78. EL TESORO DE DIOS – ABANDONO TOTAL
EVANGELIO DEL SÁBADO DE LA SEMANA IX DEL TIEMPO ORDINARIO
Esa pobre viuda ha echado en la alcancía más que todos.
+ Del santo Evangelio según san Marcos: 12, 38-44
En aquel tiempo, enseñaba Jesús a la multitud y le decía: “¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplios ropajes y recibir reverencias en las calles; buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; se echan sobre los bienes de las viudas haciendo ostentación de largos rezos. Estos recibirán un castigo muy riguroso”.
En una ocasión Jesús estaba sentado frente a las alcancías del templo, mirando cómo la gente echaba allí sus monedas. Muchos ricos daban en abundancia. En esto, se acercó una viuda pobre y echó dos moneditas de muy poco valor. Llamando entonces a sus discípulos, Jesús les dijo: “Yo les aseguro que esa pobre viuda ha echado en la alcancía más que todos. Porque los demás han echado de lo que les sobraba; pero ésta, en su pobreza, ha echado todo lo que tenía para vivir”.
Palabra del Señor.
+++
REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: qué contraste tan grande entre los escribas que buscan los primeros puestos en los banquetes y se echan sobre los bienes de las viudas, y aquella pobre viuda que echa en la alcancía todo lo que tenía para vivir.
Ya sé, Señor, que tú solo miras el corazón de las personas, sin importar el monto de lo que entregan, porque del corazón del hombre es de donde salen las intenciones. Y cuando se trata de la entrega de un corazón no te satisfaces compartiendo, lo quieres todo.
Tú no te dejas ganar en generosidad, y es una pena que, sabiéndolo, nos dejemos llevar a veces por el egoísmo y la cicatería. Además, deberíamos de mirar tu ejemplo. Tú moriste por nosotros derramando hasta la última gota de tu sangre: la entrega absoluta, total.
Debemos de corresponder a tu amor con generosidad. Y lo esperas especialmente del sacerdote. Debemos imitar tu vida. Siendo rico, te hiciste pobre, para enriquecernos con tu pobreza.
Pero son muy atractivas las cosas de la tierra y nos cuesta desprendernos de ellas. Cuántos ejemplos de almas santas que han sabido desprenderse de todo, y no aprendemos.
Jesús, ¿cómo debe ser el espíritu de pobreza y desprendimiento de un sacerdote?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
+++
«Sacerdote mío: confía en mí.
No me des lo que te sobra, dame lo que te falta, lo poco que tienes. Lo quiero todo: te quiero a ti, completamente, vacío de ti, para llenarte de mí.
Entrégame tu confianza, abandónate en mí, y obedece a mis deseos, porque yo te quiero a ti.
Sírveme con la harina y el aceite que se acaba, y yo te haré ser levadura para la masa, y sal de la tierra.
Entrégate a mí, totalmente, y yo te daré harina y aceite para siempre, alimento que te nutre y que te sacia, pan vivo bajado del cielo, pan que es verdadera comida, para que tengas vida eterna.
Amigo mío: yo soy el que te hace sufrir, el que te hace morir al mundo, el que desgarra tus entrañas, el que te pide todo para darte todo.
Yo soy el que murió por ti, para darte vida. El que te ama tanto, que ha venido a buscarte para recuperarte. El que se ha hecho hombre para vivir entre los hombres, para morir en manos de los hombres, para perdonarte, para salvarte.
Entrégame todo, y yo te daré a mi Madre.
Ahora contémplame a mí crucificado, con mis pies y mis manos clavadas con grandes clavos a un madero en cruz. Arriba un letrero que anuncia que yo soy el rey de los judíos, y sin embargo, parezco derrotado, abatido, un rey herido de muerte, destruido, un rey tan pobre, que en su cabeza no tiene corona de oro, sino corona de espinas.
Contempla a mi Madre, y despójate de todo lo que te sobra, y entrega lo que te falta, hasta humillarte tanto, que no te quede nada para ofrecer, nada para dar, hasta hacerte nada a los pies del que lo tiene todo, del que lo es todo, y sin embargo, estaba crucificado.
Contempla mis pies clavados. Son los pies de Dios, los que pisaron la tierra, los que caminaron entre el mundo de la inmundicia y del pecado, mundo de avaricia, de ambición y de muerte.
