PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – AMAR LA IMPERFECCIÓN
«Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, y con toda tu mente».
Eso dice Jesús.
Y te lo dice a ti, sacerdote. No son solo palabras, sino que es el primero y el más grande mandamiento de la ley de Dios.
Por tanto, sacerdote, amar a tu Señor sobre todas las cosas es un deber, pero también es un sentimiento, es una necesidad, es un acto que se demuestra con obras.
Tu Señor es un Dios exigente, que no quiere las migajas de tu amor, lo quiere todo, para hacerse tuyo, para hacerte suyo, completamente.
Tu Señor te manda amarlo, porque tú fuiste creado para amar y ser amado, y te dio la libertad para elegir hacer el bien, cumpliendo lo que Él te manda.
Tu Señor te manda amar, sacerdote, primero a Dios, porque Él te amó primero.
Es tan fácil amar a Dios, sacerdote, porque Dios es amor, y el amor se te ha dado, por ti se ha entregado, para ser derramado desde la cruz para el mundo, en misericordia.
Es tan fácil amar lo perfecto, y Dios es la perfección. Él es la plenitud de todo deseo, la belleza, la grandeza, el fulgor, el calor que abraza, la paz, el viento suave, y el mar en calma. Él es la alegría, el gozo que magnifica cualquier placer, Él es omnisciente, es omnipresente, todopoderoso, y sobre Él nadie tiene poder.
Es tan fácil amar lo bueno, y tu Señor es el único bueno. Él es la bondad, Él es la justicia, en Él se consuma todo, porque Él es el todo, y sin Él no existe nada. Él es la luz, Él es el camino, Él es la verdad, Él es la vida, Él es don, y deidad que se te da como gratuidad divina, para amar y ser amado en reciprocidad.
Tu Señor te manda que lo ames por sobre todas las cosas, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente, pero para alcanzar la perfección te exige que tengas sus mismos sentimientos, porque, para alcanzar la perfección, debes amar también a tu hermano, padeciendo con él sus miserias y sus sufrimientos.
Es tan difícil amar la imperfección, y la miseria, y soportar con paciencia los errores de la humanidad imperfecta, tan frágil, tan débil, tan ignorante, tan insegura, tan incrédula, tan indiferente a la verdad, tan perdida, tan esclavizada al mundo, tan errada, tan confundida, que teniendo ojos no quiere ver que por querer ganar su vida la tiene perdida, pero que perdiendo por su Señor la vida, la encuentra con garantía.
Es tan fácil amar tu propia vida, sacerdote, porque nadie puede aborrecer jamás a su propio cuerpo, y si puedes amarte a ti mismo, con tus miserias y con tus defectos, con tus errores, con tus equivocaciones, y con tus limitaciones, abre los ojos y date cuenta, que el ser humano ha sido creado también para amar a su hermano.
Ama primero a Dios, sacerdote, por sobre todas las cosas, y luego ámate tú, como Dios te ama, renunciando a ti mismo, para alcanzar la perfección en Cristo, que vive en ti, y que te da la sabiduría, la inteligencia, el consejo, la fortaleza, la ciencia, la piedad y el santo temor de Dios, para descubrir y amar al mismo Cristo que vive también en cada uno de tus hermanos. Entonces serás perfecto, como tu Padre que está en el cielo es perfecto, porque habrás cumplido sus mandamientos.