23/09/2024

Mc 14, 12-16. 22-26

VI, nn. 41 a 43 ADORAR A DIOS – CREER EN LA EUCARISTÍA

EVANGELIO DE LA SOLEMNIDAD DEL CUERPO Y LA SANGRE DE CRISTO

Esto es mi Cuerpo. Esta es mi Sangre.

+ Del santo Evangelio según san Marcos: 14, 12-16. 22-26 (B)

El primer día de la fiesta de los panes Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le preguntaron a Jesús sus discípulos: “¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?”. Él les dijo a dos de ellos: “Vayan a la ciudad. Encontrarán a un hombre que lleva un cántaro de agua; síganlo y díganle al dueño de la casa en donde entre: ‘El Maestro manda preguntar: ¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?’. Él les enseñará una sala en el segundo piso, arreglada con divanes. Prepárennos allí la cena”. Los discípulos se fueron, llegaron a la ciudad, encontraron lo que Jesús les había dicho y prepararon la cena de Pascua.

Mientras cenaban, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio a sus discípulos, diciendo: “Tomen: esto es mi cuerpo”. Y tomando en sus manos una copa de vino, pronunció la acción de gracias, se la dio, todos bebieron y les dijo: “Ésta es mi sangre, sangre de la alianza, que se derrama por todos. Yo les aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el Reino de Dios”. Después de cantar el himno, salieron hacia el monte de los Olivos.

Palabra del Señor.

+++

REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: el amor de Dios por los hombres, manifestado en tu encarnación, no podía terminar con tu vuelta al Padre el día de tu ascensión a los cielos. Tú eres Dios y podías hacer lo que no podemos hacer los hombres: irte y quedarte al mismo tiempo.

El plan de salvación incluía este gran misterio de fe y de amor que es la Eucaristía. Era tan importante que te quedaras, Jesús, que la Iglesia vive de la Eucaristía.

Los primeros cristianos se reunían el domingo para celebrar la fracción del pan. En esos primeros años de la Iglesia no contaban con todos los recursos que tenemos ahora para manifestar nuestra fe. Pero bastaba esa reunión dominical, para comer tu Carne y beber tu Sangre, y así tener vida.

Pero luego los cristianos pidieron más. Y así nació el culto a la Eucaristía fuera de la Misa. El alma pide contemplarte, adorarte, manifestarte su amor, llenarse de ti. Y el arte cristiano llenó de riqueza los vasos sagrados, las custodias, los sagrarios, los ornamentos sacerdotales, los retablos…, porque todo es poco para manifestar el amor al Dios escondido.

Señor, yo sé que el amor a la Eucaristía depende de mi fe. Yo, sacerdote, no debo acostumbrarme a tratarte. El milagro se produce en mis manos todos los días. Te pido perdón por todas esas veces que me he dejado llevar por la rutina, y por todas esas veces que te he tratado de una manera indiferente, cuando debería cuidar siempre, en el culto eucarístico, manifestar mi fe y mi amor.

Jesús, ¿cómo debe ser el amor a la Eucaristía de un sacerdote?

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

+++

«Sacerdote mío: entrégate como yo, para que ames como yo, hasta el extremo. Esta Carne es verdadero alimento, y esta Sangre es verdadera bebida. Coman y beban todos de él y serán saciados, y tendrán vida.

Yo soy el Cordero de Dios que ha bajado del cielo, para ser entregado por los hombres; para morir y así rescatarlos del pecado; para resucitar de entre los muertos y vencer a la muerte, y vencer al mundo; para regresar al Padre, de donde he venido para llevarlos conmigo.

A ti, sacerdote, te doy el poder de convertir este pan en mi Cuerpo, y este vino en mi Sangre, porque yo me voy, pero me quedo, porque regreso al Padre, pero permanezco contigo.

Recuerda esto: cada vez que se reúnan en mi nombre, yo estaré con ustedes, y mi paz será con ustedes.

Este es mi Cuerpo, que es Eucaristía. Es ofrenda, es el fruto de la tierra y del trabajo del hombre, unido a mi sacrificio y al tuyo, para el perdón de los pecados.

