23/09/2024

Mc 9, 41-50

58. LA GRAVEDAD DEL ESCÁNDALO - DISPOSICIÓN DE FORMARSE

EVANGELIO DEL JUEVES DE LA SEMANA VII DEL TIEMPO ORDINARIO

Más te vale entrar manco en la vida, que ir con las dos manos al lugar de castigo.

+ Del santo Evangelio según san Marcos: 9, 41-50

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Todo aquel que les dé a beber un vaso de agua por el hecho de que son de Cristo, les aseguro que no se quedará sin recompensa.

Al que sea ocasión de pecado para esta gente sencilla que cree en mí, más le valdría que le pusieran al cuello una de esas enormes piedras de molino y lo arrojaran al mar.

Si tu mano te es ocasión de pecado, córtatela; pues más te vale entrar manco en la vida eterna, que ir con tus dos manos al lugar de castigo, al fuego que no se apaga. Y si tu pie te es ocasión de pecado, córtatelo; pues más te vale entrar cojo en la vida eterna, que con tus dos pies ser arrojado al lugar de castigo. Y si tu ojo te es ocasión de pecado, sácatelo; pues más te vale entrar tuerto en el Reino de Dios, que ser arrojado con tus dos ojos al lugar de castigo, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga.

Todos serán salados con fuego. La sal es cosa buena; pero si pierde su sabor, ¿con qué se lo volverán a dar? Tengan sal en ustedes y tengan paz los unos con los otros”.

Palabra del Señor.

+++

REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: es muy fuerte lo que dices con relación al peligro del escándalo, y es verdad, el que escandaliza a otro está matando su alma, y es un gran pecado.

Hay formas muy variadas de escandalizar, algunas más graves que otras. Y una de esas formas es el mal ejemplo, cuando uno se comporta inadecuadamente, por obra o por omisión.

Los sacerdotes tenemos una responsabilidad muy grande de dar buen ejemplo, de ayudar a los demás con nuestra vida y con el cumplimiento de nuestro ministerio. De modo que podríamos ser ocasión de escándalo si damos mal ejemplo con nuestra vida, o con un mal cumplimiento de nuestros deberes sacerdotales.

Nosotros hemos recibido una formación esmerada en el Seminario, para ser buenos sacerdotes, pero nos damos cuenta de que esa formación no es suficiente, y hay que enriquecerla: debe ser permanente. Tenemos a nuestra disposición los medios necesarios para fortalecerla, pero depende de nosotros aprovecharlos bien.

Jesús, te pido que me des la valentía para saber cortar tajantemente cualquier ocasión de pecado. No quiero ser esa sal buena que pierde su sabor. Se que la ayuda de mi Madre Santísima no me faltará.

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

+++

Amigo mío: yo soy el Buen Pastor. Yo busco a mis ovejas perdidas, para encontrarlas y traerlas conmigo.

Yo busco a mis ovejas heridas, para curarlas, para que caminen conmigo.

Yo busco a mis ovejas hambrientas, para darles mi alimento.

Yo busco a mis ovejas sedientas, para darles de beber.

Yo busco a mis ovejas para protegerlas, para que sean ovejas de mi rebaño y pastores de mi pueblo, para que recojan sus frutos y los entreguen como ofrenda a Dios por medio de las manos Inmaculadas de mi Madre. Ella es Madre de gracia y de misericordia, y Ella los mantendrá en el camino.

Y quiero también cuidar y proteger a los inocentes, a los más pequeños, a los sencillos, ¡de las atrocidades que cometen algunos de mis amigos!

Mi Madre intercede para cuidar, proteger y preservar la inocencia y la pureza de los más débiles, que sufren atentados por los más fuertes.

¡Ay de aquellos que abusan de los niños! Más les valdría no haber nacido. Más les valdría colgarse al cuello una piedra de molino y echarse al río, para ahogar su pecado en medio de la vergüenza de actuar en nombre mío.

Esa es la mayor atrocidad que un hombre puede cometer: hacer el mal usando el nombre de Dios, una vez y otra vez. Porque los que han recibido el sacramento del Orden han recibido la gracia de actuar en nombre mío.

Algunos creen que se pueden esconder, y así Dios no los ve.

Otros piensan que pueden justificar sus actos con la debilidad de su naturaleza humana.

Otros creen que Dios se encargará de ellos, y de perdonarlos, porque es infinitamente bueno.

Y tienen razón, pero si no se arrepienten y no se confiesan, si no reciben la absolución, ¿cómo van a conseguir de Dios ese perdón?

Otros abusan de su poder, sabiendo intimidar y convencer, despertando el miedo y la culpa de los inocentes, de los ignorantes, de los débiles.