Contempla a esos pies caminando, llevando a Dios hasta la gente, buscando, encontrando, predicando, alimentando, enseñando, sirviendo, guiando. Porque parecen ovejas sin pastor.
Contempla esos pies cansados, con paso firme, cargando un peso inmerecido, pies hinchados y lastimados que sangran, pies que obedecen y siguen adelante, sosteniendo a todo un Dios en el cuerpo de un hombre.
Contempla esos pies dejar huella, marcando el camino, para que otros lo sigan, y sin embargo, caminan solos.
Contempla esos pies llegar al final del camino, y entregarse en manos de los hombres, confiando, abandonándose, obedeciendo.
Contempla a los hombres destrozar esos pies, pies divinos, pies de hombre, con los que Dios pisó la tierra. Pies prisioneros entre manos impuras y sucias, entre la crueldad y el horror, que sin piedad clavan los pies de Dios al mundo, uniéndolos para siempre.
Sacerdote mío, pastor de mi rebaño: te quiero todo.
Después de cumplir con lo que te mando, y darme todo lo que te sobra, vende todo, repártelo entre los pobres y sígueme.
Entonces entrégame tu pobreza, que es lo que te aleja de tu tesoro.
Tu pobreza está en el mundo, tu tesoro está en el cielo. ¿En dónde está tu corazón?
He ahí tu pobreza, y tu riqueza. Entrégame tu pobreza, para llenarte de mi riqueza. Es en la humildad donde te entregas, y en la humillación de reconocerte pecador. Y es tu miseria lo que yo quiero.
Entrégame tu debilidad y tus flaquezas, tus miedos, tu orgullo, tu desconfianza, tus ganas de abandonarme, tus deseos de la carne, tus ansias de mundo, tu desierto, tus sufrimientos, tu desobediencia, tu ira, tus pasiones, tus tentaciones, tu pereza, tu incomprensión, tu injusticia, tu omisión, tu indiferencia, eso que tú escondes, pero que yo lo veo todo.
Esa es tu pobreza, lo que te aleja de mí, lo que te aleja de tu tesoro, lo que te hace mendigar, perder el camino, buscar en donde nada se encuentra, caminar en las tinieblas, con los ojos ciegos.
Confía en mí, como yo confío en ti. Mi vida entre tus manos. Tu poder para hacer del pan mi Cuerpo y del vino mi Sangre, para entregarte tú conmigo, en cada oblación, pero en un mismo sacrificio, en donde yo entrego la vida, para darte vida, para que tú des vida conmigo.
Amigo mío: regresa a mi amistad, que ese es tu tesoro, tu riqueza, en este mundo y en el otro.
Dame tu pobreza, y yo te daré pan para la vida, hasta que vuelva.
Sacerdote amigo mío: entrégame tus pies, para que siga caminando. Los míos los han truncado entre clavos y una cruz; pero la masa ha fermentado, y de ahí naciste tú. Eres fruto de mi entrega, eres fruto de mi cruz, eres pies que hacen camino, para llevar mi ser divino al mundo, para continuar la construcción del reino del Rey que ha venido al mundo, pero que no es de este mundo.
Mi tesoro. Eso es lo que yo he venido a buscar.
Entrégame mi tesoro en el confesionario y en el altar.
Mi tesoro eres tú y cada alma que se arrepiente, que tú absuelves y que alimentas, porque mi tesoro es la alegría del cielo. Y hay más alegría en el cielo por cada alma que se arrepiente, que consigues para mí; empezando, amigo mío, por ti».
+++
Madre nuestra: tú supiste desprenderte hasta de tu propio Hijo para colaborar en la obra de la redención. Ofreciste tu sufrimiento como corredentora al pie de la cruz, sabiendo que era muy valioso a los ojos de Dios, como dulce ofrenda para la salvación de todos los hombres.
Enséñanos, Madre, a convertir el sufrimiento en oración, en ofrenda grata a Dios. A darle sentido sobrenatural a todo lo que hacemos, sobre todo a todo lo que dejamos por amor a tu Hijo, para sentir la alegría de la verdadera entrega, y que no haya nada que nos ate a las cosas del mundo.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: ayúdame a buscar solamente los tesoros del cielo, para disfrutar de ellos para siempre, para siempre. Déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
+++
«Hijo mío sacerdote: quédate conmigo, comparte mi sufrimiento y medita todo esto en mi corazón unido al tuyo, unido al de mi Hijo.
