hermanos.
Eso me lo pides especialmente también a mí, sacerdote tuyo. Reconozco que me cuesta utilizar palabras de hombre enamorado. No me sale fácil decir “te amo”. Pero sé que la boca habla de lo que hay en el corazón.
Si mi corazón está lleno de amor por ti te lo tengo que decir. Jesús, te lo tengo que decir muchas veces en mis ratos de oración y también a lo largo del día. Tengo que ser un hombre enamorado de ti, que no se canse de hablarte de amor, con las palabras y con las obras.
Señor, yo quiero que tu Espíritu Santo llene mi corazón y encienda en mí el fuego de tu amor. ¿Cómo puedo aprovechar mejor mis ratos de oración para encender ese fuego?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdotes míos: reciban el fuego de mi Espíritu, para que arda en ustedes mi celo apostólico, y vean lo que yo, Sumo y Eterno Sacerdote veo, y sientan como yo siento, y quieran lo que yo quiero.
Reciban, por infusión del Espíritu, los Dones para actuar en este mismo deseo, y en el cumplimiento de su servicio y entrega, para la salvación de todas las almas.
Reciban las gracias que mi Madre les ofrece, para perseverar en la caridad, en la entrega y en el amor.
Sacerdotes, pastores de mi pueblo: yo soy Jesucristo, hijo único de Dios, nacido de una mujer pura, para ser en todo como ustedes, menos en el pecado. Porque he venido a liberarlos del pecado, a sacar a mi pueblo de la opresión, de las cadenas de la prisión del mundo. Ustedes, entonces, no son de este mundo. Pero sean como yo, y liberen conmigo al mundo.
Pastores míos: traigan a sus rebaños, que son como ovejas que se mantienen juntas y siguen al pastor, y sean como yo, que he entregado a todas a salvo, menos una, que debía perderse.
Entreguen ustedes a todas las que les han sido confiadas en su redil, menos una, cuando esa una no sea oveja, sino lobo disfrazado de oveja.
Dispérsense ustedes por el mundo, porque yo los envío, pero manténganse en unidad en la Roca que he puesto, como yo, como piedra angular, y manténganse en la fidelidad de mi Iglesia.
Y vayan y prediquen, y llévenme a todos los rincones del mundo.
Y llamen y corrijan, y enamoren, una vez y otra vez.
Pero, si aun así no quieren venir, dejen a la cizaña que sea cizaña y al fruto que sea fruto, y tráiganlas a mí, para que ni una sola de las mías se pierda.
Sean santos, como mi Padre es Santo.
Sean sacerdotes como yo.
Sean pastores como yo.
Sean hermanos como yo.
Sean amigos como yo.
Sean hijos como yo, y permanezcan en mi Espíritu, que es del Padre y del Hijo, para que sean como yo, y estén dispuestos a dar su vida por mis ovejas.
Amigos míos: yo los amo más que a las aves del cielo y que a los lirios del campo.
Los amo tanto, que hasta los cabellos de su cabeza están contados.
No se preocupen por lo que han de comer o lo que han de beber, o con lo que han de vestir. Busquen primero el Reino de Dios, y todo lo demás yo se los daré.
No se preocupen del mañana, yo estoy con ustedes todos los días de su vida.
Los amo tanto, que dejé la gloria de mi Padre para ir a buscarlos.
Los amo tanto, que entregué por ustedes mi vida, hasta la muerte, para encontrarlos, y una muerte de cruz.
Los amo tanto, que en mi resurrección les doy la vida.
Los amo tanto, que me quedo con ustedes, y me hago suyo para hacerlos míos, cada día, en la Eucaristía.
Los amo tanto, que les doy a mi Madre, como madre y como compañía.
Los amo tanto, que les doy la espada de su corazón, para atravesar el suyo y unirlo al mío, al de ella.
Los amo tanto, que los hago mis amigos, mis sacerdotes, para que sean como yo, y se mantengan unidos a mí.
No hay amor más grande que el que da su vida por sus amigos. No hay amor más grande que el mío.
Demuéstrenme ustedes el amor que me tienen. Yo les pido que, por mi amor, sirvan a Roma.
Apacentar a mis corderos, amigos míos, es lo que le he pedido a Pedro. Es pedirle que lleve la paz al mundo. No como la da el mundo, sino la paz fruto de los dones del Espíritu.
Haciendo mis obras es como demuestran que aman a Dios por sobre todas las cosas, y al prójimo como lo amo yo.
Sé que ustedes me aman. Me han demostrado que tienen mucho amor.
