23/09/2024

Mc 6, 34-44

46. DISPUESTOS A COMPARTIR – ALIMENTAR HASTA SACIAR

8 DE ENERO O MARTES DESPUÉS DE EPIFANÍA

Al multiplicar los panes, Jesús se manifiesta como profeta.

+ Del santo Evangelio según san Marcos: 6, 34-44

En aquel tiempo, al desembarcar Jesús, vio una numerosa multitud que lo estaba esperando, y se compadeció de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas.

Cuando ya atardecía, se acercaron sus discípulos y le dijeron: “Estamos en despoblado y ya es muy tarde. Despide a la gente para que vayan por los caseríos y poblados del contorno y compren algo de comer”. Él les replicó: “Denles ustedes de comer”.

Ellos le dijeron: “¿Acaso vamos a ir a comprar doscientos denarios de pan para darles de comer?”. Él les preguntó: “¿Cuántos panes tienen? Vayan a ver”.

Cuando lo averiguaron, le dijeron: “Cinco panes y dos pescados”.

Entonces ordenó Jesús que la gente se sentara en grupos sobre la hierba verde y se acomodaron en grupos de cien y de cincuenta. Tomando los cinco panes y los dos pescados, Jesús alzó los ojos al cielo, bendijo a Dios, partió los panes y se los dio a los discípulos para que los distribuyeran; lo mismo hizo con los dos pescados. Comieron todos hasta saciarse, y con las sobras de pan y de pescado que recogieron llenaron doce canastos. Los que comieron fueron cinco mil hombres.

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: qué milagro tan grandioso ese de la multiplicación de los panes y los peces. Y tú querías que se viera la desproporción entre la aportación humana y el resultado desbordante después de tu acción divina.

Son muchas las lecciones que podemos sacar de este pasaje del santo Evangelio, pero a mí me gusta fijarme en esa numerosa multitud de personas que no les importó padecer hambre, con tal de saciarse con el alimento de tu Palabra, y de beber de la fuente de salvación que brotaba de tus labios.

Y pienso en tantas veces que ahora los hombres no se dan cuenta de que el verdadero alimento que sacia es el pan bajado del cielo, es tu Palabra, es tu espíritu, es tu amor. Y somos nosotros, tus sacerdotes, los que tenemos esos cinco panes y dos pescados, nuestras pobres fuerzas, que te presentamos para que, con tu bendición, transformes en alimento de vida eterna.

¿Qué debemos hacer, Jesús, para ser buenos instrumentos en tus manos, para alimentar bien y saciar a tu pueblo?

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdote mío: algunos hombres quieren hacer su voluntad, buscando su provecho personal, pero esa no es la voluntad del Padre, y nada será suficiente. Mira cómo transforman todo, buscando mejorar y hacer suyo lo que mi Padre ha creado. Pero, en su intento, lo destruyen todo. Ingratos, prepotentes, no podrán. Y buscarán y no encontrarán, y trabajarán y se cansarán, y caminarán y no llegarán, y comerán los frutos de sus siembras y calmarán el hambre, pero nunca se saciarán, y beberán el agua de los ríos, pero siempre tendrán sed.

Mi Padre les ha dado todo un mundo lleno de su creación, que en unidad es perfección. Pero han querido ser independientes y lo han dejado solo. Y mientras más buscan menos encuentran; y mientras más andan, menos llegan; y mientras más se ocupan, más se cansan; y mientras más comen, más hambre sienten, y ya nada tienen, todo les falta. Es mi Padre bueno que los ha rescatado de la esclavitud y les ha dado la libertad. Los ha conducido de su mano y les ha dado de comer, haciendo llover pan del cielo. Pero no ha sido suficiente.

Entonces ha hecho bajar el pan del cielo, y lo ha plantado en tierra fértil, como semilla que crece y da fruto bueno, fruto que es alimento que sacia, que renueva, que une, que salva, que es suficiente.

Recibe este alimento, amigo mío, para que nada te falte.

Sacerdotes: sean sus manos instrumentos transformantes del alimento sagrado que mi Padre, por su misericordia, les ha enviado. Tomen el pan y transfórmenlo en mi carne, tomen el vino y transfórmenlo en mi sangre, y alimenten a mi pueblo, que es alimento divino que les bastará para saciarse, para que ya no busquen sin encontrar, para que ya no caminen en la oscuridad, para que encuentren descanso en mi eternidad.

Sean ustedes instrumentos, pero sean ustedes parte. Entréguense conmigo para alimentar, para saciar, para salvar, que, siendo partícipes, son ustedes también alimentados, y saciados, y salvados.

Amigos míos: ¿a dónde van, que no llegan? ¿En dónde buscan, que no encuentran? ¿Qué comen, que tienen hambre? ¿Qué beben, que tienen sed?

Es en el mundo en donde nada es suficiente.

Es fuera de este mundo en donde nada les faltará.

Es en la falta de la virtud en donde el hambre se hace presente.

Es en la ausencia de la oración en donde la sed los abrasa, y les seca la garganta.

Es en la tentación y en la debilidad en donde buscan sin encontrar.

Es en el pecado en donde se alimentan sin ser saciados, y por eso quieren más, y buscan más, y se alejan cada vez más.

Aliméntense de mi Palabra, de mi espíritu y de mi amor.

Regresen, es tiempo de reencontrar en ustedes mismos al sacerdote que he llamado y he venido a buscar: déjense encontrar.

Sacerdote que se alimenta de mi Cuerpo y de mi Sangre, con fe, en la pureza.

