23/09/2024

Mc 8, 27-33

49. VIVIR EN LA ETERNIDAD DE DIOS – ENTREGAR LA VIDA

EVANGELIO DEL JUEVES DE LA SEMANA VI DEL TIEMPO ORDINARIO

Dijo Pedro: “Tú eres el Mesías”. - Es necesario que el Hijo del hombre padezca mucho.

+Del santo Evangelio según san Marcos: 8, 27-33

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a los poblados de Cesarea de Filipo. Por el camino les hizo esta pregunta: “¿Quién dice la gente que soy yo?”. Ellos le contestaron: “Algunos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías; y otros, que alguno de los profetas”.

Entonces él les preguntó: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”. Pedro le respondió: “Tú eres el Mesías”. Y él les ordenó que no se lo dijeran a nadie.

Luego se puso a explicarles que era necesario que el Hijo del hombre padeciera mucho, que fuera rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, que fuera entregado a la muerte y resucitara al tercer día.

Todo esto lo dijo con entera claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y trataba de disuadirlo. Jesús se volvió, y mirando a sus discípulos, reprendió a Pedro con estas palabras: “¡Apártate de mí, Satanás! Porque tú no juzgas según Dios, sino según los hombres”.

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: era muy importante para ti que tus discípulos tuvieran claridad sobre tu condición mesiánica, de que eres el Hijo de Dios vivo. Porque debían dar testimonio de ti, y debían dar su vida apoyados en esa fe. Y seguramente, por eso mismo, les hablas inmediatamente de la necesidad de padecer, morir y resucitar, para que tomen en cuenta que todo eso está en el plan de Dios, que todo eso tiene que suceder, en el tiempo previsto.

Así es Dios, tiene sus tiempos, y todo va saliendo según sus planes. Pero Pedro reacciona según los juicios de los hombres, y no quería aceptar que el Mesías de Dios fuera a sufrir.

Señor, ayúdame a que siempre pueda juzgar las cosas “según Dios”, a ver todo con visión sobrenatural, reconociendo que tú tienes tus tiempos para cada cosa, tienes tus planes para cada uno de nosotros, y lo mejor es que te reconozcamos como al Alfa y Omega, principio y fin de todo.

Tú vives en la eternidad, y yo, sacerdote, puedo meterme en esa eternidad cuando celebro en el altar la renovación del sacrificio de tu Cuerpo y de tu Sangre, que es pan de vida eterna.

¿Cómo puedo, Jesús, estar más unido a ti al celebrar la santa misa?

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Amigo mío: yo te llamo para que abraces fuerte tu cruz.

Es la cruz de la Verdad. Yo soy la Verdad.

Es la cruz de la Palabra. Yo soy el Verbo encarnado, el mismo que te habla.

Es la cruz de los que dejan todo para seguir el único y verdadero Camino. Yo soy el Camino.

Es la cruz de los que mueren al mundo para resucitar conmigo. Yo soy la Vida.

Tú sabes muy bien quién soy yo.

El tiempo de los hombres es limitado. Hay un tiempo para cada cosa, y el tiempo se termina, todo comienza y todo se acaba. Para todo hay un tiempo, y hay un tiempo para cada cosa.

Pero el tiempo de Dios es eternidad. El que come mi Carne y bebe mi Sangre tiene vida eterna, y yo le resucitaré en el último día.

Sacerdotes míos: vivan en mi eternidad la renovación de mi entrega, de mi sacrificio redentor para la salvación del mundo, y de mi resurrección, en cada misa, en la que mis ovejas escuchan mi voz, reunidas en un solo rebaño y un solo pastor.

Yo entrego mi vida, para recuperarla de nuevo. Nadie me la quita, yo la doy voluntariamente. Tengo el poder para darla y para recuperarla de nuevo.

Yo alabo al Padre y le doy gracias, y en profunda oración me ofrezco en Cuerpo y en Sangre, para unir a todas las almas en mí y hacerlas partícipes de mi único sacrificio, para ser inmoladas conmigo, para morir al mundo y resucitar en mí.

