22/09/2024

Jn 15, 1-8

VII, n. 35 CAMINO DE PERFECCIÓN – NADA TE TURBE, NADA TE ESPANTE

EVANGELIO DE LA FIESTA DE SANTA TERESA DE JESÚS

El que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante.

+ Del santo Evangelio según san Juan: 15, 1-8

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. Al sarmiento que no da fruto en mí, Él lo arranca, y al que da fruto lo poda para que dé más fruto.

Ustedes ya están purificados por las palabras que les he dicho. Permanezcan en mí y yo en ustedes. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante, porque sin mí nada pueden hacer. Al que no permanece en mí se le echa fuera, como al sarmiento, y se seca; luego lo recogen, lo arrojan al fuego y arde.

Si permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y se les concederá. La gloria de mi Padre consiste en que den mucho fruto y se manifiesten así como discípulos míos”.

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: santa Teresa de Jesús fue una gran mística que nos ha dejado un ejemplo maravilloso de docilidad al Espíritu Santo para cumplir lo que Dios le pedía. Era una tarea difícil, que le iba a implicar mucho sacrificio, pero supo ser obediente a la voluntad de Dios y entregó su vida para el servicio de la Iglesia.

La obra que le pediste para reformar y revitalizar la orden de los Carmelitas, así como sus libros, que representan una de las fuentes más elevadas de conocimiento espiritual, perduran hasta nuestros tiempos y dan mucha gloria a Dios.

Su vida fue un fiel reflejo de lo que avisaba a sus monjas: que las gracias recibidas en la oración son para darnos fuerza para servir a los demás. Aunque Teresa es conocida por lo elevado de las gracias místicas y visiones que recibe, su oración no la apartaba del mundo, sino que hacía que se entregara con especial fuerza y respaldo a las obras que le fueron encomendadas, sufriendo en viajes, discusiones y continuas trabas, burlas y desplantes de sus contemporáneos.

Yo quiero andar su camino de perfección, y aprender a orar como enseñó ella, quien dejó escrito que “No es otra cosa oración mental, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama”.

También quiero abandonarme en ti de tal manera, que mi voluntad y mis acciones sean gobernadas totalmente por ti, bajo la inspiración y dirección del Espíritu Santo, como se lo concediste a Santa Teresa. Su docilidad al Paráclito le dio la fortaleza que la caracteriza.

Jesús: cada vez entiendo más aquello que dijiste a los apóstoles en la Última Cena sobre la conveniencia de que tú te fueras para que pudiera venir el Espíritu Santo. Lo necesitamos mucho.

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdote mío: recibe los dones del Espíritu Santo.

Recibe la Sabiduría y la Ciencia para consolidar tu fe, para que veas con mis ojos, que son los ojos de tu alma.

Recibe la Inteligencia, para que vivas en la verdad y transmitas mi Palabra.

Recibe el don de Consejo, para que actúes con prudencia.

Recibe el don de la Fortaleza, para que te mantengas en la fidelidad y en la obediencia.

Recibe el don de Piedad para que obres con rectitud y con amor.

Recibe el don del Temor de Dios, para que permanezcas en santidad.

Recibe, por la Ciencia, el Entendimiento del amor.

Es toda la creación de un mismo Creador, un solo Dios verdadero por quien todo fue hecho.

Es el creado que debe, por su esencia y naturaleza, alabar a su Creador.

Es el Creador la esencia de la existencia del hombre, y permanece en su interior.

Es el hombre por naturaleza divino, porque está hecho a imagen y semejanza de Dios, creado y llamado a pertenecerle.

Es, por tanto, el hombre por naturaleza bueno.

Son los ojos del alma los que ven desde el interior hacia el exterior, con los ojos de Dios.

Es el pecado que ha dejado un velo que cubre los ojos del alma y los cubre con tinieblas.

Son entonces los ojos del hombre ciegos y, mientras permanece en la oscuridad, solo puede ver externamente.

Yo he venido a develar el velo, a revelar la verdad, para que vean lo que llevan dentro.

