14/09/2024

Mt 9, 36-10, 8

PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – LA MEJOR VOCACIÓN: SER CRISTO

«La cosecha es mucha y los trabajadores, pocos. Rueguen, por lo tanto, al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos».

Eso dice Jesús.

Se lo dice a sus siervos, a sus obreros, a sus amigos. Te lo dice a ti, sacerdote. Y tú eres testigo de esto, porque lo vives, porque lo sufres, porque lo sabes.

Y tú, sacerdote, ¿haces lo que tu Señor te dice, y ruegas al dueño de la mies para que mande más obreros a sus campos, o solo te quejas por la cantidad de trabajo que debes hacer, y de tus fatigas, y del poco tiempo con que cuentas para descansar?

¿Fomentas las vocaciones, siendo ejemplo con tu vida de la alegría que te causa servir a tu Señor?

¿Te comportas de manera irreprochable en tus actos, y obras con rectitud de intención, dando buen testimonio?

¿Ejerces un ministerio íntegro, virtuoso y santo?

¿Practicas en tu vida ordinaria, en todo momento, lo que predicas, o eres un sacerdote de “medio tiempo”?

Tu Señor te ha llamado, sacerdote, no eres tú quien lo eligió a Él, sino que es Él quien te eligió a ti, con un llamado tan fuerte que no pudiste resistir, no pudiste negar, no pudiste ignorar, no pudiste callar, y dijiste sí, y lo dejaste todo, tomaste tu cruz, y lo seguiste, con la emoción y la ilusión de un corazón enamorado.

Tu Señor ha traspasado tus miserias con su mirada, y ha encendido tu corazón, en donde ha hecho su morada, para que, a través de ti, y con tu voluntad entregada a la voluntad del Padre, adquieras sus mismos sentimientos, muriendo al mundo para vivir en Él, para hacer sus obras, actuando por Él, con Él y en Él, in persona Christi.

Por tanto, sacerdote, tú has sido configurado con tu Señor, con su humanidad y con su divinidad, cada minuto de tu vida, en todo momento, en todo lugar, y no solamente en la sede, en el ambón y en el altar.

Agradece, sacerdote, y corresponde al favor de tu Señor, que al darte su misma vocación te da su poder, y también te da la gracia para seguirlo, para aprender de Él, para vivir como Él, haciendo el bien, resistiendo a toda tentación, fortaleciendo en la oración tu voluntad y tu corazón, recibiendo y transmitiendo el amor de tu Señor, a través de su misericordia.

Tu Señor te ha enviado a curar enfermos, a resucitar muertos, a expulsar demonios.

Y tú, sacerdote, ¿haces todo esto?

¿Proclamas que el Reino de los Cielos está cerca?

¿Cumples los compromisos adquiridos, de acuerdo a tu vocación y al ministerio que te ha sido encomendado?

¿Agradeces con tus obras constantemente todo lo que tu Señor te ha dado gratuitamente?

Haz un alto en el camino, sacerdote, y revisa a fondo tu conciencia: ¿has cumplido con todo lo que tu Señor te ha pedido?

¿Has amado como Él, hasta el extremo, entregando tu vida de acuerdo a tu vocación y a través de tu ministerio, o te has quedado sentado y resignado, esperando a que otros terminen tu trabajo?

¿El rebaño que te ha sido confiado camina seguro en la alegría de seguir a su Señor, o camina como ovejas perdidas sin pastor?

Tu Señor te ha elegido y te ha enviado como cordero en medio de lobos. Pero no te ha enviado solo, sacerdote, Él está contigo todos los días de tu vida, y te ha enviado al Espíritu Santo con sus dones, frutos, y carismas, para que nada te falte.

Tú tienes, sacerdote, la mejor vocación: vocación al servicio, vocación al amor, vocación a ser Cristo, para ser partícipe de la redención, porque tú tienes el poder de convertir al mundo para alcanzarle la salvación, porque estás configurado con tu Señor, y el Espíritu Santo te ha sido dado, y su gracia te basta.