10. HOMBRES NUEVOS – SACERDOTE RENOVADO
EVANGELIO DEL LUNES DE LA SEMANA II DEL TIEMPO ORDINARIO
Mientras el novio está con ellos, no pueden ayunar.
+ Del santo Evangelio según san Marcos: 2, 18-22
En una ocasión, en que los discípulos de Juan el Bautista y los fariseos ayunaban, algunos de ellos se acercaron a Jesús y le preguntaron: “¿Por qué los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos ayunan, y los tuyos no?”.
Jesús les contestó: “¿Cómo van a ayunar los invitados a una boda, mientras el novio está con ellos? Mientras está con ellos el novio, no pueden ayunar. Pero llegará el día en que el novio les será quitado y entonces sí ayunarán.
Nadie le pone un parche de tela nueva a un vestido viejo, porque el remiendo encoge y rompe la tela vieja y se hace peor la rotura. Nadie echa vino nuevo en odres viejos, porque el vino rompe los odres, se perdería el vino y se echarían a perder los odres. A vino nuevo, odres nuevos”.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: a partir de tu venida a la tierra hablamos del “Nuevo Testamento”, de la “Nueva Alianza”. Lo normal es que a todos nos gusten las cosas nuevas, nos gusta estrenar.
Y se habla mucho de “renovarse”, para dejar lo que ya no resulta provechoso, lo que ya se echó a perder, lo que ya no funciona bien.
Y tú venías a traernos el “Mandamiento nuevo”, el mandamiento del amor. Y advertiste que por amarnos unos a otros nos tenían que conocer a tus discípulos.
Señor, todos debemos despojarnos del “hombre viejo” para transformarnos en “hombres nuevos”, hacernos como niños.
Yo, sacerdote, siento la necesidad de renovarme cada día, para ser odre nuevo de tu gracia, y así poder llevar a todos el vino nuevo de tu salvación.
¿Cómo puedo abrirme más a tu gracia?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdotes míos: yo hago nuevas todas las cosas.
Mi bondad y mi misericordia los acompañan. El velo de sus ojos ha sido quitado, y yo estoy con ustedes todos los días de su vida.
Misericordia quiero y no sacrificios, para que ustedes sean como niños, porque de los niños es el Reino de los Cielos.
Despójense del hombre viejo, que se ha corrompido con las concupiscencias de la carne y de los malos pensamientos, y revístanse del hombre nuevo, en la verdad.
Porque el hombre viejo ha sido crucificado conmigo, y destruido el pecado, para ser renovados y alcanzar la perfección en mi cuerpo resucitado.
Despójense de las tinieblas y revístanse de la luz.
Yo hago nuevas todas las cosas en la cruz, en donde me entrego totalmente. Entrego mi cuerpo y entrego mi espíritu, para la salvación de los hombres, derramando la misericordia desde mi Sagrado Corazón, para que, a través de los sacramentos, encuentren el camino de la verdad para la vida eterna. Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida.
Los sacramentos los revisten de hombres nuevos, con la gracia del Espíritu Santo, y los transforman en odres nuevos, para recibir el vino nuevo en el que yo me entrego, en Eucaristía, que es el templo que el hombre viejo ha destruido y yo he reconstruido, y está resucitado y vivo, porque si los odres están viejos se rompen y el vino nuevo se derrama, y no se aprovecha.
Permanezcan al pie de mi cruz, acompañando a mi Madre, porque, a través de su corazón, yo renuevo constantemente todas las cosas.
Sacerdotes míos: mi Madre me enseñó a ver y a atender las necesidades de mis amigos, a amarlos hasta dar la vida por ellos, también en las cosas más pequeñas. Porque nadie tiene un amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Y siempre me ayudaron sus consejos.
Un día en una fiesta me hizo ver que ya no había vino. La fiesta era una boda, y el novio de la boda era mi amigo. Y me conmovió su interés y su compasión, pero sobre todo su amor por mis amigos. Y yo hice lo que ella me pidió, aunque aún no había llegado mi hora. Y ese era un momento de gran alegría.
Y acompañándome en la cruz, de la que pendía casi sin vida, ella, en medio del sufrimiento, volvió a pensar en mis amigos, y en ayudarme a entregar mi vida totalmente, hasta el extremo, para dar cumplimiento a mi misión.
Me consoló cuando mis amigos me habían abandonado, y me recordó que mi misión no era solo abrir la puerta redentora para la salvación, sino conducirlos en el camino para entrar por esa puerta, porque el Espíritu Santo estaba con ella.
Y pidiendo misericordia para ellos dijo: “Hijo, mira, no todos se han ido. No te olvides de tus amigos”. Y haciéndola partícipe todo el tiempo de mi obra redentora, y adelantando la hora de mi misericordia, le entregué el hijo a la Madre y la Madre al hijo. Y le entregué a todos los hombres como hijos, en el hijo que se queda, para que, a través de su corazón, encuentren el camino seguro de la salvación. Y ella dijo sí, amando hasta el extremo, como yo.