Él es el que, siendo rico, se ha hecho pobre, para entregarte su riqueza.
Él es el que tú has herido y lastimado, aunque no te dabas cuenta.
Él es el que ha dado todo, hasta la vida, amándote al extremo, para hacerte suyo.
Él es quien destruye tu muerte, crucificando tu pecado, para darte la vida.
Pero era necesario que mi Hijo fuera crucificado, para recuperarte a ti, para recuperarlos a todos.
Es necesario que sufras conmigo, y que en este sufrimiento te entregues por completo, para retornar el amor, para reparar las heridas del Santo de Dios, que se compadece y nunca te abandona, que se entrega por completo y en tu entrega te consuela.
Recibe en tus sufrimientos al Espíritu Consolador, y retorna el amor, para reparar las heridas causadas por tus pecados y por los pecados de todos mis hijos.
Y en medio del dolor te invadirá una profunda paz, que te permitía sentir y sufrir y llorar, pero también permanecer de pie, y contemplar y acompañar al crucificado, que fue elevado y expuesto al mundo por los pecados de ustedes, en la pobreza, desnudo, sin nada, y aun así, entregando todo lo que le quedaba para vivir: su sangre hasta la última gota.
Permanece de pie conmigo, al pie de la cruz. Yo te enseñaré a transformar tu sufrimiento en oración constantemente, sufrimiento por amor al amor que se te entrega constantemente, amor que entregas en tu servicio a la Santa Iglesia, por medio de tu servicio, enseñando, santificando, gobernando, para ser el último y no el primero, para que te reconozcas el más pobre entre los pobres, y entregues tu pobreza, para que te vacíes de tus miserias y seas llenado con los tesoros del cielo, para que repartas tu riqueza entre la pobreza del mundo entero.
Protege y administra bien el tesoro de Dios, para que todo se aproveche. El tesoro es el amor de Dios a los hombres, que se derrama desde el corazón del Hijo en la cruz, y se transforma en misericordia».
¡Muéstrate Madre, María!
74. EL TESORO DE DIOS – ABANDONO TOTAL
EVANGELIO DEL DOMINGO XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO (B)
Esa pobre viuda ha echado en la alcancía más que todos.
+ Del santo Evangelio según san Marcos: 12, 38-44
En aquel tiempo, enseñaba Jesús a la multitud y le decía: “¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplios ropajes y recibir reverencias en las calles; buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; se echan sobre los bienes de las viudas haciendo ostentación de largos rezos. Estos recibirán un castigo muy riguroso”.
En una ocasión Jesús estaba sentado frente a las alcancías del templo, mirando cómo la gente echaba allí sus monedas. Muchos ricos daban en abundancia. En esto, se acercó una viuda pobre y echó dos moneditas de muy poco valor. Llamando entonces a sus discípulos, Jesús les dijo: “Yo les aseguro que esa pobre viuda ha echado en la alcancía más que todos. Porque los demás han echado de lo que les sobraba; pero ésta, en su pobreza, ha echado todo lo que tenía para vivir”.
Palabra del Señor.
+++
REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: qué contraste tan grande entre los escribas que buscan los primeros puestos en los banquetes y se echan sobre los bienes de las viudas, y aquella pobre viuda que echa en la alcancía todo lo que tenía para vivir.
Ya sé, Señor, que tú solo miras el corazón de las personas, sin importar el monto de lo que entregan, porque del corazón del hombre es de donde salen las intenciones. Y cuando se trata de la entrega de un corazón no te satisfaces compartiendo, lo quieres todo.
Tú no te dejas ganar en generosidad, y es una pena que, sabiéndolo, nos dejemos llevar a veces por el egoísmo y la cicatería. Además, deberíamos de mirar tu ejemplo. Tú moriste por nosotros derramando hasta la última gota de tu sangre: la entrega absoluta, total.
Debemos de corresponder a tu amor con generosidad. Y lo esperas especialmente del sacerdote. Debemos imitar tu vida. Siendo rico, te hiciste pobre, para enriquecernos con tu pobreza.
