23/09/2024

Mc 4, 26-34

23. LA ALEGRÍA DE TRABAJAR – SER TIERRA BUENA

EVANGELIO DEL VIERNES DE LA SEMANA III DEL TIEMPO ORDINARIO

El hombre siembra su campo, y sin que él sepa cómo, la semilla germina y crece.

+ Del santo Evangelio según san Marcos: 4, 26-34

En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud: “El Reino de Dios se parece a lo que sucede cuando un hombre siembra la semilla en la tierra: que pasan las noches y los días, y sin que él sepa cómo, la semilla germina y crece; y la tierra, por sí sola, va produciendo el fruto: primero los tallos, luego las espigas y después los granos en las espigas. Y cuando ya están maduros los granos, el hombre echa mano de la hoz, pues ha llegado el tiempo de la cosecha”.

Les dijo también: “¿Con qué compararemos el Reino de Dios? ¿Con qué parábola lo podremos representar? Es como una semilla de mostaza que, cuando se siembra, es la más pequeña de las semillas; pero una vez sembrada, crece y se convierte en el mayor de los arbustos y echa ramas tan grandes, que los pájaros pueden anidar a su sombra”.

Y con otras muchas parábolas semejantes les estuvo exponiendo su mensaje, de acuerdo con lo que ellos podían entender. Y no les hablaba sino en parábolas; pero a sus discípulos les explicaba todo en privado.

Palabra del Señor.

+++

REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: el tema de la semilla que se siembra aparece varias veces en tu predicación.

Me queda claro que la semilla es tu Palabra, y que debemos cuidarla esmeradamente para que dé mucho fruto.

Pero tus parábolas admiten diversas interpretaciones. Por ejemplo, a mí, sacerdote, me dice que debo ser sembrador, junto contigo, porque predico tu Palabra. Pero también me dice que debo ser tierra buena, para que esa Palabra tuya produzca fruto en mi corazón.

Sí, debo preparar bien mis homilías, pero también debo reflexionar sobre lo que tu Palabra me dice a mí, sobre lo que quieres cambiar de mi vida con ese mensaje, para ser otro Cristo.

Pienso ahora que el Padre es el Sembrador Divino, y que tú, Jesús, eres la Semilla Divina que se ha sembrado en la tierra y sigue dando fruto.

¡Ábreme los ojos, Señor, con tu Palabra, para ser buen sembrador y buena tierra!

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

+++

«Sacerdotes míos: al Padre nadie lo ha visto jamás. El que me ha visto a mí, ha visto a mi Padre. Es el Padre quien los atrae hacia mí, para que en mí sean uno, como mi Padre y yo somos uno, y sean ustedes uno con Él. Esa es la voluntad del Padre: que, por mí, todas las almas se salven, para llevarlas a Él.

Contemplen el rostro del amor. Yo soy el amor. Yo soy la luz que ilumina el mundo, que disipa las tinieblas, para que haya fruto en abundancia.

Yo les he dado a ustedes la semilla, para que dé fruto y ese fruto permanezca. Pero ustedes son tan pequeños, que no pueden sembrar solos. Yo soy el sembrador.

Deben esparcir la semilla, y cuidar que no se la coman los pájaros.

Pero antes, deben labrar la tierra y abonarla, para que sea fértil.

Entonces harán la siembra, y yo haré llover, para que las semillas germinen y crezcan los tallos fuertes, que deben cuidar para que no se los coman los gusanos, para que crezcan seguros y den mucho fruto, y el fruto sea abundante y bueno, y ese fruto permanezca.

Yo les he dado tierra buena, y les daré la semilla constantemente. Pero de ustedes se requiere paciencia y fe, cumpliendo los mandamientos de la ley de Dios y viviendo en virtud.

La semilla es la Palabra que yo les doy, pero que no es mía, sino del que me ha enviado.

El sembrador soy yo.

La lluvia es el agua de vida, que yo les doy en abundancia.

La tierra buena son los corazones de ustedes.

Los pájaros son las tentaciones.