Sé que aborrecen el pecado, y que no quieren ofender a Dios. Yo ya los he perdonado.
Ustedes son uno conmigo. Ya me entregaron libremente su voluntad, y yo los tomé.
Ustedes son mis siervos, y yo los llamo amigos, porque los amo.
Sacerdote mío: ya no eres tú quien vive en ti, ¡soy yo!
Y estoy aquí para ayudar a mi vicario, al que yo he puesto al frente para dirigir mi Iglesia; al que yo le he llamado Pedro, para apacentar a mi rebaño. Sé que me ama y quiere demostrarlo. Sobre él ha sido enviado el Espíritu Santo. Ayúdale tú.
La mejor manera de apacentar a las ovejas es traerlas hacia mí con la ayuda de mi Madre. Cuando un niño pequeño está inquieto no hay mejor remedio que los brazos de su madre, para apacentar.
Es así como tú le ayudarás a mi vicario: lleva la compañía de mi Madre junto a cada una de tus ovejas, para ayudarlas, para auxiliarlas, para darles la ternura y el amor de la Madre de Dios. Y que la paz de Cristo abunde en el corazón de cada una. Y reciban, en medio de esa paz, con el corazón abierto, los dones que el Espíritu Santo les quiere dar.
Que la Reina de la paz esté con todos ustedes.
Que su alegría y su paz apacienten a mi rebaño.
Yo quiero que ustedes, mis amigos, aprendan a decir: Jesús ¡te amo!»
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Madre mía: te amo, te amo, te amo. Enséñame a amar a tu Hijo como lo amas tú. Intercede para que el Divino Paráclito inunde mi corazón con sus dones, para amar con obras y de verdad a la Iglesia de Dios.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijos míos, sacerdotes: yo los reúno bajo la protección de mi manto, para que permanezcan unidos para recibir al Espíritu Santo, que vendrá como lenguas de fuego bajado del cielo, e infundirá en sus corazones los Dones de Dios, para caminar en el camino de santidad, que es Cristo.
Confíen en mí. Entréguenme su corazón y lleven a cabo su misión.
Adoren la Sangre preciosa de mi Hijo en el cáliz, y su Carne en la patena. La sangre es fuente de vida, y la carne es la vida. Coman y beban todos de Él, para que tengan el conocimiento de la verdad y la vida eterna, por Cristo, con Él, y en Él.
El trabajo es mucho y los obreros pocos. Reciban toda la ayuda que yo les doy. El trabajo en equipo, en unidad, para que tenga fuerza.
Yo les daré un tesoro de mi corazón: la paciencia, para que con paciencia apacienten a las ovejas, para que caminen con constancia, para que no se detengan, pero que no tengan prisa. Porque no por muy rápido caminar se llega más lejos, cuando el destino es el mismo, es el único, es uno.
Apacentar a las ovejas es guiarlas en el camino seguro, dirigirlas con sabiduría, hablarles con claridad, enseñarles la verdad, dar testimonio de fe, darles esperanza, tratarlas con caridad, darles seguridad, fortalecer su confianza, formarlas, sumergirlas en la misericordia.
Acompáñenme a apacentar a las ovejas de mi rebaño.
Mi deseo es que ustedes, mis hijos sacerdotes, sean como niños.
El deseo de ustedes es verme sonreír.
Todo les será concedido cuando hagan todo lo que les he pedido, y mi deseo sea cumplido. Acompáñenme».
¡Muéstrate Madre, María!
TRAER A LAS OVEJAS – AMAR A JESÚS
EVANGELIO DE LA FIESTA DE SAN JUAN PABLO II, PAPA
Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas.
Del santo Evangelio según san Juan: 21, 15-19
En aquel tiempo, le preguntó Jesús a Simón Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?” Él le contestó: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis corderos”.
Por segunda vez le preguntó: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?” Él le respondió: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Pastorea mis ovejas”.
Por tercera vez le preguntó: “Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?” Pedro se entristeció de que Jesús le hubiera preguntado por tercera vez si lo quería, y le contestó: “Señor, tú lo sabes todo; tú bien sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis ovejas”.
Yo te aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías la ropa e ibas a donde querías; pero cuando seas viejo extenderás los brazos y otro te ceñirá y te llevará a donde no quieras”. Esto se lo dijo para indicarle con qué género de muerte habría de glorificar a Dios. Después le dijo: “Sígueme”.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: celebramos la fiesta de uno de los más grandes Papas que ha habido en la historia de la Iglesia, y nos llenamos de alegría.
