23/09/2024

Mc 16, 9-15

53. OBEDECER PRIMERO A DIOS – HABLAR DE LO VISTO Y OÍDO

PRIMERA LECTURA DEL SÁBADO DE LA OCTAVA DE PASCUA

No podemos callar lo que hemos visto y oído.

Del libro de los Hechos de los Apóstoles: 4, 13-21

(…) Entonces mandaron llamar a Pedro y a Juan y les ordenaron que por ningún motivo hablaran ni enseñaran en nombre de Jesús. Ellos replicaron: “Digan ustedes mismos si es justo delante de Dios obedecerlos a ustedes antes que a Dios. Nosotros no podemos dejar de contar lo que hemos visto y oído”.

Palabra de Dios

EVANGELIO

Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio.

+ Del santo Evangelio según san Marcos: 16, 9-15

Habiendo resucitado al amanecer del primer día de la semana, Jesús se apareció primero a María Magdalena, de la que había arrojado siete demonios. Ella fue a llevar la noticia a los discípulos, los cuales estaban llorando, agobiados por la tristeza; pero cuando la oyeron decir que estaba vivo y que lo había visto, no le creyeron.

Después de esto, se apareció en otra forma a dos discípulos, que iban de camino hacia una aldea. También ellos fueron a anunciarlo a los demás; pero tampoco a ellos les creyeron.

Por último, se apareció Jesús a los Once, cuando estaban a la mesa, y les echó en cara su incredulidad y dureza de corazón, porque no les habían creído a los que lo habían visto resucitado. Jesús les dijo entonces: “Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda creatura”.

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: es verdad que tus discípulos estaban muy temerosos después de tu pasión y muerte. Se les va quitando el miedo cuando te ven resucitado, aunque les resultaba difícil creer. Tienes que aparecerte con ellos varias veces antes de subir al cielo.

Aun así, no le creyeron ni a María Magdalena ni a tus compañeros del camino de Emaús.

Pero después de la venida del Espíritu Santo las cosas son diferentes. Los Apóstoles tienen la valentía de decir que hay que obedecer a Dios antes que a los hombres, aunque eso les cueste la vida.

Y declaran que no pueden dejar de hablar de lo que han visto y oído. No se trata de obedecer como quien cumple una obligación, sino como quien conoce una verdad que no puede callar, porque le va la vida con eso, porque le produce una felicidad tal en el alma, que tiene que comunicarla a los demás: el bien es de suyo difusivo, la alegría no se puede contener en el pecho, hay que transmitirla a los demás.

Jesús: tú dijiste que reconocerían a tus discípulos por el amor. Comunicar tu verdad es comunicar tu amor, dar testimonio de tu amor, amando a los demás. Y el amor se manifiesta con obras de misericordia.

Señor: ¿cómo debo cumplir ese testimonio de misericordia?

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdote mío: desde siempre te busqué, desde siempre te llamé, desde siempre fuiste mío, porque desde antes de nacer yo ya te conocía, y te llamé por tu nombre.

Tú creíste en mí, y yo te encontré, y te sané y cambié tu corazón. Convertí tu dolor en gozo y tu sufrimiento en alegría.

Eres fruto de mi amor y de mi misericordia. Eres mío.

Tu testimonio es un regalo de mi corazón para el mundo.

Te he mostrado el dolor y el sufrimiento, y te he mostrado mi misericordia.

Te he mostrado el mundo, el pecado de los hombres, la muerte, el horror del infierno y los demonios, la purificación de las almas en el Purgatorio, el juicio particular; pero también mis ángeles, mis santos, y mi cielo.

Te he mostrado la belleza de mi Madre, y te he dado su compañía.

Y te he mostrado mi rostro.

He abierto tus ojos y tus oídos, y no puedes no contar lo que has visto y lo que has oído. Darás testimonio de todo esto, para que otros crean como tú has creído, para que otros reciban lo que tú has recibido: el amor, que es fuente infinita de misericordia, para que otros den testimonio de ti, de lo que han visto y de lo que han oído.

Yo te envío a llevar mi misericordia al mundo, en medio del mundo, a través de tu ministerio, para que los que te escuchen pongan en obras su fe; para que crean; para que se abran a la gracia y reciban mi amor a través de mi misericordia; para que la lleven a todos los rincones de la tierra.

