14/09/2024

Mt 9, 9-13

PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – RESPONDER A LA LLAMADA

«Sígueme»

Eso dice Jesús.

Eso te dice a ti, sacerdote.

Seguir a Jesús es corresponder al amor de predilección con el que has sido llamado, porque Él te ha amado primero.

Seguir a Jesús es agradecer por tener oídos y haberlo escuchado.

Seguir a Jesús es ver con su mirada enamorada del mundo para amar como Él, hasta el extremo.

Seguir a Jesús es vivir cada día con la alegría de cargar su misma cruz.

Seguir a Jesús es renunciar con emoción a todo lo que no conduce a Dios.

Seguir a Jesús es descubrir la verdad, el camino y la vida. Él es la Verdad, el Camino y la Vida.

Seguir a Jesús es caminar con Él, siguiendo sus pasos en un mundo que ya ha caminado Él.

Seguir a Jesús es seguir a aquel que se ha hecho como tú, y ha sido probado en todo, como tú, menos en el pecado.

Seguir a Jesús es descubrir la pasión de los sentidos inclinados hacia Dios, para rechazar el mal y hacer el bien, para proclamar la verdad y llevar la buena nueva al mundo.

Seguir a Jesús es dejarse acompañar de su Madre para perseverar y llegar a su encuentro todos los días, en cada momento de oración, de silencio, de mortificación, de palabra, de acción, de entrega, manifestando la correspondencia de ese amor de predilección que no has merecido, y que te ha dado solo porque Él ha querido.

¿Te sientes indigno, sacerdote?

Pues lo eres, cuando no lo sigues, cuando no lo buscas, cuando no haces lo que te dice, cuando no correspondes a su amor, aunque digas que lo quieres.

Pero digno, sacerdote, te ha hecho tu Señor, cuando te ha dado su heredad por filiación divina, y digno te mantienes cuando exaltas su nombre, y lo adoras de rodillas con profunda reverencia.

Cuando sigues sus pasos, amando a los demás como Él los amó, y los sirves.

Cuando los alimentas y les das de beber, cuando los vistes de almas renovadas con vestidos de fiesta.

Cuando sanas sus heridas perdonando sus pecados y rompes las cadenas que los atan al mundo.

Cuando los corriges, los consuelas y los aconsejas.

Cuando predicas la Palabra de tu Señor, y la cumples, dando ejemplo del amor de un hijo miserable ante el abrazo de la misericordia de su Padre.

¡Sígueme!, te dice tu Señor.

Y tú, sacerdote, ¿lo obedeces?, ¿lo sigues?, ¿lo dejas todo por Él?

¿Cargas tu cruz con Él?, ¿o solo dices seguirlo y te sientas resignado y cansado sobre tu cruz, esperando ser rescatado por aquel que te ha llamado, que te ha elegido y que ha venido a tu encuentro, que te busca con insistencia, que no se rinde, porque Él no ha venido a buscar a justos sino a pecadores?

Date cuenta, sacerdote, de que Él te ha llamado para que lo sigas, para que camines detrás de Él. Y, si tú te quedas sentado y resignado, estás perdiendo la vida que te ha dado Él, porque estás pretendiendo salvar tu vida, acomodado en un estado de amargura y de tibieza, que te hace indigno y te ata al mundo de los apegos y de las pasiones mal orientadas, y eso no te permite seguirlo, aunque te llame, aunque te busque, aunque insista, aunque sufra por ti, porque respeta tu libertad, aunque un día le hayas dicho sí, y lo hayas seguido, y lo hayas dejado todo, emocionado, con la ilusión de entregar tu vida por Él, para salvar al mundo con Él.

Pídele, sacerdote, a tu Señor, que vuelva a abrir tus oídos para que escuches su voz; que vuelva a disipar las tinieblas y quite los velos de tus ojos, para que veas el camino, para que puedas seguirlo.

Pídele que transforme tu corazón de piedra en un corazón de carne, y te dé la gracia de la conversión, para que puedas seguirlo, para que seas digno de llamarte sacerdote del Señor.

¡Sígueme, sígueme, sígueme! Esa es la llamada insistente de un hombre enamorado, de un Dios entregado en tus manos por amor.

¡Sígueme! Eso, sacerdote, es lo que tu Señor te pide.

Corresponde con generosidad y fidelidad a su amor, para que tú hagas con otros lo mismo, porque es así, guiando a las almas a Dios, como sigues a tu Señor.

Y tú, sacerdote, ¿lo sigues?

PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – CONFIGURADOS CON LA MISERICORDIA

«Yo quiero misericordia, y no sacrificios».

Eso dice Jesús.

Te lo dice a ti, sacerdote, porque tú te has levantado y lo has seguido.

Todo lo que sabes hacer, de Él lo has aprendido, porque Él es tu Maestro, tu Amo, tu Señor, y tú eres su discípulo, su siervo, y su amigo.

Tu Señor te ha enviado a llevar su misericordia al mundo entero, a través de tus obras.

Tus sacrificios y holocaustos, Dios no los acepta, sacerdote, porque uno solo es el sacrificio agradable a sus ojos: el único y eterno sacrificio de tu Señor, su pasión y su muerte en la crucifixión, con lo que llevó a cabo la obra de la redención, para darle al mundo la vida en su resurrección.

No hay otro sacrificio que tenga valor, sino tus obras de misericordia, unidas en ofrenda en el altar a ese mismo y único sacrificio, en memorial, que se convierten, con el vino y con el pan, en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo, en un solo, excelso y eterno sacrificio, con el que el Padre es glorificado en el Hijo.

Y tú, sacerdote, ¿has aprendido bien lo que quiere decir: yo quiero misericordia y no sacrificios?

¿Comprendes bien el significado de esas palabras sagradas?

¿Te esfuerzas por cumplir lo que tu Señor te manda?

¿Llevas su misericordia, derramada en la cruz, a todos los rincones de la tierra?

¿Entiendes bien que tu ministerio significa misericordia quiero y no sacrificios?

Tu Señor te ha llamado, y una sola palabra suya te ha bastado para levantarte, dejarlo todo y seguirlo, cuando Él te dijo “sígueme”. ¿Acaso significó para ti un sacrificio? ¿O acaso no ardía tu corazón al escuchar su voz, sabiendo que Él vino a buscarte, no por ser justo, sino por ser un pecador?

Tu Señor no se equivoca, sacerdote. Él te conoce desde antes de nacer. Él te eligió, sabiendo que eres indigno y miserable, débil, frágil y pecador. Pero Él por ti se declaró culpable, y dio su vida para salvarte, para recuperarte, y para enviarte a llevar al mundo su misericordia.

Tu Señor se ha mostrado misericordioso primero contigo, sacerdote, porque nadie puede dar lo que no tiene, y después te ha enviado llenándote de dones y de poder, para que puedas hacer todo lo que Él te manda hacer.

Pero no te envía solo. Tu Señor te ayuda, te protege, y te fortalece con su presencia y su Palabra, porque sabe que ha puesto un tesoro en vasija de barro, y está contigo para salvarte.

Esfuérzate, sacerdote, en aprender bien de tu Maestro, predicando su Palabra, impartiendo sus sacramentos, haciendo sus obras de misericordia corporales y espirituales, viviendo las virtudes con perfección, siendo ejemplo vivo de lo que hace la misericordia de tu Señor con el alma de un pobre pecador, que ha recibido un inmenso don inmerecido, tan solo porque lo ha escuchado, se ha levantado y lo ha seguido, no para hacer sacrificios, sino para ser configurado con la Misericordia misma.