Es el Reino de los Cielos el que se construye desde tu interior, que es donde habito yo. Tu velo ha sido quitado, para que veas la luz, para que lleves luz a los que permanecen en tinieblas y el corazón endurecido.

Mírame. He sido expuesto desde mi interior, totalmente abierto, para que me conozcan, para que amen a Dios por sobre todas las cosas.

Amar a Dios por medio del amor mismo que llevas dentro, a través del interior del prójimo, que es otro Templo, y a través de la creación, de la naturaleza, de los astros y de todas las criaturas.

Amar a Dios y a todo lo que Él ha creado.

Amar a Dios y a todos en los que yo habito.

Amar a Dios en ti mismo, en la prudencia de no pecar contra ti, contra el prójimo, contra mí, por temor de ofender a Dios.

Es en esta Ciencia que reafirmas tu fe, para actuar con Inteligencia y Sabiduría en la virtud, fortaleciendo tu alma, para que puedas ver desde afuera hacia dentro, hacia tu intimidad, hasta lo más profundo de tu corazón; para que veas hacia el exterior como veo yo, y obres en la Piedad, y en la prudencia, y en el discernimiento del Consejo, con el Temor de Dios, para que permanezcas en mí como yo permanezco en ti.

Pide estos dones para ti, para que expongas tu interior, para quitar el velo, para que transformes el exterior, llegando hasta el interior de todos los hombres, y convirtiendo los corazones para quitar los velos y disipar las tinieblas. Permite ser expuesto como yo, para que tu entorno sea transformado.

Sacerdote mío ¿por qué vagas por el mundo como oveja sin pastor?

Yo soy el Buen Pastor y conozco a mis ovejas, y ellas me conocen a mí. Porque ¿cómo puedes amar lo que no conoces?

Sacerdote mío: yo vivo en ti. Búscame en tu interior, que ahí es nuestro encuentro, porque es ahí donde yo habito, en el Templo construido en tu interior desde tu esencia, que es esencia de Dios.

Es en la intimidad de la oración mi encuentro contigo, para que me conozcas.

Son tus plegarias dulce miel para mis oídos.

Es tu corazón mi morada.

Es mi amor tu alimento, por la Eucaristía, por la Palabra, por los sacramentos.

Sacerdote mío: recibe el don, recibe la gracia, mantente en la disposición de recibir y de entregar, y todo lo que pidas en mi nombre, mi Padre, que es tan bueno, te lo concederá.

Deja todo, toma tu cruz y sígueme.

Entrégame tu cruz, y toma mi yugo, porque mi yugo es suave y mi carga es ligera.

Une tu sacrificio al mío, porque el mío es un solo sacrificio santo y eterno, de una vez y para siempre, para que tú vivas conmigo.

Mantén tu corazón contrito y humillado, humilde y suave, permaneciendo en mí, como yo permanezco en ti.

Sacerdote, quiero que seas mío y, por ti, mías todas las almas».

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Santa Teresa: acudo a ti para pedirte consejo. Tú, que eres maestra de oración y vida contemplativa, ayúdame a mí, sacerdote, a transformar mi vida en una constante oración, para elevar mi alma a Dios y alcanzar la santidad.

Déjame entrar a tu corazón para escucharte.

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«Sacerdote de Jesucristo: tú eres pequeño, pero serás grande, si permaneces caminando en el camino de la perfección. Ya llevas andado el camino. No te canses, persevera, aunque no veas dónde termina, confía en tu fe.

El camino de la perfección tiene fin y tiene principio: es Cristo. Permanece unido a Él; y por Él, con Él y en Él, darás mucho fruto; no treinta ni sesenta, sino el ciento por uno. Eso es lo que de ti se espera.

Pero debes saber que, para que el árbol bueno dé fruto, debe llover. No depende de ti, depende de aquel a quien perteneces, el amigo perfecto, que derrama, como lluvia, su gracia en abundancia, a los que elige Él como instrumentos para multiplicarla.

