55. LA FUERZA DE LA ORACIÓN – FE CON OBRAS
EVANGELIO DEL LUNES DE LA SEMANA VII DEL TIEMPO ORDINARIO
Creo, Señor, pero dame tú la fe que me falta.
+ Del santo Evangelio según san Marcos: 9, 14-29
En aquel tiempo, cuando Jesús bajó del monte y llegó al sitio donde estaban sus discípulos, vio que mucha gente los rodeaba y que algunos escribas discutían con ellos. Cuando la gente vio a Jesús, se impresionó mucho y corrió a saludarlo.
Él les preguntó: “¿De qué están discutiendo?”. De entre la gente, uno le contestó: “Maestro, te he traído a mi hijo, que tiene un espíritu que no lo deja hablar; cada vez que se apodera de él, lo tira al suelo y el muchacho echa espumarajos, rechina los dientes y se queda tieso. Les he pedido a tus discípulos que lo expulsen, pero no han podido”.
Jesús les contestó: “¡Gente incrédula! ¿Hasta cuándo tendré que estar con ustedes? ¿Hasta cuándo tendré que soportados? Tráiganme al muchacho”. Y se lo trajeron. En cuanto el espíritu vio a Jesús, se puso a retorcer al muchacho; lo derribó por tierra y lo revolcó, haciéndolo echar espumarajos. Jesús le preguntó al padre: “¿Cuánto tiempo hace que le pasa esto?”. Contestó el padre: “Desde pequeño. Y muchas veces lo ha arrojado al fuego y al agua para acabar con él. Por eso, si algo puedes, ten compasión de nosotros y ayúdanos”.
Jesús le replicó: “¿Qué quiere decir eso de ‘si puedes’? Todo es posible para el que tiene fe”. Entonces el padre del muchacho exclamó entre lágrimas: “Creo, Señor; pero dame tú la fe que me falta”. Jesús, al ver que la gente acudía corriendo, reprendió al espíritu inmundo, diciéndole: “Espíritu mudo y sordo, yo te lo mando: Sal de él y no vuelvas a entrar en él”. Entre gritos y convulsiones violentas salió el espíritu. El muchacho se quedó como muerto, de modo que la mayoría decía que estaba muerto. Pero Jesús lo tomó de la mano, lo levantó y el muchacho se puso de pie.
Al entrar en una casa con sus discípulos, éstos le preguntaron a Jesús en privado: “¿Por qué nosotros no pudimos expulsarlo?”. Él les respondió: “Esta clase de demonios no sale sino a fuerza de oración y de ayuno”.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: se comprende la desesperación de aquel padre ante la situación de su hijo. Ya había pasado mucho tiempo con ese espíritu mudo y sordo, ya había intentado todos los remedios, y no conseguía nada. Acude a ti pidiendo compasión y ayuda, “si es que puedes algo”.
Como siempre, exiges la fe para conceder aquel favor. Y el padre te la pide, porque es una gracia que tú concedes.
Y yo, sacerdote, me avergüenzo de esas veces que me ha faltado fe “para expulsar demonios”.
Con frecuencia los fieles acuden a mí, también desesperados. Saben que tengo el poder de interceder, el poder de transmitir tu gracia a través de los sacramentos.
Pero, sobre todo, tengo el poder de la oración, porque tú escuchas especialmente a tus amigos, mediadores entre Dios y los hombres, partícipes de tu misión.
Soy consciente de que esa clase de demonios no sale sino a fuerza de oración y ayuno. Dame, Jesús, esa fe que también necesito. ¿Qué debo hacer para traducirla en obras, sobre todo en atención a los pequeños?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdotes míos: el que bendice mi nombre, a pesar de la enfermedad, del sufrimiento, de la desgracia, del dolor, de la agonía…, a pesar de todo, ese es el más pequeño; y el más pequeño entre todos, ese es el más grande.
Reciban a mis pequeños, porque es a mí a quien reciben, y el que a mí me recibe, recibe a aquel que me ha enviado. Misericordia quiero, y no sacrificios.