Y fueron engendrados en espíritu en ese corazón, por el Espíritu, para que volvieran a nacer, para ser como niños, transformando al hombre viejo en hombre nuevo.
Eso es la consagración a su Inmaculado Corazón. Ustedes digan sí, como dijo ella, y acéptenla como madre. Y al pie de mi cruz entréguense a la Madre como hijos, para que su corazón, unido al mío, los disponga con docilidad a abrirse a la gracia, para recibir mi misericordia, para convertir sus corazones y transformarlos en odres nuevos, para que reciban el vino nuevo de mi resurrección».
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Madre mía: tú quieres la renovación de mi alma sacerdotal. Te pido que intercedas por mí ante tu Hijo como lo hiciste en las bodas de Caná, para que mi alma se llene hasta los bordes, con la gracia del Espíritu Santo, para servir bien a la Iglesia.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijo mío: el ayuno no es ayunar de Dios. Dios es divino, y el ayuno que yo pido es ayunar del mundo, no de Dios.
Quiero que le den el valor que tiene al sacrificio de mi Hijo Jesucristo. No hay más sacrificio que el suyo. Todo lo demás, comparado con esto, no es nada, hijo. Todo lo que tú pudieras ofrecer, ni siquiera tu muerte, sería suficiente. Nada se compara con el cuerpo y la sangre derramada de la muerte del mismo Dios, el verdaderísimo Dios por quien se vive. En Él morimos todos. Date cuenta, Él es la vida, y sin Él todo es muerte.
Por eso te pido que te alegres, hijo mío, porque tu Señor está vivo, ha resucitado y te ha renovado a ti y a toda criatura, para que en Él encuentren la vida.
En el misterio de la Encarnación de mi Hijo Jesucristo el ángel me anunció y el Espíritu Santo me cubrió con su sombra. Entonces se hizo la voluntad de Dios, llenándome de Él a través de Cristo, que vive en mí.
Es lo mismo, hijo, que pasa en ti, en cada Comunión, en cada Eucaristía. Cristo, que se hace presente a través del Espíritu Santo, que los cubre con su sombra con el poder en tus manos, se hace presente en ti, en Cuerpo, en Sangre, en Alma, en Divinidad. Te llena y te desborda en cada Eucaristía cuando dices sí, y le entregas tu voluntad para que Él entre en ti y viva, y contigo crezca y habite entre los hombres, haciéndote uno con Él, Cristo, que se une al hombre renovado por Él mismo, a través de su único y eterno sacrificio, en el que tú unes tu acción de gracias.
Por tanto, hijo mío, el novio está contigo. El ayuno es del mundo. Ayuna de todo lo que te aleje de Cristo.
Permanezcan, hijos míos, renovándose constantemente con el agua pura y bendita de los sacramentos, porque el vino que yo he pedido a mi Hijo es el mismo Cristo en el que serán transformados ustedes.
¿Entienden el misterio del milagro que yo pedí?
Quiero que ustedes, mis sacerdotes, renueven su alma, para que vivan una verdadera configuración con mi Hijo, y que entiendan que no hay necesidad de grandes sacrificios, sino de grandes obras de amor y de misericordia, porque el novio vive y obra en cada uno de ustedes todos los días de su vida.
Yo te pido, hijo mío, que cumplas mis deseos. Al entregarte en tu vida ordinaria, haciendo todo por amor de Dios, la transformas en una vida extraordinaria y sobrenatural, que es necesaria para alcanzar la santidad.
Todo esto ofrecido por mi hijo amadísimo el Vicario de Cristo, el Papa, conseguirá que las gracias se derramen de arriba hacia abajo, primero para él, y de él para el mundo entero.
Hijos míos: es tiempo de que escuchen y llenen las tinajas de agua para que reciban al mejor de los vinos y lo compartan.
Es tiempo de renovación espiritual, para desechar los odres viejos y conseguir odres nuevos, para que se conserve el vino nuevo y los odres.
Es tiempo de que hagan todo lo que Él les diga, porque ustedes, mis hijos sacerdotes, ya no tienen vino.
Es tiempo de darles de comer y darles de beber con alegría, porque el esposo está con ustedes.
Es tiempo de la disposición del corazón, de aprender a recibir, para que se abran a la gracia y a la misericordia.
Es tiempo de la alegría de volver al amor primero.
Es tiempo de hacerse niños para recordar y acudir al primer llamado.
Es tiempo de renovar las promesas del día de su Ordenación.
Es tiempo de acogerlos como niños, y darles de comer y darles de beber.
Es tiempo de que reciban de su Madre la misericordia.
Es tiempo de unidad entre sacerdotes.
Reciban al Espíritu Santo, porque es tiempo de llenarse de Él, para que les recuerde todas las cosas.
Es tiempo de llenar las tinajas de agua, que es la disposición a la oración, para abrirse a la gracia y a la misericordia a través de su sí, como el sí de María, para despojarse del hombre viejo y vestirse de hombre nuevo, como odres para recibir y contener al mejor de los vinos, que es Cristo.
Mi gracia es la gracia de Dios, y eso les basta».
¡Muéstrate Madre, María!