Mc 12, 35-37
Mc 12, 35-37
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77. ENAMORADOS DE DIOS – HACER LA VOLUNTAD DE DIOS

EVANGELIO DEL VIERNES DE LA SEMANA IX DEL TIEMPO ORDINARIO

¿Cómo dicen que el Mesías es hijo de David?

+ Del santo Evangelio según san Marcos: 12, 35-37

Un día, mientras enseñaba en el templo, Jesús preguntó: “¿Cómo pueden decir los escribas que el Mesías es hijo de David? El mismo David, inspirado por el Espíritu Santo, ha declarado: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mí derecha y yo haré de tus enemigos el estrado donde pongas los pies. Si el mismo David lo llama ‘Señor’, ¿cómo puede ser hijo suyo?”

La multitud que lo rodeaba, que era mucha, lo escuchaba con agrado.

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: yo estoy seguro de que muchas veces durante tu vida pública te divertías también en tus diálogos con los hombres. Hoy les haces una pregunta para desconcertarlos, porque ellos tenían claro que el Mesías vendría de la descendencia de David, pero tú les haces ver que el mismo rey le llama “mi Señor”. Hombre y Dios, Hijo de David e Hijo de Dios.

¡Qué maravilloso misterio! La multitud te escuchaba con agrado, saboreando tus palabras, porque les abrías unos horizontes enormes, manteniendo el misterio. Te has hecho en todo igual a los hombres, menos en el pecado. Y has querido que nosotros, sacerdotes, nos hagamos Cristos. Otra asombrosa realidad.

Señor, reconozco que debo tratarte más en la oración para tener más fe, conocerte mejor, y ser más consciente de esa realidad. Para darme cuenta de que te llevo dentro, y que con tu luz puedo iluminar los caminos oscuros de los que caminan en tinieblas.

Hay mucho que hacer, Señor, y me doy cuenta de que tengo una gran responsabilidad, aunque a veces, por mi fragilidad humana, no refleje verdaderamente tu rostro.

Jesús, ¿qué debe hacer un sacerdote para cumplir bien con su misión de ser otro Cristo?

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdotes míos: les diré lo que pienso.

Mi Padre me ha enviado al mundo, y siendo Dios me he hecho hombre.

He nacido como hombre, he crecido como hombre, he vivido como hombre, he sufrido como hombre, he sido tentado como hombre, he muerto como hombre en manos de los hombres, pero he resucitado como Dios y como hombre.

Ahora quiero pensar cómo piensan los hombres, porque su lógica no es la lógica de Dios, porque sus deseos no son los de Dios, porque su voluntad no está unida a la voluntad de Dios, porque el egoísmo los ata, y ata sus deseos y sus pensamientos y su voluntad.

Yo he bajado del cielo para morir por ustedes, para que, en mi amor, el Padre abriera las puertas del cielo para todos. Y he vencido al pecado.

He resucitado de entre los muertos y he vencido a la muerte.

He dejado camino para que puedan llegar a mí, y me he quedado como muestra del amor infinito de Dios, amándolos hasta el extremo, entregándome cada vez en cada Eucaristía.

He llamado a mis elegidos, ustedes, amados míos, para que no sean ustedes, sino yo, quien viva en ustedes.

¡Crean!, hombres de poca fe.

¡Adoren! ¡Agradezcan! ¡Amen!

Y demuestren la alegría de ser uno conmigo.

Porque yo he venido a salvar, pero ahora queda el convencer.

Y ¿cómo convencer a un hombre de algo que no conoce?

Y ¿cómo pedirle que ame algo que no tiene?

Lleven ustedes mi Palabra, y enamoren a los hombres de mi amor. Porque el hombre enamorado es capaz de dejarlo todo, de despojarse de sí mismo y de morir por ese amor.

Enamórenlos de Dios, para que sean también ellos uno conmigo.

Pero ¿cómo pueden hablar de mí, si ustedes mismos no me conocen?

¿Cómo pueden pedir fe para ellos, si ustedes no la tienen?

¿Cómo esperar que ellos crean, si ustedes primero no creen?

Sean ejemplo, porque para conquistar no hay mejor arma que el amor, que se demuestra con obras.

Aumenten sus momentos de oración conmigo, para que me conozcan.

Pidan el don de la fe, para que sean invencibles en la lucha y fuertes ante la tentación.

Sean firmes en la tribulación e inmutables a las concupiscencias de la carne.

Perseveren en el camino, y sean ustedes luz para guiar a los hombres por camino seguro, confiados, buscando los tesoros del cielo y no las riquezas de la tierra, buscando su recompensa en el cielo y no los placeres pasajeros del mundo.

Sean ustedes conmigo luz, que ilumine las tinieblas de los que caminan por caminos oscuros.