Pero todos ellos tienen una cosa en común: se entregan a las pasiones, en lugar de entregarse a mí. En cada acto malo me crucifican. Es a mí a quien lastiman, en el cuerpo y en el alma de la víctima. Pero, aún más, en sus propios cuerpos.

Si un pastor lastima y golpea a una de sus ovejas o de sus corderos, de cualquier manera lo seguirían, pero por miedo. Porque, a pesar de todo, él es el que tiene el alimento. Pero acabarían, junto con el pastor, en el despeñadero, muertos.

Yo quiero buenos pastores, bien formados, alejados de las tentaciones, fortalecidos con la oración, y llenos del fuego del amor del Espíritu Santo.

A los malos pastores los he venido a buscar. Quiero convertir sus corazones. Expulsar los demonios que los tienen sometidos. Limpiar la casa. Y, en un encuentro conmigo, quedarme a vivir en sus corazones.

Y, aunque hayan sido señalados, juzgados, castigados, desechados por la sociedad, transformar sus vidas en testimonio de que Dios siempre puede más.

Pastores míos, ovejas de mi rebaño: no tengan miedo, yo estoy con ustedes.

Los que están perdidos, déjense encontrar.

Los que están heridos, déjense sanar.

Los que están enfermos, déjense curar.

Los que están lejos, dejen que me acerque.

Los que están sucios, déjense limpiar.

Los que están limpios, déjense pulir.

Los que están cerca, manténganse en el camino.

Los que están conmigo, recuperen lo que está perdido, y lleven ofrendas a Dios, y continúen su misión todos los días, porque yo los he llamado para seguirme, y los he ungido para que reciban al Espíritu Santo, y los he enviado para buscar y encontrar, para sembrar y cosechar, para predicar y alimentar, para sanar y perdonar, para construir y edificar, para conseguir almas para la gloria de Dios; y les he dejado el camino trazado, y les he dado a mi Madre, para que nunca se pierdan, y a mis ángeles y a mis santos, para que los ayuden.

Sacerdotes, sean pastores, y busquen a todos aquellos que no están contra mí, y recíbanlos y denles de beber, y háganse ofrenda con ellos. Yo les aseguro que no quedarán sin recompensa. Y luego vayan y busquen a los que están contra mí, para transformarlos, para conseguirlos.

Entren en las casas, lleven el saludo de paz. Pero, si no los reciben, salgan de esa casa, y la paz regresará con ustedes. Y limpien el polvo de sus pies, en señal de reprobación, y lleven la paz a otra casa. Pero no vayan solos.

Manténganse en la unidad entre pastores y, unidos, alaben al Señor en un mismo canto, en una misma alabanza, siendo parte conmigo; unidos por un mismo Espíritu, persiguiendo un mismo fin, porque son guerreros de un mismo ejército.

Doblen su rodilla ante un solo Rey. Yo soy Cristo Rey de los ejércitos.

Guerreros valientes: yo los proveo con armas y armaduras, y los envío a conquistar el mundo para la construcción del Reino de los Cielos. Yo los haré entrar por la puerta del Reino, y los haré sentarse en tronos de victoria, participando en la gloria eterna de Dios».

+++

Madre mía, Asiento de la Sabiduría: sé que mi formación me debe conducir a parecerme cada vez más a tu Hijo, porque el sacerdote es Cristo.

Yo te pido que me lleves de la mano al encuentro de Jesús y, contemplándolo a Él, aprenda cómo debe ser mi vida sacerdotal. Ayúdame a tener unidad de vida, y mucha vida sobrenatural.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: muéstrame el camino. Déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

+++

«Hijos míos, sacerdotes: vamos a meditar lo que hay en el corazón de ustedes y en mi corazón de Madre.

Me gusta caminar entre mis flores y cuidarlas, me gusta escuchar los cantos de las aves del cielo, que son los ángeles, y que todo el tiempo adoran y cantan alabanzas, dando gloria a Dios.

Me gusta contemplar el rostro de mi Hijo, y meditar todas las cosas en mi corazón.

Me gusta guiar a mis hijos al encuentro con Cristo, que es el camino al cielo, para entregarlos al abrazo misericordioso del Padre.

Me gusta conducir a las almas del Purgatorio a la plenitud de la santidad, en la eternidad de mi cielo.

Me gusta compartir el Paraíso con los ángeles y los santos.

Me gusta acompañar a cada uno de mis hijos sacerdotes, en su peregrinar como Cristos en medio del mundo, conquistando y salvando almas.

Me gusta que me digan que soy hermosa. Yo les digo que mi belleza se debe a la gracia de Dios, por quien soy Madre de todas las gracias. Soy el reflejo del rostro vivo de Jesucristo resucitado, por quien soy Madre de misericordia.