Los tallos son las vocaciones.

Los gusanos son los demonios.

Los frutos que yo consigo por medio de ustedes son las almas.

Todo árbol bueno da frutos buenos, pero el árbol malo da frutos malos.

Yo no he venido al mundo a condenar sino a salvar.

Yo he venido a sembrar, y vendré de nuevo, con todo mi poder y mi gloria, a recoger la cosecha, para llevarla como ofrenda al Padre.

Todo árbol que no da buen fruto será cortado y arrojado al fuego, y ahí será el llanto y el rechinar de dientes.

Amigos míos: mucho hay por hacer, pero yo les digo que no todo es trabajo. Dios también quiere descansar. Tanto así, que seis días trabajó y uno descansó, cuando creó todo lo creado.

Yo los envío a sembrar, preparando la tierra, abonándola, haciéndola fértil para que la semilla tenga vida. Y luego hay que esperar, ya no depende de ustedes. Ustedes hacen lo que deben, y la planta crece sin ustedes. Entonces hay un tiempo para descansar.

Pero primero, amigos míos, hay que trabajar. Aun así, también el trabajo merece disfrutar. Servirme, amigos míos, no solo debe ser un trabajo, sino debe causarles placer. Servir a aquel que te ama, que hace la tierra fértil, que da vida a la semilla y que hace a la planta crecer, porque hace llover.

Ese trabajo que yo les pido, amigos míos, es hacer llover conmigo, derramando gracia en abundancia, sobre la tierra que con mi sangre se ha vuelto fértil, para dar vida. No piensen solo en la vida humana, sino en la vida divina. Esa es la verdadera vida. Los sacramentos son la gracia divina que renueva, que da vida.

Algunos de ustedes, mis obreros, se han cansado de trabajar. Como solo en el descanso ven placer, y no en el obrar, están viendo las cosas al revés.

El descanso no es sinónimo de placer, ni sinónimo de fuerza para continuar el trabajo que tienen que hacer. Pero si ese trabajo no lo disfrutan ¿cómo van a santificarlo?, ¿cómo van a ofrecer el fruto de un trabajo que solo cumplen por obligación, en el que no buscan la perfección, sino solo cumplir para recibir un salario?

Yo les digo, amigos míos, que todo trabajador merece su salario. Pero miren qué diferente es cumplir con su deber, y disfrutarlo glorificando a Dios cada momento del día, cada momento de la noche, cada momento de su vida.

Dime, amigo mío, ¿disfrutas tu trabajo?

La verdadera vocación implica que todo esfuerzo realizado te cause satisfacción. Tu vocación es servirme. Dime, ¿disfrutas servirme?

Pues yo te digo que no hay mayor motivación que saber que todo tu esfuerzo es agradable a Dios Padre. Pero eso solo lo saben los que conocen la verdad, los que se esfuerzan por cumplir esa verdad, sabiendo que el fruto de esa satisfacción es recibido como ofrenda agradable, y se transforma en gracia que alcanza la vida eterna.

El esfuerzo transformado en una obra de amor te hace participar de la divinidad. Cada acto realizado con amor te une, a través de la cruz, a tu Señor. Pero mira que muy pocos lo toman en cuenta y no se esfuerzan, solo cumplen y pasan la vida regando mi semilla, sin preocuparse porque de ella brote vida.

Ustedes, mis sacerdotes, son responsables de hacer llover conmigo. Pero si servirme no les causa placer, es porque no encuentran ningún motivo, porque les falta fe.

Quiero que abran sus ojos para que puedan ver que no tiene que dejar de trabajar para poder disfrutar; que el trabajo no es un castigo, sino un motivo para dar gracias, para hacerse ofrenda, y glorificar a Dios conmigo. Porque no están solos, yo también participo, disfruto cada momento, cada segundo que con ustedes convivo, y no se dan cuenta que estoy con ustedes todo el tiempo.

Pero hay una diferencia: solo el que cumple la voluntad de mi Padre disfruta conmigo, y me hace descansar y descansa conmigo, porque mi yugo es suave y mi carga ligera.