Esta es la unidad de mi Iglesia, de la que todos son conmigo un solo cuerpo, con mi madre y mis ángeles y mis santos, y tú, sacerdote mío, y todas las almas.

Esta unidad es trinitaria, y se unen en mí el Padre y el Espíritu Santo. Porque soy un Dios humano y un Dios divino, indisoluble con el Padre, por medio del Espíritu. Yo me he entregado a ti primero, porque a ti te he amado primero, hasta el extremo.

Procura que tus manos sean puras y benditas, porque por tus manos me entrego, para que me partas y me compartas, para que me entregues, y que sea alimento para todos y para cada uno.

Son tus manos hacedoras de un verdadero milagro en cada celebración, en cada sacrificio, en cada Eucaristía.

Consagra en gracia, con corazón puro y conciencia limpia, porque mi Sangre ha sido derramada para lavar y purificar.

Por medio de la Eucaristía entrégate conmigo, y ama, adora, venera, repara, porque mi corazón está tan lastimado por quienes viendo no quieren ver, y oyendo no quieren oír, por quienes lastiman y ofenden mi Cuerpo y mi Sangre, por los que no me aman, aun sabiendo cómo los amo yo.

Repara los actos de desamor a mi sagrado y doloroso Corazón, con actos de amor.

Recíbeme, y adórame, y ámame. Pero ámame con mi amor. Es el amor el que cura y sana, el que llena y sacia, el que protege y salva. Yo soy el amor.

Pastor mío: yo soy el Buen Pastor, y te he confiado mis rebaños. Ustedes, mis sacerdotes, son el rebaño que mi Padre me ha confiado, para que den su vida por sus ovejas, como yo he dado mi vida por cada uno y por todos, de una vez y para siempre. Y la sigo dando en cada sacrificio, en cada Eucaristía, en cada celebración, en donde se reúnen en memoria mía. Y vuelvo a encarnarme y a entregarme en sus manos, y a morir redimiendo sus pecados, y a resucitar como alimento vivo para darles vida eterna.

Sacerdote mío: Eucaristía es un misterio de fe.

Este es mi Cuerpo, entregado por ti, porque te amo.

Esta es mi Sangre, derramada para el perdón de tus pecados.

Cada vez que comes de esta Carne y bebes de esta Sangre lo haces en memoria mía.

Mi Padre, que está en el cielo, te ama tanto, que quiso rescatarte y recuperarte, uniéndote a Él para siempre. Y ha enviado, a su único hijo al mundo, para rescatarte, para recuperarte, para unirte conmigo, para unirte con Él para siempre.

Y Dios se ha hecho hombre, engendrado de una mujer virgen por el Espíritu Santo, para habitar entre los hombres, para conocerte, para amarte, para cumplir la voluntad del Padre por amor al Padre, para morir por ti por amor a ti, por obediencia al Padre, para hacerte mío, para hacerte suyo para siempre.

Y me he quedado, en Cuerpo y en Sangre, ofreciendo mi vida por ti, en un único y eterno sacrificio, por el que te uno a mí y te hago mío para siempre, por amor a ti, por amor a mi Padre, por el amor con que te ama mi Padre.

Mi Padre es bondadoso y misericordioso. Él no te pedirá nada que no te haya dado ya, porque Él te conoce, te tiene tatuado en la palma de su mano, y hasta los cabellos de tu cabeza están contados.

Conoce tu debilidad, tus defectos, tu fragilidad, tus pocas fuerzas.

Conoce tu incapacidad, tu pequeñez, tu necesidad, tu poquedad.

Conoce tus deseos y tu temor de Él.

Él te creó, y quiere recuperarte, porque te ama. Y aquí estoy yo, amándote hasta el extremo, y cumpliendo su deseo.

Si Dios te pide fe, es porque te ha dado fe.

Si Dios te pide confianza, es porque te ha dado esperanza.

Si Dios te pide amor, es porque Él te ha amado primero, y esa es mi fe.

Todo te lo ha dado por mí, y todo lo puedes en Cristo, que te fortalece.

