65. RECIBIR EL CIENTO POR UNO – EL MAYOR TESORO
EVANGELIO DEL MARTES DE LA SEMANA VIII DEL TIEMPO ORDINARIO
Recibirán cien veces más en esta vida, junto con persecuciones; y en el otro mundo, la vida eterna.
+ Del santo Evangelio según san Marcos: 10, 28-31
En aquel tiempo, Pedro le dijo a Jesús: “Señor, ya ves que nosotros lo hemos dejado todo para seguirte”.
Jesús le respondió: ‘‘Yo les aseguro: Nadie que haya dejado casa, o hermanos o hermanas, o padre o madre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, dejará de recibir, en esta vida, el ciento por uno en casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y tierras, junto con persecuciones, y en el otro mundo, la vida eterna. Y muchos que ahora son los primeros serán los últimos, y muchos que ahora son los últimos, serán los primeros”.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: a cualquier persona que haya entregado su vida a tu servicio le debe gustar mucho esta escena del Evangelio, cuando tú prometes el ciento por uno y la vida eterna a los que hayan dejado todo.
Y dices que eso lo vamos a recibir “en esta vida”.
Sabemos que no se trata de interpretar literalmente tus palabras, sino de tener claro que tú no te dejas ganar en generosidad, y nos das un premio a la medida de tu amor, que es infinito.
Un sacerdote puede pensar que eso de casas, hermanos, padres, hijos, tierras, lo puede encontrar en la Iglesia, en la Providencia Divina, en los feligreses, en la generosidad de tanta gente buena que aprecia al sacerdote y que vela para que no le falte nada.
Y a mí me gusta pensar en el mayor tesoro que nos dejaste, al pie de la cruz: nuestra Madre, Jesús, quien es mi auxilio y garantía de que no me va a faltar nada, si me agarro de su mano.
Jesús: yo te he entregado todo. Ahora enséñame a saber recibir todo de ti, y aprender que todo eso es mi ciento por uno.
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdote mío: recibe mi amor, para que puedas amarme como te amo yo, con mi amor. Yo soy ese complemento que te completa, que te hace ser lo que tú solo no eres, que te hace hacer lo que tú solo no puedes, que te hace amar, hasta ser conmigo una sola cosa.
Es el amor fuente de vida, fuego encendido infinito que gira y se magnifica en la entrega mutua.
Es el amor donación perfecta del Único que es perfecto.
El amor construye, no puede destruirse.
El amor vive, no puede morir.
El amor ama, no puede evitarlo.
El amor crea y transforma lo creado.
El amor convierte.
El amor lo puede todo.
Es Dios el amor, tres Personas distintas, un solo amor, un solo Dios verdadero.
Recíbeme, amigo mío, para transformarte. Entrégame todo lo que tienes, para llenarte de mí. Vive, amigo mío, unido a mí, para que ames, para que transformes, para que me ames con mi amor.
Sacerdotes, amigos míos, apóstoles míos, discípulos míos: sean verdaderos discípulos, verdaderos apóstoles, verdaderos amigos, para que sean verdaderos sacerdotes.
Reciban mi consuelo, para que puedan consolar, y compadecer, y tengan piedad.
Reciban mi Palabra, para que puedan hablar con la verdad. Es mi Palabra que construye, que fortalece, que instruye. Es el Espíritu Santo que comunica, que permanece, que da vida. Es mi Padre que renueva todas las cosas.
Reciban mi esperanza, para que puedan llevar la paz con ustedes a dondequiera que vayan.
Reciban mi fortaleza, para que puedan cargar su cruz de cada día y caminar.
Reciban mi amor, para que puedan amar. Porque es por amor que se vive, que todo se soporta, que todo se puede. Es por amor que la fe se manifiesta en la confianza de la entrega total, dejando todo, renunciando hasta a sí mismos, para seguirme.
Yo les digo: reciban mi amor, porque al que tiene se le dará y le sobrará, pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará.
Les digo esto para que vean y para que oigan, y sean dichosos sus ojos que ven y sus oídos que oyen. Porque muchos no vieron y muchos no oyeron lo que ustedes pueden ver y lo que ustedes pueden oír.
Yo soy el pan que ha bajado del cielo.
Es en la Eucaristía que me entrego yo para que me reciban, y conmigo tengan vida eterna.
Es en mi entrega que he derramado mi sangre por amor, hasta la última gota, para el perdón de sus pecados.
Es por su voluntad que cumplen los mandamientos de mi Padre y hacen su voluntad.
Es cumpliendo la voluntad de mi Padre que permanecen en mí.
Es permaneciendo en mí que permanecen en mi amor.
Es mi amor el que los convierte y el que los transforma para unirse conmigo.
Es vaciarse del mundo y de las cosas del mundo lo que los hace pobres de espíritu, renunciando a los tesoros de la tierra para conseguir tesoros en el cielo.
Es renunciando a uno mismo que se renuncia al egoísmo para servir, para dar, para entregarse. Y es por esta entrega que muchos primeros serán los últimos y muchos últimos serán los primeros.