Amigos míos, si el mundo supiera lo que en la vida eterna les espera, ese sería su motivo. Pero no quieren ver. Abran sus ojos y contagien su fe. A ustedes les he hablado con la verdad porque tienen la capacidad de escuchar y entender, de creer y de ver, y de contagiar al mundo mi fe, la fe de la Iglesia que ustedes se glorían de profesar. Pero parece que algunos no se han dado cuenta.

No es extraño encontrar sacerdotes consagrando sin fe. Yo les digo, amigos míos: sufren, se cansan, se deprimen, y se los come el mundo. Yo estoy con ellos, pero no me ven. Abran sus ojos y pidan para ellos la fe, y llévenles la gracia a través de mi Palabra. Vengan conmigo, vamos a hacer llover.

Yo les agradezco que disfruten cada momento conmigo. Yo me alegro de estar siempre con ustedes. Pongan en obra su fe, acompañando a mi Madre, preparando la buena tierra, y sembrando la semilla de mi fe.

Yo los invito a vivir en la alegría de trabajar y descansar conmigo, haciendo mis obras, en la voluntad divina de mi Padre».

+++

Madre mía: yo quiero dar fruto abundante, para entregarlo a tu Hijo cuando me pida cuentas. Muéstrame cuál es el camino que debo recorrer para dar ese fruto.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

+++

«Hijo mío, sacerdote: el camino es de luz, el camino es de cruz, de virtud y de santidad. Este es el camino seguro que yo he preparado para ti.

Este es el camino que quiero que recorran ustedes:

  • preparando la tierra: viviendo la virtud;
  • sembrando la semilla: predicando la Palabra;
  • abonando la tierra: poniendo en práctica la Palabra, transformando su vida en oración;
  • protegiendo la semilla y la planta: con obras de misericordia para que crezcan fuertes y robustos.

Para que cuando mi Hijo venga y les pida cuentas, entreguen buen fruto, que sea ofrenda en abundancia para la gloria de Dios.

Hoy vengo a hablarte, hijo mío, de la santificación del trabajo.

Uno debe trabajar hasta el último día de su vida. Y yo te digo, hijo mío, que el trabajo son obras de misericordia. Ese es el trabajo agradable a Dios: servir a Dios a través de los hombres.

El trabajo, hijo, une a los hombres en obras, que son oportunidades para derramar la misericordia de Dios, porque todos forman parte de un solo cuerpo y un mismo espíritu y, a través del trabajo, que es necesario para cubrir las necesidades que el mismo Dios ha dispuesto para los hombres, los obliga a contribuir en una participación, para que dependan unos de otros. Todo en beneficio del mismo cuerpo: el que atiende a un niño, el que cura a un enfermo, el que trabaja produciendo el material necesario para el trabajo de otros, el que cocina, el que lava, el que construye, el que conduce, el que riega las plantas… Todos contribuyen para el beneficio común.

Por tanto, es una oportunidad que Dios da de servir, y de esa manera santificarse, porque el misericordioso recibirá misericordia.

Todo está en el plan de Dios. Que nadie se queje de su quehacer. Todo, hasta lo más pequeño, es muy grande y agradable a los ojos de Dios, cuando se hace cara a Dios.

A veces la gente no tiene conciencia de esto. Se quejan todo el tiempo. Solo buscan un beneficio para ellos mismos. No viven en la presencia de Dios. Entonces destruyen para sí mismos los beneficios que para ellos tenía planeado el mismo Dios, que los ve, que los mira, que los llama.

Si tomaran conciencia ustedes, mis hijos sacerdotes, del trabajo bien ofrecido y de su eficacia, y que el trabajo no es solo hacer lo que los cansa, sino glorificar a Dios en cada pequeño momento, en cada pequeña obra, en cada pequeña acción, recibirían, por consecuencia, la misericordia que tanto necesitan, que no saben pedir y no saben recibir.

Yo los acompaño».

