14/09/2024

Mt 9, 35-10, 1. 6-8

PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – SER RESPONSABLES

«Llamando a sus doce discípulos, les dio poder para expulsar a los espíritus impuros y curar toda clase de enfermedades y dolencias».

Eso dice la Escritura.

Y tú, sacerdote, tienes una gran responsabilidad. Tienes que tomar consciencia de que al que mucho se le da mucho se le pedirá.

A ti se te ha dado el poder de Cristo, ser Cristo, actuar con Cristo, hacer las obras que hizo Cristo, y más grandes.

Se te ha confiado la consumación de la obra redentora de Cristo en cada alma.

Tanto se te ha dado, tanto se te pedirá.

Se te ha dado, sacerdote, el poder de la vida.

Eres tú el que conduce las almas a la vida.

Sin el sacerdote los hombres no pueden tener vida.

Tanta es tu responsabilidad.

A los sacerdotes Cristo los hace padres y madres al mismo tiempo.

Es el sacerdote el que sumerge a las almas en la misericordia de Dios, a través del sacerdocio de Cristo.

Es el sacerdote el que hace permanecer a las almas unidas a Cristo.

Es el sacerdote el que hace el Cuerpo de Cristo, el que lo configura, el que lo construye, el que lo mantiene, el que lo completa.

Tú tienes, sacerdote, la responsabilidad de llenar el cielo de almas, que es darle a Dios gloria, uniendo a todas las almas al único sacrificio de Cristo; y unirte tú mismo, porque sin ti, sacerdote, el cuerpo no está completo.

¿Te das cuenta, sacerdote, de que tu responsabilidad es hacer que Cristo sea parte de la vida de los hombres, que sea Él quien viva en los hombres, y que los hombres permanezcan en Cristo?

¿Te das cuenta de que el sacerdocio es completar la cruz de Cristo?

El sacerdote tiene la responsabilidad de dar vida. Es el árbol de la vida que, a través de sus ramas, conduce la gracia que da vida. Esos son los sacramentos. Son las ramas del árbol de la vida, que nace de la cruz.

El sacerdote tiene la responsabilidad de mantener en el libro de la vida los nombres de los que Cristo ya ha elegido desde el principio.

Pero el sacerdote no quiere reconocer la grandeza de lo que Dios le ha dado, porque sabe que al que mucho se le ha dado mucho se le pedirá.

Por eso se esconde, como si Dios no pudiera verlo, como si Dios no se diera cuenta, como si Dios pudiera pasar desapercibido su ministerio.

Reconoce, sacerdote, tu misión. Tú tienes un rebaño, que es la parte de la que eres responsable, en el cuerpo de Cristo, que es la Iglesia.

Tú tienes una responsabilidad que cumplir, desde que dijiste sí, desde que fuiste ordenado, y decidiste entregar tu vida, para morir al mundo y vivir como Cristo resucitado.

Esa es tu responsabilidad.

 

PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – SENTIMIENTOS DE BUEN PASTOR

«Al ver a las multitudes se llenó de compasión por ellas, porque estaban maltratadas y abatidas como ovejas que no tienen pastor».

Eso dicen las Escrituras.

Se refieren a Jesús, y se refieren a ti, sacerdote, para que tú hagas lo mismo.

Tu Señor es compasivo y misericordioso, sacerdote, y Él te ha llamado y te ha elegido, y te ha configurado con Él, Cristo Buen Pastor, porque quiere que tú tengas sus mismos sentimientos, quiere que tengas compasión, y guíes y reúnas a su pueblo en un solo rebaño y con un solo pastor.

Tu Señor te envía con una misión, que, al cumplirla, te llena de alegría.

Y tú, sacerdote, ¿valoras el sacerdocio?

¿Entiendes su valor?

¿Elevas ese valor uniendo tu ministerio en el sacrificio del altar?

¿Ayudas a tus hermanos sacerdotes y los acompañas en el camino?

¿Valoras a cada uno de los que comparten este sagrado oficio contigo?

¿Agradeces el don?

¿Promueves con tu ejemplo esta vocación?

No desprecies, sacerdote, la confianza que Dios ha puesto en ti, porque tú eres la esperanza de un pueblo infiel, devastado por el pecado, que se ha perdido entre la inmundicia por su falta de fe. Pero que, a través de ti, encuentran el camino a través de la luz de la Palabra, que renueva sus almas y les devuelve la fe.

Escucha, sacerdote, la voz de tu Pastor, y obedece esa voluntad divina que te alienta, que te anima a entregar tu vida por el Amigo que ha dado su vida por ti, para permanecer en su amor, porque nadie tiene un amor tan grande como el que da la vida por sus amigos.

Tu Señor te ha enviado a abrir los ojos y los oídos cerrados de su pueblo, y eres tú, pero es Él en ti, quien sale a su encuentro, para disipar las tinieblas con su luz, para mostrar que el Camino, la Verdad y la Vida eterna es Jesús.

Pero recuerda, sacerdote, que tu Señor ha dicho: un profeta no es despreciado más que en su patria y en su casa. Y el discípulo no está por encima de su Maestro. Por tanto, sacerdote, alégrate, porque, así como participas de los sufrimientos de Cristo, así también te llenarás de gozo en su gloria.

Tú eres, sacerdote, un tesoro de Dios para el mundo. Tu ministerio sacerdotal es el amor de su Sagrado Corazón. Cumple, sacerdote, con ese amor tu misión, y entrégale a tu Señor lo que le pertenece, porque el precio de su preciosa sangre lo merece.

Llénate de valor y acude al confesionario a perdonar, a aconsejar, a corregir el camino de los que vagan perdidos, y déjate encontrar como el Buen Pastor compadecido, pero también como el cordero herido que necesita compasión de su Pastor, y pide perdón, pide consejo, y sigue el camino correcto, para que lleves con seguridad al pueblo de Dios a su encuentro con su Palabra, con su alimento, con tu disposición, con tu amor, y con tu ejemplo.