Pero son muy atractivas las cosas de la tierra y nos cuesta desprendernos de ellas. Cuántos ejemplos de almas santas que han sabido desprenderse de todo, y no aprendemos.
Jesús, ¿cómo debe ser el espíritu de pobreza y desprendimiento de un sacerdote?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
+++
«Sacerdote mío: confía en mí.
No me des lo que te sobra, dame lo que te falta, lo poco que tienes. Lo quiero todo: te quiero a ti, completamente, vacío de ti, para llenarte de mí.
Entrégame tu confianza, abandónate en mí, y obedece a mis deseos, porque yo te quiero a ti.
Sírveme con la harina y el aceite que se acaba, y yo te haré ser levadura para la masa, y sal de la tierra.
Entrégate a mí, totalmente, y yo te daré harina y aceite para siempre, alimento que te nutre y que te sacia, pan vivo bajado del cielo, pan que es verdadera comida, para que tengas vida eterna.
Amigo mío: yo soy el que te hace sufrir, el que te hace morir al mundo, el que desgarra tus entrañas, el que te pide todo para darte todo.
Yo soy el que murió por ti, para darte vida. El que te ama tanto, que ha venido a buscarte para recuperarte. El que se ha hecho hombre para vivir entre los hombres, para morir en manos de los hombres, para perdonarte, para salvarte.
Entrégame todo, y yo te daré a mi Madre.
Ahora contémplame a mí crucificado, con mis pies y mis manos clavadas con grandes clavos a un madero en cruz. Arriba un letrero que anuncia que yo soy el rey de los judíos, y sin embargo parezco derrotado, abatido, un rey herido de muerte, destruido, un rey tan pobre, que en su cabeza no tiene corona de oro, sino corona de espinas.
Contempla a mi Madre, y despójate de todo lo que te sobra, y entrega lo que te falta, hasta humillarte tanto, que no te quede nada para ofrecer, nada para dar, hasta hacerte nada a los pies del que lo tiene todo, del que lo es todo y, sin embargo, estaba crucificado.
Contempla mis pies clavados. Son los pies de Dios, los que pisaron la tierra, los que caminaron entre el mundo de la inmundicia y del pecado, mundo de avaricia, de ambición y de muerte.
Contempla a esos pies caminando, llevando a Dios hasta la gente, buscando, encontrando, predicando, alimentando, enseñando, sirviendo, guiando. Porque parecen ovejas sin pastor.
Contempla esos pies cansados, con paso firme, cargando un peso inmerecido, pies hinchados y lastimados que sangran, pies que obedecen y siguen adelante, sosteniendo a todo un Dios en el cuerpo de un hombre.
Contempla esos pies dejar huella, marcando el camino, para que otros lo sigan y, sin embargo, caminan solos.
Contempla esos pies llegar al final del camino, y entregarse en manos de los hombres, confiando, abandonándose, obedeciendo.
Contempla a los hombres destrozar esos pies, pies divinos, pies de hombre, con los que Dios pisó la tierra. Pies prisioneros entre manos impuras y sucias, entre la crueldad y el horror, que sin piedad clavan los pies de Dios al mundo, uniéndolos para siempre.
Sacerdote mío, pastor de mi rebaño: te quiero todo.
Después de cumplir con lo que te mando y darme todo lo que te sobra, vende todo, repártelo entre los pobres y sígueme.
Entonces entrégame tu pobreza, que es lo que te aleja de tu tesoro.
Tu pobreza está en el mundo, tu tesoro está en el cielo, ¿en dónde está tu corazón?
He ahí tu pobreza, y tu riqueza. Entrégame tu pobreza, para llenarte de mi riqueza. Es en la humildad donde te entregas, y en la humillación de reconocerte pecador. Y es tu miseria lo que yo quiero.
Entrégame tu debilidad y tus flaquezas, tus miedos, tu orgullo, tu desconfianza, tus ganas de abandonarme, tus deseos de la carne, tus ansias de mundo, tu desierto, tus sufrimientos, tu desobediencia, tu ira, tus pasiones, tus tentaciones, tu pereza, tu incomprensión, tu injusticia, tu omisión, tu indiferencia, eso que tú escondes, pero que yo lo veo todo.
Esa es tu pobreza, lo que te aleja de mí, lo que te aleja de tu tesoro, lo que te hace mendigar, perder el camino, buscar en donde nada se encuentra, caminar en las tinieblas, con los ojos ciegos.