¡Muéstrate Madre, María!

 

89. LA ALEGRÍA DE TRABAJAR – SER TIERRA BUENA

EVANGELIO DEL DOMINGO XI DEL TIEMPO ORDINARIO (B)

El hombre siembra su campo, y sin que él sepa cómo, la semilla germina y crece.

+ Del santo Evangelio según san Marcos: 4, 26-34

En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud: “El Reino de Dios se parece a lo que sucede cuando un hombre siembra la semilla en la tierra: que pasan las noches y los días, y sin que él sepa cómo, la semilla germina y crece; y la tierra, por sí sola, va produciendo el fruto: primero los tallos, luego las espigas y después los granos en las espigas. Y cuando ya están maduros los granos, el hombre echa mano de la hoz, pues ha llegado el tiempo de la cosecha”.

Les dijo también: “¿Con qué compararemos el Reino de Dios? ¿Con qué parábola lo podremos representar? Es como una semilla de mostaza que, cuando se siembra, es la más pequeña de las semillas; pero una vez sembrada, crece y se convierte en el mayor de los arbustos y echa ramas tan grandes, que los pájaros pueden anidar a su sombra”.

Y con otras muchas parábolas semejantes les estuvo exponiendo su mensaje, de acuerdo con lo que ellos podían entender. Y no les hablaba sino en parábolas; pero a sus discípulos les explicaba todo en privado.

Palabra del Señor.

+++

REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: el tema de la semilla que se siembra aparece varias veces en tu predicación.

Me queda claro que la semilla es tu Palabra, y que debemos cuidarla esmeradamente para que dé mucho fruto.

Pero tus parábolas admiten diversas interpretaciones. Por ejemplo, a mí, sacerdote, me dice que debo ser sembrador, junto contigo, porque predico tu Palabra. Pero también me dice que debo ser tierra buena, para que esa Palabra tuya produzca fruto en mi corazón.

Sí, debo preparar bien mis homilías, pero también debo reflexionar sobre lo que tu Palabra me dice a mí, sobre lo que quieres cambiar de mi vida con ese mensaje, para ser otro Cristo.

Pienso ahora que el Padre es el Sembrador Divino, y que tú, Jesús, eres la Semilla Divina que se ha sembrado en la tierra y sigue dando fruto.

¡Ábreme los ojos, Señor, con tu Palabra, para ser buen sembrador y buena tierra!

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

+++

«Sacerdotes míos: al Padre nadie lo ha visto jamás. El que me ha visto a mí, ha visto a mi Padre. Es el Padre quien los atrae hacia mí, para que en mí sean uno, como mi Padre y yo somos uno, y sean ustedes uno con Él. Esa es la voluntad del Padre: que, por mí, todas las almas se salven, para llevarlas a Él.

Contemplen el rostro del amor. Yo soy el amor. Yo soy la luz que ilumina el mundo, que disipa las tinieblas, para que haya fruto en abundancia.

Yo les he dado a ustedes la semilla, para que dé fruto y ese fruto permanezca. Pero ustedes son tan pequeños, que no pueden sembrar solos. Yo soy el sembrador.

Deben esparcir la semilla, y cuidar que no se la coman los pájaros.

Pero antes, deben labrar la tierra y abonarla, para que sea fértil.

Entonces harán la siembra, y yo haré llover, para que las semillas germinen y crezcan los tallos fuertes, que deben cuidar para que no se los coman los gusanos, para que crezcan seguros y den mucho fruto, y el fruto sea abundante y bueno, y ese fruto permanezca.

Yo les he dado tierra buena, y les daré la semilla constantemente. Pero de ustedes se requiere paciencia y fe, cumpliendo los mandamientos de la ley de Dios y viviendo en virtud.

La semilla es la Palabra que yo les doy, pero que no es mía, sino del que me ha enviado.

El sembrador soy yo.

La lluvia es el agua de vida, que yo les doy en abundancia.

La tierra buena son los corazones de ustedes.

Los pájaros son las tentaciones.