Un Papa con una vida muy santa, que motivó al pueblo de Dios a pedir su canonización cuanto antes. Muchos esperábamos poder verlo en los altares, para celebrar su memoria y encomendarnos a él, y hoy lo hacemos, agradeciéndoselo a Dios.
Un Papa que desde el primer día se caracterizó por su espíritu misionero, llevando tu Palabra a los cinco continentes, y pidiéndonos a gritos que no tengamos miedo, que abramos las puertas a Cristo.
Un Papa que puso una especial atención a la familia, y se caracterizó por su gran amor por los jóvenes, por impulsar el diálogo con los judíos y los representantes de otras religiones.
Un gran pastor, que daba constantemente la vida por sus ovejas.
La escena del evangelio que hoy meditamos nos hace pensar en el ministerio petrino. Tú abres tu corazón y quieres que Pedro abra el suyo. Muestras tus sentimientos, y quieres que Pedro muestre los suyos.
Te interesaba que la Roca sobre la que edificarías tu Iglesia fuera un hombre que sabe amar. Y se lo preguntas tres veces. No porque tuvieras duda (porque tú lo sabes todo), sino porque querías escucharlo de sus labios, porque eso compromete.
Y porque eres hombre verdadero, y tienes un corazón de hombre, y te agrada escuchar las muestras de amor de los hombres. Tú eres el Amor, y dejaste a tus discípulos el mandamiento del amor. Y les pediste que amaran con obras, dando la vida por los hermanos.
Eso me lo pides especialmente también a mí, sacerdote tuyo. Reconozco que me cuesta utilizar palabras de hombre enamorado. No me sale fácil decir “te amo”, pero sé que la boca habla de lo que hay en el corazón.
Si mi corazón está lleno de amor por ti te lo tengo que decir. Jesús, te lo tengo que decir muchas veces en mis ratos de oración y también a lo largo del día. Tengo que ser un hombre enamorado de ti, que no se canse de hablarte de amor, con las palabras y con las obras.
Señor, yo quiero que tu Espíritu Santo llene mi corazón y encienda en mí el fuego de tu amor. ¿Cómo puedo aprovechar mejor mis ratos de oración para encender ese fuego?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdotes míos: reciban el fuego de mi Espíritu, para que arda en ustedes mi celo apostólico, y vean lo que yo, Sumo y Eterno Sacerdote veo, y sientan como yo siento, y quieran lo que yo quiero.
Reciban, por infusión del Espíritu, los Dones para actuar en este mismo deseo, y en el cumplimiento de su servicio y entrega, para la salvación de todas las almas.
Reciban las gracias que mi Madre les ofrece, para perseverar en la caridad, en la entrega y en el amor.
Sacerdotes, pastores de mi pueblo: yo soy Jesucristo, hijo único de Dios, nacido de una mujer pura, para ser en todo como ustedes, menos en el pecado. Porque he venido a liberarlos del pecado, a sacar a mi pueblo de la opresión, de las cadenas de la prisión del mundo. Ustedes, entonces, no son de este mundo. Pero sean como yo, y liberen conmigo al mundo.
Pastores míos: traigan a sus rebaños, que son como ovejas que se mantienen juntas y siguen al pastor, y sean como yo, que he entregado a todas a salvo, menos una, que debía perderse.
Entreguen ustedes a todas las que les han sido confiadas en su redil, menos una, cuando esa una no sea oveja, sino lobo disfrazado de oveja.
Dispérsense ustedes por el mundo, porque yo los envío, pero manténganse en unidad en la Roca que he puesto, como yo, como piedra angular, y manténganse en la fidelidad de mi Iglesia.
Y vayan y prediquen, y llévenme a todos los rincones del mundo.
Y llamen y corrijan, y enamoren, una vez y otra vez.
Pero, si aun así no quieren venir, dejen a la cizaña que sea cizaña y al fruto que sea fruto, y tráiganlas a mí, para que ni una sola de las mías se pierda.
Sean santos, como mi Padre es Santo.
Sean sacerdotes como yo.
Sean pastores como yo.
Sean hermanos como yo.
Sean amigos como yo.
Sean hijos como yo, y permanezcan en mi Espíritu, que es del Padre y del Hijo, para que sean como yo, y estén dispuestos a dar su vida por mis ovejas.
Amigos míos: yo los amo más que a las aves del cielo y que a los lirios del campo.
Los amo tanto, que hasta los cabellos de su cabeza están contados.
