31. SERVIR A DIOS – CONFIAR EN LA DIVINA PROVIDENCIA
EVANGELIO DEL JUEVES DE LA SEMANA IV DEL TIEMPO ORDINARIO
Envió a los discípulos de dos en dos.
+ Del santo Evangelio según san Marcos: 6, 7-13
En aquel tiempo, llamó Jesús a los Doce, los envió de dos en dos y les dio poder sobre los espíritus inmundos. Les mandó que no llevaran nada para el camino: ni pan, ni mochila, ni dinero en el cinto, sino únicamente un bastón, sandalias y una sola túnica.
Y les dijo: “Cuando entren en una casa, quédense en ella hasta que se vayan de ese lugar. Si en alguna parte no los reciben ni los escuchan, al abandonar ese lugar, sacúdanse el polvo de los pies, como una advertencia para ellos”.
Los discípulos se fueron a predicar la conversión. Expulsaban a los demonios, ungían con aceite a los enfermos y los curaban.
Palabra del Señor.
+++
REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: había que tener mucha fe en ti para cumplir con aquel mandato de predicar la conversión, sin llevar nada para el camino.
Estaban seguros de que no les iba a faltar nada, y de que lo importante era cumplir tu voluntad. Tú les diste poder sobre los espíritus inmundos y para curar a los enfermos. Con esa seguridad te obedecieron.
La misión para tus amigos sacerdotes sigue siendo la misma, de modo que el poder que nos das también sigue siendo el mismo. Lo que tenemos que revisar es si la fe que tuvieron los primeros sigue siendo ahora la misma.
Jesús, enséñame a no tener más seguridad que tu Palabra, porque tu poder sigue siendo el mismo. Yo quiero cumplir con la misión que me has dado, confiando en que quien a Dios tiene, nada le falta.
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdotes míos, obreros de la mies de mi Padre: trabajen la tierra hasta el cansancio, siembren buena semilla y cosechen buen fruto. Y luego, vengan a mí los que estén cansados, que yo los aliviaré, porque mi yugo es suave y mi carga ligera.
Realicen su trabajo en la pureza, para que sea un trabajo santo y su ofrenda digna.
Lleven mi Palabra a todas las almas, a todos los confines del mundo.
Entrega total, sacrificio constante en la caridad y en el amor.
Conviertan los corazones de piedra en corazones de carne. Y, para que su jornada sea completa, perdonen los pecados de las almas arrepentidas, en los confesionarios.
Y si aún quisieran agradarme más, realicen actos de amor, para que reparen ustedes las heridas de mi Sagrado Corazón, que ocasionaron los pecados que ustedes absuelven en los confesionarios.
Unan su sacrificio al mío, porque somos parte de un mismo cuerpo y un mismo espíritu.
Mantengan unidos a los miembros de este cuerpo, en el que yo soy cabeza.
Pero ¡ay del que trabaje esperando riquezas en la tierra! Porque su recompensa, obreros míos, está en el cielo.
El que trabaja esperando riquezas materiales no da fruto, y su trabajo no sirve para nada.
Yo les digo: vengan sin nada, pero ofrézcanme todo; suban a mi cruz, y permanezcan en mi amor.
Pastores míos, este es mi llamado:
que se amen los unos a los otros como yo los he amado;
que salgan a anunciar el Reino de mi Padre, y que traigan a todas las almas a mí;
que se mantengan en unidad entre ustedes y con la Santa Iglesia;
que se mantengan en la pureza y en la virtud;
que trabajen a mi servicio, administrando los sacramentos y realizando obras de amor, por la misericordia de mi Padre y los dones de mi Santo Espíritu.
Yo soy el Buen Pastor y conozco a mis ovejas, y las llamo a cada una por su nombre, y ellas me conocen a mí.
Yo soy Pescador de hombres y echo las redes al mar, y mi pesca es segura.
Yo soy el Sumo y Eterno Sacerdote, y no son ustedes los que me eligen a mí, soy yo quien los elijo a ustedes.
Yo soy el Sembrador, y el que cosecha el fruto bueno.
