71. PRIMERO QUE NADA, CARIDAD – RECIBIR LA MISERICORDIA Y HACER EL BIEN
DOMINGO DE LA SEMANA IX DEL TIEMPO ORDINARIO (B)
El Hijo del hombre también es dueño del sábado.
+ Del santo Evangelio según san Marcos: 2, 23-3, 6
Un sábado, Jesús iba caminando entre los sembrados, y sus discípulos comenzaron a arrancar espigas al pasar. Entonces los fariseos le preguntaron: “¿Por qué hacen tus discípulos algo que no está permitido hacer en sábado?”.
Él les respondió: “¿No han leído acaso lo que hizo David una vez que tuvo necesidad y padecían hambre él y sus compañeros? Entró en la casa de Dios, en tiempos del sumo sacerdote Abiatar, comió de los panes sagrados, que solo podían comer los sacerdotes, y les dio también a sus compañeros”. Luego añadió Jesús: “El sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado. Y el Hijo del hombre también es dueño del sábado”.
Entró Jesús en la sinagoga, donde había un hombre que tenía tullida una mano. Los fariseos estaban espiando a Jesús para ver si curaba en sábado y poderlo acusar. Jesús le dijo al tullido: “Levántate y ponte allí en medio”. Después les preguntó: “¿Qué es lo que está permitido hacer en sábado, el bien o el mal? ¿Se le puede salvar la vida a un hombre en sábado o hay que dejarlo morir?”. Ellos se quedaron callados. Entonces, mirándolos con ira y con tristeza, porque no querían entender, le dijo al hombre: “Extiende tu mano”. La extendió, y su mano quedó sana.
Entonces salieron los fariseos y comenzaron a hacer planes con los del partido de Herodes para matar a Jesús.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: en la versión de San Mateo, de este mismo pasaje del Evangelio, se añaden unas palabras tuyas: “Si ustedes comprendieran el sentido de las palabras: Misericordia quiero y no sacrificios”.
Te lamentabas de que los fariseos se fijaran más en la letra de la ley que en la caridad. El sábado se hizo para el hombre.
¿De qué servía cumplir el precepto del sábado si no se hacía por amor? Eso es lo que tú reclamas, que les faltara amor.
Tú entregaste tu vida en la cruz por amor nuestro, y yo debo administrar tu misericordia a través del ministerio sacerdotal. Entiendo que debo sacrificarme contigo por amor.
¿Qué debo hacer para poder permanecer en ti, como tú lo haces en mí?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdotes míos: reciban lo que yo quiero darles, aunque sea en sábado.
Si tan solo ustedes, mis amigos, comprendieran qué es lo que yo quiero: misericordia quiero y no sacrificios.
Misericordia es sacrificio hecho con amor, para el bien de otros, por amor a Dios.
Las obras y los sacrificios hechos sin amor no son agradables a Dios, no sirven para nada. La base de toda gran obra es el amor.
Pero toda obra de misericordia debe realizarse practicando las virtudes, con amor, uniendo sus trabajos y sacrificios al mío en mi cruz, que ese es el único sacrificio agradable al Padre, por el cual se ha derramado la misericordia para el mundo entero.
Mi misericordia es para todos, para los buenos y para los malos, para los ricos y para los pobres, para los justos y para los pecadores, porque todos son necesitados.
Comprendan bien que no quiero holocaustos ni sacrificios, porque el Padre no los aceptaría. Quiero que se amen los unos a los otros como yo los he amado, con misericordia.
Yo me doy para amarlos y estoy con ustedes todos los días de su vida, en Cuerpo, en Sangre, en Alma, en Divinidad, en Eucaristía.
Y los alimento y les doy de beber, y los visto, y los sano, los libero y les doy vida.
Yo soy alimento de vida y fuente de salvación.
Yo soy la resurrección y la vida, el que crea en mí, aunque muera vivirá.
Yo enseño y aconsejo, corrijo y perdono, consuelo y sufro con paciencia sus errores.
Yo ruego al Padre por ustedes, mis amigos, para que los proteja del maligno; y por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí. El que obre conforme a la voluntad de Dios y crea en mí, que apele a mi divina misericordia.
Permanezcan en mí como yo permanezco en ustedes. Si permanecen en mí, y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo conseguirán.
Amigo mío: contempla mi Pasión. El tiempo está cerca. Mis palabras son de agonía. Mírame, estoy a punto de entregar mi vida por ti, para limpiarte, para purificarte, para hacerte mío. Duele… Apenas respiro…
¿Puedes acaso imaginar lo grande, lo valioso que es este sacrificio? ¿Puedes imaginarlo?
Todo un Dios, el único Dios, creador de cielos y tierra, que muere crucificado por su creatura, por amor, para hacerlo suyo, para darle vida y el Paraíso que no merece y que despreció.
