20. ENSEÑAR CON EL EJEMPLO - DISPOSICIÓN DE FORMARSE
EVANGELIO DEL DOMINGO XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO (B)
El que no está contra nosotros, está a nuestro favor. - Si tu mano te es ocasión de pecado, córtatela.
+ Del santo Evangelio según san Marcos: 9, 38-43.45. 47-48
En aquel tiempo, Juan le dijo a Jesús: “Hemos visto a uno que expulsaba a los demonios en tu nombre, y como no es de los nuestros, se lo prohibimos”. Pero Jesús le respondió: “No se lo prohíban, porque no hay ninguno que haga milagros en mi nombre, que luego sea capaz de hablar mal de mí. Todo aquel que no está contra nosotros, está a nuestro favor.
Todo aquel que les dé a beber un vaso de agua por el hecho de que son de Cristo, les aseguro que no se quedará sin recompensa.
Al que sea ocasión de pecado para esta gente sencilla que cree en mí, más le valdría que le pusieran al cuello una de esas enormes piedras de molino y lo arrojaran al mar.
Si tu mano te es ocasión de pecado, córtatela; pues más te vale entrar manco en la vida eterna, que ir con tus dos manos al lugar de castigo, al fuego que no se apaga. Y si tu pie te es ocasión de pecado, córtatelo; pues más te vale entrar cojo en la vida eterna, que con tus dos pies ser arrojado al lugar de castigo. Y si tu ojo te es ocasión de pecado, sácatelo; pues más te vale entrar tuerto en el Reino de Dios, que ser arrojado con tus dos ojos al lugar de castigo, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga”.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: es una pena, pero a veces nos encontramos con personas que piensan que el bien, si no lo hacen ellos, no es bien.
Esa tentación la tuvieron también tus discípulos, pero tú los estabas formando, y les hablabas claro. ¿Cómo iba a estar mal expulsar demonios en tu nombre no siendo de tus discípulos? Ellos debían reconocer que el que actuaba eras tú mismo, a través de esas otras personas. No debían ponerse celosos de que tú también les compartieras ese poder.
Tú eres el Buen Pastor, y buscas constantemente a todas tus ovejas, incluyendo a las que son de otro redil. Convenía que tus Apóstoles fueran personas de mentalidad abierta, dispuestos a dejar actuar al Espíritu Santo, que sopla donde quiere y como quiere. No debemos “enjaular” al Espíritu de la verdad.
Qué importante es arrojar demonios, porque causan desunión. Y qué importante es cuidar la unidad entre todos los que pertenecemos a tu Iglesia. Unidad en la diversidad, porque somos todos tan distintos, pero debemos tener un solo corazón y una sola alma.
Señor, ¿cómo quieres que yo ponga en práctica ese espíritu de mentalidad abierta, para dejar actuar al Espíritu Santo, y respetar y mantener la unidad con todos?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdotes míos: yo soy el Buen Pastor y conozco a mi rebaño.
Yo busco a mis ovejas perdidas para encontrarlas y traerlas conmigo.
Yo busco a mis ovejas heridas para curarlas, para que caminen conmigo.
Yo busco a mis ovejas hambrientas para darles mi alimento.
Yo busco a mis ovejas sedientas para darles de beber.
Yo busco a mis ovejas para protegerlas; para que sean ovejas de mi rebaño y pastores de mi pueblo; para que recojan sus frutos y los entreguen como ofrenda a Dios, por medio de las manos Inmaculadas de mi Madre.
Ella es Madre de gracia y de misericordia, y ella los mantendrá en el camino. Acompañen a mi Madre, para que sean luz para los que están perdidos, y perfume para los que se mantienen en mi camino.
Pastores míos, ovejas de mi rebaño: no tengan miedo, yo estoy con ustedes.
Los que están perdidos, déjense encontrar.
Los que están heridos, déjense sanar.
Los que están enfermos, déjense curar.
Los que están lejos, dejen que me acerque.