Yo los envío para que den mucho fruto. Y si los odian, recuerden que a mí me han odiado primero. Pero todo lo que pidan a mi Padre, en mi nombre, Él se los concederá.
Pastores de mis ovejas, pescadores de hombres, corderos de mi rebaño, sacerdotes de mi pueblo, labradores que trabajan la tierra fértil para mí: yo no les llamo siervos, yo los hago hermanos y los llamo amigos.
Acérquense a mi Madre, que a ella se le han concedido recompensas, como gracias del cielo, que entrega a sus hijos en la tierra.
Quiero que respeten mi autoridad. Que cada uno de ustedes, mis amigos, acepte la compañía de mi Madre. El que camina con ella no se equivoca, nunca sus pasos desvía. Pero el que camina solo corre peligro de desviarse, por las tentaciones del enemigo, y de caer en sus trampas, aunque se considere fiel amigo mío.
Ahí es donde se demuestra la humildad, pero también es donde demuestran la soberbia, cuando creen que pueden caminar solos con sus propias fuerzas, y no se humillan ante ella, desprecian el regalo más grande que yo les di –después de mi Cuerpo y mi Sangre–, en el mismo momento, en el mismo lugar, para asegurarme de que ninguno se perdiera, y de que, una vez redimidos, con ella por mí, los traería de vuelta a mí, participando con ella y conmigo en la misma misión a la que yo fui enviado con ella: la salvación.
Pero se distraen con las cosas del mundo, se empoderan de soberbia, y su carga es tan pesada, que no pueden caminar hacia mí. Por eso yo les pido, amigos míos: dejen todo, vengan a mí, porque solo Dios basta. Y oren al Padre para que mande más obreros a su mies, porque el trabajo es mucho y los obreros pocos».
+++
Madre mía: tú sabes que se necesitan muchas vocaciones en la Iglesia, que sirvan a tu Hijo Jesús y a todas las almas.
Hay mucha sed de Dios, y somos tus sacerdotes quienes debemos apagar esa sed a través de nuestra entrega generosa, con nuestra renuncia, con nuestra humildad, y con espíritu de servicio donde Él nos necesite.
Intercede, Madre, para que vengan esas vocaciones, y para que los elegidos estemos bien dispuestos a trabajar en la viña del Señor con generosidad y en pleno abandono a su divina providencia.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
+++
«Hijos míos, sacerdotes: acompáñenme en mi sufrimiento, que es la sed de todas las almas, porque todos son mis hijos.
Pidan al dueño de la mies que envíe obreros a su mies.
Pero deben saber pedir, porque no son solo vocaciones las que hacen falta, son almas dispuestas con corazones encendidos.
Esos son obreros, porque son los que trabajan en la mies; los demás son arrieros, que no producen, que solo aturden, porque hacen mucho ruido, pero son tibios y no dan fruto. Y esos obreros no sirven para nada.
Oren para que los llamados sean elegidos, y los elegidos estén dispuestos a ser bebida, a ser alimento, a ser perdón, a ser ofrenda de reparación, a ser instrumento, a ser administradores de la gracia y la misericordia de Dios, a ser víctima, a ser obrero, a ser sacerdote, a ser santo, a ser uno con Cristo, para conducir las almas, construyendo con ellas el Reino de los Cielos, para saciar su sed, para saciar la sed de Dios.
A mí me gusta la gente sencilla.
La gente sencilla es aquella que, sin importar su riqueza material o su pobreza, tiene abierto el corazón para recibir la gracia de Dios y, con humildad, pone sus bienes materiales y espirituales al servicio del Señor.
La gente sencilla es la que no pierde tiempo en habladurías, sino que pone en obra su fe, escuchando la voz del Espíritu Santo, callando cuando hay que callar, y hablando cuando hay que hablar.
La gente sencilla es la que deja obrar al Espíritu Santo en libertad.
La gente sencilla es la que va a donde Dios le envía, sin fijarse en las pertenencias que debe dejar, sin importar a todo renunciar, con tal de ir a predicar la Palabra del Señor. Sin importar si a los que predica son ricos y poderosos, o pobres y humildes, ignorantes, porque lo que ven no es el exterior, sino la sed interior de las almas que buscan conocer a Dios.
