6. CONVERSIÓN DIARIA - SALVAR A LOS PECADORES
EVANGELIO DEL SÁBADO DE LA SEMANA I DEL TIEMPO ORDINARIO
No he venido para llamar a los justos, sino a los pecadores.
+ Del santo Evangelio según san Marcos: 2, 13-17
En aquel tiempo, Jesús salió de nuevo a caminar por la orilla del lago; toda la muchedumbre lo seguía y él les hablaba. Al pasar, vio a Leví (Mateo), el hijo de Alfeo, sentado en el banco de los impuestos, y le dijo: “Sígueme”. Él se levantó y lo siguió.
Mientras Jesús estaba a la mesa en casa de Leví, muchos publicanos y pecadores se sentaron a la mesa junto con Jesús y sus discípulos, porque eran muchos los que lo seguían. Entonces unos escribas de la secta de los fariseos, viéndolo comer con los pecadores y publicanos, preguntaron a sus discípulos: “¿Por qué su maestro come y bebe en compañía de publicanos y pecadores?”.
Habiendo oído esto, Jesús les dijo: “No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Yo no he venido para llamar a los justos, sino a los pecadores”.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: con toda seguridad ya había mucha historia en la vida de Leví antes de que lo llamaras. Él respondió inmediatamente a tu llamado porque su alma se lo estaba pidiendo desde hacía tiempo.
Él reconocía que necesitaba convertirse, y estaba seguro de que tú tenías la solución a su problema. Lo que seguramente no se imaginaba es que no solamente le ibas a dar esa solución, sino que lo querías para ti, para que fuera tu discípulo, para que fuera Apóstol.
Pero había que tener los pies en la tierra: haber recibido la vocación no implicaba dejar de ser pecador. Había que seguir luchando, pero ahora con una ayuda muy especial y muy cercana.
Gracias, Jesús, porque así te siento yo también. Me has dado la vocación al sacerdocio, pero debo seguir luchando, convirtiéndome. Con tu ayuda lo conseguiré, no me dejes.
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdotes míos: mi llamado es claro y fuerte.
Yo los llamo a seguirme, sirviendo a mi Iglesia.
Yo los llamo a salir del mundo para seguirme a mí.
Pero los llamo a permanecer en medio del mundo, porque es en el mundo en donde yo construyo el Reino de los Cielos.
Son ustedes, mis amigos, a los que yo he llamado, y han salido del mundo, lo han dejado todo, han tomado su cruz y me han seguido.
Yo los he llamado para dejar sus redes, para ser mis amigos, para caminar conmigo y hacerlos pescadores de hombres.
Y todo el que deje casa, hermanos, padre, madre, hijos o tierras por mi nombre, recibirá el ciento por uno y la vida eterna.
Pero entre los que yo he llamado muchos primeros serán últimos y muchos últimos los primeros.
Y muchos me seguirán y luego me abandonarán, porque no saben escuchar, y el llamado es todos los días.
Yo los he llamado y los he enviado de dos en dos a anunciar la buena nueva, para que se conviertan y crean en el Evangelio porque el Reino de los Cielos ya está aquí.
Yo pido rogar por ellos al dueño de la mies, porque la mies es mucha y los obreros pocos; rueguen, para que envíe más obreros a su mies.
Yo los envío como corderos en medio de lobos.
Yo los llamo a salir del mundo permaneciendo en medio del mundo, en donde la tentación es constante y el peligro acecha.
Yo pido oración constante, rogando a Dios que se mantengan en la fe, para que su vocación no sea estéril, sino fecunda, que sea su tierra fértil y fructíferas sus obras.
Me ha sido dado todo el poder en los cielos y en la tierra.
Yo los envío como mis discípulos, pero no los envío solos, porque yo estoy con ustedes todos los días de su vida hasta el fin del mundo.
Pídanme lo que quieran y yo se los concederé, porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos»
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Madre mía, Refugio de los pecadores: ayúdame a cumplir siempre la voluntad de Dios.
Ayúdame a convertirme cada día, para estar dispuesto a seguir el llamado de Jesús dejando todas las cosas, echando las redes para pescar vocaciones, cumpliendo con lo que tu Hijo quiere de mí en la construcción del Reino de los Cielos.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijos míos, sacerdotes: yo soy la Madre de Dios, y por Él, que es Dios Hijo, y está sentado en el trono a la derecha de Dios Padre, soy Reina del cielo y de la tierra.
Yo doy auxilio a mis hijos, los profetas, sacerdotes y reyes, para que cumplan la voluntad de quien los ha llamado y los ha enviado, y se haga su voluntad en la tierra como en el cielo, para que no se pierdan, para que sepan escuchar. Y el llamado es todos los días.
Yo quiero la conversión de cada uno de ustedes, mis hijos sacerdotes.
Conversión todos los días, para que estén dispuestos a escuchar el llamado entre el ruido del mundo, para salir del mundo, para dejarlo todo y seguir a Jesús, para seguir sus huellas para ser pescadores de hombres, proclamando la Palabra, construyendo el Reino de los Cielos.
Conversión procurando la humildad, para acudir al llamado con un corazón contrito y humillado, que mi Hijo no desprecia, escuchando el llamado a través de la Palabra, para seguir a Cristo, para obedecer a Cristo anunciando la Buena Nueva, echando redes para pescar almas ciegas y develarlas a la luz del Evangelio, para destapar oídos sordos, para que escuche cada uno, según su vocación, el llamado de Cristo a la conversión y a anunciar que el Reino de los Cielos ya está aquí, en cada uno, para que construyan entre todos un solo Reino, un solo pueblo Santo, una sola Iglesia.
Para que construyan el Reino de los Cielos en cada vocación que escucha el llamado a dejarlo todo, para servir a Dios, siguiendo las huellas del Hijo de Dios, el que ha venido al mundo para salvar al mundo, el que es el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo, el que es sumo y eterno Sacerdote, dejando de ser hombres para hacerse por Él con Él y en Él, como Él: Cristos.
Para que sepan ser como Él y escuchar como escucha Él.
Para que crean en Él y cumplan sus mandamientos.
Para que vivan en el mundo sin ser del mundo.
Para que todos los días escuchen su voz y conviertan sus corazones.
Para que sepan seguirlo, y Él los haga pescadores de hombres.
Para que sea el fruto del trabajo de los hombres ofrecido a Dios en el altar y convertido por sus benditas manos en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo, para alimentar a su pueblo con el pan de la vida.
Que, a través de mi corazón, por el que escuché y dije sí, la Palabra que se hizo carne y habitó entre nosotros, sea escuchada».
¡Muéstrate Madre, María!