PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – LA RIQUEZA DE LA POBREZA
«Dichosos los pobres de espíritu porque de ellos es el Reino de los Cielos».
Eso dice Jesús.
Eso promete Jesús.
Esa es la esperanza de los hombres.
Sacerdote: tú naciste para ser pobre.
Acepta, sacerdote, tu condición.
Eres esclavo, eres siervo, eres pobre, eres trabajador en la viña del Señor. Tu misión es servirlo, pero tú sirves al Señor, que es bondadoso y misericordioso, y Él paga un buen salario también a sus esclavos, a sus servidores, a sus trabajadores.
Tu recompensa, sacerdote, es el Reino de los Cielos. Esa es la promesa de tu Señor.
Bienaventurado seas, sacerdote, cuando te humillas a los pies de tu Señor, y pones a la disposición de su pueblo los dones que de Él has recibido para construir su Reino. Porque ese Reino, sacerdote, que tú construyes, esa es tu riqueza.
Persevera, sacerdote, en la pobreza: pobreza de espíritu, pobreza del corazón, pobreza de los bienes y de los placeres del mundo, al que tú no perteneces, porque tú, sacerdote, no eres del mundo, como Cristo tampoco es del mundo.
Tu riqueza, sacerdote, no es de este mundo. Tus tesoros están puestos en el cielo, en donde no hay ladrón que se los robe.
Conserva, sacerdote, la pureza en tu corazón. Porque esa pureza es la riqueza que recibes como don, para navegar en medio del mundo, en esta barca que es la Santa Iglesia Católica, de la que tú eres columna, eres pilar, eres cimiento, eres cemento.
Sacerdote: de ti depende la unidad. Entrega lo único que es tuyo, porque, sin merecerlo, te lo ha dado Dios: tu voluntad. Entrégasela a tu Señor y entonces serás verdaderamente libre. Y, cuando seas totalmente pobre, te habrás despojado de ti, para recibir, en tu pobreza, la verdadera riqueza a la que el espíritu aspira, que es el culmen de todo deseo, que es la felicidad en la plenitud de la vida eterna, alcanzada para ti por la cruz de tu Señor, que por ti entregó su vida, por su propia voluntad, para darte a ti su eternidad, la vida del Reino de los Cielos.
Sacerdote: dichoso seas por parecerte a tu Señor, cuando lloras, cuando sufres, cuando tienes hambre y sed de justicia, cuando obras con misericordia y pureza de corazón, cuando trabajas por la paz, cuando eres perseguido por causa de la justicia, cuando te injurien y te persigan, cuando digan cosas falsas de ti por la causa de Cristo. Alégrate, sacerdote, porque siendo pobre, eres el más rico entre los ricos, porque tú tienes para ti y para el mundo entero, la verdadera riqueza que es el Reino de los Cielos.
Sacerdote: da testimonio de todo esto, para que crean en ti, porque te entregas con tu propia voluntad al que siendo rico se hizo pobre, para conseguir tu pobreza, y a través de esa pobreza, conseguir tu voluntad para recibir su riqueza, para que, siendo pobre, seas dueño del Reino de los Cielos, y lleves ese Reino al mundo entero, compartiendo tu riqueza con los pobres que viven en medio del mundo, miserables, indignos, pecadores, porque para eso tu Señor te ha hecho pescador de hombres.
Lleva, sacerdote, la barca de tu pobreza a navegar mar adentro, despojado totalmente de ti, vacío, sin nada, para encontrar el tesoro de la fe, que te mantiene pobre, para que recibas la riqueza del Reino de Dios.
El Reino de Dios está en ti, sacerdote, y cuando eres pobre, entonces eres rico, porque cuando eres débil, entonces eres fuerte.