Las almas de la gente sencilla tienen pureza de intención. Buscan ser bien recibidas. Pero, si no las reciben, sin hacer la guerra, se sacuden los pies en señal de reprobación, y se van con la paz de su Señor, dejando como advertencia el polvo de sus sandalias, y siguiendo de frente en la buena disposición de cumplir su misión.
Hijos míos: ustedes han sido elegidos por ser humildes y sencillos, pero algunos se han dejado dominar por la soberbia, por el egoísmo, por el activismo, por la pasión desenfrenada que los encadena al mundo, por lo que han errado el camino.
Yo estoy aquí para hacer cumplir la Palabra de mi Hijo Jesucristo hasta la última letra. Él envió a sus discípulos a predicar la conversión, sin pertenencias, sin alforjas, sin dinero, tan solo con un ferviente deseo en el corazón de servir al Señor. Y ellos obedecieron, cumplieron, mucho fruto dieron.
Pero ¿qué pasa con los discípulos de hoy? Algunos caminan despacio, porque les pesa el dinero en los bolsillos, los ata como cadenas al piso, porque han comprado tierras, porque tienen pertenencias, dicen ser pobres y viven como ricos. Predican una conversión que no viven ellos mismos. Y van de aquí para allá, no se quedan en el mismo lugar a predicar, buscan por todas partes su comodidad y, en lugar de sacudirse los pies en donde no los reciben, hacen como si nada pasara, frente a ellos otros obran mal y no los corrigen.
¿Dónde está su caridad? ¿Dónde está su bondad? ¿Dónde está su calidad de discípulos de Cristo, si van dando mal ejemplo al andar?
Pero yo los vine a ayudar. Vine a darles mi compañía a cada uno, a darles todo lo que necesitan: no dinero, no regalos, no alforjas, no cosas materiales para el camino, sino mi ternura maternal y alimento espiritual».
¡Muéstrate Madre, María!
20. SERVIR A DIOS – CONFIAR EN LA DIVINA PROVIDENCIA
EVANGELIO DEL DOMINGO XV DEL TIEMPO ORDINARIO (B)
Envió a los discípulos de dos en dos.
+ Del santo Evangelio según san Marcos: 6, 7-13
En aquel tiempo, llamó Jesús a los Doce, los envió de dos en dos y les dio poder sobre los espíritus inmundos. Les mandó que no llevaran nada para el camino: ni pan, ni mochila, ni dinero en el cinto, sino únicamente un bastón, sandalias y una sola túnica.
Y les dijo: “Cuando entren en una casa, quédense en ella hasta que se vayan de ese lugar. Si en alguna parte no los reciben ni los escuchan, al abandonar ese lugar, sacúdanse el polvo de los pies, como una advertencia para ellos”.
Los discípulos se fueron a predicar la conversión. Expulsaban a los demonios, ungían con aceite a los enfermos y los curaban.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: había que tener mucha fe en ti para cumplir con aquel mandato de predicar la conversión, sin llevar nada para el camino.
Estaban seguros de que no les iba a faltar nada, y de que lo importante era cumplir tu voluntad. Tú les diste poder sobre los espíritus inmundos y para curar a los enfermos. Con esa seguridad te obedecieron.
La misión para tus amigos sacerdotes sigue siendo la misma, de modo que el poder que nos das también sigue siendo el mismo. Lo que tenemos que revisar es si la fe que tuvieron los primeros sigue siendo ahora la misma.
Jesús, enséñame a no tener más seguridad que tu Palabra, porque tu poder sigue siendo el mismo. Yo quiero cumplir con la misión que me has dado, confiando en que quien a Dios tiene, nada le falta.
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdotes míos, obreros de la mies de mi Padre: trabajen la tierra hasta el cansancio, siembren buena semilla y cosechen buen fruto. Y luego, vengan a mí los que estén cansados, que yo los aliviaré, porque mi yugo es suave y mi carga ligera.