La salvación de las almas para la vida eterna es el culmen de mi infinita misericordia.

Las obras de misericordia son los medios para que mi misericordia llegue a todos.

Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos recibirán misericordia. Y es por mi misericordia que son salvados para la vida eterna.

Tú eres instrumento de mi amor, para llevar tu testimonio de fe, de esperanza y de amor al mundo.

Yo quiero encender en tu corazón la fe, que da como fruto la alegría de haber sido llamado y elegido desde siempre y para siempre, para servir como instrumento de mi misericordia, y llevar la salvación y la vida eterna a todas las almas, a todos los rincones del mundo.

Permanece en comunión conmigo, dando testimonio de fe porque crees en mí, y de todo lo que has visto y has oído, para que muchos corazones sean convertidos.

Yo bendigo a mi Padre, porque ha ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las ha revelado a pequeños y sencillos; porque ha escogido a los locos del mundo para confundir a los sabios, y a los débiles del mundo para confundir a los fuertes, a fin de que el que se gloríe, se gloríe en el Señor.

Yo te envío a ti, que crees en mí, a proclamar el Evangelio al mundo entero, a anunciar la verdad dando testimonio de mí, con mi Palabra y con tus obras, para que otros crean y se gloríen en mí».

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Madre mía: tú eres bienaventurada porque creíste, y también porque escuchaste la Palabra de Dios y la pusiste por obra. Dame a mí la fortaleza que necesito para saber transmitir a los demás, con valentía, todo lo que he visto y oído.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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«Hijos míos, sacerdotes: llevo la Misericordia en mi vientre.

Yo soy Madre de Misericordia.

Yo soy Madre del Amor.

Yo intercedo para que ustedes reciban de Dios la gracia para abrir sus corazones para recibir el Amor.

Yo pido para ustedes esta gracia, para que ustedes lleven al mundo el Amor, a través de obras de misericordia; para que ustedes sean misericordiosos y bienaventurados; para que ustedes crean en Cristo resucitado y vivo en la Eucaristía, y proclamen el Evangelio a todas las creaturas.

Es así como serán bienaventurados y recibirán misericordia, porque en la Palabra y en la fe llevan la verdad y la vida, obrando con misericordia, impartiendo los sacramentos, perdonando, enseñando, corrigiendo, consolando, dando consejo, vistiendo al desnudo con traje de fiesta, visitando a los presos y a los enfermos, sufriendo con paciencia, dando de beber al sediento, acogiendo a los peregrinos, dando de comer al hambriento, orando por los vivos y por los muertos, llevando la paz y la alegría de servir a Cristo al mundo entero.

Permanezcan conmigo construyendo las obras de Dios, que son obras de misericordia, fruto del amor de los santos a la divina misericordia de Dios, para que el mar de misericordia y el agua viva, que ha sido derramada en la cruz, y que es un torrente de amor, sea encauzado a las almas, para que abran las puertas de sus corazones para recibir la misericordia y el amor de Cristo.

Reciban, a través de mi compañía, la esperanza en la misericordia de Dios, que fue revelada en la cruz de Cristo para el mundo.

Yo les doy este tesoro: mi paz.

Ustedes han sido enviados a anunciar la buena nueva del Reino de los cielos. Pero si alguno no los recibe, la paz volverá con ustedes.

Ustedes me acompañan, y yo les doy mi protección, porque yo piso la cabeza de la serpiente.

Su misión es enseñarle al mundo a amar a Dios, amando a Cristo, imitando a Cristo, configurándose con Cristo. Pero, para amar, hay que conocer, porque nadie ama lo que no conoce.

Él es la Palabra, y la Palabra era la luz verdadera que vino al mundo. Y en el mundo estaba, y el mundo fue hecho por ella. Pero el mundo no la conoció. Vino al mundo para nacer como fruto de mi vientre, y los suyos no la recibieron.

El Espíritu Santo preparó en mí su morada, porque desde antes de nacer, Él ya me conocía.

