23/09/2024

Mc 7, 1-8. 14-15. 21-23

83. PUREZA DE INTENCIÓN - PUREZA DEL CORAZÓN

EVANGELIO DEL DOMINGO XXII DEL TIEMPO ORDINARIO (B)

Dejan a un lado el mandamiento de Dios para aferrarse a las tradiciones de los hombres.

+ Del santo Evangelio según san Marcos: 7, 1-8.14-15.21-23  

En aquel tiempo, se acercaron a Jesús los fariseos y algunos escribas venidos de Jerusalén. Viendo que algunos de los discípulos de Jesús comían con las manos impuras, es decir, sin habérselas lavado, los fariseos y los escribas le preguntaron: “¿Por qué tus discípulos comen con manos impuras y no siguen la tradición de nuestros mayores?”. (Los fariseos y los judíos, en general, no comen sin lavarse antes las manos hasta el codo, siguiendo la tradición de sus mayores; al volver del mercado, no comen sin hacer primero las abluciones, y observan muchas otras cosas por tradición, como purificar los vasos, las jarras y las ollas).

Jesús les contestó: “¡Qué bien profetizó Isaías sobre ustedes, hipócritas, cuando escribió: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. Es inútil el culto que me rinden, porque enseñan doctrinas que no son sino preceptos humanos! Ustedes dejan a un lado el mandamiento de Dios, para aferrarse a las tradiciones de los hombres”.

Después, Jesús llamó a la gente y les dijo: “Escúchenme todos y entiéndanme. Nada que entre de fuera puede manchar al hombre; lo que sí lo mancha es lo que sale de dentro; porque del corazón del hombre salen las intenciones malas, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, las codicias, las injusticias, los fraudes, el desenfreno, las envidias, la difamación, el orgullo y la frivolidad. Todas estas maldades salen de dentro y manchan al hombre”.

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: la Teología Moral nos enseña la moralidad de los actos humanos. Y sabemos que para saber si un acto humano es bueno o malo resulta importante saber, entre otras cosas, cuál es la intención del sujeto, cuál es el fin que persigue con aquella acción.

Hay otros elementos importantes, pero todos reconocemos que el bien o el mal está sobre todo en el interior del hombre, lo que sale de dentro.

Y tú conoces muy bien todas nuestras intenciones. Para ti eso cuenta mucho. Conoces también que nuestra naturaleza humana está herida por el pecado original. Que a veces no hacemos el bien que queremos, sino el mal, que no queremos, eso hacemos.

Hay personas que a veces actúan mal por ignorancia, pero tú sabes si esa ignorancia es culpable o inculpable.

Un sacerdote no debería tener ignorancia para juzgar un acto moral, aunque es verdad que puede haber casos difíciles. Pero sí somos débiles, y a veces nos comportamos de una manera que desdice nuestra condición sacerdotal.

Jesús, ¿qué debo hacer para tener un corazón puro, un corazón limpio, que siempre te busque a ti y lo que te agrada?

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Amigo mío: yo quiero conservar tu corazón puro, para que esté muy unido a mí.

¿Quieres saber lo que es la pureza?

Está a mi derecha. Tiene forma de mujer, pero es belleza inmaculada, transformada en Madre. Pureza desde que fue concebida. Pureza preservada para engendrar la Pureza, que es la Vida.

Dos corazones humanos latiendo al unísono, siendo fusionados por el amor en un solo corazón. Compartiendo los mismos sentimientos, las mismas alegrías, el mismo sufrimiento, el mismo gozo, y el mismo dolor. Un Corazón Sagrado y un Corazón Inmaculado, jamás manchado por el pecado. Por tanto, pura eternamente en su intención.