Los tallos son las vocaciones.

Los gusanos son los demonios.

Los frutos que yo consigo por medio de ustedes son las almas.

Todo árbol bueno da frutos buenos, pero el árbol malo da frutos malos.

Yo no he venido al mundo a condenar sino a salvar.

Yo he venido a sembrar, y vendré de nuevo, con todo mi poder y mi gloria, a recoger la cosecha, para llevarla como ofrenda al Padre.

Todo árbol que no da buen fruto será cortado y arrojado al fuego, y ahí será el llanto y el rechinar de dientes.

Amigos míos: mucho hay por hacer, pero yo les digo que no todo es trabajo. Dios también quiere descansar. Tanto así, que seis días trabajó y uno descansó, cuando creó todo lo creado.

Yo los envío a sembrar, preparando la tierra, abonándola, haciéndola fértil para que la semilla tenga vida. Y luego hay que esperar, ya no depende de ustedes. Ustedes hacen lo que deben, y la planta crece sin ustedes. Entonces hay un tiempo para descansar.

Pero primero, amigos míos, hay que trabajar. Aun así, también el trabajo merece disfrutar. Servirme, amigos míos, no solo debe ser un trabajo, sino debe causarles placer. Servir a aquel que te ama, que hace la tierra fértil, que da vida a la semilla y que hace a la planta crecer, porque hace llover.

Ese trabajo que yo les pido, amigos míos, es hacer llover conmigo, derramando gracia en abundancia, sobre la tierra que con mi sangre se ha vuelto fértil, para dar vida. No piensen solo en la vida humana, sino en la vida divina. Esa es la verdadera vida. Los sacramentos son la gracia divina que renueva, que da vida.

Algunos de ustedes, mis obreros, se han cansado de trabajar. Como solo en el descanso ven placer, y no en el obrar, están viendo las cosas al revés.

El descanso no es sinónimo de placer, ni sinónimo de fuerza para continuar el trabajo que tienen que hacer. Pero si ese trabajo no lo disfrutan ¿cómo van a santificarlo?, ¿cómo van a ofrecer el fruto de un trabajo que solo cumplen por obligación, en el que no buscan la perfección, sino solo cumplir para recibir un salario?

Yo les digo, amigos míos, que todo trabajador merece su salario. Pero miren qué diferente es cumplir con su deber, y disfrutarlo glorificando a Dios cada momento del día, cada momento de la noche, cada momento de su vida.

Dime, amigo mío, ¿disfrutas tu trabajo?

La verdadera vocación implica que todo esfuerzo realizado te cause satisfacción. Tu vocación es servirme. Dime, ¿disfrutas servirme?

Pues yo te digo que no hay mayor motivación que saber que todo tu esfuerzo es agradable a Dios Padre. Pero eso solo lo saben los que conocen la verdad, los que se esfuerzan por cumplir esa verdad, sabiendo que el fruto de esa satisfacción es recibido como ofrenda agradable, y se transforma en gracia que alcanza la vida eterna.

El esfuerzo transformado en una obra de amor te hace participar de la divinidad. Cada acto realizado con amor te une, a través de la cruz, a tu Señor. Pero mira que muy pocos lo toman en cuenta y no se esfuerzan, solo cumplen y pasan la vida regando mi semilla, sin preocuparse porque de ella brote vida.

Ustedes, mis sacerdotes, son responsables de hacer llover conmigo. Pero si servirme no les causa placer, es porque no encuentran ningún motivo, porque les falta fe.

Quiero que abran sus ojos para que puedan ver que no tiene que dejar de trabajar para poder disfrutar; que el trabajo no es un castigo, sino un motivo para dar gracias, para hacerse ofrenda, y glorificar a Dios conmigo. Porque no están solos, yo también participo, disfruto cada momento, cada segundo que con ustedes convivo, y no se dan cuenta que estoy con ustedes todo el tiempo.

Pero hay una diferencia: solo el que cumple la voluntad de mi Padre disfruta conmigo, y me hace descansar y descansa conmigo, porque mi yugo es suave y mi carga ligera.

