PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – PERSEVERANCIA
«El que persevere hasta el final se salvará».
Eso es lo que dice y lo que enseña Jesús. Ese es su ejemplo.
Perseverancia en el sí. En ese sí, que has profesado en plena libertad y voluntad, en perfecta conciencia de aceptar el llamado de Cristo, que es la voz de Dios para cumplir su voluntad.
Perseverancia en la entrega y en la fidelidad al amor, y a los compromisos que aceptaste cuando dijiste sí, cuando te entregaste en plena libertad, por tu propia voluntad y en perfecta conciencia.
Perseverancia en la fe, buscando y encontrando los medios que la alimentan, que la fortalecen, que la mantienen firme, compartiendo esa fe con los demás, dando testimonio de amor, siendo dóciles instrumentos de Dios, para que otros conserven y fortalezcan su fe, y la pongan con tu ejemplo en obras.
Perseverancia en la confianza de que es Cristo quien vive en ti, porque es así como das testimonio de fe, cuando comprendes y manifiestas que ya no eres tú, es Cristo quien vive y obra en ti y a través de ti. Confianza en la perfección de la voluntad y de las obras de Dios, cuando es Él, y no tú, quien vive en ti.
Perseverancia en el abandono a esa voluntad divina y a sus designios. Abandono a esa Providencia divina, que, a través de la paternidad, por filiación, te es por heredad merecida.
Perseverancia en la obediencia, imitando en todo momento al hijo de Dios, que siendo de condición divina se despojó de sí mismo, para adquirir la naturaleza humana, y hacerse obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz.
Perseverancia en la inocencia, en la pureza, en la castidad de tu cuerpo y de tu alma, para que seas digno instrumento de Dios, a través del Cristo, que, por su bondad y misericordia, pero que, por tu propia voluntad, aceptaste en perfecta libertad y conciencia, para entregar tu vida, y decir como Él: nadie me la quita, yo la doy por mi propia voluntad.
Perseverancia en el amor, en ese amor primero, cuando te vio por vez primera debajo de la higuera, y te llamó. Ese es el encuentro con el amor primero.
Perseverancia en la pobreza de espíritu, por la que renuncias al mundo y a todos sus placeres, para ser completamente de Dios, y enriquecerte con sus tesoros, que acumulas en el cielo, en donde no hay polilla que los corroe ni ladrones que se los roben. Pobreza que te mantiene humilde de corazón, por lo que Dios se digna mirarte cada día, y se entrega en tus manos cuando perseveras en tu entrega, uniendo tu voluntad a la suya, para ser uno, perfectamente uno, en cada Eucaristía.
Perseverancia en la predicación, apegado a la Doctrina Cristiana y al Magisterio de la Santa Iglesia Católica, en la que tu alma ha sido confirmada, y no como los falsos profetas que buscan profanar el Santo Nombre de Jesús. Por sus frutos los reconocerán.
Perseverancia en tus obras, para que siempre sean buenas, porque no hay árbol malo que dé frutos buenos, y no hay árbol bueno que dé frutos malos. El árbol bueno se mantiene bueno alimentándose de la verdad.
Perseverancia en la esperanza, teniendo vida sobrenatural en todo momento, en todo pensamiento, en toda palabra, en toda acción. Viviendo en presencia del Espíritu Santo que pone las palabras en tu boca y que te recuerda todas las cosas del cielo, del paraíso, de la eternidad, para que, conociendo la meta alcances la corona.
Perseverancia en el agradecimiento, porque ha revelado estas cosas no a los sabios y letrados, sino a los humildes y pequeños.
Perseverancia en ser el último siempre, en ser pequeño, en permanecer siendo niño, porque los últimos serán los primeros, y de los niños es el Reino de los Cielos.
Perseverancia y constancia en la oración, porque ahí es el encuentro íntimo con el Amigo, con el Amado, con el Hijo Único de Dios, para que, dispuesto lo busques, conscientemente lo encuentres y totalmente convencido, lo ames. Oración de corazón a corazón, para que lo conozcas, para que te conozcas, para que, aceptando tus defectos, tus errores, tus pecados, tus traiciones, tus infidelidades, tus desconfianzas, tu soberbia, tu egoísmo, tus miedos, tu desamor, tu poca fe, tu fragilidad, pero tu responsabilidad -porque sabes que llevas un tesoro en vasija de barro-, te humilles ante él, y lo conozcas, para que lo ames, porque es imposible conocer a Cristo y no amarlo.
Reconócete débil ante Él, y pídele su fortaleza. Entonces Él, que te ama, se dignará mirar tu humillación, como un día miró la humillación de su esclava, y con tu sí, te dará su perseverancia.