Miren a mis pequeños, los que luchan entre la vida y la muerte, crucificados en la cruz, y permanezcan al pie de su cruz conmigo, llevando mi misericordia a cada uno de ellos, como instrumentos fidelísimos de Dios.
Algunos de ustedes, mis amigos, están en agonía. Pero no están muriendo al mundo, para resucitar conmigo; están muriendo a la fe, porque les faltan obras. Y una fe, si no tiene obras, está realmente muerta.
Yo les he dado a ustedes una fe como semilla de mostaza, para que obren su fe con misericordia, para que puedan mostrar por las obras su fe. Entonces darán testimonio, y por sus frutos los reconocerán.
Intercedan con su oración al pie de la cruz, con la ayuda de los santos y sus méritos, por la salud de mi pueblo, a través de la renovación de las almas de los que están en agonía, por los que han perdido la fe, por los que han perdido la esperanza, por los que no tienen amor.
Manifiesten su fe con obras de misericordia, y yo les concederé milagros.
Pídanme con todo su corazón la salud de los que están en agonía.
Y cuando una voz horrenda y tenebrosa se burle de ustedes y les diga: “y tú ¿quién crees que eres para pedir semejante favor? ¿Crees que mereces que te sea concedido? ¿Quién podría curarlo, si está tan enfermo? ¿Qué no te das cuenta de que está muriendo? Tú no puedes”.
Si se sienten tan poca cosa, tan pequeños e impotentes, pidan ayuda a los santos, y digan: “yo no puedo, pero Jesús sí puede”. Repítanlo muchas veces, y yo diré con voz fuerte y potente: “a él no lo toques”.
Y cuando el demonio les diga: “tu fe no es suficiente; y si lo fuera, imagina qué diría la gente: te alabarían, te pedirían, te reconocerían, te buscarían a ti antes que a Él, y eso no te gustaría. Tú no eres de los suyos, tú eres un simple hombre, sin valor. ¿Qué obras podrías tú hacer?”.
Y si sienten miedo, angustia, debilidad, pidan ayuda, pidan oración a otros fieles, para que recen por ustedes, y su fe fortalezca la suya. Muéstrenle al demonio su Rosario y díganle con firmeza “vete”. Y se irá. Y, aunque sean muchos, se irán todos. Entonces recen y sentirán una inmensa paz. Y mi Madre les agradecerá por haber tenido fe para expulsar demonios.
Pero una cosa falta: que mis pequeños quieran querer ser renovados, para que pidan fe. Pero si están agonizando en el pecado, ¿cómo querrán querer? Y si no se dan cuenta de que les falta fe, ¿cómo podrán pedirla?
Intercedan ustedes por ellos, al pie de la cruz, y consigan ese querer, y pidan para ellos la fe a través de su oración, para que siempre bendigan mi nombre, en todo momento, a pesar de la enfermedad, el dolor o el sufrimiento, a pesar del trabajo y el cansancio. A pesar de todo, para que reciban mi favor y sean los más pequeños, para ser los más grandes en el Reino de los Cielos.
Si en verdad creen en mí, creen que soy el Hijo de Dios y que soy todopoderoso. Yo les digo: el poder es el amor. El amor vence todo. Yo soy el amor.
El amor lo puede todo, pero tiene voluntad. Tiene que querer, tiene que actuar. Yo les he dado mi poder a los que abrazan mi cruz en la suya. Porque la cruz no se soporta, se ama. Y el amor todo lo puede, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.
El poder del amor se manifiesta cumpliendo el mandamiento que yo les he dado: ámense los unos a los otros, como yo los he amado. En esto está el poder, en interceder pidiendo y ofreciendo los unos por los otros. Yo he rogado al Padre por los que son míos, no para que los saque del mundo, sino para que los proteja del mal.
Intercedan por mi pueblo, porque nadie tiene un amor más grande que el que da la vida por sus amigos, y ese amor tiene el poder de hacer querer la voluntad de Dios. Entonces Dios se apiada, se enternece, se conmueve, se alegra, concede y se derrama en misericordia.
