23/09/2024

Mc 10, 17-27

64. POBRES DE ESPÍRITU – DEJARLO TODO

EVANGELIO DEL LUNES DE LA SEMANA VIII DEL TIEMPO ORDINARIO

Ve y vende lo que tienes y sígueme.

+ Del santo Evangelio según san Marcos: 10, 17-27

En aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acercó corriendo un hombre se arrodilló ante él y le preguntó: “Maestro bueno, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?”. Jesús le contestó: “¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino solo Dios. Ya sabes los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás falso testimonio, no cometerás fraudes, honrarás a tu padre y a tu madre”.

Entonces él le contestó: “Maestro, todo eso lo he cumplido desde muy joven”. Jesús lo miró con amor y le dijo: “Solo una cosa te falta: Ve y vende lo que tienes, da el dinero a los pobres y así tendrás un tesoro en los cielos. Después, ven y sígueme”. Pero al oír estas palabras, el hombre se entristeció y se fue apesadumbrado, porque tenía muchos bienes.

Jesús, mirando a su alrededor, dijo entonces a sus discípulos: “¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios!”. Los discípulos quedaron sorprendidos ante estas palabras; pero Jesús insistió: “Hijitos, ¡qué difícil es para los que confían en las riquezas, entrar en el Reino de Dios! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el Reino de Dios”.

Ellos se asombraron todavía más y comentaban entre sí: “Entonces, ¿quién puede salvarse?”. Jesús, mirándolos fijamente, les dijo: “Es imposible para los hombres, mas no para Dios. Para Dios todo es posible”.

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: tus discípulos se preguntaron quién podrá salvarse, después de que advertiste la dificultad de entrar en el Reino de Dios a los que confían en las riquezas. Veían aquello como una dificultad insuperable, mirando su pobre condición humana.

Todos tenemos esa tendencia desordenada por las cosas materiales, se nos van los ojos por las riquezas. Nos damos cuenta de que cuesta vivir la pobreza, la sobriedad, la templanza, el desprendimiento de los bienes terrenos.

Pero también nos damos cuenta de que esas ataduras producen tristeza, y si evitamos los apegamientos nos sentimos más libres, y entendemos a los santos, que lucharon por tener tesoros en el cielo.

Señor, tú naciste pobre, viviste pobre, moriste pobre, para enriquecernos con tu pobreza. Y me pediste a mí seguirte en el sacerdocio, imitándote en todo. ¿Qué debo hacer para servirte alegre y libre, según el modelo de tu Sagrada Familia?

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdotes míos: contemplen el misterio de mi Sagrada Familia, viviendo entre la gente, en medio del mundo, en un lugar bonito y modesto, sin lujos, en donde no faltaba nada, porque la Providencia de Dios estaba con nosotros.

Ustedes son mi familia.

Ustedes oran y cantan alabanzas, trabajan para mí, y yo los siento a la mesa y los sirvo.

La voluntad del Padre es que crean en mí. Yo soy la resurrección. El que crea en mí, aunque muera, vivirá.

Ustedes son mi madre y mis hermanos, porque todo aquel que cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo, es mi madre y mis hermanos. Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que crea en el Hijo tenga vida eterna, y yo lo resucite el último día.

El que cree en mí me ama y, si me ama, guarda mis mandamientos. Y si alguno me ama guarda mi Palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y haremos morada en él.

El que ama a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí.

El que de verdad me ama, cree en mí, confía en mí, deja todo, toma su cruz y me sigue, cumpliendo su promesa de pobreza, castidad y obediencia.

El que quiere ser perfecto vende todo lo que tiene y lo da a los pobres, para tener un tesoro en el cielo. Luego me sigue.

Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.

Qué difícil es para los que tienen riquezas entrar en el Reino de Dios.

El que quiera ser mi familia, que sea como yo, manso y humilde de corazón, que me escuche y ame a Dios por sobre todas las cosas, y a los demás como yo los he amado. Ese es mi madre y mis hermanos, y ellos heredarán la tierra.

Había un hombre muy rico sentado a una mesa lujosa y rica en la que se hartaba. Y un hombre pobre y con el cuerpo lleno de llagas –que se parecía a mi cuerpo en la cruz–, esperando comer las migajas que caían de la mesa. Después, el hombre pobre estaba en el paraíso y el hombre rico entre llamas y tormentos. El hombre rico pedía misericordia para sus hermanos –que vivían como había vivido él–, para que creyeran.

Algunos sacerdotes viven entre las riquezas del mundo, pero no acumulan tesoros en el cielo. Los demonios los distraen con tentaciones y los encadenan al mundo. Otros sacerdotes viven en la pobreza, y caminan en libertad y en la verdad. A los demonios les gusta la riqueza y las comodidades, y detestan la pobreza, por lo que abandonan a los que la practican.

Yo quiero llevar mi misericordia a mis amigos, a los que se portan bien y a los que se portan mal, a los pobres y a los ricos, a los que me siguen y a los corazones más necesitados.

El que es de Dios, escucha las palabras de Dios. El que no las escucha es porque no es de Dios.

El que escucha mi Palabra y cree en el que me ha enviado, tiene vida eterna. Yo soy la resurrección y la vida. El que crea en mí, aunque muera vivirá. Pero el que no los escuche a ustedes, no creerá. Porque los que no escuchan a mis profetas no creerán, ni aunque resucite un muerto.

El que renuncia al mundo vive la pobreza, y yo le doy la gracia para resistir la tentación, para que viva en castidad y obediencia. Pero el que no abraza la pobreza no puede seguirme. Es más fácil que entre un camello por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los Cielos.

