50. ENVIADOS PARA SERVIR - CONFESAR A CRISTO
EVANGELIO DEL VIERNES DE LA SEMANA VI DEL TIEMPO ORDINARIO
El que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará.
+ Del santo Evangelio según san Marcos: 8, 34-9, 1
En aquel tiempo, Jesús llamó a la multitud y a sus discípulos, y les dijo: “El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará.
¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero, si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar uno a cambio para recobrarla? Si alguien se avergüenza de mí y de mis palabras ante esta gente, idólatra y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él, cuando venga con la gloria de su Padre, entre los santos ángeles”.
Y añadió: “Yo les aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán sin haber visto primero que el Reino de Dios ha llegado ya con todo su poder”.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: varias veces a lo largo de tu vida pública hablaste de la importancia de tomar la cruz de cada día, si uno quería ser tu discípulo. Aquí también aparecen las expresiones “salvar la vida”, “perder la vida”. Queda claro de que se trata de la vida eterna.
A mí, sacerdote, me pides, por una parte, que gane el mundo entero para ti, que te lleve almas. Y, por otra parte, que pierda la vida por ti y por el Evangelio, para salvarme: sin esto último, de nada sirve lo primero.
Me pides que no me avergüence de ti y de tus palabras. Entiendo por eso que me estás pidiendo que predique con el ejemplo, que manifieste mi fe con obras, para así dar testimonio de ti.
Tomar la cruz de cada día, perder la vida, significa realmente ponerme a servir a los demás, olvidándome de mí mismo. Eso hiciste tú, Jesús, que no viniste a ser servido, sino a servir, porque nadie tiene amor más grande por sus amigos que el que da la vida por ellos.
¿Cómo puedo, Jesús, perderle el miedo a la cruz y entregarme completamente?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdotes míos: yo los hago profetas de las naciones, y los envío a llevar mi Palabra. Y a donde quiera que yo los envíe ustedes irán, y lo que yo les diga ustedes dirán.
Yo los envío a servir, para que practiquen mi Palabra poniendo su fe por obra. Porque una fe sin obras es una fe muerta, y el que escucha mi Palabra, si no la pone en práctica, no la aprovecha.
Porque nadie puede decir “Jesús es el Señor” si no es movido por el Espíritu Santo. Pero no todo el que diga: “Señor, Señor” entrará en el Reino de los Cielos, sino el que cumpla la voluntad de Dios.
En cada uno se manifiesta el Espíritu Santo para provecho común.
Yo no he venido al mundo a ser servido sino a servir. Por tanto, el que quiera ser el primero que sea el último.
Y si yo, que soy el Señor, les he lavado los pies, también deben lavarse los pies unos a otros, porque no es más el siervo que su Señor.
Yo conozco bien a los que elegí y a los que he enviado. El que acoge al que he enviado me acoge a mí, y el que me acoge a mí, acoge al que me ha enviado.
No tengan miedo, yo los envío a servir, pero yo los protejo.
Yo los envío a predicar y a poner en práctica mi Palabra, con la que edifican el Reino de los Cielos en la tierra, para que todo esté preparado y dispuesto para cuando yo vuelva.
Yo los envío a construir sobre la roca firme, que soy yo mismo, y sobre quien me representa. Porque sobre esta roca yo edifico mi Iglesia, y las puertas del hades no prevalecerán contra ella.
Vayan a anunciar que el Reino de Dios ha llegado y ya está aquí.
Pongan al servicio de los demás las gracias que les he concedido, porque la Palabra que les ha sido dada es Palabra de Dios.
Sirvan entonces en virtud del poder recibido de Dios, para que el Padre sea glorificado por el Hijo.
Que las obras de Dios que ustedes construyen sean para la edificación espiritual sobre cimientos firmes, para la santidad de ustedes, de los que he elegido como mis siervos, pero que yo no he llamado siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su Señor; los he llamado amigos, porque les he dado a conocer todo lo que he oído a mi Padre. Y los he elegido para que vayan y den fruto, y ese fruto permanezca, para que se amen los unos a los otros; y el que quiera servirme, sirva a sus hermanos.
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Madre mía, esclava del Señor: tú eres maestra de todas las virtudes, sobre todo del amor. No dudaste en entregarte completamente a Dios cuando conociste su voluntad, porque en tu alma había un deseo muy grande de servirlo, que es una maravillosa manifestación de amor.
Y por eso también te llamaste a ti misma esclava, porque decidiste entregar toda tu vida al servicio del Señor.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: enséñame a servir a Dios, sirviendo también a los demás, como lo hiciste tú. Déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijos míos, sacerdotes: ustedes son enviados a preparar las obras de Dios, para que, cuando mi Hijo vuelva, estén preparados.
Ustedes son enviados a dar testimonio de la luz, para que todos crean, porque la luz estaba en el mundo, pero el mundo no la conoció. La obra de Dios es que crean en quien Él ha enviado y al que ustedes no son dignos de desatarle la correa de las sandalias.
Ustedes son enviados a servir al Señor. Clamen ustedes como los profetas en el desierto: “rectifiquen el camino del Señor”, porque Él está a la puerta y llama.
Yo les doy un tesoro de mi corazón, para que cumplan con virtud la voluntad de Dios: mi servicio. Servicio con fe y esperanza, haciéndome esclava del Señor, para que se hiciera en mí según su Palabra.
Para acudir con prontitud a servir a mi prima cuando me necesitaba.
Para servir como esposa y como madre a mi familia.
Para actuar con caridad cuando ya no tenían vino.
Para servir entregando mi vida, acompañando a mi Hijo, sirviéndolo a Él, mientras Él servía a los demás.
Para obedecer al Padre en todo, como mi Hijo, acompañándolo hasta la muerte y una muerte de cruz.
Y para continuar sirviendo, dando esperanza y consuelo, auxilio y protección, para que ustedes, mis hijos, cumplan con su misión; y llevarlos al cielo, porque esa es la voluntad de Dios.
Acompáñenme a prepararlo todo para cuando mi Hijo vuelva.
Construyan sobre cimientos fuertes, predicando la Palabra de Dios, y practicándola, porque cuando Él venga pondrá unos a su derecha y otros a su izquierda. A los de la derecha les dirá: “vengan benditos de mi Padre, reciban la herencia del Reino preparado para ustedes”. A los de la izquierda les dirá: “nunca los he conocido. Aléjense de mí, ustedes los que han hecho el mal”.
Prepárense para cuando mi Hijo vuelva, porque Él vino al mundo a nacer y a vivir entre la miseria de los hombres, para traer misericordia. Pero vendrá de nuevo, y esta vez vendrá con todo su poder y su justicia a buscar lo que le pertenece, y que con su sangre ha ganado.
Prepárense para que se dispongan a recibir el amor a través de la formación permanente de sus corazones.
Para construir almas perfectas que pongan en práctica la Palabra.
Para que construyan el Reino de Dios en la tierra sobre cimientos firmes.
Para que, cuando Él venga, los encuentre preparados y los ponga a su derecha.
Para que se salven ustedes mismos y conduzcan a todas las almas al cielo.
Porque, ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierden su vida?
Quien se avergüence de mi Hijo y de su Palabra, también mi Hijo se avergonzará de él, cuando venga con sus ángeles y la gloria de su Padre.
Yo les traigo mi auxilio con la misericordia de Dios, para que ustedes sean perfectos como Él, imitando mis virtudes, sirviendo como servidores de Cristo, porque Él no los llama siervos, los llama amigos».
¡Muéstrate Madre, María!