Adórame, confía, abandónate y obedéceme, y verás milagros.

Yo muero por ti, para resucitarte en mí, en el último día, para glorificar al Padre.

Este Cuerpo y esta Sangre es pan que ha bajado del cielo, para alimentar a los hombres hasta saciarlos. Y se han llenado además doce canastos, para alimentar a todas las generaciones, por un solo y eterno sacrificio, a través de ustedes, mis apóstoles, mis amigos, mis pastores, mis sacerdotes, a quienes les he dado el poder de realizar milagros patentes, una transubstanciación en cada consagración, hasta que vuelva.

Este es un misterio de fe.

Los que tienen fe, que pidan fe para los que tienen poca fe, para que crean en mí y en que estoy vivo y presente en el sacramento del altar, y me adoren y me alaben con los ángeles, con los santos y con todas las almas. Y que, al oír mi Nombre, toda rodilla se doble, en el cielo, en la tierra y en todo lugar, para que toda lengua confiese que yo soy el Señor para la gloria de Dios Padre».

+++

Madre mía, mujer eucarística: seguramente tú fuiste la primera en recibir a Jesús al celebrar la fracción del pan. Enséñame a tratar a tu Hijo con esa delicadeza, con ese amor, con esa fe, con que lo recibiste tú.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

+++

«Hijo mío, sacerdote: yo fui la primera adoradora del Cuerpo y la Sangre de Cristo.

Yo fui la primera en recibir la Eucaristía.

Yo fui la primera en proclamar este misterio de fe. Porque fue engendrado en mi vientre virgen, y yo misma lo vi nacer.

Y lo deseé, y lo amé, y lo recibí, y lo adoré, desde que me fue anunciado.

Por tu fe sabrás que Él vive en ti y tú en Él, y que su presencia en la Eucaristía es presencia viva, es Carne, es Sangre, es Alma y Divinidad. Es verdadera comida y verdadera bebida para la vida eterna.

Te enseñaré a adorarlo.

Adorar es agradecer constantemente.

A Dios Padre, por amarte tanto, que te dio a su único hijo para salvarte.

A Dios Hijo, que por amor cumple la voluntad del Padre, y por su propia voluntad se entrega a la muerte, y a una muerte de cruz, para resucitar y resucitarte en Él.

A Dios Espíritu Santo, por darte la vida y darte la fe para creer en Él.

Adorar es pedir perdón.

Por todos los que no creen en Él.

Por todos los que no lo adoran.

Por todos los que no esperan en Él.

Por todos los que no lo aman.

Por el beso de traición de los que Él hizo sus amigos.

Por cada vez que tú mismo lo has traicionado, porque por ti fue clavado en esa cruz.

Por las veces que, aun viendo su Carne y viendo su Sangre, no has creído en Él, y no lo has adorado, y no has esperado en Él, y no lo has amado.

Adorar es pedir con fe, agradeciendo y sabiendo que lo que necesitas ya te ha sido dado, aun antes de que tú lo pidas.

Pedir uniendo tu voluntad a la suya.

Pedir desde tu corazón, con pureza de intención.

Pedir sin egoísmo. Siempre pedir el bien para los demás, pidiendo para ti solo lo que necesitas para servir a Dios a través de los demás.

Pedir con el corazón dispuesto a recibir.

Adorar es amar a Dios por sobre todas las cosas, y al prójimo como a ti mismo.

Con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente.

Entregando tu vida en cada suspiro, en cada palabra, en cada oración.

Amar en silencio, recibiendo el amor.

Adorar es amar como Él te amó, hasta el extremo.

Adorar es ofrecer cada minuto de tu tiempo, cada parte de tu cuerpo, cada palabra, cada pensamiento, cada trabajo, cada esfuerzo, cada alegría, cada sufrimiento, cada acto, cada obra, unido al sacrificio de Cristo, como ofrenda al Padre.

Adorar es poner tu fe por obra al servicio de Dios, dando testimonio de su amor, de su bondad y de su misericordia.

Adorar es todo esto, todo el tiempo, para glorificar al Padre en el Hijo».

¡Muéstrate Madre, María!