Realicen su trabajo en la pureza, para que sea un trabajo santo y su ofrenda digna.
Lleven mi Palabra a todas las almas, a todos los confines del mundo.
Entrega total, sacrificio constante en la caridad y en el amor.
Conviertan los corazones de piedra en corazones de carne. Y, para que su jornada sea completa, perdonen los pecados de las almas arrepentidas, en los confesionarios.
Y si aún quisieran agradarme más, realicen actos de amor, para que reparen ustedes las heridas de mi Sagrado Corazón, que ocasionaron los pecados que ustedes absuelven en los confesionarios.
Unan su sacrificio al mío, porque somos parte de un mismo cuerpo y un mismo espíritu.
Mantengan unidos a los miembros de este cuerpo, en el que yo soy cabeza.
Pero ¡ay del que trabaje esperando riquezas en la tierra! Porque su recompensa, obreros míos, está en el cielo.
El que trabaja esperando riquezas materiales no da fruto, y su trabajo no sirve para nada.
Yo les digo: vengan sin nada, pero ofrézcanme todo; suban a mi cruz, y permanezcan en mi amor.
Pastores míos, este es mi llamado:
- que se amen los unos a los otros como yo los he amado;
- que salgan a anunciar el Reino de mi Padre, y que traigan a todas las almas a mí;
- que se mantengan en unidad entre ustedes y con la Santa Iglesia;
- que se mantengan en la pureza y en la virtud;
- que trabajen a mi servicio, administrando los sacramentos y realizando obras de amor, por la misericordia de mi Padre y los dones de mi Santo Espíritu.
Yo soy el Buen Pastor y conozco a mis ovejas, y las llamo a cada una por su nombre, y ellas me conocen a mí.
Yo soy Pescador de hombres y echo las redes al mar, y mi pesca es segura.
Yo soy el Sumo y Eterno Sacerdote, y no son ustedes los que me eligen a mí, soy yo quien los elijo a ustedes.
Yo soy el Sembrador, y el que cosecha el fruto bueno.
Yo los envío para que den mucho fruto. Y si los odian, recuerden que a mí me han odiado primero. Pero todo lo que pidan a mi Padre, en mi nombre, Él se los concederá.
Pastores de mis ovejas, pescadores de hombres, corderos de mi rebaño, sacerdotes de mi pueblo, labradores que trabajan la tierra fértil para mí: yo no les llamo siervos, yo los hago hermanos y los llamo amigos.
Acérquense a mi Madre, que a ella se le han concedido recompensas, como gracias del cielo, que entrega a sus hijos en la tierra.
Quiero que respeten mi autoridad. Que cada uno de ustedes, mis amigos, acepte la compañía de mi Madre. El que camina con ella no se equivoca, nunca sus pasos desvía. Pero el que camina solo corre peligro de desviarse, por las tentaciones del enemigo, y de caer en sus trampas, aunque se considere fiel amigo mío.
Ahí es donde se demuestra la humildad, pero también es donde demuestran la soberbia, cuando creen que pueden caminar solos con sus propias fuerzas, y no se humillan ante ella, desprecian el regalo más grande que yo les di –después de mi Cuerpo y mi Sangre–, en el mismo momento, en el mismo lugar, para asegurarme de que ninguno se perdiera, y de que, una vez redimidos, con ella por mí, los traería de vuelta a mí, participando con ella y conmigo en la misma misión a la que yo fui enviado con ella: la salvación.
Pero se distraen con las cosas del mundo, se empoderan de soberbia, y su carga es tan pesada, que no pueden caminar hacia mí. Por eso yo les pido, amigos míos: dejen todo, vengan a mí, porque solo Dios basta. Y oren al Padre para que mande más obreros a su mies, porque el trabajo es mucho y los obreros pocos».
+++
Madre mía: tú sabes que se necesitan muchas vocaciones en la Iglesia, que sirvan a tu Hijo Jesús y a todas las almas.
Hay mucha sed de Dios, y somos tus sacerdotes quienes debemos apagar esa sed a través de nuestra entrega generosa, con nuestra renuncia, con nuestra humildad, y con espíritu de servicio donde Él nos necesite.