Y abájense como yo, para que entiendan los pensamientos de ellos, porque también ustedes son hombres y son probados y tentados igual que todos los hombres, pero ustedes amigos míos, me llevan dentro, para mostrar mi grandeza, mi omnipotencia y mi majestad.

Vayan entonces como reyes por el mundo, con humildad, sabiendo que mi Reino no es de este mundo.

Conquisten, enamoren, y tráiganlos a mí. Todo para gloria de Dios Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

Procuren la unidad en las familias, porque la familia es el fruto de la humanidad, es entrega mutua, amor irrevocable, donación constante, fuente de la vida, Templo sagrado de Dios.

Es en una familia en donde he sido engendrado, por el Espíritu Santo, en la que he nacido y crecido como hombre, para ser hombre y ser Rey».

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Madre mía: Jesús dice: “enamoren a los hombres de mi amor, porque el hombre enamorado es capaz de dejarlo todo, y morir por ese amor”. Tú mejor que nadie eres testigo de su amor, aprendiste del amor de Dios. También tú, como esa multitud, lo escuchabas con agrado. Tu entrega fue total, como la de Él, pero con amor de Madre.

Amar a Dios debe manifestarse con obras, y eso implica también evitar cualquier ofensa. Primero, convertirnos, y luego, entregarle nuestra voluntad y amarlo con obras.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: enséñame a amar a Dios como se debe. Déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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«Hijo mío, sacerdote: yo amo con amor de madre, que es el amor con el que amo a mi Hijo, el amor con el que amo a todos mis hijos.

Pero el amor de mi Hijo es más grande, es amor de Dios. El amor de Dios ama y sufre como Dios. Por eso mi dolor es infinito, porque aun cuando yo no puedo amar ni sufrir como Él, es amor y sufrimiento maternal.

El entendimiento no lo alcanza a comprender, sino solo un corazón puro, dispuesto y entregado. Es un misterio: la salvación de todas las almas es para la gloria de Dios. Pero ese amor divino también es justo, y hace justicia a los no pecadores, reconociendo y desterrando a los pecadores, aunque esto signifique su menor gloria.

Mi amor es maternal, es distinto. Yo quiero protegerlo a Él, a mi Hijo, aumentar su gloria al máximo. Pero esto es a través de mi sufrimiento, y el suyo al ver el mío. Mi frustración es grande cuando no puedo lograr la conversión de los pecadores, cuando veo tantas almas alejarse y caer. Pero insisto, y necesito de muchas almas buenas que quieran luchar conmigo contra el enemigo, quien es la perdición de tantas almas para minorizar la gloria de Dios y realizar así su venganza.

El amor de Dios es tan grande, eterno, infinito, que aun a costa de su misma gloria hace justicia y se entrega a sí mismo por amor. Él es el amor. Yo detengo esa justicia, porque ¿quién no hace caso a las peticiones de su madre? Y Él me ha concedido este tiempo que yo le he pedido para conseguir la obra grande que Él ha deseado: el retorno de todos sus hijos a Él, la eternidad con todas las almas en la misma gloria, en alabanza y adoración, que solo entienden los que han recibido la gracia de la oración plena, de la unión con Él, de la entrega del corazón en unión con el de mi Hijo Jesús.

Mis lágrimas son el reflejo del dolor que me causa esta imposibilidad, esta impotencia de no poder cambiar los corazones de piedra, de no poder abrir los corazones cerrados, de no poder vaciar los corazones llenos del mundo, para que mi Hijo entre y se quede, y su grandeza los purifique y los cambie.

Yo gozo de la presencia de mi Hijo, y gozo de mi amor maternal, que es el amor más grande que hay después del amor de Dios.

Gozo de engendrarlo, para hacerlo nacer en cada corazón de cada persona.

Gozo verlo feliz.

Gozo aun viéndolo sufrir, porque estando en su presencia no puede haber más que gozo.

Este gozo será mayor en cuanto más almas compartan su gloria entregándole su voluntad. Por eso es tan difícil cambiar sus corazones, porque están dominados por una voluntad que ha sido dada a cada uno por amor, para que la libertad perfeccione ese amor y regrese puro.

Toda la creación es reflejo del amor y la grandeza de Dios. Él me ha concedido el poder de derramar las gracias que las almas necesitan para cumplir su voluntad. Pero esas gracias están limitadas a quien las pide con humildad y fe.

Algunas gracias han sido dadas por Él y por mí para lograr discernir esa voluntad, que es engañada todos los días. Y la gracia eterna, que es el Espíritu Santo, que es Dios, tiene el poder que yo no tengo de convertir esos corazones, cuando por voluntad eligen el Reino de Dios».

¡Muéstrate Madre, María!