Mi cuerpo destrozado, herido, flagelado, crucificado, inmolado, que asumió toda culpa, para perdonar –con el precio de la muerte del Hijo de Dios hecho hombre–, todo pecado de los hombres, derramó su sangre hasta la última gota, manifestando lo que hay en ese corazón: amor puro, amor de Dios, amor de padre, amor de madre, del que procedió el Santo Espíritu, que derrama la gracia, concediendo la pureza del amor de Dios a todo hombre bautizado con agua y con fuego, limpiándolo, por mi sangre, de todo pecado, preservando esa pureza a través del sacramento de la Reconciliación, uniendo sus corazones al mío, a través de la Sagrada Eucaristía, en una perfecta comunión.

Pero hay corazones que mantienen su debilidad, manifestada en sus malas intenciones, transformadas en obras de maldad. Y no acuden a mí, aunque muestren, con diversas y muchas prácticas, incluso dentro del ministerio del Orden Sacerdotal, que pretenden seguir y servir a la pureza absoluta que es Dios. No viven en mí. Sus corazones están lejos de mí, y aparentan externamente pulcritud, perfección, cuidado, y hasta belleza, disfrazando su interior con palabras amables y aparentes obras buenas. La podredumbre de sus malas intenciones, de sus pecados, los carcome.

Pero antes de que llegue su hora todo tiene remedio. Yo soy el remedio, yo soy su salud, sentado a la derecha de mi Padre. Les ha sido enviado el Espíritu Santo para purificarlos, para hacerlos una sola ofrenda, unidos a mí, en un solo cuerpo, en un mismo espíritu, con un solo modelo de virtud: la Siempre Virgen María, modelo perfecto, creado por mí. Y aquí está, amigo mío, junto a ti. ¡Yo te la di!

Sacerdotes míos: únanse al corazón de mi Madre. Es el corazón de la criatura de Dios creada a su perfecta imagen y semejanza.

Virgen concebida sin la culpa del pecado original.

Templo preparado, protegido, formado y conservado para ser trono y sagrario de Dios uno y trino en la Santísima Trinidad.

Corazón humano que alberga lo divino.

Corazón de carne por el que corre la sangre que creó y tomó Dios para sí, para ser carne de su carne y sangre de su sangre. Naturaleza divina y naturaleza humana.

Corazón que irradia la grandeza que contiene. Pureza divina, porque procede del amor.

Un corazón unido al de mi Madre no puede ser contaminado, no puede ser corrompido, no puede ser robado, porque está unido al mío. Y puede ser expuesto y puede ser herido, pero un corazón unido al mío es mío, me pertenece, y permanece puro. Y el que lo posee tiene palabras sabias y verdaderas, porque lo que sale de la boca viene de dentro del corazón.

No así los de corazón lejos de mí, impuros, corruptos, llenos de malicia, de impiedad e iniquidad, dañados por el pecado que llevan dentro, que es lo que contamina al hombre, porque del corazón salen las intenciones malas, los asesinatos, adulterios, fornicaciones, robos, malas acciones.

No hay nada fuera del hombre que entrando en él pueda contaminarle, sino lo que sale del hombre, eso es lo que lo contamina.

Es por eso que un corazón contrito y humillado yo no lo desprecio: lo transformo, lo purifico y lo hago mío.

Entonces lo uno al corazón de mi Madre, para fortalecerlo y preservarlo.

La unión de corazones es a través de mi cruz, por la que yo me hago de ustedes, y a ustedes los hago míos.

Mi Madre es el arca de la alianza de Dios con los hombres.

Ella es madre espiritual de todos los hombres, porque el Espíritu Santo, que es quien une, habita en ella.

Es la gracia de Dios la que consigue la pureza del corazón, y la entrega de la voluntad del hombre a Dios, expresada en la oración y en las obras.

Es con la pureza de intención que los hombres entregan su voluntad para unirla a la voluntad de Dios.

Es la pureza de intención conseguida en el dominio de las pasiones, en la templanza, en la obediencia, en la humildad, en la perseverancia, en los actos puros de amor, muriendo al mundo para vivir en Dios.

Sufre más mi corazón que lo que sufre mi cuerpo crucificado, porque es más grande el dolor del corazón por un amigo que me traiciona, que por noventa y nueve que me flagelan, me azotan, me golpean y me crucifican.