No se preocupen por lo que han de comer o lo que han de beber, o con lo que han de vestir. Busquen primero el Reino de Dios, y todo lo demás yo se los daré.
No se preocupen del mañana, yo estoy con ustedes todos los días de su vida.
Los amo tanto, que dejé la gloria de mi Padre para ir a buscarlos.
Los amo tanto, que entregué por ustedes mi vida, hasta la muerte, para encontrarlos, y una muerte de cruz.
Los amo tanto, que en mi resurrección les doy la vida.
Los amo tanto, que me quedo con ustedes, y me hago suyo para hacerlos míos, cada día, en la Eucaristía.
Los amo tanto, que les doy a mi Madre, como madre y como compañía.
Los amo tanto, que les doy la espada de su corazón, para atravesar el suyo y unirlo al mío, al de ella.
Los amo tanto, que los hago mis amigos, mis sacerdotes, para que sean como yo, y se mantengan unidos a mí.
No hay amor más grande que el que da su vida por sus amigos. No hay amor más grande que el mío.
Demuéstrenme ustedes el amor que me tienen. Yo les pido que, por mi amor, sirvan a Roma.
Apacentar a mis corderos, amigos míos, es lo que le he pedido a Pedro. Es pedirle que lleve la paz al mundo. No como la da el mundo, sino la paz fruto de los dones del Espíritu.
Haciendo mis obras es como demuestran que aman a Dios por sobre todas las cosas, y al prójimo como lo amo yo.
Sé que ustedes me aman. Me han demostrado que tienen mucho amor.
Sé que aborrecen el pecado, y que no quieren ofender a Dios. Yo ya los he perdonado.
Ustedes son uno conmigo. Ya me entregaron libremente su voluntad, y yo los tomé.
Ustedes son mis siervos, y yo los llamo amigos, porque los amo.
Sacerdote mío: ya no eres tú quien vive en ti, ¡soy yo!
Y estoy aquí para ayudar a mi vicario, al que yo he puesto al frente para dirigir mi Iglesia; al que yo le he llamado Pedro, para apacentar a mi rebaño. Sé que me ama y quiere demostrarlo. Sobre él ha sido enviado el Espíritu Santo. Ayúdale tú.
La mejor manera de apacentar a las ovejas es traerlas hacia mí con la ayuda de mi Madre. Cuando un niño pequeño está inquieto no hay mejor remedio que los brazos de su madre, para apacentar.
Es así como tú le ayudarás a mi vicario: lleva la compañía de mi Madre junto a cada una de tus ovejas, para ayudarlas, para auxiliarlas, para darles la ternura y el amor de la Madre de Dios. Y que la paz de Cristo abunde en el corazón de cada una. Y reciban, en medio de esa paz, con el corazón abierto, los dones que el Espíritu Santo les quiere dar.
Que la Reina de la paz esté con todos ustedes.
Que su alegría y su paz apacienten a mi rebaño.
Yo quiero que ustedes, mis amigos, aprendan a decir: Jesús ¡te amo!»
+++
Madre mía: te amo, te amo, te amo. Totus tuus, María. Enséñame a amar a tu Hijo como lo amas tú. Intercede para que el Divino Paráclito inunde mi corazón con sus dones, para amar con obras y de verdad a la Iglesia de Dios.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijos míos, sacerdotes: yo los reúno bajo la protección de mi manto, para que permanezcan unidos para recibir al Espíritu Santo, que vendrá como lenguas de fuego bajado del cielo, e infundirá en sus corazones los Dones de Dios, para caminar en el camino de santidad, que es Cristo.
Confíen en mí. Entréguenme su corazón y lleven a cabo su misión.
Adoren la Sangre preciosa de mi Hijo en el cáliz, y su Carne en la patena. La sangre es fuente de vida, y la carne es la vida. Coman y beban todos de Él, para que tengan el conocimiento de la verdad y la vida eterna, por Cristo, con Él, y en Él.
El trabajo es mucho y los obreros pocos. Reciban toda la ayuda que yo les doy. El trabajo en equipo, en unidad, para que tenga fuerza.
Yo les daré un tesoro de mi corazón: la paciencia, para que con paciencia apacienten a las ovejas, para que caminen con constancia, para que no se detengan, pero que no tengan prisa. Porque no por muy rápido caminar se llega más lejos, cuando el destino es el mismo, es el único, es uno.