Entonces todo sucede, todo es real: la transubstanciación del pan y del vino en las manos de ustedes, que se convierten en mi Cuerpo, real y verdadero, y en mi Sangre preciosa, para ser derramada en la cruz para el perdón de los pecados, para ser crucificado en la cruz, en presencia del sacerdote en el altar que, configurado conmigo en el pan y en el vino, somos uno.

Y al elevar mi Cuerpo se elevan ustedes conmigo, y al ofrecer mi Sangre, se ofrecen conmigo en ofrenda agradable al Padre, incluyendo a todas las almas en este único y eterno sacrificio, en el que el pan, el vino y el sacerdote son una sola cosa: Cristo.

Y entrego mi vida amando hasta el extremo, dándolo todo, hasta mi espíritu, muriendo al mundo, para resucitar de entre los muertos para darles vida a todos. Entonces todo se renueva, porque yo hago nuevas todas las cosas.

Y me entrego yo en el sacerdote, como víctima de expiación por los pecados de los hombres, mientras mi Madre, al pie de mi cruz, compadece y sufre conmigo, y se entrega ella aceptando la voluntad de Dios, sosteniendo mi entrega con su compañía y su oración, participando en mi redención desde su sí, por el que fui encarnado en su vientre, fue entregado al mundo el Amor, enseñándome a caminar en medio del mundo, cargando mi cruz, sirviendo, vistiendo al desnudo, curando al enfermo, acogiendo al pobre, liberando al preso, resucitando al muerto, enseñando al que no sabe, dando consejo, corrigiendo al que se equivoca, perdonando los pecados, consolando al que sufre, sufriendo con paciencia los defectos de los demás, orando por los vivos y por los muertos, haciéndome alimento de vida eterna para alimentar al hambriento, y bebida de salvación para dar de beber al sediento, convirtiendo el pan en mi Cuerpo y el vino en mi Sangre.

Mis ángeles y santos, y todas las ánimas adoran mi Cuerpo y mi Sangre en cada misa, en cada celebración, en cada Eucaristía, en la que se renueva mi sacrificio incruento y en la que permanece mi Cuerpo, mi Sangre, mi Alma, y mi Divinidad.

Amigos míos: Satanás ronda alrededor de mi cruz, pero no tiene permitido acercarse a mi Madre».

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Madre mía, Virgen dolorosa: tú me diste el mejor ejemplo de amor a la cruz, permaneciendo firme junto a Jesús en el Calvario. Ayúdame a estar siempre atado a la cruz de tu Hijo, para participar con Él de la redención.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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«Hijos míos, sacerdotes: ustedes son configurados con Cristo el día de su Ordenación. Y reciben muchos regalos y gracias de Dios.

Todos y cada uno recibe las llagas de la pasión, en sus manos, en sus pies y en su costado, al ser configurados con Cristo en la cruz, para que mueran al mundo de pecado, y resuciten a una vida nueva en Cristo, quien les ha dado un alma sacerdotal.

Pero no todos creen, no se mantienen firmes en la fe, se bajan de la cruz, porque no soportan, porque no creen, porque están apegados al mundo, porque tienen miedo al sufrimiento, porque les falta amor, porque no se abren a la gracia y a la misericordia de Dios, y quieren hacerlo todo con sus propias fuerzas, y sufren viviendo en medio del mundo, queriendo pertenecer, pero ustedes no son de este mundo.

Hijos míos: yo los acompaño al pie de la cruz de Cristo, para que los sostenga con su compañía y su oración, para que, aunque no puedan ver sus llagas, las acepten, las reconozcan y las agradezcan, y no se bajen de su cruz. Antes bien, que sigan el ejemplo de Jesús, entregando su vida para morir al mundo. Que nadie se las quite, que la entreguen por su propia voluntad, para que, muriendo a todo deseo de la carne, a todo pecado y a todo mal, sean copartícipes de la redención y resuciten en Cristo, y vivan en la alegría de la resurrección, en libertad, conociendo la verdad».

¡Muéstrate Madre, María!