Sacerdotes míos: he ahí a su Madre. Ella es su auxilio.
Y a todo el que deje casas, hermanos, padres, hijos o tierras por mí, yo le daré el ciento por uno en casas, hermanos, padre, madre, hijos y tierras, en esta vida y la vida eterna.
Ustedes han elegido la mejor parte, que no les será quitada.
Ustedes han sido llamados para alcanzar la perfección de su fe, por la que yo les doy casas, hermanos, padre, madre, hijos y tierras, para que prediquen mi verdad, que es locura divina, más sabia que los hombres.
Yo he escogido a los locos y débiles del mundo para confundir a los sabios y a los fuertes, para que quede claro que toda gracia viene de Dios, y el que se gloríe, se gloríe en el Señor.
Permanezcan en mi locura divina.
Yo estaré con ustedes todos los días de su vida, hasta el fin del mundo».
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Madre mía: el demonio ronda como león rugiente buscando a quién devorar. Y sabe que el afán desmedido de riquezas es una de las batallas que presenta al hombre, haciéndole creer que, si esas riquezas son creación de Dios, es bueno desearlas en abundancia. No advierte del peligro del apegamiento, que esclaviza.
Por eso resulta difícil entender el desprendimiento por amor al Reino de los cielos. Se necesita también mucha fe y esperanza, para creer que vendrá ese ciento por uno en esta vida.
La experiencia de un alma entregada verdaderamente a Dios es que el premio recibido en esta vida es sobre todo la paz interior, aunque haya persecuciones, porque es fruto de la seguridad de que Dios concederá la vida eterna.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijos míos, sacerdotes: yo vengo a buscar a mis hijos, los que no saben llegar, los que se salen del camino, los que se pierden, los que se quedan sentados y ya no quieren caminar.
Yo les doy a ustedes mi paz para que me acompañen.
En el mundo hay mucho dolor, guerra, impiedad, iniquidad, lucha de poder, ignominia, sufrimiento, angustia, tristeza, desesperanza y desesperación, porque en el mundo falta fe. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Pero yo les digo que no habrá paz en el mundo hasta que haya paz en los corazones de los hombres. Paz que llevan a cada casa ustedes, que son enviados de dos en dos. Paz que deben recibir primero ustedes, para que la puedan dar.
Pero no puede dar paz el que está en guerra. Las guerras más fuertes están dentro de cada uno.
Yo les doy mi auxilio, para que ganen todas las batallas, y les traigo la paz para que la lleven a los demás. Porque sus corazones se han ensoberbecido, la tentación ha distraído su atención, y el enemigo está ganando terreno, y ha sembrado duda y miedo, que los paraliza y no los deja avanzar, y algunos se han desviado del camino; otros se han perdido, y otros se han quedado sentados en el camino y ya no quieren caminar, se han cansado de luchar.
El enemigo vence cuando los convence que no hay guerra por ganar, porque no existe el infierno, no hay diablo, no hay batalla por luchar, y les hace creer que el cielo está en el mundo, en los placeres y no en los deberes. Y están tan sordos, y están tan ciegos, que caen, y no se dan cuenta que su adversario el diablo, ronda como león rugiente, buscando a quién devorar.
El hombre por naturaleza busca a Dios, porque está creado para Dios, pero la tentación lo confunde, y el egoísmo lo lleva a la soberbia, y a creerse tan sabio como Dios. Y busca conseguir la belleza del mundo y no admirar la belleza de Dios. Y ambiciona la riqueza del mundo y pierde la riqueza de Dios, que envió a su único Hijo al mundo, y siendo rico, se hizo pobre, para enriquecerlos con su pobreza.
Las batallas se ganan con amor, desde la humildad de su corazón, porque a un corazón contrito y humillado Dios no lo desprecia. Qué difícil es la lucha cuando la batalla significa renunciar a los tesoros del mundo para acumular tesoros en el cielo. Qué difícil resulta la victoria y qué fácil es la derrota, cuando su deseo es la gloria y el poder en el mundo.
Yo les digo, que la victoria se consigue compartiendo la alegría de Cristo, teniendo los mismos sentimientos que Cristo, un mismo ánimo y un mismo sentir, no por ambición y vanagloria, sino con humildad, considerando superiores a los demás, más que a uno mismo, como Él, que siendo de condición divina no codició ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo asumiendo la naturaleza humana, haciéndose obediente hasta la muerte y a una muerte de cruz.
Acompáñenme, porque yo los ayudo a resistir firmes en la fe, fuertes en la batalla y humildes en la victoria.
Qué difícil es para un rico entrar en el Reino de los cielos, porque debe despojarse de todo: de la falsa belleza, de la vanidad, del orgullo, del dinero, de la idolatría, de la comodidad, del poder, de las ambiciones, de las riquezas…, porque está henchido de egoísmo y de soberbia, que le causa apego desmedido al mundo y resistencia al cielo.
Pero para Dios no hay imposibles. Dejen ustedes todo, oren, pidan, trabajen por la paz y esperen, porque recibirán cien veces más en este mundo y la vida eterna».
¡Muéstrate Madre, María!