47. DISPUESTOS Y DÓCILES – CUMPLIR CON LA MISIÓN
EVANGELIO DEL MARTES DE LA SEMANA VI DEL TIEMPO ORDINARIO
Cuídense de la levadura de los fariseos y de la de Herodes
+ Del santo Evangelio según san Marcos: 8, 14-21
En aquel tiempo, cuando los discípulos iban con Jesús en la barca, se dieron cuenta de que se les había olvidado llevar pan; solo tenían uno. Jesús les hizo esta advertencia: “Fíjense bien y cuídense de la levadura de los fariseos y de la de Herodes”. Entonces ellos comentaban entre sí: “Es que no tenemos panes”.
Dándose cuenta de ello Jesús les dijo: “¿Por qué están comentando que no trajeron panes? ¿Todavía no entienden ni acaban de comprender? ¿Tan embotada está su mente? ¿Para qué tienen ustedes ojos, si no ven, y oídos, si no oyen? ¿No recuerdan cuántos canastos de sobras recogieron, cuando repartí cinco panes entre cinco mil hombres?”. Ellos le contestaron: “Doce”. Y añadió: “¿Y cuántos canastos de sobras recogieron cuando repartí siete panes entre cuatro mil?” Le respondieron: “Siete”. Entonces él dijo: “¿Y todavía no acaban de comprender?”.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: tú tenías que formar a tus discípulos para que pudieran cumplir eficazmente con su misión. Y esa formación no era solo doctrinal, sino, sobre todo, se trataba de abrirles la mente y el alma a las realidades sobrenaturales.
La levadura de los fariseos y de Herodes era peligrosa porque los podía conducir a una visión muy humana de tu misión.
Era necesario que comprendieran la fuerza especial de tu Palabra, que multiplicaba los panes en sus manos y hacía otras maravillas que no tenían explicación humana.
Señor: tú me has escogido a mí para el ministerio sacerdotal, y quieres que me dé cuenta del poder que me has concedido para hacer milagros: para convertir el pan y el vino en tu Cuerpo y tu Sangre, “por la fuerza de las palabras”. Y perdonar los pecados en tu nombre, y comunicar a las almas los dones del Espíritu Santo y todas tus gracias a través de los sacramentos.
Jesús: ábreme los ojos y los oídos para comprender bien la grandeza de mi misión y representarte dignamente.
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdotes míos: yo soy el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo.
Yo he vencido al mundo, con mi Cuerpo, con mi Sangre, con mi Palabra.
Yo he orado por ustedes, los que son como yo, y los he llamado amigos; porque, así como el Padre me ha enviado, así los he enviado yo, y les he dado mi Palabra, para que sean santificados en la verdad, para que, por medio de su Palabra, otros crean en mí.
El Padre les ha dado el poder en sus manos para bajar el pan vivo del cielo, que es mi Cuerpo y es mi Sangre, para que quien lo coma no muera, sino que viva para siempre.
Yo los necesito a ustedes, mis amigos, para hacerme presente.
Necesito su disposición para que digan sí, como mi Madre, aceptando la voluntad del Padre, recibiéndome en sus manos para entregarme a los hombres.
El poder de sus manos viene del Padre, y yo pongo las palabras en su boca; y por efusión del Espíritu Santo se convierte su ofrenda, que es pan y es vino, fruto del trabajo de los hombres, en mi Carne y en mi Sangre, alimento de vida y bebida de salvación.
Yo necesito su voluntad, sacerdotes míos, para bajar el pan vivo del cielo, porque la pureza, la intención, el amor, la fidelidad, la devoción, la virtud, muchas cosas… son importantes, pero solo una es necesaria.
Yo ruego al Padre por ustedes, para que su voluntad sea también lo importante, para que me reciban como me recibió mi Madre, con esa pureza, con esa inocencia, con esa fe, con esa esperanza, con ese amor, con esa alegría, con esa humildad, con esa obediencia, con esa docilidad, y así me entreguen a los que vienen a mí, para que el mundo crea en mí, para que sean alimentados con el pan de vida, para que no mueran, sino que tengan vida eterna.
Yo ruego al Padre por ustedes, para que muchos vengan a mí, porque nadie viene a mí si no lo atrae el Padre. El que escucha la Palabra del Padre es el que viene a mí, y yo lo resucitaré en el último día.
Yo ruego al Padre por ustedes, para que sean como niños y se acerquen a mí, porque de los niños es el Reino de los Cielos. Para que cuando me tengan entre sus manos crean en mí, para que profesen su fe, y cuando me eleven, los que son atraídos por mi Padre también me vean y crean en mí, para que coman del pan que yo les voy a dar, que es mi Carne para la vida eterna.