Yo los busco a ustedes, mis amigos, para reunirlos con mi Madre, para unirlos con lazos más fuertes que los de la carne, para purificar sus corazones, para que, siendo de ella, sean míos para siempre».

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Madre mía: tu Hijo Jesús solo puede exultar de tu belleza inmaculada. Se entiende que diga que tu corazón y el suyo laten al unísono, siendo fusionados por el amor en un solo corazón, siendo pura siempre en tu intención.

Yo quiero tener mi corazón unido al tuyo, para no ser contaminado, para ser fortalecido y preservado de toda mancha. Intercede por mí, para que consiga la pureza de mi corazón y pueda así entregar completamente mi voluntad a Dios, y ser de Jesús para siempre.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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«Hijo mío: ¿cuáles son tus intenciones?

Si tus intenciones son darle gloria a Dios, amándolo por sobre todas las cosas, y al prójimo como a ti mismo; si quieres hacer lo que Jesús te dice, y dar la vida para que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad; si tus intenciones son cumplir mis deseos; yo te digo que mi corazón se llena de alegría, y lágrimas de gozo brotan de mis ojos; y te aseguro que, tan solo con tu intención, por este gozo mío glorificas al Señor.

Es así como reacciona el Corazón de Jesús ante las buenas intenciones que provienen de los corazones de los hombres que aman al Señor. La gracia de la que estoy llena se desborda aquí, en estos ojos que te miran, y que de amor brillan, que derraman ternura sobre ti.

Pero hay corazones que no son así. Son oscuros y no transparentes. Guardan rencor, egoísmo, orgullo, maldad. Nada bueno sale de ellos.

¿Cómo crees que reacciona ante eso el que es la infinita bondad?

Algunos le causan un sufrimiento mayor que otros. Algunos le dan más gloria a Dios que otros. Sin embargo, la gracia que Dios les da es igual. No importa si es niño o si es adulto, si es de una raza u otra, el Espíritu Santo, a través del sacramento del Bautismo, los llena por igual. Pero no todos saben esa gracia aprovechar.

El demonio es astuto, los tienta. No los afecta, tan solo los tienta y se sienta a esperar. Así de grande es su soberbia. Disfruta contemplando cómo los hombres se dejan vencer por el mal, y de sus corazones salen las malas intenciones que afectan a la humanidad, empezando por sí mismos, provocando en el Corazón de Jesús que la gracia divina se manifieste, derramándose en compasión y en misericordia, asumiendo toda ofensa contra Dios como propia, a través de la cruz.

Su corazón duele, se abren mil heridas, y su sangre se derrama buscando alcanzar esa alma que tanto ama, y que, por el pecado, de su corazón se alejó. Por tanto, hijo mío, todo sufrimiento de Jesús es por amor.

Así también, la gloria que le das a Dios es la gloria de Él mismo cuando ve tu intención y se llena de gracia tu corazón, como respuesta a la manifestación del amor derramado de su Corazón Sagrado ante tu buena acción.

Dar gloria a Dios no depende de ti, depende del Hijo de Dios, que reacciona ante tu buena intención, que proviene de la gracia con la que Él mismo te llenó.

Hijo mío: muchos pecados te han sido revelados en la confesión. Muchos otros los has escuchado cuando se cometen. En el mundo de hoy, muchos otros pecados ni siquiera los imaginas. No pienses en eso, preserva la inocencia de tu corazón, contemplando las heridas causadas por esos pecados al Sagrado Corazón, pidiendo por los pecadores, especialmente los que son sacerdotes y le causan más dolor.

Y alégrate, porque, ante tu buena intención, tu Señor corresponderá con generosidad, derramando su compasión, su misericordia y su amor. Tú aliviarás sus heridas cuando, por esa correspondencia, Él mismo repare su Sagrado Corazón. Pide perdón por lo que sale del corazón de tus hermanos, mis hijos sacerdotes, y de lo que quedan manchados».

¡Muéstrate Madre, María!