Amigos míos, si el mundo supiera lo que en la vida eterna les espera, ese sería su motivo. Pero no quieren ver. Abran sus ojos y contagien su fe. A ustedes les he hablado con la verdad porque tienen la capacidad de escuchar y entender, de creer y de ver, y de contagiar al mundo mi fe, la fe de la Iglesia que ustedes se glorían de profesar. Pero parece que algunos no se han dado cuenta.

No es extraño encontrar sacerdotes consagrando sin fe. Yo les digo, amigos míos: sufren, se cansan, se deprimen, y se los come el mundo. Yo estoy con ellos, pero no me ven. Abran sus ojos y pidan para ellos la fe, y llévenles la gracia a través de mi Palabra. Vengan conmigo, vamos a hacer llover.

Yo les agradezco que disfruten cada momento conmigo. Yo me alegro de estar siempre con ustedes. Pongan en obra su fe, acompañando a mi Madre, preparando la buena tierra, y sembrando la semilla de mi fe.

Yo los invito a vivir en la alegría de trabajar y descansar conmigo, haciendo mis obras, en la voluntad divina de mi Padre».

+++

Madre mía: yo quiero dar fruto abundante, para entregarlo a tu Hijo cuando me pida cuentas. Muéstrame cuál es el camino que debo recorrer para dar ese fruto.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

+++

«Hijo mío, sacerdote: el camino es de luz, el camino es de cruz, de virtud y de santidad. Este es el camino seguro que yo he preparado para ti.

Este es el camino que quiero que recorran ustedes:

  • preparando la tierra: viviendo la virtud;
  • sembrando la semilla: predicando la Palabra;
  • abonando la tierra: poniendo en práctica la Palabra, transformando su vida en oración;
  • protegiendo la semilla y la planta: con obras de misericordia para que crezcan fuertes y robustos.

Para que cuando mi Hijo venga y les pida cuentas, entreguen buen fruto, que sea ofrenda en abundancia para la gloria de Dios.

Hoy vengo a hablarte, hijo mío, de la santificación del trabajo.

Uno debe trabajar hasta el último día de su vida. Y yo te digo, hijo mío, que el trabajo son obras de misericordia. Ese es el trabajo agradable a Dios: servir a Dios a través de los hombres.

El trabajo, hijo, une a los hombres en obras, que son oportunidades para derramar la misericordia de Dios, porque todos forman parte de un solo cuerpo y un mismo espíritu y, a través del trabajo, que es necesario para cubrir las necesidades que el mismo Dios ha dispuesto para los hombres, los obliga a contribuir en una participación, para que dependan unos de otros. Todo en beneficio del mismo cuerpo: el que atiende a un niño, el que cura a un enfermo, el que trabaja produciendo el material necesario para el trabajo de otros, el que cocina, el que lava, el que construye, el que conduce, el que riega las plantas… Todos contribuyen para el beneficio común.

Por tanto, es una oportunidad que Dios da de servir, y de esa manera santificarse, porque el misericordioso recibirá misericordia.

Todo está en el plan de Dios. Que nadie se queje de su quehacer. Todo, hasta lo más pequeño, es muy grande y agradable a los ojos de Dios, cuando se hace cara a Dios.

A veces la gente no tiene conciencia de esto. Se quejan todo el tiempo. Solo buscan un beneficio para ellos mismos. No viven en la presencia de Dios. Entonces destruyen para sí mismos los beneficios que para ellos tenía planeado el mismo Dios, que los ve, que los mira, que los llama.

Si tomaran conciencia ustedes, mis hijos sacerdotes, del trabajo bien ofrecido y de su eficacia, y que el trabajo no es solo hacer lo que los cansa, sino glorificar a Dios en cada pequeño momento, en cada pequeña obra, en cada pequeña acción, recibirían, por consecuencia, la misericordia que tanto necesitan, que no saben pedir y no saben recibir.

Yo los acompaño».

¡Muéstrate Madre, María!