14/09/2024

Mt 21, 28-32

PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – EL PODER DE LA VOLUNTAD

«¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre?»

La voluntad es el don más grande de Dios para el hombre.

La voluntad es el poder que le da Dios al hombre, porque lo ama tanto, que le da la libertad, a través de esa voluntad de amarlo o rechazarlo.

Ese es el verdadero amor.

Es un amor libre, que se arriesga a perder al ser amado, pero se goza cuando ese ser amado le corresponde.

Ese es el verdadero amor: amar dando y amar recibiendo, en una mutua correspondencia en libertad, por la propia voluntad.

La voluntad está sujeta a la miseria, que es parte de la naturaleza de los hombres, y que requiere la gracia de su creador para perseverar en la fidelidad de la correspondencia de ese amor, que se entrega por libre voluntad.

Por tanto, Dios todopoderoso queda sujeto a la voluntad de la miseria de los hombres, en una entrega constante de sí mismo al hombre, a través de su misericordia, para que en esa correspondencia, por la libre voluntad del hombre, sea unido el hombre con su Creador por misericordia.

Es en esa voluntad en la que el hombre elige con libertad amar o rechazar, ser parte o no ser parte, corresponder o despreciar, dándose o no a sí mismo, uniendo o no su voluntad a la voluntad de aquel que por misericordia lo ayuda, le corresponde, para ser parte.

Por tanto, Dios hace al hombre libre, dueño de una voluntad que no merece, pero que le consigue el paraíso, cuando decide entregar lo único que es suyo, y que Dios le da: a ese Dios que espera en esa libertad unirlo por misericordia a su propia voluntad, para hacerlo parte de la gloria de su paraíso, que es para lo que Dios, por su propia voluntad lo creo desde un principio.

Y le da la gracia a través de los sacramentos, para fortalecer, para dirigir, para orientar, para educar hacia él esa voluntad, sin alterar su libertad.

No lo obliga, porque el amor nunca obliga.

El Amor ama, conquista.

Dios llama, y es el hombre quien responde.

Dios busca, y es el hombre quien se esconde.

Dios insiste y llama a ese hombre, que por propia voluntad y tomando conciencia, con su propia libertad, decide dejarlo todo para tomar su cruz y seguirlo.

Y es entonces que, uniendo la miseria y la voluntad de un hombre, Dios consigue un sí y lo hace sacerdote.

Es tan fuerte tu llamado y es tan fuerte tu sí, sacerdote, por el que entregas en libertad tu voluntad para hacer la voluntad de aquel que te creó, y te llamó, y te amó por misericordia, para hacerte parte, que en esa correspondencia el poder de tu voluntad consigue la gracia para conquistar, por amor, la voluntad de toda la humanidad, para unirla con aquel que los creó por amor, y que espera que correspondan con libertad, y con su propia voluntad, a ese amor, para hacerlos parte.

Tu voluntad, sacerdote, se entrega una vez, de una vez y para siempre.

Es tan grande el poder de tu voluntad, sacerdote, que aun siendo sacerdote conservas tu libertad, por la que puedes elegir amar o rechazar, corresponder o despreciar, aceptar la gracia y ser parte, o no participar y, aun siendo sacerdote, permanecer esclavizado a tus miserias, y aun dando vida con el poder de tu voluntad, ser arrojado por tu pecado a la muerte.

Ese es el poder de la voluntad, el poder del don que por amor Dios entregó a los hombres para amarlo o rechazarlo, para corresponderlo o despreciarlo, o para aceptarlo y cumplir su voluntad, para hacerlos parte para la eternidad.