PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – ADORAR A JESÚS
«Adorarás al Señor tu Dios, y solo a él rendirás culto» (Mt 4, 10).
Eso dice Jesús.
Eso es lo que merece Jesús.
Adorar a Jesús es adorar su pequeño cuerpo, sus pequeñas manos, sus pequeños pies, su cuerpo entero, desde que era un bebé.
Adorar a Jesús es reconocerlo como Dios, y profesar al mundo que Él es el Hijo de Dios.
Adorar a Jesús es postrarse a sus pies con reverencia, doblar las rodillas con humildad, proclamándolo Rey del universo, Rey de la humanidad.
Adorar a Jesús es decirle que lo amas, y entregarle tu corazón, para que solo a Él pertenezcas.
Adorar a Jesús es entregarle tus tesoros, para que los haga suyos, para que lo honres con tu virtud y tu vida.
Adorar a Jesús es alabar y bendecir a Dios en todo momento y en todo lugar.
Adorar a Jesús es ofrecerse a su servicio, poniendo tu fe en obras.
Adorar a Jesús es venerar su santísimo Nombre; es amarlo con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, por sobre todas las cosas.
Adorar a Jesús es adorar al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
Adorar a Jesús es aceptar su divinidad como el único Dios vivo, como el único Dios verdadero, como el único Dios omnipresente, como el único Dios omnipotente, como el único Dios omnisciente.
Adorar a Jesús es dejarse amar por Él.
Adorar a Jesús es ir desde tierras lejanas, siguiendo la estrella, hasta llegar al portal de Belén, y descubrir la grandeza de Dios en un pequeño niño que acababa de nacer.
Adorar a Jesús es tener la certeza de que Él es el único Hijo de Dios, porque está escrito que solo a Dios adorarás y darás culto.
Adorar a Jesús es alabarlo con tu vida todo el tiempo, en todo momento y en todo lugar.
Adorar a Jesús es seguirlo, transformar tu camino en su camino, transformar tu voluntad en la suya, llevándole el oro de tu pobreza, el incienso de tu castidad y la mirra de tu obediencia.
Y tú, sacerdote, ¿adoras a Jesús?
¿Adoras su Cuerpo y su Sangre en cada Eucaristía? ¿O consagras sin fe?
Y tú, sacerdote, ¿te dejas guiar por la estrella del brillo de la luz de Jesús?
Y tú, sacerdote, ¿te dejas amar por Él?
¿Y correspondes a ese amor con la fidelidad de tu amistad y con la pureza de intención de tu corazón?
Y tú, sacerdote, ¿reconoces al Cristo, que es al único Dios que hay que adorar?
¡Cuidado!, solo a Dios hay que adorar. No adores a los ídolos del mundo que te prometen libertad, pero que te encadenan; que te prometen revelarte la verdad con la mentira; que te prometen iluminar tu alma, dándote oscuridad.
Abre tus ojos sacerdote y mira al único que debes adorar.
Está en el pesebre, está en la cruz, está resucitado y vivo. Su nombre es Jesús.
Compórtate, sacerdote, y no tientes al Señor tu Dios, porque el Espíritu del Señor está sobre Él, y lo ha ungido para llevar la buena nueva al mundo, y anunciarla entre los hombres. Él te ha escogido a ti para que lo honres, llevándole al pueblo su salvación, y eso se ha cumplido, para que tú sacerdote des testimonio de Él.
Adorar a Jesús es creer firmemente que está aquí, que te ve, que te escucha, que se entrega a ti en la Eucaristía.
Adorar a Jesús es comulgar con un corazón limpio, sin mancha ni pecado, como Él se entrega a ti, para ser una sola cosa.
Adorar a Jesús es adorar la sagrada Eucaristía, administrar la gracia a tantas almas que dependen de ti.
Adorar a Jesús es entregarte con Él cuando transformas el pan en su carne, y el vino en su sangre, con el poder que Dios te da.
Adorar a Jesús es elevar su Cuerpo y su Sangre, exponiendo al mundo su divinidad y su humanidad.
Adorar a Jesús es abrazarlo con tu mirada, contemplándolo en el altar, cuando se encuentra entre tus manos.
Adorar a Jesús es ponerte de rodillas y decirle: “te amo”.
Sacerdote: si verdaderamente amas a tu Señor, adora a su Hijo, adóralo en su Cuerpo y en su Sangre, respetando y venerando tu propio Cuerpo y tu propia Sangre, manteniéndote sin mancha ni pecado, porque ese a quien adoras vive en ti. No idolatres tu cuerpo, sacerdote. En cambio, adora a Cristo que vive en ti.
Eres tú sacerdote hostia viva, pan bajado del cielo, Eucaristía, unido en el único eterno sacrificio de Cristo, que los hacen una sola cosa.
Adora a Cristo en el pesebre, en el altar, en la cruz y en el sepulcro. Date cuenta, sacerdote: ahí es donde debes estar tú, entregando, amando, venerando y adorando al único Hijo de Dios, a quien le diste tu vida, entregando tus tesoros, para que Él los convierta en oro, incienso y mirra, para ser en ti, y a través de ti, epifanía.