PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – COMPASIVOS Y MISERICORDIOSOS
«El Señor es compasivo y misericordioso» (Sal 103 (102), 8).
Eso dice la Escritura.
Y eso te demuestra tu Señor todos los días, a ti, sacerdote.
Y tú, sacerdote, ¿conoces el significado de la compasión?
¿Has experimentado lo que quiere decir misericordia?
Que seas compasivo y misericordioso, como el Padre que está en el cielo es compasivo y misericordioso.
Que seas perfecto, como el Padre que está en el cielo es perfecto.
Eso te pide tu Señor, sacerdote.
Y que seas justo, porque en la misma medida que tú midas serás medido, sacerdote.
Que trates a los demás como quieras que ellos te traten a ti.
Que hagas el bien y perdones el mal.
Que promuevas el bien y rechaces el mal.
Que te humilles con el corazón contrito ante el confesionario, setenta veces siete, sacerdote, tantas veces como sea necesario.
Que sirvas a tu Señor administrando bien su misericordia, y tengas compasión de los penitentes que se acercan arrepentidos, desorientados, avergonzados, asustados, atormentados, indecisos, con la conciencia intranquila, y la culpa que les desgarra el alma, para pedir perdón y ser reconciliados con su Señor.
Y acude sacerdote a perdonarlos setenta veces siete, tantas veces como ellos te pidan, tantas veces como sea necesario.
No cargues, sacerdote, con la culpa del desgano, del cansancio, de la indiferencia, de la incomprensión, de la soberbia, de la injusticia, de la falta de caridad, que te lleve a negar el sacramento de la reconciliación, y a negar la gracia que Dios ha puesto en tus manos para perdonar, limpiar y renovar las almas de los pecadores, y darles la paz.
Tú has oído decir, sacerdote, ojo por ojo, y diente por diente. Que no sea así entre ustedes. Que tengan compasión y misericordia con los que los ofenden, con los que se arrepienten, con los que piden perdón, porque justo solo hay uno. Es tu Señor.
Y sin embargo Él, no ha venido a traer su justicia, sino su misericordia.
Y te ha dado ejemplo, y te ha dado el poder para que vayas y hagas tú lo mismo.
Perdona, sacerdote, para que tú también seas perdonado. Pero no perdones por obligación, ni por cumplir con la misión que Dios te ha encomendado a través de tu ministerio. Perdona, sacerdote, de corazón, a tu hermano.
Y luego has expiación, y repara el daño que el pecado de tu hermano ha causado al Sagrado Corazón de tu Señor. Entonces verdaderamente habrás sido compasivo y misericordioso, con tus hermanos y con tu Señor.
Tú eres, sacerdote, administrador de misericordia en la viña de tu Señor.
Recibe entonces sus bienes, abriendo tu corazón, porque no puedes administrar lo que no tienes.
Pide, sacerdote a tu Señor, que te llene de su misericordia y de su compasión, porque, aunque nada mereces, Él ya ha ganado para ti tu perdón.
Haz penitencia, sacerdote, por tus pecados, y repara su Sagrado Corazón del daño que le has causado, porque no hay daño más grande que la infidelidad de un amigo, de un hermano, y de un hijo.
Los actos de infidelidad son actos de desamor.
El desamor, sacerdote, se repara con amor.
Actos de amor para reparar el daño causado por los actos de desamor, ocasionados por caer en la tentación y en el pecado, pero que el perdón de Dios deja olvidado en el pasado, porque Él es la Misericordia misma.
Setenta veces siete, Él ya te ha perdonado, sacerdote.
Ve y haz tú lo mismo.