23/09/2024

Mc 7, 1-13

38. SERVIDORES – LAS INTENCIONES DEL CORAZÓN

EVANGELIO DEL MARTES DE LA SEMANA V DEL TIEMPO ORDINARIO

Ustedes anulan la palabra de Dios con las tradiciones de los hombres.

+ Del santo Evangelio según san Marcos: 7, 1-13

En aquel tiempo, se acercaron a Jesús los fariseos y algunos escribas, venidos de Jerusalén. Viendo que algunos de los discípulos de Jesús comían con las manos impuras, es decir, sin habérselas lavado, los fariseos y los escribas le preguntaron: “¿Por qué tus discípulos comen con manos impuras y no siguen la tradición de nuestros mayores?”. (Los fariseos y los judíos, en general, no comen sin lavarse antes las manos hasta el codo, siguiendo la tradición de sus mayores; al volver del mercado, no comen sin hacer primero las abluciones, y observan muchas otras cosas por tradición, como purificar los vasos, las jarras y las ollas).

Jesús les contestó: “¡Qué bien profetizó Isaías sobre ustedes, hipócritas, cuando escribió: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. Es inútil el culto que me rinden, porque enseñan doctrinas que no son sino preceptos humanos. Ustedes dejan a un lado el mandamiento de Dios, para aferrarse a las tradiciones de los hombres”.

Después añadió: “De veras son ustedes muy hábiles para violar el mandamiento de Dios y conservar su tradición. Porque Moisés dijo: Honra a tu padre y a tu madre. El que maldiga a su padre o a su madre, morirá. Pero ustedes dicen: ‘Si uno dice a su padre o a su madre: Todo aquello con que yo te podría ayudar es corbán (es decir, ofrenda para el templo), ya no puede hacer nada por su padre o por su madre’. Así anulan la palabra de Dios con esa tradición que se han transmitido. Y hacen muchas cosas semejantes a ésta”.

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: muchas fueron las discusiones que tuviste con escribas y fariseos. Con frecuencia te seguían para ver si podían acusarte de decir alguna cosa en contra de la ley de Moisés.

Ante el pueblo ellos eran los custodios de esa ley, pero también es verdad que eran unos hipócritas. No vivían lo que enseñaban.

Y tú conoces muy bien las intenciones del corazón de todos los hombres, y querías desenmascarar esa actitud falsa, porque tú eres la verdad, y eres el autor de la nueva ley.

Nos diste además el mandamiento del amor. Lo que tú enseñas es el camino de la verdad y de la vida, el camino del amor y de la fe.

En el fondo, Señor, el problema siempre es de soberbia, y tú quieres que vivamos la humildad, y nos das ejemplo, porque tú comenzaste a “hacer” y a “enseñar”, acompañando siempre tus palabras con tus obras.

A nosotros los sacerdotes nos podría pasar lo mismo que a los fariseos y a los escribas. Nos sentimos autoridad porque tenemos las “llaves del saber”. Tenemos que ser humildes.

Jesús ¿qué debemos hacer tus amigos para predicar realmente con el ejemplo, con la vida?

¿Qué debemos evitar, para no dejarnos llevar por la soberbia y servir eficazmente a la Iglesia y a las almas como tú quieres?

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdotes míos: ¿creen en mi amor?

Si creen en mi amor, entonces creen en mí.

En verdad les digo, el que cree en mí tiene vida eterna.

El que guarda mis mandamientos, ese es el que me ama.

El que me ama es amado de mi Padre, y yo lo amo, y me manifiesto en él.

¡Ay de aquellos que no guardan mis mandamientos!, porque yo pondré al descubierto las intenciones de cada corazón.

Algunos de ustedes, mis amigos, se distraen con muchas cosas, y no cumplen mis mandamientos. Pero yo les digo: muchas cosas son importantes, pero solo una es necesaria. Yo les mostraré lo único que es necesario.

Teólogos y filósofos, sabios y exégetas, letrados y doctores, cardenales y obispos, sacerdotes y seminaristas: ustedes predican y son escuchados, alabados, adulados, porque tienen mi poder y mi sabiduría, pero se pierden porque se engríen, no buscan guía y pretenden dirigirse ustedes solos.

Si ustedes se hicieran como niños y se dejaran encontrar, mi Madre, que siempre los busca, los encontrará, y los llevará por camino seguro de vuelta a casa, para que vivan sujetos a su madre y a su padre, ciñéndose en la obediencia a la Santa Madre Iglesia y al Papa, a través de sus superiores, obedeciendo siempre primero a Dios, antes que a los hombres, para que crezcan en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres.

Ella les enseñará a hacerse pequeños y a ser obedientes como yo, que me despojé de mí mismo, tomando condición de esclavo. Y, rebajándome a mí mismo, fui obediente hasta la muerte y una muerte de cruz, para hacer nuevas todas las cosas, para despojarlos del hombre viejo que se corrompe con las concupiscencias, y para renovar el espíritu de sus mentes, y revestirlos del hombre nuevo, justo y santo, en la verdad, para que guarden el vino nuevo en odres nuevos, porque el vino nuevo en odres viejos se desparrama.

