23/09/2024

Mc 6, 14-29

32. PREDICAR SIN MIEDO – CONDUCIR HACIA LA VERDAD

EVANGELIO DEL VIERNES DE LA SEMANA IV DEL TIEMPO ORDINARIO

Es Juan, a quien yo le corté la cabeza, y que ha resucitado.

+Del santo Evangelio según san Marcos: 6, 14-29

En aquel tiempo, como la fama de Jesús se había extendido tanto, llegó a oídos del rey Herodes el rumor de que Juan el Bautista había resucitado y sus poderes actuaban en Jesús. Otros decían que era Elías; y otros, que era un profeta, comparable a los antiguos. Pero Herodes insistía: “Es Juan, a quien yo le corté la cabeza, y que ha resucitado”.

Herodes había mandado apresar a Juan y lo había metido y encadenado en la cárcel. Herodes se había casado con Herodías, esposa de su hermano Filipo, y Juan le decía: “No te está permitido tener por mujer a la esposa de tu hermano”. Por eso Herodes lo mandó encarcelar.

Herodías sentía por ello gran rencor contra Juan y quería quitarle la vida; pero no sabía cómo, porque Herodes miraba con respeto a Juan, pues sabía que era un hombre recto y santo, y lo tenía custodiado. Cuando lo oía hablar, quedaba desconcertado, pero le gustaba escucharlo.

La ocasión llegó cuando Herodes dio un banquete a su corte, a sus oficiales y a la gente principal de Galilea, con motivo de su cumpleaños. La hija de Herodías bailó durante la fiesta y su baile les gustó mucho a Herodes y a sus invitados. El rey le dijo entonces a la joven: “Pídeme lo que quieras y yo te lo daré”. Y le juró varias veces: “Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino”.

Ella fue a preguntarle a su madre: “¿Qué le pido?”. Su madre le contestó: “La cabeza de Juan el Bautista”. Volvió ella inmediatamente junto al rey y le dijo: “Quiero que me des ahora mismo, en una charola, la cabeza de Juan el Bautista”.

El rey se puso muy triste, pero debido a su juramento ya los convidados, no quiso desairar a la joven, y enseguida mandó a un verdugo que trajera la cabeza de Juan. El verdugo fue, lo decapitó en la cárcel, trajo la cabeza en una charola, se la entregó a la joven y ella se la entregó a su madre.

Al enterarse de esto, los discípulos de Juan fueron a recoger el cadáver y lo sepultaron.

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: el ejemplo del Bautista ha quedado para siempre como un modelo de lo que exige defender siempre la verdad. Él arriesgó su vida cuando le hizo ver a Herodes su mala conducta. Tenía que advertir eso, porque sentía la responsabilidad, ante ti, de hablar con la verdad y defender la ley de Dios.

Todos los mártires nos dan ejemplo de valentía, pero sobre todo de fe. No hay otra explicación para entender por qué una persona está dispuesta a dar su vida por defender la verdad. Es la seguridad de saber que quien pierde su vida terrena por ti encontrará la vida eterna.

Y la seguridad de que ese testimonio de fortaleza sobrenatural hará que muchos se conviertan, y conozcan así la verdad, que eres tú mismo.

Tú me pides a mí que también dé testimonio de la verdad a través del ministerio sacerdotal. Debo de ser valiente, y tener mucha fe, porque no faltan Herodes y Herodías que no quieran escuchar tu Palabra, y la quieran encadenar.

Mi deber es predicar el Evangelio y administrar tus sacramentos. Enseñar la verdad y desatar a todos los que estén encadenados por el pecado, para que tengan vida eterna.

Sé que cuento con la ayuda del Espíritu Santo, y la protección y auxilio de mi Madre Santa María, para salir librado en todas las batallas.

Jesús: ¿por qué dices que la verdad nos hace libres?

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdotes míos: ¿pueden imaginar el dolor que me causó la muerte de Juan? Él era mi hermano, mi más fiel apóstol. El que parecía más grande que yo. Al que yo seguía, porque él me mostró el camino.