Bienaventurado seas, sacerdote, cuando cumples con tu misión, viviendo tu ministerio buscando la perfección en el único y verdadero Rey, que reina y que inunda, llena y desborda tu corazón: Cristo, de quién eres esclavo, siervo y obrero, pero Él no te llama esclavo, no te llama obrero, no te llama siervo, te llama amigo, y comparte desde ahora contigo su Reino, y te hace como Él: sacerdote, profeta y Rey, para que tú seas, para el mundo, Cristo en presencia, en carne, en sangre, en humanidad, en divinidad, en el cumplimiento de su Divina voluntad.
PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – FIRMES ANTE LA TRIBULACIÓN
«Dichosos serán ustedes cuando los hombres los aborrezcan y los expulsen de entre ellos, y cuando los insulten y maldigan por causa del Hijo del hombre».
Eso dice Jesús.
Y te lo dice a ti, sacerdote.
Son palabras de consuelo, de amor y de misericordia.
Son palabras de fe y de esperanza, porque es una promesa.
Tu Señor se compromete contigo, sacerdote, porque tú lo has dejado todo y lo has seguido, y por su causa estás siendo perseguido, pero Él también te ha prometido que todos los días de tu vida está contigo.
Y ¿qué dicha más grande puede haber que tener a Dios contigo?
¿A quién puedes temer?
¿Qué dices a esto?
Si Dios está contigo ¿quién contra ti?
Nada puede separarte del amor de Dios, sacerdote, porque está en tu Señor, Cristo Jesús, y tu Señor está contigo.
Y tú, sacerdote, ¿eres pobre de espíritu?
¿Lloras?
¿Sufres?
¿Tienes hambre y sed de justicia?
¿Eres misericordioso?
¿Eres limpio de corazón?
¿Trabajas por la paz?
¿Eres perseguido por causa de la justicia?
Analiza tu conciencia, sacerdote, y contesta con franqueza, con honestidad y con humildad, y comprométete tú también con tu Señor a seguirlo, a defender su causa, a luchar por la paz, a predicar su Palabra, a llorar con los que lloran, a alegrarse con los que se alegran, a sufrir con los que sufren, teniendo sus mismos sentimientos.
¡Dichoso tú, que has creído!
Persevera en el cumplimiento de tu misión, porque tu premio será grande en el cielo.
Soporta con paciencia, sabiendo que nadie es profeta en su propia tierra.
Demuéstrale a tu Señor tu fidelidad y tu lealtad a su amistad, soportando con paciencia, y alabando y adorando a tu Señor, también en medio de la tormenta, de la tribulación, de la inclemencia, de la persecución, de las injurias, y de los falsos testimonios y mentiras levantados en tu contra.
Ofrece todo por amor de Dios, para su gloria, acumulando tesoros en el cielo y poniendo ahí tu corazón.
Sigue caminando, sacerdote, y no te detengas. ¡Lleva con alegría la tribulación!, sabiendo que no estás solo, contigo está tu Señor. Por tanto, ningún día sin cruz, ¡con alegría!, porque estás sirviendo a tu Señor.
Perfecciona, sacerdote, la virtud de la fe, de la esperanza y de la caridad, poniendo buena cara ante la tempestad, confiando en que todo pasa, solo Dios permanece y solo Dios basta.
Y tú, sacerdote, ¿te entristeces fácilmente?
¿Te deprimes?
¿Tienes miedo?
¿Te muestras pesimista y te afliges?
¿Vives preocupado?
Haz oración, sacerdote, ante cualquier dificultad y tribulación, haz oración. Y busca en lo más profundo de tu corazón, qué es lo que te ata al mundo y te aleja de tu Señor.
Ríndete, sacerdote, no te resistas. Entrégate en los brazos de la Madre de tu Señor, que siempre te espera, para consolarte, para auxiliarte, para protegerte, para ayudarte, para consentirte, para cuidarte, para acompañarte, para abrazarte, para mostrarte que ella está aquí y es tu Madre.
Que no te aflija y no te preocupe cosa alguna, sacerdote, porque ella te muestra el camino seguro, camina contigo, y siempre te lleva de vuelta a Jesús.
