23/09/2024

Mc 3, 20-35

80. ARMADOS CONTRA EL DEMONIO – LOCURA DIVINA

EVANGELIO DEL DOMINGO X DEL TIEMPO ORDINARIO (B)

Satanás ha llegado a su fin.

+ Del santo Evangelio según san Marcos: 3, 20-35

En aquel tiempo, Jesús entró en una casa con sus discípulos y acudió tanta gente, que no los dejaban ni comer. Al enterarse sus parientes, fueron a buscarlo, pues decían que se había vuelto loco.

Los escribas que habían venido de Jerusalén, decían acerca de Jesús: “Este hombre está poseído por Satanás, príncipe de los demonios, y por eso los echa fuera”.

Jesús llamó entonces a los escribas y les dijo en parábolas: “¿Cómo puede Satanás expulsar a Satanás? Porque si un reino está dividido en bandos opuestos, no puede subsistir. Una familia dividida tampoco puede subsistir. De la misma manera, si Satanás se rebela contra sí mismo y se divide, no podrá subsistir, pues ha llegado su fin. Nadie puede entrar en la casa de un hombre fuerte y llevarse sus cosas, si primero no lo ata. Solo así podrá saquear la casa.

Yo les aseguro que a los hombres se les perdonarán todos sus pecados y todas sus blasfemias. Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo nunca tendrá perdón; será reo de un pecado eterno”. Jesús dijo esto, porque lo acusaban de estar poseído por un espíritu inmundo.

Llegaron entonces su madre y sus parientes; se quedaron fuera y lo mandaron llamar. En torno a él estaba sentada una multitud, cuando le dijeron: ‘‘Ahí fuera están tu madre y tus hermanos, que te buscan”.

Él les respondió: “¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?”. Luego, mirando a los que estaban sentados a su alrededor, dijo: “Éstos son mi madre y mis hermanos. Porque el que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre”.

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: te acusaban de estar poseído por un espíritu inmundo. Qué disparate.

Venías a predicar el amor y la unidad, y el demonio es todo lo contrario: es causante del odio y la división.

Pero el demonio es real, y actúa, y es el padre de la mentira, y por eso engaña y nos presenta la verdad como mentira, y la mentira como verdad. Hasta hace creer a los hombres que las obras de Dios son obras del demonio. Por eso son tan graves los pecados contra el Espíritu Santo: los de quienes se cierran voluntariamente al conocimiento de la verdad.

Hemos de estar prevenidos contra sus insidias, hemos de luchar como guerreros, para vencer en todas las batallas contra ese enemigo.

Sabemos que nuestra Madre Santa María está continuamente pisando la cabeza del demonio, y por eso nos acogemos a su protección.

Los ejércitos que vencen en las guerras son, principalmente, los que permanecen muy unidos.

Señor, yo, sacerdote, ¿cómo debo combatir en las batallas de mi vida diaria para vencer al enemigo?

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdotes míos: es mi deseo que honren, veneren, alaben y amen a mi Madre. El Espíritu Santo está con ella. Y al que diga una palabra contra el Hijo del hombre, se le perdonará, pero al que blasfeme contra el Espíritu Santo no se le perdonará. Por tanto, quien desprecia a mi Madre, desprecia al Espíritu Santo que está con ella.

Dios se complace en su Hijo, que es el fruto bendito que el Espíritu engendra en ella. Por tanto, el Padre se complace en la Madre y en el Hijo a través del Espíritu Santo, al cumplirse su voluntad por voluntad de ellos.

En la Madre, cuando ella entrega a su Hijo a los hombres a través de su maternidad divina.

En el Hijo, cuando hace hijo a cada uno a través del Espíritu Santo, uniéndolos en el Hijo a la Trinidad Divina.

Dichosos los que escuchan mi Palabra y la ponen en práctica.

Dichosos los que han sido acogidos en el vientre que me llevó, y alimentados por los pechos que me criaron.

Dichosos los que oran con fe y la ponen por obra, usando el arma más poderosa que tienen en sus manos: el rezo del Santo Rosario, a través del cual les es revelado el misterio de mi vida, pasión, muerte y resurrección, para que lo hagan suyo y lo vivan, para que encuentren en este misterio su protección, su misión y su propia salvación, viviendo su sacerdocio configurados conmigo, en la alegría de mi resurrección, para que el mundo crea que yo soy el Hijo de Dios, y que estoy vivo.

