37. HOMBRES DE FE – TOCAR A JESÚS
EVANGELIO DEL LUNES DE LA SEMANA V DEL TIEMPO ORDINARIO
Cuantos tocaban a Jesús quedaban curados.
+ Del santo Evangelio según san Marcos: 6, 53-56
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos terminaron la travesía del lago y tocaron tierra en Genesaret.
Apenas bajaron de la barca, la gente los reconoció y de toda aquella región acudían a él, a cualquier parte donde sabían que se encontraba, y le llevaban en camillas a los enfermos.
A dondequiera que llegaba, en los poblados, ciudades o caseríos, la gente le ponía a sus enfermos en la calle y le rogaba que por lo menos los dejara tocar la punta de su manto; y cuantos lo tocaban, quedaban curados.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: yo haría lo mismo. Yo también intentaría tocarte si te viera pasar cerca de mí. Haría todo lo posible. Porque siempre tengo alguna enfermedad, siempre tengo algo en mí que necesita curación.
Y me lleno de pena y de vergüenza cuando digo lo anterior, porque me falta fe para darme cuenta de que no solo te puedo tocar todos los días, sino que me puedo alimentar de tu Cuerpo y de tu Sangre en la Sagrada Eucaristía.
¿Por qué somos así, Jesús?
¿Por qué no nos damos bien cuenta los sacerdotes de que somos “Cristo que pasa”, dispensadores de los misterios de Dios?
¿Por qué nos falta fe cuando celebramos la Santa Misa, distribuimos la Sagrada Comunión o exponemos el Santísimo?
¿Por qué no vamos con frecuencia a adorarte cuando estás reservado en el Sagrario, para manifestarte nuestro amor, sabiendo que ahí estás realmente presente, con tu Cuerpo, con tu Sangre, con tu Alma, con tu Divinidad?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdotes míos: la Eucaristía es el misterio de la fe de mi Iglesia.
El que cree en la Eucaristía, ese cree en mí.
Yo llamo a mis amigos, les digo ‘ven’ y no vienen. Algunos de ustedes no creen en mí, porque son hombres de poca fe, y no conocen la verdad, que yo mismo les he revelado a través de mi vida, de mi muerte y de mi resurrección, para que crean en mí y en aquel que me ha enviado.
El que cree en mí conoce la verdad: que yo soy su bien, porque yo soy verdaderamente el Hijo del Dios, que es bondadoso, compasivo y misericordioso.
Yo los he llamado para hacer el bien, para que me conozcan y crean en mí, para que se arrepientan y vuelvan a su conducta primera, para que vivan de una manera digna de la vocación con la que han sido llamados, porque al vencedor yo le daré de comer del Árbol de la vida, que está en el Paraíso de Dios.
Y nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
El que cree en mí, no cree en mí, sino en aquel que me ha enviado; y el que me ve a mí, ve a aquel que me ha enviado.
Yo soy la luz que ha venido al mundo, para que todo el que crea en mí no siga en las tinieblas.
Pero prefirieron la gloria de los hombres a la gloria de Dios, porque conocen la gloria de los hombres, pero no conocen la gloria de Dios, y tienen miedo a lo desconocido.
Si ustedes, mis amigos, me escucharan, si siguieran el camino, si conocieran la verdad, si buscaran la vida, yo les daría mi Paraíso.
Yo soy el camino, la verdad y la vida.
Nadie va al Padre sino por mí.
Les he dado mi Palabra para que me conozcan, porque el que me conoce a mí conoce también a mi Padre.
Pero el que me rechace y no reciba mis palabras será juzgado en el último día, por la Palabra que yo he hablado.
Amigos míos: les falta fe, y piden señales, y aun con las señales no me creen.
La verdadera fe es creer en que yo soy.
El que cree en mí cree en que mi Palabra es la verdad y la guarda.
El que guarda mi Palabra no verá la muerte jamás.
El Padre envió al mundo a su único Hijo para que creyeran en su Palabra, porque los hombres del mundo, por sus culpas, ya no tenían salvación. Pero no le creyeron, y les envió la señal de mi cruz y mi resurrección en medio de ellos, y aun así muchos no creyeron.
Y envía más señales, porque Dios es fiel y se da.
Si solo tuvieran un poco de fe yo los curaría, con solo tocarme en la Eucaristía, porque tocar mi Cuerpo es mucho más que tocar la orla de mi manto».
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Madre mía, mujer eucarística: consígueme la fe que necesito para ser sanado con el alimento de vida eterna, que es tu Hijo. Alimento que recibimos en la mesa de la Palabra y en la mesa de la Eucaristía.
Ayúdame, Madre, a saber aprovechar bien ese alimento, para darlo también en abundancia a mis ovejas.
Abre mis oídos para escuchar la Palabra de tu Hijo, y poner en práctica mi fe.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijos míos, sacerdotes: he venido a traer la salud para todos aquellos enfermos del alma y también del cuerpo; la fuente de agua viva, que es Cristo, que en unión al Padre, en el Espíritu Santo, da vida y salud a todo aquel que acude a Él con fe, con la esperanza de que aquel que es el Amor se derramará en misericordia, cuando los mire, cuando les diga una sola Palabra, porque una sola Palabra basta para curarlos; y más aún se derrama sobre aquellos a quienes les basta tocar la orla de su manto.
Mis hijos tienen hambre, denles de comer. Ustedes tienen el alimento que es la Palabra de Dios.
Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica. Escúchenla primero ustedes y pónganla en práctica, enriqueciendo sus corazones con los tesoros que son alimento de salvación, porque es Palabra de Dios, Palabra viva.
Ustedes han sido enviados a trabajar de sol a sol, aunque el trabajo sea mucho, aunque se cansen, porque todo les es dado. Pero deben de poner lo que a ustedes les toca, que es su buena disposición y la entrega de su voluntad a la voluntad de Dios.
Que sean ustedes morada de descanso de Jesús haciendo sus obras, manteniéndolo contento, obedeciéndolo y agradeciendo su misericordia, recibiendo su amor y amándolo. Y le den gloria trabajando, haciendo sus obras.
No todos ustedes obedecen. No todos agradecen. No todos tienen fe. No todos se dejan amar por Él. No todos lo aman. Porque no creen en Él.
Alimenten ustedes su fe, escuchando la Palabra y poniéndola en práctica, adorando la Sagrada Eucaristía, que es el misterio de fe, a través del cual pueden tocar a Cristo, no solo la orla de su manto, sino su Cuerpo verdadero, real, substancial, resucitado y vivo.
¡Muéstrate Madre, María!