Yo ruego al Padre por ustedes, para que tengan la disposición y la docilidad para entregarse como corderos conmigo en sacrificio, cuando me reciben como el Cordero de Dios, porque yo soy el pan bajado del cielo.
Yo soy.
Yo soy el Señor su Dios.
Yo soy el único Hijo del Dios verdadero.
Yo soy el Dios revelado por quien han sido hechas todas las cosas.
Yo soy el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo.
Yo soy el Verbo encarnado.
Yo soy el Hijo del hombre.
Yo soy el Mesías.
Yo soy la Palabra de Dios.
Yo soy la Luz del mundo.
Yo soy el Maestro.
Yo soy el Dios expuesto.
Yo soy el Dios inmolado.
Yo soy el Dios crucificado.
Yo soy la piedra que desecharon los constructores, y ahora soy la piedra angular.
Yo soy el Camino.
Yo soy la Verdad.
Yo soy la Resurrección.
Yo soy la Vida.
Yo soy el Dios vivo por quien todo ha sido renovado.
Yo soy el Redentor del mundo.
Yo soy el Salvador de los hombres.
Yo soy el Rey de reyes.
Yo soy el Señor de señores.
Yo soy el Alfa y la Omega.
Yo soy el Primero y el Último.
Yo soy el Principio y el Fin.
Yo soy el que es, el que era y el que ha de venir.
Yo soy el Buen Pastor.
Yo soy la Puerta de las ovejas.
Yo soy el único Mediador entre Dios y los hombres.
Yo soy el Todopoderoso.
Yo soy la Misericordia.
Yo soy el Amor.
Yo soy el Dios de los vivos.
Yo soy el Pan vivo bajado del cielo.
Yo soy el Pan de vida.
Yo soy Eucaristía.
Yo soy Jesús.
Yo soy el Cristo.
Yo soy el Sumo y Eterno Sacerdote.
Yo soy el que escruta los corazones.
Yo soy en cada sacerdote.
Yo los he llamado a ustedes, mis discípulos, para que sean como yo, para que sean maestros, para que sean ejemplo.
Misericordia quiero, y no sacrificios, porque el único sacrificio agradable al Padre es el mío, y es tan grande que nada le falta, sino unir los sacrificios de los hombres al mío en agradecimiento, para hacerse ofrenda conmigo, en oblación, en vino y en pan, para que sean transformados y sean conmigo un mismo y único sacrificio y acción de gracias: Eucaristía».
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Madre mía: tú trajiste al mundo al Hijo de Dios hecho hombre. Yo lo traigo a la tierra todos los días, como pan de vida, cuando celebro la Santa Misa.
Te pido que me enseñes a utilizar bien ese poder que Jesús me da como sacerdote, para predicar su Palabra con eficacia y para administrar los sacramentos: ¿qué debo hacer?
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijos míos, sacerdotes: por medio de una mujer entregó Dios a su único Hijo al mundo, para que todo el que crea en Él tenga vida eterna.
Dichosos los invitados al banquete de las bodas del Cordero. Pero a los invitados se les ha concedido la libertad de su voluntad, a imagen y semejanza del que todo ha creado, y que es todopoderoso y eterno.
Yo intercedo para que en esa libertad unan su voluntad a la voluntad de Dios.
Para que usen bien el poder que les ha sido dado y obren con amor y misericordia, usando el poder de las manos de Dios en sus manos, para entregar al Hijo de Dios a los hombres.
Para que usen el poder de la espada de doble filo en su boca, para abrir los corazones de los hombres con la Palabra.
Para que el Padre los atraiga en la disposición de manifestar mi sí, que debe ser constante, porque la disposición depende de la voluntad, y esa voluntad es libre siempre, a imagen y semejanza de Dios.
Para que reciban a mi Hijo en sus manos, como lo recibí yo: con disposición, voluntad, humildad, obediencia, pureza, fe, esperanza, caridad, entrega, generosidad, amor, gratuidad, en silencio, pero con la alegría de recibir a Cristo.
Para que unan su entrega de vida, todos los días a la Eucaristía, como una ofrenda; para que agradezcan el sacrificio del Hijo de Dios vivo y sean uno con Él, en una sola ofrenda, en un mismo sacrificio.
Para que agradezcan y dejen a Dios hacer, porque Él es el hacedor de todo.
Hijos míos: obedezcan poniendo su fe por obras, y abandónense en su misericordia.
Entonces no se preocuparán, ni se desesperarán, ni se angustiarán de nada, si ustedes oran, y ofrecen, y trabajan, y agradecen, para que en ustedes y a través de ustedes, obre Dios según su voluntad».
¡Muéstrate Madre, María!