Los que están sucios, déjense limpiar.
Los que están limpios, déjense pulir.
Los que están cerca, manténganse en el camino.
Los que están conmigo recuperen lo que está perdido.
Y lleven ofrendas a Dios, y continúen su misión todos los días.
Porque yo los he llamado para seguirme.
Y los he ungido para que reciban al Espíritu Santo.
Y los he enviado para buscar y encontrar.
Para sembrar y cosechar.
Para predicar y alimentar.
Para sanar y perdonar.
Para construir y edificar.
Para conseguir almas para la gloria de Dios.
Y les he dejado el camino trazado.
Y les he dado a mi Madre, para que nunca se pierdan, y a mis ángeles y a mis santos, para que los ayuden.
Sacerdotes: sean pastores, y busquen a todos aquellos que no están contra mí, y recíbanlos, y denles de beber, y háganse ofrenda con ellos. Yo les aseguro que no quedarán sin recompensa.
Y luego vayan y busquen a los que están contra mí, para transformarlos, para conseguirlos. Entren en las casas, lleven el saludo de paz. Pero si no los reciben, salgan de esa casa, y la paz regresará con ustedes, y limpien el polvo de sus pies en señal de reprobación, y lleven la paz a otra casa.
Pero no vayan solos. Manténganse en la unidad entre pastores, y unidos alaben al Señor en un mismo canto, en una misma alabanza, siendo parte conmigo, unidos por un mismo Espíritu, persiguiendo un mismo fin, porque son guerreros de un mismo ejército.
Doblen su rodilla ante un solo Rey. Yo soy Cristo, Rey de los ejércitos.
Guerreros valientes: yo los proveo con armas y armaduras, y los envío a conquistar el mundo, para la construcción del Reino de los Cielos. Yo los haré entrar por la puerta del Reino, y los haré sentarse en tronos de victoria, participando en la gloria eterna de Dios»
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Madre mía, Asiento de la Sabiduría: sé que mi formación me debe conducir a parecerme cada vez más a tu Hijo, porque el sacerdote es Cristo.
Yo te pido que me lleves de la mano al encuentro de Jesús y, contemplándolo a Él, aprenda cómo debe ser mi vida sacerdotal.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: muéstrame el camino. Déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijos míos, sacerdotes: vamos a meditar lo que hay en el corazón de ustedes y en mi corazón de Madre.
Me gusta caminar entre mis flores y cuidarlas, me gusta escuchar los cantos de las aves del cielo, que son los ángeles, y que todo el tiempo adoran y cantan alabanzas, dando gloria a Dios.
Me gusta contemplar el rostro de mi Hijo, y meditar todas las cosas en mi corazón.
Me gusta guiar a mis hijos al encuentro con Cristo, que es el camino al cielo, para entregarlos al abrazo misericordioso del Padre.
Me gusta conducir a las almas del Purgatorio a la plenitud de la santidad, en la eternidad de mi cielo.
Me gusta compartir el Paraíso con los ángeles y los santos.
Me gusta acompañar a cada uno de mis hijos sacerdotes, en su peregrinar como Cristos en medio del mundo, conquistando y salvando almas.
Me gusta que me digan que soy hermosa. Yo les digo que mi belleza se debe a la gracia de Dios, por quien soy Madre de todas las gracias. Soy el reflejo del rostro vivo de Jesucristo resucitado, por quien soy Madre de misericordia.
Mi rostro es el perfil de la perfección humana en la majestad divina. Pero no todos pueden ver esa belleza, sino solo los que se saben hijos y me reconocen como Madre, porque el rostro más hermoso para un hijo es el rostro de su madre.
Yo quisiera que todos mis hijos sacerdotes me reconocieran como Madre, porque lo soy, pero algunos no se dan cuenta ni siquiera de lo que ellos son.
El sacerdote es lo más sagrado que existe sobre la tierra.
El sacerdote es el camino, la verdad y la vida, porque es el mismo Cristo.
