PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – CONFIAR EN DIOS
«¿Por qué tienen miedo, hombres de poca fe?»
Eso dice Jesús.
Y te lo dice a ti, sacerdote, y te reprende, porque Él ha manifestado su poder, y tú has visto su misericordia, y sus obras. Has sentido su amor, has escuchado su voz, has dejado todo, y lo has seguido. Pero, si tienes miedo, es porque aún no has creído.
El que tiene a Dios nada le falta, solo Dios basta.
Y tú, sacerdote, ¿a quién tienes en tu vida?
¿Quién vive en ti?
¿Quién es la causa de tu alegría? ¿O es que vives sometido al miedo, y a la amargura de la oscuridad en la que has sumergido tu alma, que no encuentra sosiego, porque tú estás ciego y no puedes ver la verdad?
Tu Señor te ha dado todo, hasta su vida, para que tú vivas. Te ha dado la fe, te ha dado la esperanza, te ha dado el amor, y te ha dado la paz, para que encuentre descanso tu alma, y Él pueda descansar en ti.
Tu Señor te ha dado la barca, para que navegues con seguridad, protegido del enemigo y de todo mal. Él te asegura que, ante la tempestad, los vientos fuertes, las olas grandes, y las tormentas, no se hundirá, porque Él mismo la ha construido sobre roca firme. Él es la piedra angular, y el mal no prevalecerá sobre ella.
Permanece dentro, sacerdote, permanece a salvo, permanece unido, en la seguridad del nido, en el silencio interior, que se logra en la profunda oración, alejado del ruido del mundo, porque es ahí en donde descansa tu Señor, que tantas veces ha querido reunir a sus hijos, como una gallina reúne a sus polluelos bajo sus alas, para cuidarlos, para protegerlos, para alimentarlos, para fortalecerlos, para enseñarlos, para hacerlos crecer en estatura, en sabiduría y en gracia, ante Dios y ante los hombres.
Confía en tu Señor, sacerdote, decide creer, quiere creer, y cree.
Tú tienes la fe que te ha sido dada, pero está mal alimentada, está frágil y debilitada. Fortalece, sacerdote, tu fe, acudiendo a los sacramentos y a la oración, y al refugio de los brazos de tu Madre, que es Madre de tu Señor.
Aprende de Él, escucha su Palabra y haz lo que Él te diga.
Obedece a tu Señor, sacerdote, y tu conciencia estará tranquila. Entonces podrás dormir como un bebé, abrigado, arrullado, protegido, confiado en el regazo de su Madre, bajo la sombra de la divina providencia de su Padre.
Confía, sacerdote, en el Dios que representas ante el mundo, y en su poder.
Cree en Él, y obedécele como le obedecen los vientos y el mar.
Permanece en su amor y en su amistad y, ante la amenaza del mundo, que es como un mar oscuro y profundo, mantén la serenidad, no tengas miedo: tu Señor está contigo todos los días, hasta el fin del mundo.