14/09/2024

Mt 28, 16-20

PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – QUEDARSE CON JESÚS

«Sepan que yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20).

Eso dijo Jesús.

Y lo dijo antes de subir al cielo.

Y se lo dijo a los Apóstoles, que lo escucharon y le creyeron.

Tu Señor estuvo con ellos, y con los que lo siguieron después de ellos, como está contigo, sacerdote. Y tú, sacerdote, ¿le crees?

Y así como Él está contigo, ¿tú estás con Él?

Tu Señor es tu amigo. Y tú, sacerdote, ¿eres un amigo fiel?

Tu Señor está contigo. Permanece tú con Él. No mirando al cielo, viendo que se ha ido, sino haciendo sus obras, seguro de que Él está contigo.

Tu Señor te ha llamado, y te ha elegido, y te ha enviado a bautizar a su pueblo en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

No le digas que no sabes hablar, y eres tan solo un muchacho, porque allá a donde te envíe irás, y todo cuanto te ordene lo dirás.

Tu Señor te dice “no les tengas miedo, que yo estoy contigo para salvarte”.

Y tú, sacerdote, ¿le crees?

Tu Señor te ha dicho: “yo te envío para que seas mi testigo”, y ha puesto sus palabras en tu boca.

A Él le ha sido dado todo el poder en los cielos y en la tierra. Y con ese poder te envía a predicar el Evangelio por todo el mundo, para que crean en Él, y con ese poder te envía a todas las naciones, para arrancar y abatir, para destruir y arruinar, para construir y plantar.

Pero tu Señor, que ha sido en todo igual a ti, menos en el pecado, conoce tu debilidad, tu fragilidad, tu incapacidad, tu miseria, tu maldad, tu concupiscencia, tu impotencia, tu ignominia, tu infidelidad, tu soberbia, tu egoísmo, tu falta de generosidad, tu fe debilitada, tu esperanza atribulada, tu falta de paz, tu miedo, tu angustia, tu temor a la soledad que te lleva al desánimo y a la inseguridad, que da cabida a la duda y a la incredulidad.

Te comprende, te compadece, porque te entiende, y sabe que, a pesar de ser un pecador, tú tienes mucho amor, y eso le basta, porque un corazón contrito y humillado Él no lo desprecia.

Tu Señor te conoce, sacerdote, y sabe que tú solo no puedes, pero que quieres lo que Él quiere, que quieres porque Él quiere, que quieres como Él quiere, y que quieres cuando Él quiere.

Esa es la disposición que te mantiene configurado con tu Señor, en un mismo espíritu, y en un solo corazón, por el Espíritu Santo que se ha derramado en ti, porque lo amas.

Tu Señor ha subido al cielo a sentarse a la derecha de su Padre, para ser glorificado con la gloria que tenía junto a Él, antes de que el mundo existiera.

Y a ti, sacerdote, de esa gloria te hace parte, y te envía a hacer sus obras y aún mayores, para que sea glorificado el Padre en el Hijo.

Por tanto, sacerdote, tu Señor glorifica al Padre a través de ti.

Tu Señor, que ha venido al mundo a morir por ti, para salvarte, ha resucitado, y ha subido al Padre, para enviarte al Espíritu Santo que te une a Él, y te hace uno con Él, porque tu Señor ha venido al mundo para quedarse.

Tu Señor se queda contigo, sacerdote, y a través de ti permanece su presencia viva en el mundo, hasta que vuelva.

PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – PREDICAR LA VERDAD REVELADA

«Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su único Hijo, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3, 16).

Eso dicen las Escrituras.

Esa es la misión del Hijo, que, aun siendo enviado, permanece unido al Padre porque son uno, en el Espíritu, en una Santísima Trinidad, tres Personas distintas y un solo Dios verdadero.

Y esa es tu misión, sacerdote. Porque, así como el Hijo ha sido enviado por el Padre, así el Hijo te envía a ti, sacerdote, a continuar su misión, para que todo el que crea en Él se salve. Y te une a esa Trinidad, configurándote con Él, a través del orden sacerdotal.

Y tú, sacerdote, ¿crees?

¿Qué haces para que crean los demás?

¿Predicas al pueblo de Dios la verdad?

Tu Señor ha sido elevado, su costado ha sido perforado, y su Sagrado Corazón expuesto, que revela al mundo el poder de su infinita misericordia, derramada en su sangre hasta la última gota.

Expón, también tú, sacerdote, tu corazón, y une al pueblo con tu Señor, por los lazos indisolubles del Espíritu, a través de los sacramentos, haciendo discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Predica la Palabra de tu Señor, para que la verdad les sea revelada, y el mundo crea que tu Señor no ha venido al mundo a condenar, sino a salvar.

Y tú, sacerdote, ¿perdonas los pecados?

¿Administras bien la misericordia de tu Señor, o juzgas y retienes la absolución sin un justo discernimiento?

Formación, sacerdote, formación. Es un recurso permanente que te ofrece tu Señor, a través de su Palabra, del Magisterio de la Iglesia y de la Doctrina, de la Teología y de la Filosofía.

Pero es en la oración en donde recibes la verdadera sabiduría, que no requiere de memoria ni de capacidad, sino que es un don del Espíritu Santo, que se practica y se desarrolla en el campo de acción. Y, en sinergia con una buena y constante formación, da credibilidad y confianza, que convence. Y, aunada a la fe, convierte los corazones de piedra, en corazones de carne.

Prepárate, sacerdote, fortalece tu fe y tu entrega, para que el mundo crea y se salve.

Ora, sacerdote, y ofrece sacrificios a tu Señor, partiendo el pan y compartiendo el vino, en memorial de su muerte y su resurrección, porque todo creer viene de la fe y la fe es un don de Dios.

Eleva tus manos al cielo, sacerdote, y pídele a tu Señor fe, para ti, y para el mundo entero. Y enséñales, por esa fe, a caminar con los pies en el suelo, pero con el corazón en el cielo.

Participa, sacerdote, de esa unión trinitaria de Dios, que, siendo Cristo, te hace uno con el Padre en el Espíritu, para que hagas sus obras y aún mayores, consiguiendo para Él que su pueblo crea que Él es el único Hijo de Dios, que ha venido al mundo para liberarlos, para salvarlos, para perdonarlos, para librarlos de la esclavitud del pecado y de la muerte, para darles vida en abundancia.

Sé perfecto, sacerdote, como tu Padre del cielo es perfecto.

Lucha por esa perfección, en la perseverancia de cumplir tu misión.

Permanece unido a tu Señor. Lo que une es el amor.

Cree, sacerdote, en la divinidad trinitaria: tres Personas distintas, un solo Dios verdadero, que santifica, que salva, y que da vida eterna.