Intercede, Madre, para que vengan esas vocaciones, y para que los elegidos estemos bien dispuestos a trabajar en la viña del Señor con generosidad y en pleno abandono a su divina providencia.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
+++
«Hijos míos, sacerdotes: acompáñenme en mi sufrimiento, que es la sed de todas las almas, porque todos son mis hijos.
Pidan al dueño de la mies que envíe obreros a su mies.
Pero deben saber pedir, porque no son solo vocaciones las que hacen falta, son almas dispuestas con corazones encendidos.
Esos son obreros, porque son los que trabajan en la mies; los demás son arrieros, que no producen, que solo aturden, porque hacen mucho ruido, pero son tibios y no dan fruto. Y esos obreros no sirven para nada.
Oren para que los llamados sean elegidos, y los elegidos estén dispuestos a ser bebida, a ser alimento, a ser perdón, a ser ofrenda de reparación, a ser instrumento, a ser administradores de la gracia y la misericordia de Dios, a ser víctima, a ser obrero, a ser sacerdote, a ser santo, a ser uno con Cristo, para conducir las almas, construyendo con ellas el Reino de los Cielos, para saciar su sed, para saciar la sed de Dios.
A mí me gusta la gente sencilla.
La gente sencilla es aquella que, sin importar su riqueza material o su pobreza, tiene abierto el corazón para recibir la gracia de Dios y, con humildad, pone sus bienes materiales y espirituales al servicio del Señor.
La gente sencilla es la que no pierde tiempo en habladurías, sino que pone en obra su fe, escuchando la voz del Espíritu Santo, callando cuando hay que callar, y hablando cuando hay que hablar.
La gente sencilla es la que deja obrar al Espíritu Santo en libertad.
La gente sencilla es la que va a donde Dios le envía, sin fijarse en las pertenencias que debe dejar, sin importar a todo renunciar, con tal de ir a predicar la Palabra del Señor. Sin importar si a los que predica son ricos y poderosos, o pobres y humildes, ignorantes, porque lo que ven no es el exterior, sino la sed interior de las almas que buscan conocer a Dios.
Las almas de la gente sencilla tienen pureza de intención. Buscan ser bien recibidas. Pero, si no las reciben, sin hacer la guerra, se sacuden los pies en señal de reprobación, y se van con la paz de su Señor, dejando como advertencia el polvo de sus sandalias, y siguiendo de frente en la buena disposición de cumplir su misión.
Hijos míos: ustedes han sido elegidos por ser humildes y sencillos, pero algunos se han dejado dominar por la soberbia, por el egoísmo, por el activismo, por la pasión desenfrenada que los encadena al mundo, por lo que han errado el camino.
Yo estoy aquí para hacer cumplir la Palabra de mi Hijo Jesucristo hasta la última letra. Él envió a sus discípulos a predicar la conversión, sin pertenencias, sin alforjas, sin dinero, tan solo con un ferviente deseo en el corazón de servir al Señor. Y ellos obedecieron, cumplieron, mucho fruto dieron.
Pero ¿qué pasa con los discípulos de hoy? Algunos caminan despacio, porque les pesa el dinero en los bolsillos, los ata como cadenas al piso, porque han comprado tierras, porque tienen pertenencias, dicen ser pobres y viven como ricos. Predican una conversión que no viven ellos mismos. Y van de aquí para allá, no se quedan en el mismo lugar a predicar, buscan por todas partes su comodidad y, en lugar de sacudirse los pies en donde no los reciben, hacen como si nada pasara, frente a ellos otros obran mal y no los corrigen.
¿Dónde está su caridad? ¿Dónde está su bondad? ¿Dónde está su calidad de discípulos de Cristo, si van dando mal ejemplo al andar?
Pero yo los vine a ayudar. Vine a darles mi compañía a cada uno, a darles todo lo que necesitan: no dinero, no regalos, no alforjas, no cosas materiales para el camino, sino mi ternura maternal y alimento espiritual».
¡Muéstrate Madre, María!