51. PERMANECER EN ORACIÓN - ESCUCHAR AL HIJO AMADO
EVANGELIO DEL SÁBADO DE LA SEMANA VI DEL TIEMPO ORDINARIO
Se transfiguró en presencia de ellos
+ Del santo Evangelio según san Marcos: 9, 2-13
En aquel tiempo, Jesús tomó aparte a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos a un monte alto y se transfiguró en su presencia. Sus vestiduras se pusieron esplendorosamente blancas, con una blancura que nadie puede lograr sobre la tierra. Después se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús.
Entonces Pedro le dijo a Jesús: “Maestro, ¡qué a gusto estamos aquí! Hagamos tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. En realidad no sabía lo que decía, porque estaban asustados.
Se formó entonces una nube, que los cubrió con su sombra, y de esta nube salió una voz que decía: “Éste es mi Hijo amado; escúchenlo”. En ese momento miraron alrededor y no vieron a nadie sino a Jesús, que estaba solo con ellos.
Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó que no contaran a nadie lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Ellos guardaron esto en secreto, pero discutían entre sí qué querría decir eso de ‘resucitar de entre los muertos’.
Le preguntaron a Jesús: “¿Por qué dicen los escribas que primero tiene que venir Elías?”. Él les contestó: “Si fuera cierto que Elías tiene que venir primero y tiene que poner todo en orden, entonces ¿cómo es que está escrito que el Hijo del hombre tiene que padecer mucho y ser despreciado? Por lo demás, yo les aseguro que Elías ha venido ya y lo trataron a su antojo, como estaba escrito de él”.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: debió ser impresionante la escena para tus discípulos predilectos. Verte transfigurado, ver a Moisés y Elías y, sobre todo, escuchar la voz del Padre. Entiendo muy bien que estuvieran a gusto y hayan querido hacer tres chozas, sin saber lo que decían.
Y yo, Señor, puedo hacerte presente, a través de la transubstanciación del pan y del vino en tu Cuerpo y tu Sangre, cada vez que celebro la Santa Misa.
Yo mismo me transfiguro en el altar todos los días. También estoy muy a gusto, y quisiera quedarme ahí para siempre. ¿Cómo darme más cuenta del milagro tan grande que se realiza en mis manos, y no acostumbrarme de modo rutinario?
Me has confiado mucho y me pedirás mucho. Ayúdame, auméntame la fe, la esperanza y el amor cuando celebro la Eucaristía.
Y también te escucho, Jesús, en la Liturgia de la Palabra. Pan y Palabra, Hostia y Oración. Es mi propósito procurarte todos los días en el Monte Alto, haciendo oración, meditando tu Palabra, y alimentándome de tu Cuerpo y de tu Sangre.
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdotes míos: no se distraigan.
Permanezcan en el monte alto, que es la oración, en un encuentro constante conmigo –transfigurado en la Eucaristía–, participando en mi sacrificio todos los días en la Santa Misa, que es la experiencia del amor de Dios Espíritu Santo, y el encuentro con Dios Padre en el monte alto, en el que Él mismo mira a Dios Hijo, mientras mira a cada uno y dice: “este es mi Hijo amado, escúchalo”.
Es la experiencia de amor eterno, en el que se conmemora el único y eterno sacrificio de Dios Hijo, que se hace presente a través de la transubstanciación, por la que la ofrenda en tus manos se convierte en Eucaristía, que es mi presencia, mi Cuerpo, mi Sangre, mi Alma y mi Divinidad, y que refleja la gloria de Dios en Cristo resucitado y vivo, que eres tú: sacerdote transfigurado en el altar.
Yo soy al mismo tiempo sacerdote, víctima y altar. Tanto así es el sacerdote, al que Dios se da y en quien confía.
Pero, al que mucho se le da, mucho se le pedirá, y al que mucho se le confía, más se le exigirá. A ustedes se les ha dado mucho, por eso se les pide mucho.
Yo les pido que no se distraigan, y que den testimonio de mi amor por ustedes, y de su amor por mí, a través de las pruebas, en medio de la tribulación, de la incomprensión, del sacrificio, del silencio, de la constancia en la oración, y en la entrega de todo lo que yo les doy a través de mi obra redentora, confiando en mí, dejando todas las cosas importantes en mis manos, para que se ocupen solo de una, porque muchas cosas son importantes, pero solo una es necesaria.
La paz de sus corazones, en medio de los problemas del mundo, será testimonio para el mundo.
Ustedes han subido conmigo al monte Tabor, y yo les he mostrado mi gloria, para mantener firme su fe, su esperanza y su amor, aun en medio de las tormentas, para que lleven al mundo su testimonio de fe, que no es una fábula sino la verdad que han visto y que han oído, para que sean lámpara que ilumina en la oscuridad, para que obedezcan a mi Padre y me escuchen, para que me conozcan y crean en mí, para que hagan lo que yo les digo, para que correspondan bien a lo que les confío y cumplan con lo que les exijo.
Yo les mostré a ustedes mi gloria, para que quieran alcanzarla».
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Madre mía: yo sé que siempre me acompañas durante la celebración de la Santa Misa, como acompañaste a Jesús junto a la cruz. Pienso que estás junto a mí, de pie, a la derecha.
De igual modo, me acompañas durante mi oración. Te pido que me ayudes para estar muy atento, que no me deje vencer por el cansancio, por el sueño, para poder escuchar a Jesús, y la voz del Padre, y decir, como san Pedro, “Maestro, ¡qué a gusto estamos aquí!”.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijos, míos sacerdotes: yo los acompaño a los pies del monte alto, que es el altar de Jesús. Yo ruego por ustedes, para que resplandezcan con Cristo, unidos al Padre por el Espíritu Santo, para que salven almas y glorifiquen a Dios.
Yo los ayudo a subir al monte alto de la oración, para que, en el encuentro con Cristo, Él transfigure su corazón, llenándolos de su gloria, para que, tomando cada uno su cruz, glorifiquen al Señor, bajando del monte alto después, para mostrar su gloria a todas las almas, y para invitarlos a subir al monte de la oración, para abrazar su propia cruz, y ellos también glorifiquen a Dios.
El que sube al monte alto de la oración y experimenta un verdadero encuentro con Cristo se siente tan a gusto, que quisiera permanecer ahí para siempre. A ustedes se les ha dado mucho, y se les dará más, para que muestren a Cristo glorioso y todopoderoso, y consigan así permanecer en el monte alto en medio del mundo, para que escuchen allí a mi Hijo, y lo conozcan transfigurado, a través de la Palabra, para que permanezcan en vela. Y que, aunque tengan sueño, no se duerman. Que estén despiertos para que puedan ver su gloria, y puedan escucharlo, para que, guardando la Palabra, hagan lo que Él les diga. Y, cuando Él vuelva, los encuentre despiertos y no dormidos, para que sean luz para el mundo, y su luz brille, para que den testimonio de fe, de amor y de misericordia, y se vean sus buenas obras.
Yo ruego para que sea reafirmada la fe de ustedes en la verdad, y glorifiquen al Padre que está en el cielo».
¡Muéstrate Madre, María!