23/09/2024

Mc 3, 1-6

12. HACER SIEMPRE EL BIEN – CON EL ARMA DEL AMOR

EVANGELIO DEL MIÉRCOLES DE LA SEMANA II DEL TIEMPO ORDINARIO

¿Se le puede salvar la vida a un hombre en sábado o hay que dejarlo morir?

+ Del santo Evangelio según san Marcos: 3, 1-6

En aquel tiempo, Jesús entró en la sinagoga, donde había un hombre que tenía tullida una mano. Los fariseos estaban espiando a Jesús para ver si curaba en sábado y poderlo acusar. Jesús le dijo al tullido: “Levántate y ponte allí en medio”. Después les preguntó: “¿Qué es lo que está permitido hacer en sábado, el bien o el mal? ¿Se le puede salvar la vida a un hombre en sábado o hay que dejarlo morir?”.

Ellos se quedaron callados. Entonces, mirándolos con ira y con tristeza, porque no querían entender, le dijo al hombre: “Extiende tu mano”. La extendió, y su mano quedó sana. Entonces se fueron los fariseos y comenzaron a hacer planes con los del partido de Herodes, para matar a Jesús.

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: en los pasajes del Santo Evangelio de la misa de los últimos días hemos visto varias veces a los fariseos que te estaban espiando, buscando alguna ocasión para acusarte. Pero siempre sales bien librado, porque tú eres la Sabiduría infinita.

En esta ocasión los fariseos terminan haciendo planes con los herodianos para darte muerte. Estaban enemistados socialmente, pero estaban unidos contra ti.

No vas a morir hasta que llegue tu hora, decretada por el Padre. Pero me hace pensar en tantas ocasiones que el ejercicio del sacerdocio conlleva esos peligros, en el cuerpo y en el alma.

Ser otro Cristo también lleva el riesgo de ser agredido por fuerzas poderosas.

Señor, necesito fe para darme cuenta de que, con tu ayuda, puedo vencer cualquier batalla. Puedo derrotar gigantes, como sucedió con David, el ungido de Dios, cuando derrotó a Goliat, con la fuerza que le diste.

¿Cómo darme más cuenta de que quien a Dios tiene nada le falta?

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdotes míos: yo les he dado todo, hasta la vida. Yo soy el dueño de todo, hasta del sábado. Todo se los he dado, hasta mi vida.

Tengan caridad y mírenme. Miren cada herida, cada clavo y cada espina, y díganme: ¿Por qué no creen en mi amor? ¿Por qué no es suficiente verme crucificado, asumiendo la culpa por sus pecados para darles el paraíso? ¿Acaso hay un amor más grande que el que da la vida por sus amigos?

Miren en mi humanidad mi debilidad; miren cómo he sido despreciado, golpeado; miren que he pasado hambre y sed; mírenme desnudo y recibiendo golpes; miren cómo he sido maldecido y perseguido, calumniado y desechado, tratado como la basura del mundo.

Amigos míos ¿acaso el discípulo es más que su maestro? Caridad, eso es todo lo que ustedes necesitan.

No necesitan médico los que están fuertes, sino los que están mal.

Yo no he venido a curar a los sanos, sino a los enfermos.

No he venido a llamar a justos, sino a pecadores.

Yo no he venido a abolir la ley y los profetas, sino a dar cumplimiento. Y se cumplirá hasta la última letra de la ley. Pero yo les digo que amar al prójimo vale más que todos los holocaustos y sacrificios.

Ustedes han sido llamados para ser luz para el mundo, y que brille su luz delante de los hombres, para que vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en los cielos.

Yo los llamo a mostrarles la luz a los que viven en la oscuridad. Porque sin luz no se puede ver, y el que no puede ver tampoco puede leer.

Yo los llamo para ser voz para los que viven en oscuridad, porque, aunque no vean la luz, sí pueden escuchar.

Yo los envío a abrir los ojos de los ciegos y los oídos de los sordos, para que el que tenga ojos vea y el que tenga oídos oiga.

