14/09/2024

Mt 26, 14-25

PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – FUERTES EN LA FLAQUEZA

«¡Ay de aquel por quien el Hijo del hombre va a ser entregado! Más le valiera a ese hombre no haber nacido».

Eso dijo Jesús.

Eso les dijo a sus amigos. Y te lo advierte a ti también, sacerdote, para que tengas cuidado de tus actos y de tus obras, porque tienes libre voluntad, y tu carne es débil.

Tu Señor te advierte, porque te ama, sacerdote. Y también te da su gracia, y eso te basta.

Acepta, sacerdote, la ayuda de tu Señor. Ábrele tu corazón, y acepta su gracia, sometiendo tu voluntad a la humildad de aquel que te ama, y que por amor pone en ti toda su confianza y se entrega en tus manos, sin poner resistencia, para ser amado o para ser entregado a la maldad que ha originado en tu carne el pecado.

Acepta, sacerdote, la gracia de tu Señor, y corresponde a su amor cumpliendo tu misión, llevando al mundo su salvación, y no la justicia de tu propia mano, porque justo solo es tu Señor.

Invoca la presencia del Espíritu Santo, ante cualquier situación, para que, con prudencia y con paciencia tomes cualquier decisión.

Pídele su don, para que tengas un buen discernimiento en todo momento, obrando con sabiduría, recurriendo a la misericordia derramada de la cruz de aquel que, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo, para enseñarles un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros, como Él los amó.

Sacerdote, tú no has elegido a tu Señor. Él te ha elegido a ti, porque Él te amó primero.

Y tú, sacerdote, ¿cómo vas a corresponder a su amor?

¿Eres digno de sentarte en su mesa y de compartir su cena?

Pues ya que sabes que no lo eres. Ten el valor al menos de abrirle la puerta, porque Él te llama y te espera, para sentarte en su mesa, y cenar contigo, y tú con Él, aunque no lo merezcas.

Agradece, sacerdote, esa elección y ese amor de predilección, reconociendo que en tu debilidad está su fortaleza, porque su fuerza se realiza en tu flaqueza.

Reconoce, sacerdote, que eres tan solo un hombre pecador, capaz de cometer los horrores más grandes contra tu Señor. Pero Él te ha llamado y te ha elegido así, como eras, tan solo un hombre pecador.

Y tú te has arrepentido, y has humillado ante Él tu corazón, y has pedido perdón, porque has entendido que has nacido para cumplir con Él la misma misión. No para traicionarlo y entregarlo a la muerte, sino para entregarte tú con Él, en el único sacrificio redentor agradable a Dios, que es la muerte de tu Señor, que ha lavado con su sangre tus pecados, para hacerte como Él: un Cristo, un salvador, y un administrador de su misericordia, para manifestar en su resurrección la justicia de Dios, que corresponde a su propia entrega de amor, manifestada en la crucifixión de su Hijo amado, en quien Él ha puesto sus complacencias.

Camina con cuidado, sacerdote, no vaciles y no te distraigas, porque el demonio está al acecho esperando a que caigas. Aléjate de toda tentación, y rechaza todo pecado, reconociendo que tú solo no puedes, pero que Cristo vive en ti, y te dice “yo te ayudo”, para que nunca lo traiciones, para que nunca lo abandones.

Escucha, sacerdote, la voz de tu Señor, cuando dice: “Vengan, benditos de mi Padre, tomen posesión del Reino preparado para ustedes, desde la creación del mundo”. Y acude con prontitud a servir a tu Señor, para que un día pueda decir: “amigo mío, has cumplido, valió la pena que tú hayas nacido”.