Alégrate, sacerdote, porque tú eres la luz del mundo.
Permanece firme, sacerdote, ante la persecución, ante la tormenta y la tribulación, y sigue construyendo con alegría las obras de Dios, en la esperanza, en la fe, y en el amor de Cristo, reparando su Sagrado Corazón.
PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – LA PERFECTA COMUNIÓN DE LOS SANTOS
«Dichosos serán ustedes cuando los injurien, los persigan, y digan cosas falsas de ustedes por causa mía. Alégrense y salten de contento, porque su premio será grande en los cielos».
Eso dice Jesús.
Y esa es una promesa, una bienaventuranza, una enseñanza para los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica.
Te lo dice a ti, sacerdote, porque tú no tienes un sumo sacerdote que no te comprenda, sino que te alienta a vivir como Él, y te ayuda, porque todo lo que tú padeces ya lo ha padecido Él. Todo lo que tú sufres, ya lo ha sufrido Él. Todo lo que tú ofreces, ya lo ha ofrecido Él. Todo lo que tú sientes, ya lo ha sentido Él.
Y tú, uniendo tus sacrificios al suyo, compartes todo con Él: su vida, su pasión, su muerte, pero también la gloria de su resurrección. Por eso te llama dichoso, porque tu Señor te conoce, sacerdote, es consciente de tus renuncias y de tu entrega, y Él, que es un Dios de bondad, no se deja ganar en generosidad.
Tu Señor te conoce y sabe todo de ti, sacerdote. Conoce tus miedos y tus deseos, conoce tus sueños y tus anhelos, conoce tus luchas y tus desvelos, conoce tu soledad y tus desiertos, conoce tus tentaciones y tus pecados, pero también conoce tu corazón contrito, arrepentido y humillado, miserable y necesitado, sediento de compasión, sabiéndose indigno de llevar un tesoro en una vasija de barro.
Pero tu Señor no te deja solo, sacerdote. Él es el camino, y camina contigo en medio del mundo. No te saca del mundo, porque tú, sacerdote, no eres del mundo.
Tu Señor te ha llamado, te ha elegido, y te ha configurado con Él, para que seas perfecto, como su Padre que está en el cielo es perfecto, y te muestra el camino para que vivas como Él, para que seas como Él, santo, porque solo Dios es santo.
Abre tus ojos, sacerdote, y mira las huellas en la nieve; es Cristo que pasa en medio de la adversidad, de la injusticia, de las tormentas, de los vientos fuertes; que camina sobre el agua para que lo sigas, para que lo encuentres a través del ejemplo de otros, que, como tú, lo dejaron todo para ir a su encuentro, y que vivieron en la alegría de haber encontrado a Jesucristo resucitado; que vivieron en la alegría de reconocer ante los hombres a su Señor, y, por su causa, ser perseguidos, injuriados, incomprendidos, maltratados, despreciados, injustamente juzgados; pero que, con humildad, perseveraron en las virtudes heroicas, pero sobre todo, en el amor; que, siendo almas peregrinantes, alcanzaron en Cristo la perfección, y como almas triunfantes gozan de la eternidad del cielo en la gloria de Dios.
Y tú, sacerdote, ¿eres consciente de que has sido llamado como ellos para ser santo, para ser modelo, y llevar a todas las almas al cielo?
¿Está encendido en tu corazón ese deseo?
¿Te esfuerzas y luchas por vivir procurando alcanzar la santidad?
¿Cuál es tu meta, sacerdote?, ¿a dónde vas?
Busca, sacerdote, primero, el Reino de Dios y su justicia, para que alcances la santidad. Permanece unido con todas las almas en Cristo, en un solo cuerpo y en un mismo espíritu, escuchando su Palabra y haciendo su voluntad, poniéndola en práctica, amando a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo, entonces serás dichoso, viviendo la perfecta Comunión de los Santos.