Y luego disminuyó, porque era preciso que creciera yo.

Así deben ustedes permanecer pequeños, porque es preciso que crezca yo.

Ver la maldad, la injusticia, la impiedad, el egoísmo, la sed de venganza, la envidia, el desamor... infundió en mí una gran compasión, y un deseo que creció y creció: deseo de misericordia. Juan me mostró el camino, y vi que el camino era yo.

La verdadera libertad no está en la vida del mundo, sino en morir al mundo. La verdad es la vida, que con mi muerte he conseguido para el mundo.

 Quien quiera salvar su vida la perderá, pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará.

Ustedes han sido enviados a predicar la verdad que está en el Evangelio. Yo les digo: no tengan miedo, yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo…

  • para que en su debilidad se manifieste mi fortaleza;
  • para que no hablen con palabras de hombres sabios, sino por medio del Espíritu Santo, que es la sabiduría infinita de Dios;
  • para que la fe de quienes los escuchan dependa del poder de Dios, y no de la sabiduría de los hombres.

Me ha sido dado todo el poder en el cielo y en la tierra, y con este poder yo los he enviado a ustedes, mis amigos, a hacer a todos los hombres mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándolos a hacer todo lo que yo les mando, para hacerlos parte de la verdad. Yo soy la verdad.

Quien se avergüence de mí en esta generación adúltera y pecadora, yo también me avergonzaré de él cuando venga en la gloria de mi Padre con los ángeles, a juzgar a los vivos y a los muertos. Porque ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si se pierde a sí mismo?

Yo les he dado un bautismo no con agua, sino con el Espíritu Santo y fuego, para ser liberados del pecado y hacerlos hijos de Dios. Porque si la desobediencia de un hombre trajo la muerte para todos los hombres, la obediencia de un hombre les ha traído la vida.

Yo mismo he recibido el bautismo de las manos de Juan el Bautista, no porque tenga mancha de pecado, sino para cumplir toda justicia y dar testimonio de la verdad.

En verdad les digo, que no hay entre los nacidos de mujer ninguno mayor que él. Sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que él. Mi Padre ha dado testimonio de esto diciendo: “este es mi Hijo amado, en quien me complazco”, y esa es la verdad. Y yo me quiero complacer en ustedes.

Escuchen el llamado de mi Madre.

Es por la mujer que el mundo ha caído en el pecado. Y es por la mujer que ha nacido el que quita el pecado del mundo.

Es la mujer quien tiene el poder de convencer. Y es por la mujer que ha caído el hombre en la tentación y en la desgracia.

Es por la mujer que el hombre recibirá la abundancia de la gracia y será fortalecido para resistir a la tentación y perseverar en el amor.

Es la mujer la que tiene el poder de ser madre. Y es la Madre quien lleva al Hijo, y es por el Hijo que vendrá la gracia.

Es mi Padre quien ha puesto enemistad entre la mujer y la serpiente. Y es Ella quien dirige a los ejércitos en la batalla llevando la victoria en el fruto de su vientre.

 Reciban al Espíritu Santo, para que, con sus dones, sean fortalecidos. Y reciban también el auxilio de mi Madre.

Sacerdotes, apóstoles míos: ustedes son llamados a ser parte del ejército de mi Madre en esta lucha entre el bien y el mal.

Es mi Madre quien lleva el bien en su vientre, para vencer, para que el bien prevalezca siempre.

Es mi Madre quien los acompaña en esta lucha, para que sean fortalecidos por su oración, por su amor de madre. Acepten discípulos míos, el auxilio de mi Madre.

El que esté libre de pecado que arroje la primera piedra.

Pastores míos, es la Palabra de Dios la verdad, y no la ley de los hombres.

No juzguen el exterior, miren el interior de los corazones.

Encuentren la pureza en quien tiene amor, porque quien tiene amor permanece en mí y yo en él.

Conozcan a sus ovejas, como las conozco yo, aliméntenlas con la Palabra y con la Eucaristía, instrúyanlas, para que sepan llegar a mí.