¿No crees, amigo mío, que es suficiente este sacrificio para Dios? ¿No crees?
Mira en esta agonía el dolor de mi Corazón, que a través de estos ojos ve el sufrimiento de mi Madre. ¿O es que acaso ya se les olvidó lo que duelen las lágrimas de una madre?
Amigo mío, si un moribundo te pidiera un favor, un último deseo, ¿lo harías?
Hijo, ahí tienes a tu Madre. Ese es mi deseo.
Misericordia, eso es lo que yo quiero, porque el sacrificio ya lo tengo.
Caridad con los demás, eso es lo que mi Madre enseña, obras de amor…
Mira, amigo mío, qué lastimado está mi Corazón. Repáralo. Hazme descansar. Mira qué cansado estoy. Date cuenta de que el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza. Esto que te digo lo vivo, vívelo conmigo.
Mi tiempo se llama eternidad. Te he pedido alegría. No me contradigo. Pero quiero que no olvides que, para darte esa alegría, primero debo morir en esta cruz, y luego resucitar.
Vive conmigo cada momento de mi vida, de mi pasión, de mi muerte y de mi resurrección. Medita todas estas cosas en tu corazón, que, para derramar la misericordia, tengo que padecer esta crucifixión.
Te amo en cada herida, te amo en cada gota de sangre que he derramado, te amo en cada lágrima. Te amo.
Recibe mis mismos sentimientos noche y día, vívelos, porque eso, amigo mío, es estar configurado conmigo».
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Madre nuestra: tú nos has traído a Jesús a la tierra, y Él es la misericordia.
Su sacrificio en la cruz fue suficiente para pagar la deuda debida por nuestros pecados. Pero también nos dijo que el que quiera ser su discípulo debe renunciar a sí mismo y tomar su cruz de cada día.
A los hombres nos cuesta hablar de sacrificio, porque implica sufrir. Necesitamos la gracia de Dios para aceptarlo, conscientes de que debemos unirnos al sacrificio de tu Hijo.
¿Cómo entender bien esas palabras de Jesús sobre la misericordia y el sacrificio?
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijo mío, sacerdote: he venido a enseñarte, para que aprendas, lo que quiere decir ‘misericordia quiero y no sacrificios’.
Quiero explicarte lo que pasa cuando contemplas al mismo Cristo pendiente de la cruz, suplicándote misericordia.
Mira hijo, los hombres no han entendido el misterio de la cruz, tienen miedo de participar con Él, porque tienen un rechazo natural al sufrimiento. Si ellos supieran –especialmente ustedes, mis hijos sacerdotes–, que todo el sufrimiento es causado por el pecado, y que todo el pecado ha sido concentrado en mi Hijo crucificado, se darían cuenta de que precisamente ese es el sacrificio: asumir todas sus culpas, morir, pagar sus deudas para darles vida, no solo en esta vida, sino en la vida eterna, en donde todo será alegría, porque la eternidad se vive en Dios y en su gloria. Eso, hijo mío, se llama misericordia.
Participar con Cristo es hacer sus obras. Unirse a la cruz no es sufrir, sino ayudar al que sufre; no es llorar, sino consolar al que llora, al que está triste; no es pasar hambre, sino alimentar; no es morir de sed, sino dar de beber; no es dar lástima, sino dar ejemplo heroico de santidad.
Eso es lo que mi Hijo ha venido a pedirte, eso es lo que ha venido a buscar. Quiere abrir tus ojos para que te des cuenta de que el dueño de todo es Él. Él es dueño de la ley. No hay nadie más grande que Él, no hay nadie a quien debas obedecer sino a aquel que te creó, que te dio la vida, que te amó primero, que te eligió y que te envió como profeta de las naciones a cumplir una gran misión: la consumación puesta en obra del amor de Cristo a su Iglesia. Eso es derramar su misericordia hasta la última gota.
Él es el principio y el fin. Su misericordia es infinita, hijo mío, pero Él ha derramado su sangre aquí, y en esa sangre está contenida esa misericordia.
Hijos míos, sacerdotes: yo soy Madre de misericordia.
La misericordia de Dios es para que alcancen la salvación, que es Cristo.
Él mismo instituyó el sacerdocio para continuar su obra redentora para cada uno de los hombres.
Por eso, hijos, sin sacerdote no hay Cristo y sin Cristo no hay salvación.
Es el sacerdote el administrador de la misericordia, para la salvación. Es el que la recibe y la entrega.
Yo misma no tengo ese poder. Solo el sacerdote configurado con Cristo lo puede hacer.
Recurran a la oración y a mis lágrimas para pedir misericordia.
Yo pido oración, sacrificio y consagración a mi Inmaculado Corazón.
Quiero que comprendan que el sacrificio que yo pido es por el amor, con el amor y en el amor, para servir a los demás.
Su nombre es Misericordia».
¡Muéstrate Madre, María!