PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – SEGUIR A CRISTO
«Síganme y haré de ustedes pescadores de hombres»
Eso dice Jesús.
Ese es el llamado.
Eso es lo que dice la voz que tú escuchaste, sacerdote.
Y te llama a ti, y llama a otros que, como tú, vivían en medio del mundo, y fueron sorprendidos por el Cristo que pasa, y que se detiene para invitarte a caminar con Él en su camino.
“Sígueme”: ese es el llamado, esa es la invitación, esa es la declaración de amor de Dios al hombre que Él elige, que Él escoge, solo porque quiere, y entonces el hombre responde y corresponde al llamado, para ser nombrado sacerdote.
Esa es la promesa de Jesús: Síganme y yo los haré pescadores de hombres.
Esa es tu vocación: echar las redes de Dios para pescar a los hombres y reunirlos en la barca, la Santa Iglesia Católica.
Esa, sacerdote, es tu misión.
Escucha, sacerdote, el llamado. Porque Él te llama todos los días.
Corresponde, sacerdote, al llamado, y sigue a tu Maestro, que Él cumple su promesa, que se manifiesta cuando tú cumples tu misión.
Tu misión es echar las redes, y Él te hace pescador.
Eres tú, sacerdote, el que deja todo para seguir a Jesús. Él es tu Maestro y tú su discípulo. Él es el Cristo y tú el apóstol, que Él, cumpliendo su promesa, convierte y configura con Él, en Cristo.
Eres tú, sacerdote, el que dirige la barca mar adentro, para pescar tantas almas como el Señor te quiera confiar.
Llévale, sacerdote, a tu Maestro, una buena pesca al atardecer de cada día, como ofrenda, porque esa es tu misión. Pero, para cumplirla, tus redes deben estar completas, deben ser fuertes.
Repara, sacerdote, tus redes. Conviértete, porque el Reino de los Cielos está cerca.
Convierte, sacerdote, a los hombres que Dios te confía, y anuncia ese Reino que construyes, para que acerques a los hombres a Dios, entregándolos entre tus redes, que son la Palabra de Dios que expresa tu boca y que está en tu corazón.
Sacerdote, Él te encontró en medio del mundo, mientras tú vivías cumpliendo para el mundo con tu labor. Y lo dejaste todo por tu fe, por tu confianza y por tu amor.
Nunca olvides lo que ese día pasó. Lo primero que hiciste, sacerdote, fue escuchar la Palabra del Señor, y luego obedeciste correspondiendo a la voz que hacía arder en fuego tu corazón.
Nunca olvides, sacerdote, que Él te encontró. No eres tú, quien lo eligió a Él, es Él quien te conoció antes de nacer, y te consagró, profeta de las naciones te constituyó. Él fue quien te eligió porque Él te amó primero.
Nunca olvides, sacerdote, la promesa del Señor, que ha sido cumplida, porque Él siempre cumple sus promesas. Él te ha hecho pescador de hombres porque tú dijiste sí, y Él te ha dado una misión que tú prometiste cumplir.
Conviértete, sacerdote, en la promesa del Señor, y cumple tu misión.
Tú eres, sacerdote, pescador de hombres.
Agradece tener oídos con los que oyes.
Agradece tener voluntad con la que obedeces.
Agradece tener ojos con los que ves.
Agradece tener corazón con el que sientes.
Y si no sintieras nada, sacerdote, pide perdón, pide ayuda a tu Señor, y Él cambiará tu corazón de piedra en corazón de carne, para que sientas, para que actúes, para que cumplas tu misión, llevando el amor en tus redes, porque esa es tu carnada, pescador, para que lleves, a través de tus redes, una buena pesca a tu Señor. Porque esa, sacerdote, es tu misión.