Sacerdote que transforma el pan en mi Cuerpo y el vino en mi Sangre con fe, en la esperanza.

Sacerdote que alimenta a mi pueblo con el amor que se concentra en la hostia consagrada.

Yo soy el pan de la vida. El que come mi carne nunca tendrá hambre y el que bebe mi sangre nunca tendrá sed.

Vengan a mí los que están cansados, que yo los aliviaré.

Yo soy el camino, la verdad y la vida, y el que cree en mí vivirá para siempre.

Pastores de mi pueblo, sean sacerdotes, hombres divinos como yo, configurados conmigo. Sean Cristos y entréguense conmigo, para alimentar, para salvar, para saciar, para dar vida.

Ustedes son mis amigos, pero algunos caminan como ovejas sin pastor. Yo soy el Buen Pastor y conozco a mis ovejas, y ellas me conocen a mí. Por eso me buscan, por eso me esperan, porque ustedes saben quién soy yo, saben que yo soy el único Hijo de Dios, y reconocen en su debilidad mi fortaleza, y saben que yo tengo en mí la salud y el alimento de vida eterna.

Yo les hablaré y, si ustedes me escuchan, los curaré de los males que los atan y los esclavizan al mundo, y les daré de comer. Tomaré los cinco panes y dos peces, y los bendeciré para alimentarlos a todos. De mi Palabra, que es como una espada de dos filos, comerán y se saciarán, y sobrará suficiente para llenar doce canastos, cada uno para alimentar a cada una de las tribus de Israel.

Si ustedes no comparten lo que yo les he dado, nada de esto verán, porque la gracia se multiplica por la fe y por las obras.

La tierra ya está sembrada, y aun cuando duerman y no se den cuenta, de noche y de día, sin que sepan cómo, dará fruto por sí misma. Yo les he dado la Palabra de mi Padre, y el mundo los ha odiado, porque no son del mundo, como yo no soy del mundo.

Yo no pido a mi Padre que los retire del mundo, sino que los guarde del maligno, para que compartan mis tesoros y Él los multiplique, para santificarlos en la verdad, porque su Palabra es la verdad.

Y yo no ruego solo por ustedes, sino también por aquellos que, por medio de su Palabra, creerán en mí. Para eso sobrarán doce canastos, para que ustedes los administren y los repartan, para que ustedes me santifiquen a mí mismo, y también sean santificados en la verdad, y todos sean uno. Y que, como mi Padre en mí y yo en Él, ustedes también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que Él me ha enviado.

Esto, amigos míos, se llama misericordia, y esto es lo que yo les he dado, y lo que yo les pido. Pero si ustedes me abandonan, porque no se consideran dignos de mí, porque no creen que yo puedo hacer lo que yo quiera con ustedes, y no confían en mí; si guardan mis tesoros y no los comparten, ¿qué será de ustedes?

El generoso será bendecido por compartir su pan con el pobre. Eso es lo que yo espero de ustedes. Yo he encontrado en cada uno de ustedes a un muchacho con cinco panes y dos pescados, que está dispuesto a compartir, porque yo lo he llamado a servir. Y no lo he llamado siervo, lo he llamado amigo».

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Madre mía: los discípulos de Jesús requirieron de mucha fe para ponerse a repartir a la multitud aquellos cinco panes y dos pescados. Fe que fue recompensada cuando comenzaron a ver que efectivamente aquel alimento se multiplicaba en sus manos.

Así nosotros, tus sacerdotes, también necesitamos fe para reconocer que no son nuestras pobres fuerzas las que obran los milagros, sino el poder conferido por tu Hijo, para que administremos la gracia convenientemente.

Sé que al que mucho se le da mucho se le pedirá. Soy consciente de que he recibido mucho. Ayúdame, Madre, para que el fruto de mi trabajo sea abundante.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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«Hijo mío, sacerdote: Cristo ha tocado a tu puerta y tú le has abierto. Él ha entrado y ha cenado contigo, y tú con Él. Permanece en Él como Él permanece en ti. Tú lo has recibido. Él ha gustado de entrar en tu casa, no lo saques de allí, escúchalo.

Al que mucho se le da mucho se le pedirá. Dios te ha dado mucho, te está pidiendo una entrega de vida total. Te está pidiendo renuncia, cruz, seguirlo. Al menos tú no lo abandones.

Hijo mío: ¿de qué te angustias? ¿No estoy yo aquí que soy tu Madre? No tengas miedo. Yo no te dejaré, y mi Hijo está contigo todos los días de tu vida. Todo lo hará Él, con tu debilidad y su fortaleza, con tu incapacidad y su poder, con tu incomprensión y su sabiduría, con tu incertidumbre y su certeza, con tu angustia y su paz.

Solo te pide que demuestres tu fe, para que des testimonio.

Te pide confianza, abandono, obediencia para que se haga su voluntad y no la tuya.

Aunque no quieras creer lo que Dios ha puesto en ti, acepta, dile sí.

Él te conoce, sabe lo que necesitas y confía en ti.

Él no te exige y no te obliga.

Él te pide y espera, pero respeta tu voluntad y la acepta, aunque esa voluntad le duela. Entrégale tu voluntad, para que nunca te equivoques.

Él te pide lo que para ti es imposible, pero Él lo hace posible, y te da todo lo que necesitas. Déjate guiar con docilidad, confía, obedece, y abandónate en sus manos.

Comparte tus tesoros, para que la gracia se multiplique.

Confía hijo, y verás grandes obras».

¡Muéstrate Madre, María!