Apacentar a las ovejas es guiarlas en el camino seguro, dirigirlas con sabiduría, hablarles con claridad, enseñarles la verdad, dar testimonio de fe, darles esperanza, tratarlas con caridad, darles seguridad, fortalecer su confianza, formarlas, sumergirlas en la misericordia.
Acompáñenme a apacentar a las ovejas de mi rebaño.
Mi deseo es que ustedes, mis hijos sacerdotes, sean como niños.
El deseo de ustedes es verme sonreír.
Todo les será concedido cuando hagan todo lo que les he pedido, y mi deseo sea cumplido. Acompáñenme».
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San Juan Pablo II: Muchas veces, durante tu largo pontificado, mostraste un gran amor por los sacerdotes. Entre otras cosas, nos escribías unas hermosas cartas cada año, el Jueves Santo. Háblanos hoy, con ocasión de tu fiesta, de la misión del sacerdote.
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«Sacerdotes de Dios: no tengan miedo.
Los sacerdotes deben permanecer listos, al pie del altar, esperando a la novia que es la santa Iglesia, para desposarse con ella.
La misión del sacerdote es preparar a la novia para desposarse con el novio, que está a la puerta y llama para celebrar las bodas del Cordero y cantar “Aleluya”, porque ha establecido su reinado el Señor Dios todopoderoso.
La misión del sacerdote es darle gloria a Dios engalanando a su Esposa, con mucho amor al Esposo y vistiéndola de fiesta, porque han llegado las bodas del Cordero.
La misión de los fieles es darle gloria a Dios ayudando a los sacerdotes a aceptar y recibir la gracia y la misericordia de Dios, para que tengan mucho amor al Esposo, y con Él sean partícipes de las bodas del Cordero. Dichosos los invitados al banquete de bodas del Cordero.
Sacerdotes de Dios: yo intercedo para que aumente su fe, para que sigan a Cristo, para que mantengan la inocencia de un niño, la sabiduría de un viejo, y la fortaleza de un joven. Es la juventud la riqueza de un pueblo, la energía, el motor.
Pido que mantengan sus corazones jóvenes encendidos en el fuego del amor de Dios para que caminen seguros, valientes, confiados en su misión: predicar el Evangelio a todos los hombres, a todos los pueblos, a todas las naciones, llevar a Cristo a todos los rincones del mundo.
Consideren que todo ha sido creado por un solo creador, Dios todopoderoso, que ha puesto todo al cuidado de los hombres, y les ha dado el dominio sobre tierras y mares, sobre fieras y animales. Pero el hombre ha sucumbido como una plaga, arrasándolo todo a su paso dominado por el ansia de poder y de riquezas. Y en su ambición, lo ha perdido todo, llevándolo hacia la destrucción del mundo y de sí mismo en la apostasía que lleva a la muerte.
Pero amó Dios tanto al mundo, que envió a su único hijo para nacer como hombre, para vivir entre los hombres, para salvarlos a todos. Y, amando al extremo, se quedó entregándose continuamente en la Eucaristía, Don de Dios, que es pan vivo bajado del cielo, haciéndose en su omnipotencia más pequeño que el hombre, para ser alimento de vida eterna, encuentro íntimo entre Dios y el hombre, unión de la divinidad trinitaria con la humanidad, por Cristo, con Cristo y en Cristo.
Es la Eucaristía carne viva de Dios. Alimento que da vida. Camino de salvación, verdad, amor, alianza para la santificación.
Es tiempo de que ustedes, sacerdotes, regresen, se reúnan en torno a Cristo, para que sean fortalecidos. Es tiempo de que escuchen el llamado de María, a la unión, a la oración, a la santificación. Es tiempo de reunir a todos los pueblos en un solo pueblo santo de Dios.
Sacerdote: sigue caminando, no te detengas, hay un solo camino. Jesucristo es el camino. Yo te acompaño y agradezco a Dios las gracias que ha derramado sobre ti, para el bien de muchos.
Acompaña a María, siempre Virgen, Madre de Dios y Madre nuestra. Mantente bajo la protección de su manto para que nunca te pierdas. Reza el Santo Rosario, intercede y confía. La oración de intercesión es poderosa, es bella, es hermosa, porque es entrega. Interceder por el prójimo es una muestra de amor, que Dios recibe como alabanza.
El sacerdote es como una llave que abre corazones, y cierra lazos uniendo a las personas; es llave de alianza entre Dios y los hombres; es llave que abre la puerta de la gracia, de la misericordia, del perdón. Es la llave que lleva al camino de salvación. Es Cristo que está a la puerta y llama».
¡Muéstrate Madre, María!