El vino que yo les voy a dar es el mejor de los vinos; es vino nuevo y es vino añejo, porque yo soy el mismo ayer, hoy y siempre.

Que sean ustedes como niños, y me escuchen, y hagan lo que yo les digo.

Que no se dejen seducir por doctrinas extrañas, ni palabrerías.

Que permanezcan en fidelidad y obediencia.

Que promuevan la unidad entre ustedes, haciendo todo sin discusiones ni murmuraciones, y no salgan de sus bocas palabras dañosas, sino que edifiquen y hagan el bien a los que los escuchan. Porque en un mismo cuerpo todos los miembros se ayudan, todos los miembros se afectan.

Que toda amargura, ira, cólera y maldad desaparezca de entre ustedes.

Que sean amables, compasivos y misericordiosos entre ustedes, y se perdonen mutuamente, como yo los he perdonado. Misericordia quiero y no sacrificios, porque yo no he venido a llamar a justos, sino a pecadores.

Que crean en mi amor, para que crean en mí.

Que me conozcan, para que me amen y cumplan mis mandamientos.

Y que pongan su fe por obra, y que pidan confiando en que Dios, por su bondad, realiza en ustedes el querer y el obrar.

Yo he llamado a mis amigos como servidores, para que sean fieles administradores de los misterios de Dios.

Yo quiero que ustedes regresen al amor primero, para que se acuerden quién los llamó, y para qué fueron llamados; para que se acuerden que si alguno me ama es porque yo lo amé primero.

Pero si alguien dice yo amo a Dios y odia a su hermano, es un mentiroso, pues quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve.

Que me amen, para que cumplan mis mandamientos, y que quien ame a Dios, ame también a su hermano»

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Madre mía: a Jesús le dolía mucho ver la hipocresía y soberbia de los escribas y fariseos. Enséñame a mí a ver en la Sagrada Eucaristía la más grande muestra de amor de tu Hijo, la más grande humillación.

Seguramente tú sufriste mucho cuando se presentaban aquellas discusiones entre Jesús y los fariseos y escribas, tanto por las faltas de caridad y de justicia de aquellos hombres contra Jesús, como por la ofensa a Dios que suponía alterar su ley –atando cargas pesadas a su pueblo–, actuando hipócritamente.

Yo quiero, Madre, actuar siempre con humildad y caridad, para parecerme en todo a Cristo. Ayúdame a mantener limpio mi corazón, y dime qué debo hacer, por mi parte, para tener siempre pureza de intención.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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«Hijos míos, sacerdotes: es la Eucaristía la unión perfecta. Unión en el amor.

Comunión con el Padre, en el Hijo, por el Espíritu Santo, que une los corazones de los fieles a la vida, pasión, muerte y resurrección de Cristo, en una sola ofrenda, y un mismo y único sacrificio.

Yo quiero conseguir, por la gracia de Dios, la pureza de los corazones de ustedes, mis hijos sacerdotes, para que no puedan ser contaminados. Y preservarlos en esta pureza, uniéndolos en comunión perfecta, para que sean santificados.

Un corazón puro es un corazón con pureza de intención, que ama, que ora, que adora a Dios con su vida, a través de sus obras, transformando todo en oración, y la oración en una constante adoración a la Sagrada Eucaristía, que es el Cuerpo y la Sangre del Cordero de Dios que quita los pecados del mundo, que salva, que purifica, que une y santifica.

Ustedes, los amigos de mi Hijo, han sido llamados por el Señor para ser unidos a Cristo con justicia, para ser tomados de su mano, para ser formados, para ser alianza con su pueblo y ser luz de las naciones, para que abran los ojos de los ciegos, para que liberen a los cautivos y a los que habitan en las tinieblas.

Hijo mío: ven conmigo, vamos a buscarlos, para que regresen al Señor, para que lo amen, para que lo alegren.

Vamos a abrir los corazones endurecidos, para que Él entre y los transforme.

Acompáñame, tú tienes la llave. Es la Palabra de mi Hijo la llave para abrir los corazones. Entrégala, para que pueda llegar.

Acompáñame y oremos, para que sea recibida.

Para que reciban la misericordia del Padre, y sean ellos justos y misericordiosos, como el Padre es justo y misericordioso.

Para que practiquen la justicia y la misericordia primero con ellos mismos, y con mi Hijo, compadeciendo y amando, entregándose con Él.

Para que amen, como los ama Él.

Para que den, como les da Él.

Para que perdonen, como perdona Él.

Para que se humillen, como se humilla Él.

Para que sufran, como sufre Él.

Para que vivan en la alegría, como lo hace Él.

Para que entreguen su voluntad al Padre, como les ha enseñado Él.

Para que mueran entre clavos y madera, como muere Él, y resuciten en la vida nueva, que les promete y les regala Él.

Que en cada Eucaristía vean su misericordia y su justicia».

¡Muéstrate Madre, María!