PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – ASTUTOS, PRECAVIDOS, PRUDENTES
«El que persevere hasta el fin, se salvará».
Eso dice Jesús.
Y no solo te lo dice, sacerdote, sino que te ayuda, te previene, te muestra los peligros y el camino. Él es el camino.
Tu Señor abre tus ojos para que no seas ingenuo, ni ignorante, sino astuto, precavido, y prudente, para que seas humilde, y te cuides de la gente que no conoce la verdad.
Tu Señor te envía como cordero en medio de lobos, para que expulses a los demonios, no para que dialogues con ellos.
Por tanto, no te preocupes de lo que vas a decir, porque el poder de Dios es quien obra en ti. Es el Espíritu Santo quien pone las palabras en tu boca.
Por eso te pide que seas sencillo como las palomas, para que sepas escuchar con docilidad, y te dejes guiar por el Espíritu de la verdad.
Tu Señor te envía como soldado para luchar con Él, y te pone al frente de su ejército, y te dice: no tengas miedo. Porque no te envía solo, Él está contigo todos los días de tu vida. Él es el Rey que ha vencido al mundo, y te da su poder para que venzas tú también.
Confía, sacerdote, en tu Señor. Él es Dios Todopoderoso, Él es el creador de los cielos y la tierra, de todo lo visible y lo invisible, y su brazo poderoso está sobre todo bien y sobre todo mal, lo abarca todo, y con su luz disipa las tinieblas, iluminando a todo aquel que se abandone en la misericordia de su abrazo paternal.
Tu Señor es la verdad, que te revela cada día, en todo momento, llenando tu corazón de alegría, cuando lo miras y Él te mira, a través de los ojos de una madre, de la sonrisa de un niño, de los rayos del sol en el horizonte, de las gotas de lluvia que hacen reverdecer los campos, en el susurro del viento en una tarde de invierno, y de la brisa cálida entre el ruido de las olas del mar, en los frutos de tus labores de cada día. Pero, sobre todo, en las lágrimas sinceras de un pecador arrepentido.
Confía en tu Señor, sacerdote, y en que por su brazo estás protegido. Y sigue caminando, escuchando su Palabra y haciendo su voluntad, soportando con paciencia los errores de los demás, cuando seas perseguido, calumniado, juzgado y odiado por su causa, en la seguridad de las promesas de tu Señor, porque todo será cumplido.
Confía, sacerdote, en quien ha confiado tu Señor, y acepta la compañía de su Madre, porque en Ella se ha cumplido toda virtud, en medio del sufrimiento y del dolor, perseverando en la fe, en la esperanza y en el amor.
Tu Señor te envía, sacerdote, a luchar en medio del mundo, entre las tentaciones y las asechanzas del enemigo, que es el príncipe de este mundo y padre de la mentira, para los que no creen en la verdad, porque no reconocen ni escuchan la palabra del que es Rey, pero que su Reino no es de este mundo.
Y tú, sacerdote, ¿crees en las palabras de tu Señor?
¿Confías en Él?
¿Crees en el Evangelio, y en que será cumplida hasta la última letra?
¿Escuchas y guardas la Palabra de tu Señor?
¿Crees en la filiación divina y honras a tu Padre?
¿Crees en tu Señor cuando te dice: “Yo Soy”?
Persevera, sacerdote, en la lucha de cada día, llevando tu cruz con alegría, abandonado en la confianza y en el poder de Dios, que es un Padre bueno y misericordioso, que solo requiere de ti que seas pequeño, como un niño, pero sencillo como la paloma y astuto como la serpiente, llevando la presencia de su Hijo y su poder en medio de la gente, alcanzándoles la salvación que ha ganado para ellos con su redención. Pero te pide que perseveres y seas paciente, porque la paciencia todo lo alcanza.