Confía en mí, como yo confío en ti. Mi vida entre tus manos. Tu poder para hacer del pan mi cuerpo y del vino mi sangre, para entregarte tú conmigo, en cada oblación, pero en un mismo sacrificio, en donde yo entrego la vida, para darte vida, para que tú des vida conmigo.
Amigo mío: regresa a mi amistad, que ese es tu tesoro, tu riqueza, en este mundo y en el otro.
Dame tu pobreza y yo te daré pan para la vida, hasta que vuelva.
Sacerdote, amigo mío: entrégame tus pies, para que siga caminando. Los míos los han truncado entre clavos y una cruz, pero la masa ha fermentado, y de ahí naciste tú. Eres fruto de mi entrega, eres fruto de mi cruz, eres pies que hacen camino, para llevar mi ser divino al mundo, para continuar la construcción del reino del Rey que ha venido al mundo, pero que no es de este mundo.
Mi tesoro, eso es lo que yo he venido a buscar.
Entrégame mi tesoro en el confesionario y en el altar.
Mi tesoro eres tú y cada alma que se arrepiente, que tú absuelves y que alimentas, porque mi tesoro es la alegría del cielo. Y hay más alegría en el cielo por cada alma que se arrepiente, que consigues para mí, empezando, amigo mío, por ti».
+++
Madre nuestra: tú supiste desprenderte hasta de tu propio Hijo para colaborar en la obra de la redención. Ofreciste tu sufrimiento como corredentora al pie de la cruz, sabiendo que era muy valioso a los ojos de Dios, como dulce ofrenda para la salvación de todos los hombres.
Enséñanos, Madre, a convertir el sufrimiento en oración, en ofrenda grata a Dios. A darle sentido sobrenatural a todo lo que hacemos, sobre todo a todo lo que dejamos por amor a tu Hijo, para sentir la alegría de la verdadera entrega, y que no haya nada que nos ate a las cosas del mundo.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: ayúdame a buscar solamente los tesoros del cielo, para disfrutar de ellos para siempre, para siempre. Déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
+++
«Hijo mío sacerdote: quédate conmigo, comparte mi sufrimiento y medita todo esto en mi corazón unido al tuyo, unido al de mi Hijo.
Él es el quien, siendo rico, se ha hecho pobre, para entregarte su riqueza.
Él es el que tú has herido y lastimado, aunque no te dabas cuenta.
Él es el que ha dado todo, hasta la vida, amándote al extremo, para hacerte suyo.
Él es quien destruye tu muerte, crucificando tu pecado, para darte la vida.
Pero era necesario que mi Hijo fuera crucificado, para recuperarte a ti, para recuperarlos a todos.
Es necesario que sufras conmigo, y que en este sufrimiento te entregues por completo, para retornar el amor, para reparar las heridas del Santo de Dios, que se compadece y nunca te abandona, que se entrega por completo y en tu entrega te consuela.
Recibe en tus sufrimientos al Espíritu Consolador, y retorna el amor, para reparar las heridas causadas por tus pecados y por los pecados de todos mis hijos.
Y en medio del dolor te invadirá una profunda paz, que te permitía sentir y sufrir y llorar, pero también permanecer de pie, y contemplar y acompañar al crucificado, que fue elevado y expuesto al mundo por sus pecados, en la pobreza, desnudo, sin nada, y aun así, entregando todo lo que le quedaba para vivir: su sangre hasta la última gota.
Permanece de pie conmigo, al pie de la cruz. Yo te enseñaré a transformar tu sufrimiento en oración constantemente, sufrimiento por amor al amor que se te entrega constantemente, amor que entregas en tu servicio a la Santa Iglesia, por medio de tu servicio, enseñando, santificando, gobernando, para ser el último y no el primero, para que te reconozcas el más pobre entre los pobres, y entregues tu pobreza, para que te vacíes de tus miserias y sean llenado con los tesoros del cielo, para que repartas tu riqueza entre la pobreza del mundo entero.
Protege y administra bien el tesoro de Dios, para que todo se aproveche. El tesoro es el amor de Dios a los hombres, que se derrama desde el corazón del Hijo en la cruz, y se transforma en misericordia».
¡Muéstrate Madre, María!