29. FIELES A LA IGLESIA – SANTIFICAR A LA IGLESIA
EVANGELIO DEL DOMINGO XXVII DEL TIEMPO ORDINARIO (B)
Lo que Dios unió, que no lo separe el hombre.
+ Del santo Evangelio según san Marcos: 10, 2-16
En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos fariseos y le preguntaron, para ponerlo a prueba: “¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su esposa?”.
Él les respondió: “¿Qué les prescribió Moisés?”. Ellos contestaron: “Moisés nos permitió el divorcio mediante la entrega de un acta de divorcio a la esposa”. Jesús les dijo: “Moisés prescribió esto, debido a la dureza del corazón de ustedes. Pero desde el principio, al crearlos, Dios los hizo hombre y mujer. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su esposa y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Por eso, lo que Dios unió, que no lo separe el hombre”.
Ya en casa, los discípulos le volvieron a preguntar sobre el asunto. Jesús les dijo: “Si uno se divorcia de su esposa y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio”.
Después de esto, la gente le llevó a Jesús unos niños para que los tocara, pero los discípulos trataban de impedirlo.
Al ver aquello, Jesús se disgustó y les dijo: “Dejen que los niños se acerquen a mí y no se lo impidan, porque el Reino de Dios es de los que son como ellos. Les aseguro que el que no reciba el Reino de Dios como un niño, no entrará en él”.
Después tomó en brazos a los niños y los bendijo imponiéndoles las manos.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: el matrimonio es un sacramento grande, al que San Pablo compara con la unión que tú tienes con tu Iglesia. Y esa comparación nos ayuda a pensar en la fidelidad que esa unión implica.
No puede haber una fidelidad más grande que la que tú tienes a tu esposa, la Iglesia. Y nosotros, los bautizados, somos las piedras vivas de tu Iglesia, de modo que tu fidelidad es hacia nosotros, aunque no correspondamos como tú quisieras.
Y nosotros, sacerdotes, que hemos renunciado al matrimonio, nos hemos desposado con tu Iglesia, porque el Sacramento del Orden nos ha configurado contigo. Prometimos fidelidad y obediencia, para siempre.
Señor, ¿qué debo hacer para mantenerme fiel en todo momento?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdotes míos: les enseñaré lo que es la fidelidad.
Mi corazón está expuesto y encendido de amor, pero rodeado de una corona de espinas. Mis manos y mis pies tienen llagas, y, aun así, permanezco en el altar, hablando de amores a mi Iglesia, como un novio enamorado a una novia:
“Esposa mía, yo he hecho contigo una alianza y te he hecho una promesa de fidelidad porque te amo.
Yo te he creado para que seas una, santa, católica y apostólica, para que seas mi esposa, mi Iglesia. Pero tú te has alejado de mí, no te das cuenta que yo todo te lo he dado, y tú lo desparramas, desvirtuando tu integridad, perturbando nuestra alcoba, quebrantando tu juramento y mi alianza.
Pero yo perdonaré tus infidelidades, porque te amo. Voy a conquistarte: te llevaré al desierto y te hablaré de amor.
Yo te he amado, me he entregado a mí mismo por ti, te he purificado con agua, te he hablado con mi palabra, para que seas santa e inmaculada.
Yo haré una alianza eterna contigo, para amarte por los siglos de los siglos.
Te vestiré de novia, te adornaré con perlas y piedras preciosas, y te desposaré para siempre en la fidelidad, para reunir a mis hijos en un solo cuerpo, y las puertas del hades no prevalecerán contra ti, porque tú eres mi esposa y yo te cuido y te protejo, porque te amo”.
Pastores míos: yo los he llamado a ustedes, y los he elegido para que sean como yo. Y ustedes han dejado a su padre y a su madre para unirse a su mujer, que es la Iglesia, para ser una sola carne, como yo.
Se han desposado con la Santa Iglesia, como yo. Y han hecho una alianza, como yo, prometiendo fidelidad y obediencia para siempre.
Pero no todos han sido fieles como yo, y han quebrantado sus promesas, como ella.