Algunos pastores míos no cumplen la voluntad de mi Padre, porque no son pobres de espíritu, sino ricos de las cosas del mundo, no creen en mí, no son dignos de mí, ni de poseer mi riqueza, ni de ser mi familia.

Yo llevo mi Palabra a los corazones más pobres de ustedes, mis amigos, para que me escuchen y se enriquezcan de mí, para que se conviertan mientras humillan y empobrecen el espíritu, confiando en la Providencia Divina, para enriquecerlos con los tesoros del cielo.

Amigo mío: yo te he tomado por completo para hacerte mío, para configurarte totalmente conmigo y hacerte perfecto.

Misericordia: eso es lo que te pido, eso es lo que te doy. Catorce obras de caridad para alcanzar la perfección.

Tus obras, amigo mío, son la manifestación de mi amor. Ese es el testimonio que has de dar cuando te pregunten por qué has dejado todo, y no puedas explicar.

Diles que porque esto es tu todo, lo que te faltaba de entregar, para alcanzar la perfección a la que todo sacerdote aspira llegar: ser Cristo, actuar como Cristo, vivir como Cristo, morir como Cristo, servir como Cristo, predicar como Cristo, amar como Cristo, salvar almas para Dios con Cristo, y resucitar con ellas en Cristo, para amar a Cristo toda la eternidad.

Dime, amigo mío, ¿estoy en lo correcto? ¿Ese es tu deseo?

Esa es mi voluntad. Dime: si tú das testimonio de esto, ¿alguien te podría criticar?

Yo te digo que, aunque no tengan fe, y aunque no tengan visión sobrenatural, todo el mundo respeta al que es fiel a su conciencia y quiere entregar la vida por los demás. ¿Quién no respetaría la decisión de querer ayudar a los demás?

Mírame. Mira mis brazos extendidos y dime dónde está tu prioridad.

Si tú estás convencido, entonces convencerás a los demás con tu testimonio y con mi Palabra, con tus obras, con tu fe, y con mi amor.

Este es el testimonio que debes dar. Yo te aseguro que nada podrán refutar. Tú has entregado tu vida dejándolo todo para servir a Dios. Sacerdote para la eternidad has sido constituido, para profesar la verdad.

Pues bien, un día tu Señor te ha pedido que vendas todo y repartas el dinero a los pobres, y me sigas. Yo he vendido mi sangre por un gran precio, he conseguido la vida para el mundo: ¿qué es lo que tú conseguirás?

Misericordia quiero. El sacrificio ya está hecho. Renuévalo todos los días de tu vida, y une tus ofrendas».

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Madre mía: el desprendimiento total cuesta mucho, pero sé que es necesario para que pueda cumplir bien con mi ministerio.

Me sirve mucho pensar en Jesús en la cruz, desprendido de todo, con el corazón libre.

Ayúdame, Madre, y enséñame a sacar fuerzas de la celebración de la Santa Misa, para imitar al Maestro también en eso.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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 «Hijos míos, sacerdotes: yo permanezco al pie de la cruz en este continuo sacrificio, entregando a todos mis hijos conmigo. Vengan aquí, y déjenme cubrirlos bajo la protección de mi manto, para ofrecerlos en cada ofrenda con Él y conmigo, y con todas las almas, para que durante la celebración de la Eucaristía seamos participes de la pasión, crucifixión y muerte, resurrección y redención en Cristo.

Es necesario que ustedes, mis hijos sacerdotes, se entreguen totalmente en la cruz, dejándolo todo, completamente pobres y desnudos, con el corazón contrito y arrepentido, abriendo sus brazos para recibir, para entregar, para acoger, para ofrecer, para buscar, para reunir, para perdonar, para reconciliar, para bendecir, para darles a ustedes la paz.

Es necesario que ustedes, mis hijos sacerdotes, sufran la iniquidad, la persecución, la tentación, y se mantengan firmes y dispuestos a permanecer en la cruz, orando, ofreciendo, pidiendo, suplicando, alabando, adorando, cumpliendo la Palabra de Dios, recibiendo los dones y las gracias para fortalecerse, para recibir en el amor la sabiduría y la prudencia, para perseverar en la santidad y, por esta entrega, conseguir la conversión de todos los corazones y la unidad, para la paz del mundo.

Es necesario que ustedes, mis hijos sacerdotes, sean santos, por los dones recibidos del Espíritu Santo, y sean fieles instrumentos de la gracia y la misericordia de Dios para todos los hombres. Que permanezcan en el amor, amándose los unos a los otros como Él los ha amado.

Yo soy la Omnipotencia Suplicante y uno mis súplicas a la oración de las almas que rezan el Rosario pidiendo mi intercesión por mis hijos sacerdotes, los que demuestran amar a Dios por sobre todas las cosas y lo siguen, y por los que siguen atados al mundo; por los que lo alaban y por los que lo critican; por los que lo sirven y por los que se van; por los que acuden a su llamado y por los que se quedan, y se alejan, y se pierden, para que sean encontrados.

Mis súplicas conceden el favor de Dios a las almas consagradas a mi Inmaculado Corazón, para abrir corazones endurecidos, y cambiar los corazones de piedra en corazones de carne; y a las que me ofrecen sacrificios con obras de amor, para reparar el desamor que tanto daño causa al Sagrado Corazón de Jesús.

Yo quiero almas que oren, consagren, hagan sacrificio y amen a mis sacerdotes. A los que aman a mi Hijo y a los que lo traicionan. Que oren al Padre para recuperar lo que se ha perdido. Porque, hijos míos, yo los quiero a todos».

¡Muéstrate Madre, María!