14/09/2024

Mt 7, 7-12

PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – PEDIR CON CONFIANZA

«Pidan y se les dará».

Eso dice Jesús.

Y tú, sacerdote, ¿haces lo que Jesús te dice?

¿Pides?

¿Confías?

¿Estás dispuesto a recibir?

¿Agradeces?

¿Cómo pides?

¿Qué tanto confías?

¿Abres tu corazón para recibir?

¿Cómo agradeces lo que recibes?

Pide, sacerdote, porque está escrito que al que pida se le dará. Pero pide, sacerdote, como un hijo pide a su padre, con esa confianza de que Él te escucha y lo que necesitas te dará.

Espera con paciencia, pero no dejes de pedir con insistencia y dispuesto a recibir lo que tu Padre te quiera dar, y agradece multiplicando lo que te da, porque para eso te lo da: para cubrir tus necesidades y tus miserias, para que tú te des a los demás, para que hagas el bien y multipliques el bien, y de tus bienes le entregues cuentas.

Dios es Padre y un padre da, pero un hijo debe reconocerse necesitado y humilde, y pedir, porque en ese pedir reconoce el poder de aquel que tiene todo lo que el hijo necesita.

El Padre es todopoderoso. No hay nada, sacerdote, que Él no te pueda dar. Pero Él te dará en la medida en que tú necesites, para que no lo derroches haciendo tu voluntad, sino para que hagas la suya.

Dios es providente. Es un Padre, y el Padre es proveedor.

Pídele, sacerdote, sin ponerle condición, porque tu Padre que está en el cielo te conoce, todo lo ve, todo lo sabe, y Él sabe lo que te conviene.

A ti te conviene, sacerdote, reconocer que Dios es tu Padre y hacer lo que te dice, pedir lo que necesitas y recibir lo que te da, para servirlo, sirviendo a los demás.

Confía, sacerdote, en tu Padre, y háblale de ti y de tus problemas. Háblale de tus angustias y de tus penas. Háblale de lo que necesitan los demás a los que tú quieres ayudar, por quienes te entregas, por quienes te das, por quienes pones a disposición los dones que Él te da.

¡Pide, sacerdote! ¡Pide mucho!

Y Él te dará a manos llenas. Pero, al pedir, agradece, y llévale una ofrenda agradable para Él.

Llévale tus buenas obras, tus buenas intenciones, tus buenos propósitos, tus oraciones, tus sacrificios, tus penitencias, y los frutos de sus dones, porque mucho ya te ha dado, y siempre te ha dado cosas buenas.

Pide, sacerdote, por los que no saben pedir, y ofrece por los que no saben qué ofrecer; y une tus sacrificios y los suyos al único y eterno sacrificio agradable al Padre: el sacrificio de su Hijo; y únelo en cada patena, en cada oblación y en cada oración; y elévalos alzando los brazos al cielo, ofreciendo, pidiendo, recibiendo y agradeciendo, entregándote tú con Él en cada Eucaristía, que es el sacramento de tu fe, por el que anuncias la muerte de tu Señor y su resurrección hasta que vuelva.

Es por Él, sacerdote, que todo lo que pides te es concedido.

Es por Él que su Padre te hace hijo y te da su heredad.

Es a través del sacrificio del Hijo que tú recibes, porque sin Él nada mereces, sino el castigo que Él, por ti, ha merecido.

No te canses, sacerdote, de pedir.

No te canses de esperar.

No te canses de insistir.

Persevera, sacerdote, en la confianza de que Dios es bueno, es misericordioso, es justo, es amoroso, es providente, es compasivo, es Padre, es todopoderoso y es don, es dador de vida y es Creador de cielos y tierra, de todo lo visible y lo invisible, y no hay nada imposible para Dios.

Él te ama y todo lo perdona, no tiene límites.

Él es el todo, y el todo se te ha dado a través del Cordero en el sacrificio redentor.

Pídele, sacerdote, que te enseñe a abrir tu corazón y que te dé la disposición a recibir la gracia de su sacrificio, para que alcances la salvación.

Tú eres, sacerdote, un llamado y un elegido como hijo de predilección, y has sido configurado con su Corazón, y te ha dado todo, hasta su poder.

Tanto así te ama, sacerdote, tanto así confía en ti, que está escrito que todo lo que pidas en su nombre Él lo hará.

Pídele, sacerdote, la gracia de entregarle tu voluntad para bendecir, para alabar, para glorificar su nombre, adorando su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, postrándote y entregando tu vida ante su presencia viva, que es Eucaristía.

Pide, sacerdote, y dispón tu corazón a recibir. Pero primero pide fe, porque lo único que te pide tu Señor es que creas en Él, para que lo ames por sobre todas las cosas, y trates a los demás como quieres que ellos te traten, amándose unos a otros como Él nos amó.

Eso es lo que Él te dice.

Y tú, sacerdote, ¿haces lo que te dice tu Señor?

Pídele la gracia de hacer siempre lo que Él te dice.