Esa es la cruz: amar siempre, dando la vida por los otros, a pesar del dolor, a pesar del sufrimiento, a pesar de la injusticia, a pesar de la burla y de la inmundicia, a pesar de estar crucificado y parecer débil, frágil, derrotado, inútil, desahuciado, permaneciendo con los brazos abiertos y el corazón expuesto, en la alegría de conocer la verdad, de saberse totalmente entregado, amando hasta el extremo, purificando con el amor, redimiendo, salvando, ganando en la batalla muchas almas para el cielo».
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Madre mía inmaculada: aquel hombre acudió a Jesús para rogarle que hiciera algo por su hijo, movido por su amor de padre. Y yo pienso especialmente en ti, en tu amor de Madre, intercediendo por tus hijos, sobre todo cuando se trata de arrojar demonios.
Tú eres la omnipotencia suplicante. Tu Hijo no te puede negar nada de lo que le pidas. Pero también eres nuestra Madre, y quieres que aprendamos lecciones cuando nos sacas de algún peligro.
En primer lugar, que aprendamos la lección de que los demonios se sacan a fuerza de oración y ayuno, permaneciendo al pie de la cruz. Y también se necesita la fe, y la humildad, y el amor…
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: agradezco tu intercesión, confiando en que sigues pisando la cabeza de la serpiente. Déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijos míos, sacerdotes: nadie puede prohibirles obrar el bien y expulsar demonios, porque eso está a favor de mi Hijo, y a la medida de la fe de ustedes, para que quede de manifiesto que el poder viene de Él.
Permanezcan al pie de la cruz de mi Hijo y acepten las obras de misericordia de los fieles, porque el que no está contra ustedes está en favor de ustedes.
Fortalezcan su espíritu y su fe con obras de misericordia, viendo y atendiendo a mi Hijo en el más necesitado. Acepten las gracias que yo derramo, para que ustedes sean instrumentos fidelísimos de Dios y de su misericordia, para renovar, por la fe, las almas de todos mis hijos.
Consagración, oración y ayuno, eso es lo que tanto les he pedido.
Consagración es entrega, es confianza.
Oración es pedir con fe, dispuestos a recibir y agradeciendo lo que se recibe.
Ayuno es sacrificio, unido y ofrecido a Dios, en el único y eterno sacrificio: el de Cristo, el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo.
Hijos míos: entréguense en mis brazos y confíen en mí. Déjenme mostrarles que soy Madre. Mi hijo, que los ama tanto, los ha entregado a mi cuidado. Yo amo todo lo que Él ama. Reconozcan que son mis hijos y déjenme ser madre. Yo conozco sus sufrimientos, compadezco su dolor y comparto su alegría, porque ustedes son hijos y yo soy madre.
Un hijo pide desde su pequeñez, con humildad, todo lo que necesita.
Una madre pide todo lo que sus hijos necesitan.
Una madre intercede, abraza, consuela, acompaña, escucha, compadece, tiene piedad, protege, asiste, auxilia, es compasiva y misericordiosa.
Una madre tiene el poder de hacer todas las cosas, porque una madre ama.
A ustedes, mi Hijo les ha dado la capacidad de amar a su prójimo como los amó Él, de entregar su vida por ellos, confiando, intercediendo con oración y sacrificio. Pero es necesario que confíen en mí, que se abandonen en mí, que renuncien totalmente a ustedes mismos, que abracen su cruz y que sigan a Jesús. Yo los ayudo, yo los llevo, yo los acompaño.
Yo soy Madre y comparto mi cruz corredentora con ustedes, que está unida a la de Jesús, para que la abracen, para que sean todos míos, para que sean todos de Jesús, para que sean configurados como corderos, en su cuerpo, en su sangre, en su humanidad, en su divinidad, en su cruz, en donde se vencen todas las batallas, con el poder del amor.
Los ángeles y los santos los protegen y los acompañan, y el Espíritu Santo actúa en sus corazones, manteniéndolos encendidos, para que los dones que les han sido dados sean puestos por obra, para que den buen fruto y ese fruto permanezca.
Atesoren el celo apostólico que les ha sido dado, la fe y el amor de mi corazón, para servir a la Iglesia, purificando, a fuerza de oración y sacrificio, todo lo inmundo, que solo así puede ser sanado».
¡Muéstrate Madre, María!