Administren mis sacramentos y perdonen sus pecados, porque todo lo que aten en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desaten en la tierra quedará desatado en el cielo. Y los pecados que ustedes perdonen quedarán perdonados, pero los que no perdonen quedarán sin perdonar.

Sean misericordiosos, y reciban los dones de mi Espíritu Santo, y el auxilio de mi Madre, para cumplir su ministerio en la fe, en la esperanza y en la caridad, y así transformar al mundo de la iniquidad a la santidad.

Reconozcan en ustedes la debilidad de su humanidad, y estén dispuestos a recibirme, para que en ustedes esté la luz y la victoria en la batalla.

Amigos míos, ustedes son la luz del mundo. Que brille en ustedes la luz para los hombres, y glorifiquen a Dios dando cumplimiento a la ley y los profetas: amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, y con toda tu mente, y al prójimo como a ti mismo».

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Madre mía: sé que no me va a faltar tu compañía para vencer en todas las batallas. Por eso me acojo a tu protección, y te pido que me ayudes a mantener muy firme mi disposición para cumplir la voluntad de Dios, aunque el ambiente sea adverso.

Yo quiero defender la verdad, que es tu propio Hijo, escucharlo y hacer siempre lo que Él me dice, porque estoy seguro de que la verdad me hace libre.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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«Hijo mío, sacerdote: atiende mi llamado.

¿No han sido suficientes para ti mis lágrimas y las de mi Hijo?

No es a los barrios más pobres que yo te llamo, sino a los corazones más pobres y más necesitados. Atiende a mi llamado, es tiempo.

Dichosos los invitados, los que son llamados a nacer a la vida nueva.

Dichosos los que son bautizados, porque de ellos es el Reino de los Cielos.

Dichosos los que se mantienen en la verdad y los que renuncian al pecado.

Dichosos los que se acercan a mí, porque yo no les daré la cabeza de Juan, les daré a mi Hijo, y Él les dará la vida eterna.

Dichosos los llamados a luchar en esta batalla en la que la mujer con el Hijo ha triunfado.

 Acompáñame y contempla conmigo el rostro humano y divino de mi Hijo crucificado.

Contempla la humillación de Dios abajado al hombre, haciéndose último, el más pequeño.

Contempla cómo acepta hacerse ofrenda en manos de sus sacerdotes, a través del sacrificio del trabajo de los hombres, oblación de las uvas trituradas por los pies de los hombres, para que el mosto sea reposado y afectado por microorganismos tan pequeños como levadura, pero que lo transforman en las delicias del vino; y el grano de trigo sembrado en la tierra que muere para dar fruto y es triturado por las manos de los hombres, para ser transformado por el fuego en pan, transustanciándolo para ser manjar exquisito, que es su Cuerpo y su Sangre, y es alimento de vida eterna, es Eucaristía.

Dios Padre mostró a su Hijo al mundo enviando a su Espíritu Santo. Yo lo envié al mundo para que fuera escuchado, pidiendo a los sirvientes que hagan lo que Él les diga, mostrando, por la conversión del agua en vino, el poder del Hijo en el que Dios pone sus complacencias, y para dejar claro que, para saber lo que tienen que hacer, primero deben escucharlo.

Escuchar para seguirlo, para morir al egoísmo, a los placeres del mundo, a la soberbia, a todo pecado. Pero Él no los llamó siervos, los llamó amigos.

Hagan lo que Él les diga, predicando sin miedo su Palabra, porque no son ustedes, sino el Espíritu Santo quien habla; sin preocuparse del mañana, porque el mañana se preocupará de sí mismo. A cada día bástale su propio afán.

Algunos de ustedes, mis hijos sacerdotes, ya no tienen vino, no tienen disposición y humildad para abrirse a la gracia y a la misericordia. Pero ¿no estoy yo aquí que soy su Madre? Yo les pido que acepten mi presencia maternal, para que las gracias se derramen para todos, para conseguirles la libertad a través del conocimiento de la verdad, porque la verdad los hará libres».

¡Muéstrate Madre, María!