Yo quiero que ustedes, mis sacerdotes, mis amigos, permanezcan unidos en mí, en un solo cuerpo y un mismo espíritu, porque yo soy la vida eterna.

Cuando ustedes rezan el Rosario invocan la presencia de la Madre de Dios, y ella se hace presente y reza con sus hijos, porque donde haya uno o más reunidos en mi nombre ahí estoy yo en medio de ellos, y mi Madre siempre está conmigo.

El Rosario será arma de protección y auxilio para la renovación de sus almas».

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Madre mía, Señora de las Victorias, Virgen del Rosario: tú estás llena del Espíritu Santo, y el demonio no puede nada contra ti. Él busca dividir y, sobre todo, separarnos de Dios. Tú quieres, como buena madre, mantenernos muy unidos a ti, para estar muy unidos a Dios.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: enséñame a combatir las insidias del enemigo de Dios, para llegar a ser un buen hijo del Padre; a vivir muy unido a tu Hijo, y a ser un digno templo del Espíritu Santo. Déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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«Hijos míos, sacerdotes: la victoria en el campo de batalla en medio del mundo es a través de ustedes, mis guerreros, poniendo su fe en obras, luchando, protegidos con el arma más poderosa que expulsa demonios y es defensa ante los ataques de enemigo, fortaleza y auxilio: el rezo del Santo Rosario.

Así como el Padre se complace en mí y en mi Hijo Jesucristo, yo quiero complacerme en ustedes, a través del Espíritu Santo, que es quien les revela todas las cosas. Tengan paciencia con los demás, pues a ustedes se les han revelado estas cosas, y muchos no entenderán hasta que les sean reveladas por el Espíritu Santo a través de ustedes.

Contemplando mi imagen es como pueden contemplar al Espíritu Santo, que es invisible para sus ojos, pero siempre está conmigo, y que, con mi Hijo y el Padre, es un solo Dios: el verdaderísimo Dios por quien se vive.

A través del bautismo por el Espíritu Santo los hombres son unidos al Hijo, para ser parte de esa Santísima Trinidad, en la que alcanzan la vida, para darle gloria a Dios. Y ya no son esclavos sino hijos, y Él se complace en ellos haciéndolos parte de su gloria. Esa es la verdad, pero algunos de esos hijos van por la vida sin darse cuenta, y viven sin dar gloria a Dios, sino sumidos en la indiferencia, que hiere a Dios, porque los esclaviza otra vez al mundo, del cual la sangre del Hijo ya ha roto las cadenas. Y rechazan la Luz, porque prefieren las tinieblas.

Hijos míos, yo les pido que complazcan a Dios. Glorifíquenlo con su vida, abran los ojos a la verdad, y reciban y adoren el Cuerpo y la Sangre de mi Hijo, reconociendo que Él es la verdad, y que, aunque algunos viven en la mentira en medio del mundo, podrían vivir en medio del mundo, pero en la verdad, porque son hijos.

El que recibe a Cristo en la Eucaristía recibe al Espíritu Santo, que le es dado a los que lo aman, y enciende con su fuego a los corazones, consumiendo todo lo malo y haciendo brillar con su luz a todo lo bueno. Pero quien lo recibe en pecado blasfema contra Él, y el fuego no consume lo malo, sino que lo refleja, y Dios ve el mal en él, y recibe el rechazo. Quien rechaza al Hijo y al Espíritu Santo lo rechaza a Él. Y eso hiere a Dios, porque ese ya no es esclavo, sino hijo.

Yo me complazco en ustedes cuando se reconocen hijos por la filiación Divina y no viven en la indiferencia, sino agradecidos, adorando a mi Hijo por haberles dado la vida eterna.

Yo me complazco en ustedes cuando unen todos todo, sus trabajos y cada pequeño sacrificio, al único sacrificio agradable a Dios: el sacrificio de su Hijo amado Jesucristo, en quien tiene sus complacencias».

¡Muéstrate Madre, María!