PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – PEDIR PERDÓN Y PERDONAR
«Sean misericordiosos como el Padre es misericordioso. No juzguen y no serán juzgados, perdonen y serán perdonados» (Lc 6, 36-37).
Eso dice Jesús.
Te lo dice a ti, sacerdote.
Te lo pide a ti, sacerdote.
Te lo manda a ti, sacerdote.
Te lo exige a ti, sacerdote.
Porque te ama.
Y Él también te dice que con la misma medida con que midas tú, serás medido, sacerdote.
Ama, y el Padre te amará y vendrá a ti, y serás con Él una sola cosa.
Ora al Padre y pídele, sacerdote, misericordia, para que tengas que dar. Porque al que da, se le dará.
Perdona los pecados de los hombres, porque si tú no perdonas, tus pecados tampoco serán perdonados.
Tú tienes el poder, sacerdote, porque los pecados que tú perdones a los hombres, les quedarán perdonados, pero los que no les perdones, les quedarán sin perdonar.
Esa, sacerdote es una gran responsabilidad.
Pero no estás solo, sacerdote. Tu Señor te dice: yo te ayudo.
Ora, sacerdote, al Padre, como Jesús te enseñó, para que sepas discernir, para que sepas corregir, para que sepas enseñar y aconsejar, para que sepas tú primero, lo que está bien y lo que está mal, y puedas regir a su pueblo, guiándolo al camino de la vida, con la verdad.
Todos los pecados, sacerdote, y las blasfemias contra el Hijo de Dios se pueden perdonar, pero los pecados y las blasfemias contra el Espíritu Santo, esos, sacerdote, no se pueden perdonar.
Ora, sacerdote, y pide perdón por tus pecados y por los pecados del pueblo de Dios.
Pide para ellos compasión, pide alimento, pide sustento y providencia, pide lo que ellos no saben pedir, y pídelo también para ti.
Santifica, sacerdote, el nombre de tu Señor, y cumple su voluntad construyendo su Reino en la tierra, porque eso es lo que Él te pide.
Pero pide, sacerdote, en conciencia, y pide bien, en el nombre de tu Señor, porque todo lo que pidas en su nombre, el Padre te lo concederá, pero de todo eso te pedirá cuentas.
Pero pide, sacerdote, no dejes nunca de pedir, pide mucho, con insistencia, para el pueblo de Dios y para ti.
Acuérdate que está escrito que al que mucho se le da, mucho se le pedirá, pero al que no tiene hasta ese poco se le quitará.
No recites palabras, sacerdote, porque a las palabras se las lleva el viento.
Ora con palabras de tu boca, pero con la intención y pureza de tu corazón.
Y pídele a tu Señor un corazón generoso y humilde, contrito y humillado, que Él no desprecia, que sepa perdonar, para que sea perdonado, que sea fortalecido, para que pueda resistir y no caiga en la tentación, y sea librado de todo pecado.
Pídeselo con pureza de intención y con todas tus fuerzas, amando a Dios por sobre todas las cosas, y al prójimo como a ti mismo.
Entonces, sacerdote, todo lo que pidas te será concedido.
Pero pide primero la gracia de la fe. Una fe fuerte, invencible, que dé testimonio de aquel en el que crees, que contagie, que convenza, que lleve a otros a creer en aquel en el que tú crees y por quién han sido hechas nuevas todas las cosas.
Pide la fe para que sepas pedir bien, porque aquel en el que crees es el Bien, y es el único que puede darte el bien, hacerte bien, y transformarte en el Bien.
Póstrate, sacerdote, ante tu Señor. Perdona a su pueblo y pídele perdón por las veces que has dudado, por las veces que lo has traicionado cuando no has creído, y no has agradecido, y no has adorado a tu Señor sacramentado, que es Eucaristía.
Pídele perdón y pídele la conversión de tu corazón, y perdona sacerdote los pecados de los hombres y pide tú también perdón en el confesionario.
Eso es lo que te dice tu Señor, eso es lo que te pide tu Señor, eso es lo que te manda tu Señor, eso es lo que te exige tu Señor.
Ese es el poder y la misericordia que Él te ha dado, porque te ama.
Perdona a su pueblo, sacerdote, y tú también serás perdonado.