23/09/2024

Mc 3, 20-21

15. LOCOS DE AMOR – LOCURA DIVINA

EVANGELIO DEL SÁBADO DE LA SEMANA II DEL TIEMPO ORDINARIO

Sus parientes decían que se había vuelto loco.

+ Del santo Evangelio según san Marcos: 3, 20-21

En aquel tiempo, Jesús entró en una casa con sus discípulos y acudió tanta gente, que no los dejaban ni comer. Al enterarse sus parientes, fueron a buscarlo, pues decían que se había vuelto loco.

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: tus propios parientes pensaron que te habías vuelto loco. Ellos eran los que te conocían bien y, a partir de que comenzaste tu vida pública, notaron un cambio tan grande en ti, que no tenía ninguna explicación humana: era una locura.

Tu vida anterior era tan normal, como la de cualquier hombre de tu tiempo, pero tenías que realizar tu misión de predicar el Reino de Dios, y manifestar así tu condición divina: parecía una locura, a los ojos de los hombres.

Señor, yo me doy cuenta de que también la vocación sacerdotal es una locura: no tiene ninguna explicación humana. Dejar tantas cosas “por el Reino de los Cielos”, abandonándose completamente en ti, en tu Misericordia, en tu Providencia...: es una locura.

Pero una locura de amor. Yo quiero volver a ese primer amor, tener siempre presente en mi vida lo que me movió a la locura de entregarte mi vida.

Divino Loco: enséñame a hacer locuras, confiando siempre en tu misericordia.

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdotes míos: vivan con alegría mi locura de amor, en medio del mundo, entre tanta gente.

Yo quiero llevarles a ustedes, mis amigos, mi misericordia, para que sean sanados, alimentados, saciada su sed, vestidos, perdonados, visitados, liberados, acogidos, acompañados, consolados, aconsejados y dirigidos en la conciencia de la vida en santidad.

Déjense herir, déjense tocar, dejen que sus corazones sean expuestos, para que se vea lo que llevan dentro: al Cristo que llaman loco por hacer del mundo un Reino de Sacerdotes para la gloria de Dios.

Permanezcan en mi amor y en mi confianza, abandonados a la providencia divina, haciendo la voluntad de Dios.

Contemplen el poder de Dios que hace obras grandes por una mujer sencilla, de corazón humilde y puro, que creyó, y por su fe dijo sí, aceptando que se hiciera en ella la Palabra de Dios. Yo soy la Palabra.

Miren la obra redentora de su amor, la obra en la que expresa su grandeza, derramando al mundo su misericordia de generación en generación, desde ese vientre de mujer virgen, en el que fue engendrado el Amor.

Contemplen la lógica de Dios, que rebasa el entendimiento de los hombres y su razonamiento, que hace parecer irracional, ilógica, incomprensible, esa voluntad que sobrepasa los límites de la inteligencia y raciocinio de los hombres, locura divina, que no queda más que aceptar, sin entender, sin preguntar.

Voluntad en la que dispersa a los soberbios de corazón, derribando del trono a los poderosos, para enaltecer a los débiles y humildes, confundiendo a los sabios y a los fuertes, a fin de que el que se gloríe, se gloríe en el Señor.

A los hambrientos los colma de bienes, y a los ricos los despide vacíos. Los hambrientos son los corazones contritos y humillados, vacíos del mundo, para ser llenados por las riquezas de Dios. Los ricos son los corazones llenos de las riquezas del mundo, en donde no hay cabida para la grandeza de Dios.

Este es el auxilio que da a su pueblo, esta es su misericordia.

Miren a María, instrumento fiel y puro, que contiene la gracia y la misericordia de Dios en su vientre, para entregar al mundo su amor conducido por la luz.

Miren a José, instrumento fiel y virtuoso, que protege y fortalece en la fe, en la confianza y en la esperanza, al instrumento portador de la luz para el mundo, en la que es realizada la obra de sabiduría y de justicia, salvífica y redentora de Dios, de una sola vez y para siempre.

Mírenme a mí, hombre verdadero y Dios verdadero, glorioso, luminoso, todopoderoso, que contempla el mundo como recreándose con la construcción de su Reino, viendo la realización de la obra de Dios en cada elemento, pidiendo al Padre su protección y sustento, enviando la gracia del Espíritu Santo, a través de la pureza de ese vientre de mujer, que ama tanto».

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Madre nuestra: tú sufriste también esa incomprensión de los otros parientes de Jesús, y supiste mantener tu silencio, sin importarte que juzgaran de loco a tu Hijo.

Enséñanos a dar la vida como Cristo, sin importarnos el juicio de los hombres, sino buscando en todas las cosas la gloria de Dios.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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«Hijitos míos, sacerdotes: yo soy Madre de Misericordia. Yo auxilio a mis hijos e intercedo por ellos hasta el último día.

Mi Hijo vendrá con justicia. Su misericordia es más grande que su justicia, pero justicia se hará. Misericordia que yo les entrego para salvar a los más que pueda, para gloria de Dios.

Ustedes han sido llamados y elegidos entre los locos y débiles del mundo para confundir a los sabios y a los fuertes; ha sido escogido lo que no es, para reducir a la nada lo que es, para que nadie se gloríe en la presencia de Dios, y para que el que se gloríe se gloríe en el Señor.

Ustedes han sido llamados como mártires de amor para dar testimonio del amor de Dios, para que ustedes, que son pequeños, y que los ha enriquecido con abundancia de conocimiento y de la Palabra, sean ejemplo de amor para los sabios y poderosos, para que se vea que Dios no elige a los que más saben, sino a los que más aman.

Yo les pido que reparen el Sagrado Corazón de Jesús, luchando por el triunfo de mi Inmaculado Corazón, dando la vida como Cristo, con locura divina, por amor, para la salvación de las almas».

¡Muéstrate Madre, María!