Y fui engendrada sin mancha ni pecado, para nacer y permanecer inmaculada y pura, para que el tesoro más grande de Dios, que es su único Hijo, se hiciera hombre, y así entregarlo a los hombres, para enriquecerlos.

Y fue engendrado en mi corazón y en mi vientre, en cuerpo y en espíritu, sin mancha ni pecado, para nacer y permanecer inmaculado y puro.

Y la Palabra se hizo carne, y puso su morada entre los hombres.

Yo sabía que, al entregarse como hombre, para compadecerse de las miserias de los hombres, sería probado en todo igual que los hombres, menos en el pecado, para que, quien se acerque a Él alcance la misericordia, el auxilio y la gracia.

Y debía resistir las tentaciones, y perseverar hasta el final en el cumplimiento de la misión encomendada por su Padre. Entonces Él debía crecer y aprender a caminar en medio del mundo, siendo Dios y siendo hombre, igual que los hombres.

Y vivió sujeto a sus padres en medio del mundo.

Y el Espíritu Santo, que siempre estaba conmigo, se encargó de enseñarle todas las cosas, porque siempre estaba con Él.

Y creció en medio del mundo, con humildad, como cordero en medio de lobos.

Y así fue enviado por el Padre a cumplir su misión. Pero el tiempo que vivió en el mundo no fue suficiente para que todos lo conocieran. Porque de haberlo conocido lo habrían amado.

Es imposible conocer a Dios y no amarlo, porque Dios es el amor, y el que conoce el amor, ama.

Pero los que sí lo conocieron y lo amaron fueron sus testigos, y Él los envió de dos en dos, para dar testimonio de Él, para que creyeran en Él, porque el que vence al mundo es el que cree que Jesús es el Hijo de Dios.

Y ese es el que tiene fe y cree que el Hijo de Dios vivió en el mundo, como hombre y como Dios.

Y como hombre sufrió lo que sufre cualquier hombre en la carne.

Y como Dios tuvo la gracia para resistir las tentaciones de la carne.

Y Él a sus testigos los hizo sus amigos, y les dio el ejemplo y les dio la gracia, y los hizo sacerdotes, para hacerlos Cristos, para crucificar los deseos y las pasiones, mortificando la carne y crucificando el pecado en la cruz.

Pero Él, como hombre y como Dios, también tuvo libertad y voluntad, para rechazar todo pecado, para entregarse, para salvar a los hombres, que es para lo que su Padre lo había enviado.

Y Él no solo se entregó, sino que los amó, porque es por amor que se da la vida.

Y los amó hasta el extremo, entregándose en vida para permanecer entre los hombres, para que lo conocieran.

Y se quedó en Cuerpo, en Sangre, en Alma y en Divinidad, en Eucaristía.

Y los amó y los llamó para que lo siguieran.

Y aunque solo uno lo siguió hasta la cruz, Él dio su vida por todos, porque Él tiene el poder de dar la vida para recuperarla de nuevo. Nadie se la quitó, Él la entregó y, dando un fuerte grito, puso su espíritu en las manos del Padre. Y después expiró, y así dio testimonio de que es hombre y es Dios.

Y amando hasta el extremo entregó su sangre hasta la última gota.

Es tiempo de que crean; de que se queden al pie de la cruz y no lo abandonen; de que cumplan su misión y sean verdaderos Cristos, como Él, que es a lo que han sido llamados; de que den ejemplo y obren milagros; de que expulsen demonios y venzan al mundo; y de que se alegren, no por la misión que mi Hijo les ha encomendado, sino porque sus nombres están escritos en el cielo.

Permanezcan en la paz, en la alegría y en el amor de Cristo, bajo mi protección.

Perseveren en la oración, que es la relación personal de cada uno con Dios. Es su esencia lo más íntimo de su ser. Descubran su esencia. Han sido creados a imagen y semejanza de Dios. Dios es amor. Por tanto, su esencia es el amor.

La oración no viene del pensamiento ni de la boca, sino del corazón. Es en comunión, entrega mutua de amor total, sin escrúpulos. De ustedes se requiere disposición y paciencia. Lo demás lo hace Dios.

Es tiempo de abrir sus corazones, porque el Rey está a la puerta y llama.

Es tiempo de misericordia».

¡Muéstrate Madre, María!