Mi rostro es el perfil de la perfección humana en la majestad divina. Pero no todos pueden ver esa belleza, sino solo los que se saben hijos y me reconocen como Madre, porque el rostro más hermoso para un hijo es el rostro de su madre.

Yo quisiera que todos mis hijos sacerdotes me reconocieran como Madre, porque lo soy, pero algunos no se dan cuenta ni siquiera de lo que ellos son.

El sacerdote es lo más sagrado que existe sobre la tierra.

El sacerdote es el camino, la verdad y la vida, porque es el mismo Cristo.

Él instituyó el sacerdocio de manera que fuera Él mismo quien llevara a todas las almas al cielo, guiándolas en el camino, enseñándoles a vivir en la verdad, bautizándolas con el Espíritu Santo, para que tengan vida eterna, haciéndolos hijos de Dios.

Por lo tanto, ustedes, hijos míos, deben tener vida sobrenatural. Pero algunos se resisten a hablar y a tener vida sobrenatural, porque los compromete a comportarse en congruencia y a renunciar a los placeres pasajeros de la vida ordinaria.

Ustedes deben vivir la unidad de vida, que es tener los pies en la tierra y el corazón en el cielo, constantemente, uniendo la voluntad humana a la voluntad divina, conscientes de su humanidad imperfecta y de su divinidad consumada en Cristo.

Deben aprender a tener vida sobrenatural, porque Dios es sobrenatural. Y a su vez, es lo que ustedes deben enseñar, para que todos los hombres conozcan las verdades eternas y aspiren a la realización de la obra salvadora de Cristo en cada uno, y a través de este santo ministerio alcancen la perfección, porque los sacerdotes han sido llamados a ser la perfección del hombre imperfecto al ser configurados con Cristo.

Pero ¡ay de aquellos que en lugar de guiar hagan a otros errar el camino! Más les valdría no haber nacido. Porque los sacerdotes son figura y son ejemplo, son viático y son instrumento, son administradores de gracias y dispensadores de los misterios y de los tesoros de Dios, a través del sacramento del Orden, por el que perdonan, renuevan y santifican a los hombres, consumando el sacrificio redentor de Cristo. La consumación del perdón de Dios es la resurrección de Cristo, que es Eucaristía.

Mi rostro es el reflejo de la gracia y la misericordia de Dios, de ahí su hermosura en la que se nota la pureza, la humildad, la bondad, la inocencia, la magnificencia, la fe, la esperanza, la caridad, la sabiduría, la ciencia, el entendimiento, la perseverancia, la paz.

 El rostro de Cristo es el rostro de la misericordia. El rostro desfigurado de Cristo crucificado en la cruz es el reflejo del daño que causa el pecado.

El rostro de Cristo resucitado es la perfección y la plenitud alcanzada en la gloria de Dios que perdona, que santifica, que salva, que da vida eterna.

Yo soy experta en perdonar, una y otra vez, perdonar setenta veces siete a los que lastiman y crucifican a mi Hijo.

Los sacerdotes deben entender que son pilares de la Iglesia, que ustedes mismos forman el cuerpo de Cristo, en el que cada uno es Cristo, pero todos son el mismo Cristo, todos se ayudan y todos se afectan, un solo cuerpo, en unidad, en comunidad.

 Deben aprender a vivir en la verdad, para que se ayuden entre ustedes, que se corrijan, que se perdonen, que se amen. Y el que esté libre de pecado que arroje la primera piedra.

Deben descubrir la belleza de mi rostro, para que alcancen en mí las verdades escatológicas, que los hagan descubrir y vivir una vida sobrenatural que tienda a la perfección en Cristo.

Deben luchar por corregirse, para que regresen al amor primero, al camino, a la verdad y a la vida de virtud y santidad, que corresponde a su vocación, por la que han sido transformados por el amor en pilares, en columnas, en cimientos del Reino de los Cielos en la tierra, para que todos, obispos, sacerdotes y diáconos, fortalezcan su fe, porque sin fe no pueden tener vida sobrenatural, ya que tienen el peligro de hacer su vida demasiado ordinaria, por estar sacando la escatología de sus vidas.

Es necesario que introduzcan la escatología a su vida ordinaria, para tener una vida sobrenatural en medio del mundo, y que nunca cometan la imprudencia de no perdonar a un corazón arrepentido, porque un corazón contrito y humillado es el mismo rostro de Cristo crucificado.

Es necesario que contemplen mi belleza, para que entiendan que la perfección ordinaria refleja la gracia extraordinaria de la única verdad que es Dios».

¡Muéstrate Madre, María!