No tengan miedo de ser vistos haciendo mis buenas obras en medio del mundo. Lo que está permitido siempre es hacer el bien y salvar almas, y eso no está nunca contra la ley.

Yo los envío a llevar la fe, a través de sus obras, para hacerla fecunda haciendo el bien y salvando almas, porque una fe sin obras es una fe muerta.

Yo los envío a llevar esperanza, porque eso también es misericordia.

Yo los envío a llevar caridad, para que se vean los frutos de sus obras, porque por sus frutos los reconocerán.

Yo los envío a servir a mi Iglesia, renovando sus almas, tirando la antigua levadura para que sean una masa nueva, deshaciéndose del hombre viejo, limpiando la casa, vaciándose de ustedes mismos, para que se llenen de mí, para revestirse del hombre nuevo.

Yo los envío como levadura para la masa nueva.

Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen, pero hay ovejas que no creen en mí, porque no son de mi rebaño.

¡Ay de los pastores que dejan perderse y dispersarse a las ovejas de mis rebaños, que las empujan fuera y no las atienden!

Es mejor arrojarlos fuera y echarlos a los lobos, para que los castiguen y recapaciten, y para que no lastimen ni contaminen a mis rebaños con su mal ejemplo.

Los que dirigen a mis rebaños deben sanar primero, para que lleven la salud a los demás.

Yo los envío a ustedes a llevar la salud a los corazones más pobres, los que han fermentado con la antigua levadura, y se han crecido y henchido de vicio y de maldad».

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Madre mía: resulta difícil entender que los fariseos pusieran restricciones a las obras de caridad “por ser sábado”. Estaban dispuestos a acusar a Jesús, cuando manifiestamente sus curaciones eran milagros, obrados por Dios. Como si Dios no pudiera hacer sus obras en su día de descanso. Todos los días son buenos para hacer el bien.

Desgraciadamente a veces sucede eso mismo entre los hombres, cuando algunos se olvidan de que antes que la eficacia está la caridad. Antes de las reglas humanas hay que vivir el amor –bien entendido eso–, estar dispuestos a dejarnos cribar, para unirnos al sacrifico de Cristo y hacernos pan con Él.

Y es que el amor es el primero y más importante de todos los mandamientos. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Es decir, hay que amar, aunque cueste, aunque haya dificultades, aunque esté de por medio la propia honra. Jesús sabía que lo querían matar, acusado por los fariseos de violar el sábado.

Madre, a veces yo me siento débil, me siento pequeño, y me cuesta olvidarme de mí mismo y pensar en los demás: ¡ayúdame a vencer en todas las batallas!

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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«Hijos míos, sacerdotes: yo les agradezco cada vez que celebran el sacrificio de mi Hijo, en el que se han unido en el altar. Quiero que sepan, hijos, que su sacrificio es eterno, es real, es uno conmigo y con el sacerdote, Cristo verdaderamente se hace presente, muere y resucita en el altar. Sacrificio que es renovación.

Verdaderamente sucede, hijos, todos los días, porque todos los días son días del Señor. Y Él hace milagros todos los días, porque todos los días es tiempo de hacer el bien. Él es el bien.

Todos los días es tiempo de misericordia. Él es la misericordia.

Todos los días es tiempo de amar y demostrar el amor a través de la caridad. Él es el amor, y Él se dona a través de la caridad de ustedes.

Por tanto, hijos míos, todos los días es tiempo de que ustedes hagan sus obras.

Todos los días es tiempo de alegría, cuando se vive en el Señor.

Hijos míos, yo les digo que muchos los perseguirán. Por eso bienaventurados los llamarán.

Hay quienes prefieren cumplir las reglas que mostrar la caridad; hay quienes quieren ser perfectos, tratando de perfeccionar por ellos mismos su humanidad.

Yo les digo que eso no es posible. El único perfecto es Cristo, y los hace perfectos a través de su misericordia.

Yo quiero que esas obras de caridad de ustedes sean todos los días, porque todos los días son días de llevar la cruz con alegría. Todos los días es tiempo de compartir con Cristo su único y eterno sacrificio, redimiendo, sanando, curando, purificando.