Él instituyó el sacerdocio de manera que fuera Él mismo quien llevara a todas las almas al cielo, guiándolas en el camino, enseñándoles a vivir en la verdad, bautizándolas con el Espíritu Santo, para que tengan vida eterna, haciéndolos hijos de Dios.
Por lo tanto, ustedes, hijos míos, deben tener vida sobrenatural. Pero algunos se resisten a hablar y a tener vida sobrenatural, porque los compromete a comportarse en congruencia y a renunciar a los placeres pasajeros de la vida ordinaria.
Ustedes deben vivir la unidad de vida, que es tener los pies en la tierra y el corazón en el cielo, constantemente, uniendo la voluntad humana a la voluntad divina, conscientes de su humanidad imperfecta y de su divinidad consumada en Cristo.
Deben aprender a tener vida sobrenatural, porque Dios es sobrenatural. Y a su vez, es lo que ustedes deben enseñar, para que todos los hombres conozcan las verdades eternas y aspiren a la realización de la obra salvadora de Cristo en cada uno, y a través de este santo ministerio alcancen la perfección, porque los sacerdotes han sido llamados a ser la perfección del hombre imperfecto al ser configurados con Cristo.
Pero ¡ay de aquellos que en lugar de guiar hagan a otros errar el camino! Más les valdría no haber nacido. Porque los sacerdotes son figura y son ejemplo, son viático y son instrumento, son administradores de gracias y dispensadores de los misterios y de los tesoros de Dios, a través del sacramento del Orden, por el que perdonan, renuevan y santifican a los hombres, consumando el sacrificio redentor de Cristo. La consumación del perdón de Dios es la resurrección de Cristo, que es Eucaristía.
Mi rostro es el reflejo de la gracia y la misericordia de Dios, de ahí su hermosura en la que se nota la pureza, la humildad, la bondad, la inocencia, la magnificencia, la fe, la esperanza, la caridad, la sabiduría, la ciencia, el entendimiento, la perseverancia, la paz.
El rostro de Cristo es el rostro de la misericordia. El rostro desfigurado de Cristo crucificado en la cruz es el reflejo del daño que causa el pecado.
El rostro de Cristo resucitado es la perfección y la plenitud alcanzada en la gloria de Dios que perdona, que santifica, que salva, que da vida eterna.
Yo soy experta en perdonar, una y otra vez, perdonar setenta veces siete a los que lastiman y crucifican a mi Hijo.
Los sacerdotes deben entender que son pilares de la Iglesia, que ustedes mismos forman el cuerpo de Cristo, en el que cada uno es Cristo, pero todos son el mismo Cristo, todos se ayudan y todos se afectan, un solo cuerpo, en unidad, en comunidad.
Deben aprender a vivir en la verdad, para que se ayuden entre ustedes, que se corrijan, que se perdonen, que se amen. Y el que esté libre de pecado que arroje la primera piedra.
Deben descubrir la belleza de mi rostro, para que alcancen en mí las verdades escatológicas, que los hagan descubrir y vivir una vida sobrenatural que tienda a la perfección en Cristo.
Deben luchar por corregirse, para que regresen al amor primero, al camino, a la verdad y a la vida de virtud y santidad, que corresponde a su vocación, por la que han sido transformados por el amor en pilares, en columnas, en cimientos del Reino de los Cielos en la tierra, para que todos, obispos, sacerdotes y diáconos, fortalezcan su fe, porque sin fe no pueden tener vida sobrenatural, ya que tienen el peligro de hacer su vida demasiado ordinaria, por estar sacando la escatología de sus vidas.
Es necesario que introduzcan la escatología a su vida ordinaria, para tener una vida sobrenatural en medio del mundo, y que nunca cometan la imprudencia de no perdonar a un corazón arrepentido, porque un corazón contrito y humillado es el mismo rostro de Cristo crucificado.
Es necesario que contemplen mi belleza, para que entiendan que la perfección ordinaria refleja la gracia extraordinaria de la única verdad que es Dios».