¿De qué te sirve labrar la tierra, trabajar de sol a sol, desgastar tu vida, poniendo todo tu esfuerzo en tu trabajo, con el sudor de tu frente, sembrar la semilla, abonar la tierra, si no hay lluvia y si no hay sol?

No habría fruto, y ni siquiera habría vida que brotara de la semilla.

Recibe mi consejo: permanece unido, como el sarmiento a la vid, necesitado para ser alimentado, para tener vida, para producir fruto.

Está muy bien hacer el trabajo, cumplir con tu deber poniendo todo el empeño, cuidando cada detalle, poniendo el corazón completo en cada acto, en cada obra, en cada pensamiento, en cada acción, en cada sacrificio, en cada ofrenda, en cada expiación, en cada deseo, en cada deber, en cada tarea, en cada paso que des. Pero debes también sentarte un momento y esperar con paciencia, dejando a Dios hacer.

Transformar tu vida en oración es pedirle a Dios con todo tu corazón que haga llover y que bendiga tu trabajo con los rayos del sol. Eso es la oración. Y siempre pedir perdón y agradecer, contemplando la grandeza de aquel, que, sin tú merecerlo, te ha entregado su amistad, ha dado por ti su vida para merecerte, de Dios, su heredad, a través de la filiación divina.

El Amigo perfecto es el que da la vida por sus amigos, amando hasta el extremo. Tanto que no solo te da su vida: te une a Él, comparte contigo su espíritu y su cuerpo, te da a su Padre y a su Madre, te hace en todo igual a Él, haciéndose primero Él en todo igual a ti, porque Él te amó primero.

No pretendas entenderlo. Yo muchas veces no lo entendí. Alguna vez hasta le reclamé, diciéndole: ‘si así tratas a tus amigos, con razón tienes tan pocos’.

Pero después entendí que se trataba de Él, no se trataba de mí.

Era Él el que vivía en mí.

Era yo la que había sido tomada y transformada para parecerme a Él.

Era yo un simple instrumento, cuando me perseguían, me traicionaban, me acusaban, me sometían al silencio del encierro, me amenazaban, y se burlaban de mí.

Era Él quien daba la cara por mí.

Más aún en ti, que, por el sacramento, estás configurado con Él, unido a Él en todo momento, abandonado en sus manos para ser usado como un fidelísimo instrumento.

Él da la cara por ti.

Contempla su rostro, fuerte y valiente, guardándote de todo peligro, con sus ojos encendidos en fuego cuando del enemigo te defiende.

Contempla sus manos y sus pies unidos a ti por la cruz, de la que brota el agua de la vida, que como lluvia moja la tierra; y su Corazón del que brotan rayos de sol, para dar vida a la semilla plantada por ti, para dar vida, para dar fruto y perfeccionarte a ti.

Siente tu corazón arder en el fuego vivo del amor de Dios.

Recibe su gracia a través de su Palabra.

Transmite, enseña con su Palabra y con tu ejemplo, con tu alma contemplativa, que para hacer oración se necesita disposición. Todos ustedes, sacerdotes, ya tienen el don. Para eso entregaron su vida a Dios, para servirlo y para hacer oración de adoración e intercesión, pero a algunos el activismo los domina.

No se sientan a esperar con paciencia para dejar a Dios hacer.

No piden a Dios que salga el sol ni que haga llover.

Lo pidió Abraham, lo pidió Elías, lo pidió Moisés, lo pide el que se reconoce a sí mismo miserable, porque sabe quién es, y reconoce en Cristo la vid, y su necesidad de permanecer unido a Él.

Aprende a hacer oración. Yo te ayudo. Aprende de mí.

El camino fue duro, pero aprendí. Dios me tomó y me elevó. Mi alma subió al cielo, pero luego se quedó aquí, esperando día y noche, noche y día, trabajando para entregar el fruto que me llevara de nuevo allí. La alegría que me embarga no se puede describir. Yo ruego a Dios te conceda la paciencia que todo lo alcanza.

Acude a San José, que siempre intercede por ti».

¡Muéstrate Madre, María!