El sacerdote es corredentor conmigo del milagro más grande, que es la redención de Cristo, para la salvación de los hombres.

Hijos míos, yo les suplico que, aunque sean perseguidos, aunque los amenacen las circunstancias, aunque el cielo se nuble y la tierra tiemble, no duden ni un momento que todo el tiempo deben hacer el bien, y nadie puede impedirles hacer eso.

Ustedes son sacerdotes de Cristo, son Cristo mismo, y en ustedes se cumple la Palabra de Dios, en la que todos los días Él obra milagros, porque Él es dueño del tiempo y de la eternidad, de los hombres, de toda criatura, de todo lo creado. A Él todo el honor y la gloria por siempre.

Yo soy la Madre de Dios y el auxilio de los cristianos. Yo les muestro el camino al paraíso de Cristo. El camino es Él.

Mi auxilio es para que se hagan pequeños como Él, porque el que no se convierta y se haga como niño, no entrará en el Reino de los Cielos.

Mi auxilio es para que, siendo pequeños, derroten gigantes, porque la fortaleza no está en el cuerpo, sino en el espíritu, y no se ganan las batallas con el cuerpo, sino con el alma, y así es como se ganan también las batallas del cuerpo: con la fortaleza del alma, en el espíritu de los hombres de buena voluntad.

Mi auxilio es para que sean fortalecidos por el Espíritu Santo, que con el Hijo y con el Padre es Dios todopoderoso, y es quien da la sabiduría, la ciencia, el entendimiento, el consejo, la fortaleza, la piedad y el temor de Dios. Dones extraordinarios para vencer todas las batallas.

Pero la lucha es todos los días. Lucha por la conversión continua del alma en la vida ordinaria, para alcanzar la santidad, que abre la puerta al paraíso.

La grandeza está en la pequeñez de la humildad y pureza del corazón, que vence al mundo con el amor.

Pequeños, hijos míos, los quiero pequeños, para que derroten gigantes.

Mi Hijo es el Hijo de Dios, y ha vencido al mundo, sin más armas que su amor. Amor para traer a todas las almas a su paraíso, para la gloria de Dios.

Amor del que es todopoderoso y eterno, que humillándose a sí mismo se hizo hombre, y en la pequeñez de un hombre desnudo, sin pertenencias, entregado en manos de los pecados de los hombres, enalteció a los hombres, venciendo al mundo, derrotando al gigante, que es la muerte y todos los pecados del mundo, convirtiendo al hombre en hombre nuevo, mostrando al mundo un camino nuevo para una vida nueva, una vida eterna, ganada para todos por su muerte y su resurrección.

Hijos míos: el tesoro de mi corazón es Cristo, el elegido, el ungido, el que elige y unge a los sacerdotes de su pueblo, y los hace pastores, para que guíen al pueblo elegido como su rebaño, para reunirlo y conducirlo al paraíso.

Mi auxilio es para mis hijos sacerdotes, para que descubran su poder, que por mi Hijo les ha sido dado, para derribar gigantes, para vencer batallas, para guiar al pueblo y construir el Reino de los Cielos, que es el paraíso de Cristo.

Mi auxilio es para que ustedes, mis hijos sacerdotes, se hagan pequeños, y el Espíritu Santo los haga grandes guerreros, para que venzan las batallas del mundo, de las concupiscencias de la carne, de la tentación del pecado, de la dureza de corazón, de la indiferencia y de la pereza de la voluntad, de los miedos que los dominan, de las cadenas de las dudas que los atan y no los dejan obrar con misericordia, para que venzan con el poder de Cristo que está con ustedes todos los días de su vida.

Que con ese poder expulsen demonios, curen a los enfermos, alimenten al pueblo elegido con la Carne y la Sangre del Cordero, que es el Pan vivo bajado del cielo. Que los conduzcan por el Camino que es el Verbo encarnado y es Palabra de vida, para que venzan al mundo, no con armas, sino con el amor, que es Evangelio y Eucaristía».