Ya no le hablan de amores, ni la alimentan, ni la tratan con cariño, como yo, porque no han entendido que han nacido para dar su vida por ella, como yo, para desposarla, para amarla, para alimentarla, para cuidarla, para protegerla, para perdonarla, para salvarla. Y ambicionan los placeres de los hombres, sin darse cuenta que son sacerdotes, y que han renunciado al matrimonio de los hombres por el Reino de los Cielos, y no tomarán mujer, sino que serán como los ángeles en el cielo, pues participan ya desde ahora en mi resurrección, para que sean perfectos, como mi Padre del Cielo es perfecto, para que sean santos, para que sean ejemplo.
Pero si alguno se divorcia de su esposa y se casa con otra comete adulterio. Y ¿cómo puede exigir fidelidad el infiel?
Sacerdotes míos: sean fieles a su esposa, la Santa Iglesia, para que sean ejemplo para sus hijos, y puedan exigirles que ellos hagan lo mismo, porque todos están llamados a un Matrimonio Espiritual conmigo, en la Santísima Trinidad.
Pero si alguno quiere seguirme, y no deja padre, madre, casa, hijos, hermanos, y hasta su propia vida, no puede ser digno de mí.
Y todo el que deje padre, madre, casa, hijos o tierras por mí, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna.
Les mostraré el rostro de la fidelidad: el rostro de mi Madre»
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Madre mía: así como Jesús nos habla de un Matrimonio Espiritual con Él, en la Santísima Trinidad, yo pienso en ti, Madre de la Iglesia, como mi Madre Espiritual. Muestra que eres madre, y ayúdame a mí a mostrarme como buen hijo.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijos míos, sacerdotes: yo soy Madre de la Iglesia.
Ese título por sí solo no dice nada. El título lo dan los hombres, pero las obras y los frutos definen la realidad por la que se me atribuye ese nombre.
Ustedes son hijos verdaderos de la Iglesia, que ha sido constituida por mi Hijo Jesucristo para reunir a todos los hijos de Dios.
Yo soy Madre, verdadera Madre. Cada uno de mis hijos me honra con ese título, cuando verdaderamente viven en unidad como hijos de la Santa Iglesia en Cristo, para ser con Él un solo cuerpo y un mismo espíritu. Entonces es cuando ese título lo dice todo: Madre de la Iglesia es ser Madre de Dios de la misma manera que ser Madre de los hombres.
Les hablaré hoy del misterio de la maternidad espiritual.
Mi Hijo dijo: “dentro de poco ya no me verán, y dentro de otro poco me verán”. El Espíritu Santo ha mostrado a mi Hijo al mundo, a través de mi maternidad, primero engendrándolo en mi vientre, para que, naciendo en el mundo, fuera visto como uno más entre la gente, como hombre de carne y hueso, y viendo sus obras creyeran en Él, y en que Él es el Hijo de Dios, el Mesías, el Salvador.
Pero después, cuando fue desterrado por los que no creyeron en Él, me hizo Madre de todos los hombres, y subió al cielo, para sentarse a la derecha de su Padre.
Entonces los hombres ya no lo podían ver, y fue enviado el Espíritu Santo, para que, abriendo los ojos a la fe, los que quieran, puedan creer, y los que crean, vean al Hijo de Dios en cada uno de los hombres, y de forma más clara aún, en cada uno de mis hijos sacerdotes, que son configurados con Él.
Por tanto, al engendrar el Espíritu Santo en mi corazón a cada hombre, se manifiesta mi maternidad espiritual al mundo entero, y a través de la gracia de los sacramentos, por el Espíritu Santo, se revela a cada uno el Cristo que vive en cada uno de ellos, y la capacidad de verlo en los demás.
Es el Espíritu Santo quien revela y hace visible para los hombres a Cristo en el mundo, a través de mi maternidad espiritual, que los une en un mismo cuerpo y en un mismo espíritu, para transformar su tristeza en alegría.
Yo les pido que reúnan en torno a mí a todas las naciones que han sido invitadas al banquete celestial de las bodas del Cordero, para que el Espíritu Santo se derrame en sus corazones y les dé la gracia de la fidelidad, para permanecer fieles a sus compromisos.
Permanezcan unidos, entregando su vida a mi servicio, en la fidelidad a sus promesas y el amor a su esposa, la Santa Iglesia, para que sean ejemplo y unión.
A ustedes se les ha dado el poder de pisar serpientes y escorpiones, poder sobre el enemigo, para que lo que Dios unió no lo separe el hombre.
Pero no se alegren por esto, sino porque sus nombres están escritos en el cielo».
¡Muéstrate Madre, María!